martes, 27 de septiembre de 2011

PARA PENSAR...SIN DEPRIMIRSE


Dicen que un pesimista es un optimista bien informado. Y como soy irreverentemente optimista, voy a repasar la información con que cuento para saber si lo sigo siendo. O si a la luz de esa información paso a integrar el equipo de los pesimistas.
Porque por cierto que optimistas los hay muchos. Y parece que nadie se cansa de repetir las fantásticas posibilidades que tiene la Argentina. Hasta al  punto de afirmar que “está condenada al éxito”. Solo bastarían algunos retoques, “políticas de estado” y algún otro “service” para lograr esa maravilla que nos cuentan.
Cabe una pregunta. Se condice la información con la que contamos con esta alegría futurista que embarga a muchos conciudadanos? Menuda pregunta, por cierto. Cuya respuesta depende de cuáles son los temas a los que cada uno le da prioridad.
Así que yo voy a elegir los míos. No antojadizamente. Sino de acuerdo a la información con que cuento.
Y comienzo por la que me da Barack Obama. Y que nos dice don Obama cada vez que puede hablar de algo que no sea la crisis económica?  Que el problema de su país es la educación. Que se necesita más educación, mas ingenieros, para que Estados Unidos continúe siendo el “number one”.  
Caramba. Y que piensan los chinos?  Parece que lo mismo, porque atosigan de estudiantes las universidades americanas. Y con gran éxito, para colmo.
Y en la prueba de PISA  (Program for International Student Assessment) los estudiantes de Shanghai obtuvieron el puntaje más alto en comprensión de textos. Seguidos por los de Corea del Sur, Finlandia, Hong Kong y Singapur.
Vale la pena explicar que el test Pisa mide el nivel de competencia internacional de los estudiantes de 15 años, en más de 60 países, en la comprensión de textos, matemática y ciencias. Y que es la medición más reconocida del mundo de la calidad educativa de cada país.
Claro, en Finlandia el sistema educativo es público y gratuito hasta el doctorado en la universidad.  Y los maestros son egresados universitarios. Así un maestro de primaria requiere seis años de carrera en la universidad.  Y como curiosidad, en Singapur los billetes tienen fotos de universidades y profesores.
Se ve que todos están muy preocupados por la educación. Al punto que el secretario de educación de Estados Unidos dijo que el mediocre puesto número 17 de los estudiantes estadounidenses en el test debería ser un masivo llamado de alerta para todo el país.
Y hay más países preocupados. Como Alemania, por caso, que parece tener graves problemas….alemanes.
Y que hay de los vecinos? El presidente de México Felipe Calderón celebró que su país “no solo logró sino que rebasó la meta que nos habíamos propuesto” en comprensión de textos y matemática. Y el ministro de educación del Perú también celebró al constatar que el puntaje obtenido por sus estudiantes fue superior al de diez años atrás.
Y siguiendo en el barrio, lo más esperanzador es Chile. Allí la gente sale a la calle masivamente para protestar por los problemas que presenta la educación. No porque no haya mejorado notablemente en todos sus niveles. Hoy en el test de PISA está por arriba de todos sus vecinos. Y dos de sus universidades – la de Chile y la Católica – han superado a todas las demás de Latinoamérica, con excepción de la autónoma de México y de un pelotón de universidades brasileras.
El problema parece pasar por un sistema de corte elitista y poco innovador sobre el que ya han llamado la atención muchos especialistas. Y sobre lo que se viene discutiendo desde hace ya tiempo.
Pero también tenemos información sobre los sistemas de educación superior. La ARWU ( Academic Ranking of World Universities)  mide todos los años más de mil universidades de todo el mundo. En el listado del 2010 la Universidad de Buenos Aires está ubicada entre la 150 y 200.
También tenemos The World University Ranking donde la UBA no está incluida dentro de las primeras doscientas. 
Y también tenemos el QS Top Universities del año 2011 donde la UBA está ubicada en el puesto 270.
Claro que – vaya novedad - no faltan las voces que le quitan relevancia a estas mediciones. Nos cuentan que estos rankings están armados de acuerdo a los intereses de las universidades de los países centrales.
A la basura con los rankings. Se ve que todo el mundo está complotado contra nosotros.
Así que vamos a analizarlos por otro lado.
Por lo que yo sé - a menos que también haya sido engañado por los dueños del poder -  la universidad de Buenos Aires era, tiempo atrás,  una relevante casa de estudios. Por cierto que en Latinoamérica era una universidad señera. Donde enseñaban premios nóbeles como  Bernardo Houssay o Luis Federico Leloir o Cesar Milstein hasta que el gobierno peronista o los golpes de estado los dejo sin cátedra o los obligó a irse a trabajar al extranjero.
Y científicos eminentes como Luis Agote entre otros. Para los que no están enterados, Agote y el belga Albert Hustin fueron los primeros en realizar transfusiones de sangre indirectas.
Y hoy en día, esta universidad que fue, es superada en todos los rankings por varias  universidades brasileras, la universidad autónoma de México y dos universidades chilenas. La Católica y la de Chile. Y si particularizamos el ranking por temas enseñados, vamos a ver que así como en las carreras de ingeniería eléctrica y electrónica la UBA aparece dentro del grupo que va del 51 al 100, en la carrera de medicina no solo es superada por universidades de China, Corea, Tailandia , Taiwan o Singapur, sino que también lo es por las brasileras, chilenas, mexicanas y hasta colombiana y costarricense. Y no estamos hablando de países centrales, dicho esto con todo respeto por Colombia Y Costa Rica.
Así que el tema no es adonde estamos sino de que lugar venimos y a que lugar vamos.
Y cuando vemos el test Pisa en el rubro comprensión de textos, apreciamos que los estudiantes argentinos ocuparon el puesto número 58, por detrás de Chile (puesto 44) , Uruguay (47), México (48), Colombia (52) Brasil (53). Solo Panamá y Perú obtuvieron un puntaje menor al argentino.
E inmediatamente  recordamos que nuestro país supo tener un sistema educativo universal modelo por muchos años.
Ante este notable retroceso, el comentario del ministro argentino – según los periódicos –fue que los tests Pisa fueron concebidos por los países ricos para una realidad que no es la nuestra, agregando – siempre según los diarios – que el gobierno está en conversaciones con otros países latinoamericanos para crear un examen regional y sugirió que la Argentina podría dejar de participar en los mismos.
Supongo – o quiero suponer – que el periodista malinterpretó los dichos del ministro. Incluso hasta de mala fe.
De haberlos recogido con fidelidad, quedarían dos conclusiones. La primera es que son ciertos. Y la segunda es que estamos en el horno.

domingo, 25 de septiembre de 2011

SEGURIDAD JURIDICA Y DESARROLLO

Cualquiera sea la óptica con la que se analiza las distintas crisis que han golpeado la economía durante el último medio siglo, ninguna puede dejar de señalar que han sido contadas las oportunidades que se vivieron para encarar aquellas transformaciones estructurales necesarias para corregir el rumbo que el país reclamaba. Por lo general resulta políticamente incómodo adoptar decisiones que implican cambios profundos; la resistencia al cambio que ofrecen los sectores de la población acostumbrados al statu quo y la de los grupos que se benefician con el mismo, se oponen por regla a cualquier cambio que haga peligrar esa posición privilegiada.

Los cambios profundos suelen precipitarse solamente cuando la sociedad advierte los  síntomas inevitables de una crisis que preanuncia el derrumbe del viejo orden. La llegada de una crisis ó de un posible estallido social facilita la toma de medidas a veces impopulares pero necesarias para establecer un nuevo ordenamiento sobre bases diferentes generando en la población una  perspectiva distinta hacia el futuro. La historia reciente ofrece diversos ejemplos donde la llegada de una crisis generó un contexto favorable con escasa resistencia de los defensores del orden preexistente para llevar a cabo  cambios que en su momento se consideraban casi imposibles de lograr. Pueden incluirse en ese listado la abolición del servicio militar obligatorio, la reforma constitucional con la reelección presidencial, el juzgamiento de autoridades militares por cortes civiles, la privatización de empresas públicas emblemáticas, el casamiento entre personas de un mismo sexo, etc. No obstante, salvo la reforma constitucional, no parece que los demás vayan a dejar una huella que el día de mañana sea considerada hito fundacional de un nuevo orden.   

La reforma constitucional en cambio si lo tendrá por varios motivos, entre ellos, el deterioro de la calidad política e institucional con la que se lo asocia, aunque no guarde una relación directa con la misma. Es cierto que el deterioro ya se venía manifestando con anterioridad y la reforma solo lo acentuó al conferir un respaldo legal a prácticas indeseables de la democracia que desvirtúan su esencia y devalúan la actividad política a los ojos del pueblo.

La más importante es sin duda, la vocación de perpetuarse en el poder a cualquier precio, quebrando cuando sea necesario las normas vigentes que se juraron respetar. Esta actitud se ha vuelto casi habitual en la mayoría de las instituciones y organizaciones de nuestra  sociedad. El apetito por el mando se ha vuelto una práctica cotidiana extendida a todos los órdenes de la vida ciudadana. Es posible advertirla en la Asociación de Fútbol donde por más  de un cuarto de siglo las mismas autoridades ejercen un poder ilimitado, como en los clubes mismos, desde el más encumbrado hasta el más humilde club de barrio; en las autoridades de un consorcio de administración de un edificio de propiedad horizontal, en un club de campo ó en un barrio cerrado y hasta en la sociedad de fomento barrial. Todas padecen hoy el descontrolado deseo de perpetuación en el poder que ejercen sin rubor las autoridades que fueron elegidas para ejercerlo solamente por un período de tiempo limitado. Esta práctica encuentra su máxima expresión en las agrupaciones políticas, donde encima se la pretende justificar como una actitud natural y biológica que responde al instinto animal hacia el poder del que se nutre todo político de raza que se precie de tal.

El argumento no resiste demasiado un análisis serio. Nuestro político así como el de cualquier otra sociedad no es demasiado distinto a su colega uruguayo, escandinavo, afgano, hindú  ó estadounidense. Su diferencia en el comportamiento estriba en que hay países que han sabido construir instituciones con reglas que se cumplen a rajatabla, donde se limita el poder que se le concede a los administradores de los recursos colectivos, mientras que en otros -incluyendo el nuestro-, todavía no se le ha prestado la importancia que merece este capítulo esencial para el buen funcionamiento de la  democracia No existe en otros países un comportamiento virtuoso inherente genéticamente incorporado a  su dirigencia, sino un estricto contralor público y popular que restringe las posibilidades de conductas impropias en el ejercicio del poder.

Estas limitaciones al poder discrecional en los cargos electivos juegan un papel trascendental en el plano económico y en el desarrollo de los pueblos. Ninguna economía compatible con un régimen democrático funciona de manera eficiente si no descansa en un conjunto de reglas a las que se deben atener todos sus participantes. Este plexo normativo es tanto más importante cuanto mas distante en el espacio y alejado en el tiempo deban llevarse a cabo los negocios y las transacciones involucradas. Las inversiones de largo plazo que se extienden por generaciones solo resultan posibles cuando existe la seguridad que se mantendrán vigentes los mismos principios que tornaron posible esa decisión en un comienzo.

La regla general en una sociedad organizada y su mercado, es que los participantes no necesitan conocerse entre sí para lograr un adecuado funcionamiento. Tampoco para conocer a quienes ocuparán algún lugar en el futuro. Por eso solamente existen actos de comercio cuando previamente existe un código de prácticas que son aceptadas y cumplidas por todos los participantes, con una administración de justicia con poder suficiente para hacer cumplir los contratos ó resarcir a los damnificados en caso de incumplimiento.

Es alrededor de esta práctica donde se conjuga el principal déficit que presenta la economía argentina para encauzar un crecimiento sustentable a través del tiempo. Esta tarea, que compete a toda la sociedad,  tiene sin embargo responsabilidades bien delimitadas por la jerarquía y la jurisdicción de los diferentes actores, empezando por el poder político. La seguridad jurídica, entendiendo a ésta como el respeto a las reglas de juego, no implica el inmovilismo jurídico ni la imposibilidad de revisar la legislación, práctica  necesaria en la medida que se modifican usos y costumbres de la sociedad ó frente al avance en determinada dirección que se juzga beneficiosa para el bienestar general.

La seguridad jurídica tampoco puede entenderse como una defensa de posiciones anacrónicas ó privilegios de actividades que el cambio tecnológico ó el gusto del consumidor ha tornado obsoletas. Por eso tampoco debe interpretarse  –como algunos la critican- como la defensa a un derecho a la rentabilidad de las inversiones y del capital. Subrayan esa crítica, con la observación a veces cierta, que no siempre se considera con el mismo énfasis cuando se habla de seguridad jurídica, a los cambios que pueden afectar los derechos adquiridos de los trabajadores. De hecho, la seguridad jurídica debe abarcar todos los aspectos vinculados a la actividad económica: el trabajo, el arriendo, los alquileres, la tercerización ó subcontratación de actividades, el ahorro, la calidad de los productos, el cuidado del espacio público y del medio ambiente, la normativa tributaria, la zonificación urbana, etc. Una seguridad jurídica circunscripta a la defensa de las inversiones que no contempla los restantes aspectos vinculados a la actividad económica, tampoco representa una seguridad jurídica efectiva para la primera: en economía, todo tiene que ver con todo.  Ni el capital ni el trabajo pueden aspirar a una estabilidad de rentabilidad y puestos de trabajo de una actividad que desaparece por obsolescencia ó por el cambio tecnológico. 

No siempre resulta fácil deslindar la estrecha conexión que existe entre derechos adquiridos y seguridad jurídica. Una no conlleva necesariamente a la otra ni existe una relación biunívoca entre ambas. Por eso no existen reglas inmutables salvo la de la previsibilidad de los actos de gobierno y los fallos de la justicia. Por eso es que inmerso en este universo de normas, acciones y hechos, hay una sola conducta que distingue la vocación de ofrecer a todos la máxima seguridad jurídica: la independencia de los jueces y el respeto a la regla procesal.    

Estos principios fueron enunciados en Atenas hace ya 2.500 años cuando sus dirigentes sentaron las bases para el funcionamiento de lo que constituyó una democracia como alternativa superadora del  sistema agotado e impopular que entonces imperaba. Siguen siendo hoy, veinticinco siglos mas tarde, los principios que deben consolidarse para darle a cualquier sociedad la base sólida de un crecimiento con equidad.             

Miguel Polanski
24-11-2009

miércoles, 14 de septiembre de 2011

TOYOTA

Hace tiempo que aprendí que no existen “accidentes”, salvo que se originen en un hecho no controlable de la naturaleza, como un terremoto o un tsumani.

En el resto de los casos, siempre existe un error humano, derivado de la falla de un sistema. A veces, porque el sistema está mal diseñado por algún humano. A veces, porque se presentan situaciones no previstas por los humanos que armaron el sistema. A veces, porque algún humano, no siguió los procedimientos establecidos por el sistema.

Es por ello que me resisto a llamar “tragedia” o “accidente” a lo sucedido esta mañana en una barrera de Flores.
Lo de esta mañana, a mi juicio, es lisa y llanamente un asesinato, aunque a muchos les convenga imponer el calificativo de “accidente” para evitar consecuencias penales y/o políticas sobre sus actos.

Esta mañana 11 personas fueron asesinadas y 200 fueron heridas.

El sistema falló. Una barrera automática que siempre tiene que funcionar no funcionó. Un guardabarreras que siempre tiene que estar, en caso en que la barrera transitoriamente no funcione en algún momento, abandonó su puesto. Alguien puso una madera para dejar la barrera a 45 grados, cuando sólo puede tener dos posiciones abierta o cerrada.

El manual de procedimientos que debería tener una empresa de colectivos, para explicitar qué tiene que hacer un conductor, en el caso en que se encuentre ante una barrera en posición irregular o dudosa, con señal luminosa de peligro, no existe, o no fue respetado.
La empresa concesionaria del servicio del Ferrocarril Sarmiento, no tiene un sistema confiable para que las barreras funciones siempre, o sean arregladas rápidamente, o haya personal capacitado en forma permanente, si la barrera, transitoriamente, presenta un problema.
El Estado, que controla al concesionario, no vigila que el servicio se preste con la seguridad adecuada. (Sin contar, el hecho de que “anunció” hace años el soterramiento del Ferrocarril Sarmiento).
Los jueces, en lugar de buscar compensaciones adecuadas para los vecinos perjudicados,  otorgan amparos para parar las obras que hubieran permitido, al menos parcialmente, evitar algunos pasos a nivel en cruces claves,

En cualquier país del mundo que funciona,  el Presidente de la concesionaria del servicio ferroviario hubiera pasado esta noche preso, junto con el guardabarreras que abandonó su puesto, junto al director del Ente Regulador correspondiente.
En cualquier lugar del mundo los funcionarios responsables ya hubieran presentado sus renuncias y el Presidente/a yde la Nación, ya les hubiera pedido a los Ministros o Secretarios del área que dejen sus cargos.
Y la concesionaria ya hubiera sido intervenida y perdido su concesión.

Pero el Estado, en la Argentina, se dedica a otras cosas. Transmite fútbol, publica diarios, persigue a consultores, obliga a exportar maní para importar autos, le otorga cientos de millones de dólares a una fundación de derechos humanos para construír casas, etc.
Mientras la gente se muere porque los que tienen que evitarlo, están ocupados en otras cosas.
Esta mañana, unas horas después del asesinato de 11 personas, ingresé, invitado, a la planta de la automotriz Toyota en Zárate.

Allí, 2600 personas, conviven con robots, y con unos carritos que se mueven solos, con sensores, por la planta, llevando motores, al ensamblado. Pasan montacargas llevando piezas, y vehículos terminados. Hay cajas, cajones, chapas, autopartes de todo tipo en permanente movimiento.
En esa planta de Toyota no hay “accidentes”. Cada uno de los operarios sabe lo que tiene que hacer, sigue un manual de procedimientos en cada detalle, y sabe qué hacer y a quién recurrir cuando algo no funciona.
La señorita que me guió, una operaria de la planta, cada vez que llegaba a una marca en el piso en dónde, podría pasar un montacargas, o un carrito, o una pieza de ensamblado, miraba hacia los cuatro costados, siguiendo una rutina “tonta”, que le aseguraba que se podía seguir avanzando sin problemas.

Todas esas personas también son argentinas, pero siguen un método, un manual, un esquema de trabajo que les permite, insisto, convivir rítmicamente, y ensamblar con clase mundial, un vehículo cada 3 minutos, o algo así.

Sin accidentes, con sistema.

Mientras tanto, otros argentinos sin sistema, matan.

Enrique Szewach
14/9/2011
http://www.szewachnomics.com.ar/www.szewachnomics.com.ar

martes, 13 de septiembre de 2011

OTRO LOGRO DE NUESTRA DEMOCRACIA

Resulta agobiante asistir por televisión a los episodios de inseguridad ciudadana que nos muestra la célebre pantalla chica. Episodios en los que se detienen una y otra vez  y repiten con insistencia para mostrarnos una situación desbordada que parece amenazar la vida y lo que alguna vez fue el tranquilo estar  de todos los ciudadanos.
Por cierto que la situación parece irse desbordando. Y también por cierto la utilizan como un arma en su lucha mediática contra un gobierno que en esta materia, como en tantas otras, parece ausente.
Pero quiero detenerme en los episodios vinculados al negocio de la droga, elemento  presente en casi todos los delitos sobre los que nos informan. 
Durante los demasiados años de gobiernos cívico militares, con breves interrupciones seudo democráticas, medio democráticas y entusiastamente democráticas,  la droga y su tráfico no resultaban un tema de primera plana.
Claro que la había. Desde el agradable porrito hasta la destructiva cocaína. Pero no parecía ser un tema demasiado grave. Y la Argentina estaba alejada de los campos de batalla planteados por organizaciones ávidas por colocar sus productos y gobiernos interesados en evitarlo.
De más está decir que no soy un experto en el tema. Ni siquiera un conocedor. Pero supongo, como mero observador, que variopintas habrán sido las razones para que esto fuere así.
Por caso, gobiernos autoritarios que la combatían con arrebato. Y una sociedad de tono conservador, que  consideraba hasta el mero consumo social como una fechoría inaceptable.
Los tiempos y los vientos fueron cambiando la agenda.  No solo acá sino en todo el mundo. El consumo de drogas se  comenzó a “democratizar” , el negocio se comenzó a expandir a cifras que asustan y  la violencia que conlleva tan desdichado comercio comenzó a golpear las tapas de los periódicos.
Por cierto que los países con viejas historias de violencia y que ya estaban inmersos en la producción y en un importante consumo se enfrentaron con el toro más bravío. Países en los que la comezón de la muerte y de las vidas arrebatadas nunca dejaban de sorprender a los argentinos.
A tal panorama se enfrentó la democracia. Pronto ese escenario ajeno comenzó a establecerse en nuestro vecindario. Y la “regis” quedó a cargo de los sabandijas que se instalaron en los cargos públicos. Sin pudor. Y sin preparación para tan difícil acometida.
Las consecuencias están a la vista. Basta ver el crecimiento que han tenido  las “villas miseria”  en la ciudad de Buenos Aires ( en habitantes , 50 % entre el 2001 y el 2010) para entender que la comercialización – y ahora parece que hasta la producción – de drogas maneja territorios propios en la misma capital de la República. Y ni pensar en los aledaños del llamado gran Buenos Aires.
Sociópatas desarraigados y miserables sin escrúpulos bajan de Paraguay, Bolivia – y ahora hasta de Colombia y México – para implantar la muerte como cotidianeidad. El gran negocio se ha establecido en la Argentina. Hemos logrado ser Latinoamérica.
Nuestra respuesta cultural es buscar al culpable. Y claro que resulta fácil encontrarlo en los políticos. Y acusarlos de  cómplices del negocio.
Los habrá. Como en todos lados. Especialmente entre  la nube de funcionarios elegidos y designados en municipios de miseria. Pero con encontrarlos no solucionamos el problema aunque apliquemos la ley.
Hay que transitar caminos más agrestes para encontrar las causas de esta siniestralidad.
De los políticos resaltemos su torpeza e ignorancia. Por cierto que no hay nada más irresponsable que la ignorancia. Y cualquier inadvertido puede apreciar escuchándolos que el problema central es su absoluta incapacidad para abordar un tema seguramente muy complejo. Y es esa misma incapacidad la que les impide apreciar la consecuencia de sus actos.
Así, hace  ya más de 50 años,  un grupo de ellos,  embelesados con la facultad de reformar las Constitución que les otorgó el gobierno cívico-militar de turno, no tuvieron idea más peregrina de establecer “estabilidad”  de los empleados públicos. Claro, querían demostrar que ellos eran tan generosos como el partido popular. Y se habrán abrazado y festejado con champagne lo que fue la partida de defunción del estado argentino.
Y durante los años de democracia convirtieron al estado en una agencia de colocación, creando una formidable paradoja. Una enorme organización poblada por cientos de miles de personajes pero vacía de conocimiento e interés.
Y estas presencias tan ignorantes como distraídas conforman un estado chapucero, incapaz de cumplir mínimamente con sus funciones. Incapaz de seguir con idoneidad una causa judicial que permita esclarecer los delitos que se cometen a diario.
Esto, por supuesto, también tiene otras consecuencias lógicas. Como la desaparición de las jerarquías que establece el conocimiento para poder apreciar los roles que cumplen los diferentes actores. Así que ya es lo mismo lo que dice una víctima, un victimario, un juez, un fiscal, un periodista, un abogado defensor o un “perejil” (picaresca novedosa para calificar a los acusados)
Y esta   “armada brancaleone” , creada por  la democracia,  es la que debe atender la batalla contra el  narcotráfico.
Batalla perdida por cierto.  Ya sea porque se trata de una batalla perdida de por sí,  dado que las prohibiciones nunca han dado buenos resultados . O porque carecemos de las herramientas mínimas para atender agresión tan formidable.
Lo que nos debe quedar claro es que el futuro nos depara una catarata de malas noticias.

martes, 6 de septiembre de 2011

EJERCICIO PARA DESOCUPADOS


Si usted, amable lectora o lector, dispone de algún tiempo - algunos minutos en realidad - le propongo un ejercicio. Consiste en comparar el nivel de educación de los argentinos, los españoles y los chilenos. Debo advertir que se abstengan las personas muy impresionables y las que están sufriendo un cuadro de depresión profunda.
Formulada esta salvedad, paso a explicar el sencillo ejercicio que les propongo.
Abran el buscador Yahoo Argentina y lean algunos de los comentarios que dejan los lectores de las noticias que publica el buscador en su página de apertura. Y luego realicen el mismo procedimiento con Yahoo Chile y Yahoo España.
Después...después no me cuenten nada.

SIGAMOS CON LOS MITOS: LOS DERECHOS HUMANOS

¿Qué visión de la historia reciente tiene un joven que está en sus veinte, veinticinco, treinta años de edad?
Por su edad no conocieron las épocas de los gobiernos militares ni todas las cosas - generalmente malas - que acaecieron durante esos tiempos. Eso sí; se les ha enseñado que fueron tiempos oscuros donde se violaban sistemáticamente los más elementales derechos de las personas, donde los ciudadanos desaparecían corrientemente, dado la brutalidad de los gobiernos militares, donde existían campos de concentración y se vivía bajo un régimen de terror similar a la Alemania nazi. Curiosamente - o no tan curiosamente - éste es el ejemplo que se convoca, evitando comparaciones poco simpáticas con otros sistemas totalitarios como la Rusia soviética o la Cuba castrista.
Y que los luchadores por la libertad fueron sistemáticamente exterminados, sus hijos secuestrados y sus amigos y parientes torturados y encarcelados en siniestras mazmorras.
Menuda sorpresa se llevarían de saber que, por el contrario, la vida para la inmensa mayoría de los ciudadanos de a pie durante esos años era mucho más amable que la de hoy. Y que fundamentalmente toda la organización del estado era infinitamente más seria y más honesta que la actual. Claro que muchos se escandalizarán al leer esto. Pero con escandalizarse no se escamotea la realidad. Por de pronto estos políticos venales e incapaces que resultan un azote para las gentes tenían poca injerencia en la administración pública.
Eran los militares quienes tenían el timón del estado, aunque permeados por cierto por las corporaciones. Y debe decirse que la carrera militar, con todas las limitaciones, carencias, rasgos de violencia, ignorancias y poca aptitud para el disenso - todas características necesarias para el menester - se nutre por lo menos en la dedicación y en el compromiso con lo que ellos entienden como país, patria, nación. Aunque como es natural en algunos casos el acceso a las arcas públicas les despertaba nuevas simpatías como la de engordar la billetera.
La mayoría de los temas se discutían públicamente, con hasta incluso más respeto por el disenso que durante el cuarto y quinto turno democrático, como cualquiera puede apreciar recorriendo los diarios de la época. Con las limitaciones impuestas por una censura que recordaba el respeto que debía guardarse a los señores generales y a lo que se consideraban las buenas costumbres. Porque en esas épocas fumar un porro era un delito severo, ser homosexual un desvío inaceptable de la naturaleza y hasta llevar el pelo largo una alteración de la urbanidad.
Por cierto que estos criterios no eran exclusivos de los militares sino que respondían a una forma conservadora y autoritaria de moldear la realidad propia de la época. Salvo en aquellas sociedades de talante más liberal. Y claro, mostrarse activamente de izquierdas una perversión que justificaba la expulsión del impertinente de los cargos públicos en que pudiera exponer tan peligrosa forma de pensar. Para no hablar de los degenerados que pretendían separarse para juntarse con la secretaria, o las malas madres, que pretendían abandonar a su marido para irse a vivir con el kinesiólogo. (En esa época no se había alumbrado todavía la profesión de “personal trainer”)
Debe recordarse también que todas estas imposiciones de los gobiernos cívico – militares resultaban más amables, que las ensayadas por el líder más popular durante sus primeros gobiernos.
Pero salvo manifestaciones puntuales de violencia extrema como la quema de las iglesias, la destrucción de clubes considerados oligarcas y por cierto más graves como  el bombardeo de plaza de Mayo o el fusilamiento de militares simpatizantes del líder más popular, la sociedad argentina era pacífica. O por lo menos relativamente pacífica. Por cierto no conocía las violencias apabullantes que campeaban en la mayoría de los países de Latinoamérica.
Todo cambió a fines de los años 60, con la irrupción de la guerrilla y el terrorismo como consecuencia de las escaramuzas periféricas de la guerra fría. Porque definitivamente no se trató de un fenómeno argentino sino de la repercusión local de una situación mundial.
Los militares de esa época – regentes vitalicios de la paciencia argentina – respondieron con la fuerza y con la ley.
Los guerrilleros fueron derrotados, juzgados y los hallados culpables condenados a prisión.
Costó la vida de mucha gente inocente, incluso de honorables miembros del poder judicial, pero se terminó civilizadamente con una amenaza que alteraba la convivencia. Pero como consecuencia de la irrupción de la violencia terrorista algo pareció quebrarse en la sociedad argentina. Y digo pareció, para evitar las tan desagradables pedanterías categóricas. Parecería que el arrebato inherente a la condición humana, adquirió en esos tiempos una portentosa virulencia y se transformó en una militante malaventura.
Que se manifestó la noche en que los guerrilleros que purgaban su condena fueron liberados por una pueblada legalizada por el flamante gobierno del odontólogo delegado y salieron marchando de la cárcel.
Y explotó el día del retorno de líder popular en una manifestación de violencia extrema y degradante que enfrentó a los “maravillosos muchachos”  con los cuerpos armados de la “columna vertebral”.
Ambos bandos tratando de cooptar la voluntad del anciano líder. Y hasta se dice de matarlo. Unos para instalar un gobierno dictatorial de corte castrista y los otros para reservarse el poder que les concedió el sistema corporativo.
Los convidados de piedra fueron como siempre los ciudadanos de a pie, que asistieron entre perplejos y atemorizados a tan extrema manifestación de barbarie.
Y claro que no todo terminó ahí. Porque la violencia guerrillera – mezcla siniestra de moralina católica y mito marxista – continuó durante el gobierno democrático con asesinatos, ataques a cuarteles militares y violencia generalizada. Y para colmo el gobierno decidió “hacer tronar el escarmiento” a través de algunos gremios y de organizaciones paraestatales creadas para destruir a los agresores.
¿Pero quiénes eran y a que respondían estos agresores? Por de pronto no luchaban por la democracia sino contra la democracia. Y esta intolerancia ideológica era apoyada y pertrechada desde el exterior por varios gobiernos dictatoriales entre los que se destacaba el de Cuba.
Y las luchas locales eran sostenidas y organizadas por algunos extremosos de izquierda, otros de raíz religiosa como pasa siempre que empiezan los tiros  y por  los siempre presentes simplones irresponsables o ignorantes, que no se conformaban con la violencia como categoría intelectual sino que buscaban instalarla como mito.
Y las barbaridades eran dirigidas por personajes que hicieron de la violencia y la intolerancia su forma de vida. La mayoría de los soldados,  idealistas que fueron convencidos por los violentos de tomar el atajo del arrebato para cambiar un mundo injusto. Éstos, las primeras víctimas de quienes utilizaron sus ideales y sus ignorancias para asaltar el poder, quedaron envueltos en ese carácter romántico  y heroico con que siempre viste el sentimiento de lucha.
Por cierto este estado de violencia desbordó las posibilidades de la sucesora de líder popular,  quien convocó a las fuerzas armadas para cargarse a los agresores. Y claro que a poco los generales se cargaron a su gobierno.
Una silenciosa aceptación de las gentes cansadas de tanta violencia recibió al nuevo gobierno militar. Y los recovecos de la llamada guerra sucia no llegaban al conocimiento de la gente del común. Que tampoco se preguntaba demasiado sobre la suerte que corrían los derrotados.
Habían muchas vistas gordas.
Solo batían el parche los directamente interesados y algunas personas informadas y decentes, que rechazaban el desenfreno de las acciones militares aún a riesgo de sus vidas.
Porque los auto convocados para defender un estilo de vida y una pertenencia, a la que los argentinos parecían no querer renunciar, terminaron utilizando los mismos procedimientos que denostaban.
Seguramente nunca se podrá conocer a ciencia cierta las razones que llevaron a los dirigentes militares a actuar como actuaron. Miembros de una clase media institucionalmente dañina pero en general honorable, nunca podrán explicar – ni tampoco explicarse – porqué hicieron lo que hicieron. Como no tuvieron siquiera la decencia de permitir que el enemigo enterrara sus muertos. Claro que nunca  hay una sola razón. Pero sí hay una sola enseñanza. Apartarse de la ley – aunque sea de la ley de la guerra – solo trae abusos, injusticias y tragedias.
Desde el exterior comenzaron a llegar las voces de alarma. Fueron los tan denostados países civilizados, también sufrientes enemigos de las guerrillas como moda de época, los que comenzaron a llamar la atención sobre lo malvado de los procederes.
Fue la Organización de Estados Americanos la que comenzó a investigar para recibir como respuesta que “los argentinos somos derechos y humanos”. Fueron los diversos países que comenzaron a dar asilo como combatientes de guerra a los que abandonaron la lucha. Y a los que no tuvieron ni arte ni parte. Y a los que tuvieron el arte de hacerse pasar por perseguidos.
Fue el propio presidente del llamado proceso quien reconoció los “excesos”, eufemismo utilizado para escamotear la zafiedad.
El primer presidente democrático demostró desde la época del gobierno militar su compromiso con la ley y con los derechos humanos. Y cuando asumió como tal, su decisión y valentía para llevar ante los tribunales a los responsables de tanta malevolencia.
Jueces independientes y honorables juzgaron y condenaron a los hallados culpables. Y pareció que nuevo estilo de convivencia arribaba a la Argentina. Pero no le fue fácil al primer presidente transitar su tiempo. Porque los militares se fueron con la cola entre las patas pero con las armas en la mano. Y los guerrilleros no estaban dispuestos a abandonar su feroz trajinar.
Natural. La violencia se convierte finalmente en un estilo de vida.
Y durante esos tiempos democráticos cometieron la salvajada de atacar un cuartel militar. Y los más extremistas de los uniformados, de la otra mano, también asediaron al gobierno con asonadas militares.
Pero cuando arrastrado por el vendaval de dolor, resentimiento y odio tuvo que asumir su responsabilidad como presidente con las leyes de “punto final” y “obediencia debida” fue acusado de no continuar la epopeya justiciera de la nueva inquisición.
Tampoco fueron fáciles los inicios del segundo gobierno democrático. Y valga este comentario para reiterar que la historia hay que analizarla en el contexto de su tiempo.
Pero casi cinco años de prisión y en condiciones indignas le habrán enseñado a encarar el tema con manga ancha. Y a decidir que el camino era la pacificación de los espíritus. Y así perdonó a los unos y a los otros. Finalmente hasta a los militares, que asonada mediante, intentaron condicionar su gobierno.
Claro que, aún con más intensidad que al primer presidente, también fue acusado de cómplice de los violadores de los derechos humanos.
Y es natural. Había y aún hay mucho dolor y resentimiento. Y frente a ellos no se pueden exigir razones. Los años transcurridos siempre serán pocos para cerrar las heridas de quienes vieron morir o torturar a familiares o amigos. O simplemente nunca saber nada más de ellos. Pocos también para abandonar la reflexión sobre una conducta colectiva, que permitió que se llevara la vida de nuestros vecinos. Porque como dice Robert Nozik refiriéndose al holocausto, aunque “todos no seamos responsables por lo que hicieron quienes actuaron y los respaldaron, todos estamos manchados”
Pero muchos para que una sociedad no comprenda que nada se puede construir sobre la militancia del odio y el resentimiento.
El breve período de gobierno del tercer presidente democrático tampoco alteró demasiado este espíritu de pacificación.
Pero Argentina es el país de las sorpresas.
Y el cuarto y quinta presidentes democráticos, portadores de adolescencias varias, decidieron poner nuevamente el tema en actualidad. Las razones, como he dicho refiriéndome a todos los temas de estos gobiernos, se las dejo para el análisis de los expertos en conductas humanas.
Dicen sus detractores, que durante las épocas difíciles el matrimonio estaba más ocupado en las tasas de interés que en el interés de la gente.
De ser esto cierto, se entiende más esta cruzada de conversos acompañados de irresponsables, resentidos y filibusteros.
Por cierto, el tema de los derechos humanos siempre es un algo hemipléjico. Que si se tasaran siempre se les da más a los amigos que a los enemigos. Y que esto ocurre dondequiera se mire.
Por caso los estadounidenses, autoproclamados campeones de los derechos civiles, trataron de vestir con una figura legal la harto conocida tortura del submarino. Alegaron que el colgar al sospechoso de los pies facilita y acelera la conversación. Y que el bote de agua donde de tanto en tanto le sumergen la cabeza, es necesario por los climas tórridos donde se realizan tan deliciosas tertulias.
Por su parte el gobierno español amonesta con una palmadita en las espaldas a los buenos de los abuelitos Castro, por no dejar salir a las gentes de la isla y mantener en prisión a algunos personajes rarísimos que no están de acuerdo con ellos. Como se reta al hijo o al amigo por alguna pillería  intrascendente. Mientras fomentaba las andanzas de un moderno y togado Torquemada, que con jurisdicción planetaria perseguía hasta en la isla de Mompracen a todos los que él consideraba violadores de derechos humanos. Hasta que quiso indagar en algunos pecadillos del Generalísimo y fue enviado a su casa.
Claro que con prescindencia de estos y otros chascarrillos,  bienvenido sea este frenesí por los derechos humanos. Nos sirven para vacunarnos contra esa enfermedad autoinmune, que vuelta a vuelta nos lleva a aceptar que el más bellaco del barrio asuma el poder público. Enfermedad que parece haberse vuelto pandemia en Argentina. Pero lo novedoso es la utilización de los derechos humanos como arma política. Y su aprovechamiento para juzgar y volver a juzgar a los ya ancianos jefes militares, olvidando hasta los principios más elementales del derecho penal. No importa que ya concurran a las audiencias en sillas de rueda, en camilla o con tubos de oxígeno.
Y que una vez producido el ajusticiamiento se pretenda enviarlos a una cárcel común, llevando sus camillas o respiradores a la  misma celda de los pedófilos y asesinos seriales. 
Y digo ajusticiamiento porque desde que se produce la denuncia ya se sabe que van a ser condenados. Son juicios sin incertidumbres porque los condenados han sido despojados de todos sus derechos.
Y continúan apareciendo cachafaces poco memoriosos, que de pronto recuerdan que hace treinta años fueron torturados y plantean nuevas demandas contra los agotados ancianos.
Claro que la sentencia les sirve para presentar en alguna ventanilla y lograr que los contribuyentes les recompensen las penurias que dicen haber sufrido. Porque los derechos humanos también se utilizan para distribuir recompensas.
Para poder apreciarlo se puede ver el magnífico negocio que ha montado la cabecilla de las madres circulantes, incluida una llamada universidad en la que solo dios sabe que se enseñará.
Sin olvidarnos de otros aspectos ya insólitos de esta cruzada. Como la ley dictada por los honorables representantes del pueblo – sepan ustedes disculpar este eufemismo – que habilita a los jueces para tomar compulsivamente muestras de los fluidos de los viandantes con el objeto de determinar su eventual relación de parentesco con algún desaparecido. Sin duda,  una notable expresión de respeto por la intimidad de las personas.
Por cierto que todo lo que describimos no es producto de la casualidad o de una supuesta mala suerte que acecha a los argentinos. Es fruto del rechazo a todo cambio del “statu quo” que pueda alterar el  sistema corporativo en que vivimos.
A todo cambio, lo llamamos crisis. Y así evadimos la angustia y la incertidumbre del mañana, pero también  la esperanza de diferencia que acompaña al futuro. No advertimos debajo de nuestros pies como cambian y se mueven las placas tectónicas de la vida.
Por eso sólo podemos evadir la insatisfacción del presente huyendo hacia el pasado.
Y en eso estamos.

viernes, 2 de septiembre de 2011

EL SUPREMO Y LAS CASAS DE PUTAS

Ya calmadas un poco las aguas, aunque el tema mantenga su actualidad, resulta oportuno pensar con prudencia sobre la denuncia realizada por una ONG con relación al destino que se le daba a algunas propiedades de un Juez de la Suprema Corte. Como cualquier ciudadano, he seguido el tema por los diarios.  Y por lo que parece, se trata de algunos departamentos - cuatro, seis, no tengo claro el número - dados en locación por el Supremo, los cuales se utilizaban  para encuentros con "trabajadoras del amor". Perdonen ustedes el eufemismo, pero ocurre que como ya no hay maestros sino "trabajadores de la educación”,  ni artistas, reemplazados por los "trabajadores del arte", debo presumir que tampoco hay mas putas.  Así que para no ser acusado de discriminación por organismos serios como el instituto nacional contra la discriminación, debo forzar el idioma español. Y reemplazar el tan castizo “ir de putas” por el tan ridículo “ir de trabajadoras del amor”.
Puesto el tema en la vidriera, se produjo otro de los deliciosos escandaletes a los que nos tiene acostumbrados la vida pública en la Argentina. Sobre todo en el ámbito de la justicia, que nos está dando tanto malos ratos.
No conozco personalmente al Supremo, por lo que mi información sobre él es de segunda mano. Pero así y todo tengo la convicción que se trata de un individuo destacado en el quehacer jurídico, honorable y buena persona. Así incluso lo han dejado trascender sus colegas del tribunal.
Y mi tendencia – algo pasada de moda – es creerle a la gente que considero respetable. Así que doy por buena su manifestación de desconocimiento sobre este hecho. Y me gustó la explicación sobre su falta de dedicación al control de estos arrendamientos, tema que dejó en manos de su amigo y apoderado. Porque tendríamos una justicia ideal si todos los jueces dejaran al margen de su atención cotidiana los negocios particulares y se avocaran a la atención de las múltiples causas que los atosigan.  Por más que, como todos los seres humanos,  de cuando en cuando se encontraran con desagradables sorpresas.
Lo que resulta difícil de creer es que el apoderado no estuviera al tanto del tema. Porque no se trata de un departamento sino de varios, lo que me hace suponer una causalidad más que una casualidad. A menos, claro, que sea tonto de capirote. Por eso uno hubiera esperado que el Supremo se hubiera puesta el sombrero para ir a echarle al hombre una marimorena,  por haberlo expuesto a él y a la majestad de la justicia a tan desagradable como delicada situación. No me alcanza con que lo defina como solo propietario de un auto viejo y de un sobretodo deshilachado.
Ni mucho menos sirve que el Supremo denuncie una campaña de hostigamiento en su contra. Porque debe saber perfectamente que su postura controversial en materia penal así como su aparente simpatía – alguna por lo menos – con los poderes de turno, desatan el enojo de muchos ciudadanos chinchudos por la falta de seguridad personal y por la fetidez y malos modos del gobierno. Lo que es aprovechado para montar campañas de prensa.
Y sabe sobre todo, que se trata de una denuncia inconducente para esclarecer este episodio.
De manera que el Supremo nos sigue debiendo una explicación más consistente a los que creemos en su decencia. Más que a los diputados y senadores, muchos de los cuales – supongo – más que una explicación preferirian un pase sin cargo para las casas de putas.

Antonio Amador
Ascochingas
Septiembre 2011