lunes, 25 de enero de 2016

CUANDO EL PROGRESO TRAE POBREZA

Desde que los primeros hombres hicieron su aparición en algún lugar en África, la mayoría abrumadora de nuestros congéneres vive en condiciones de pobreza extrema. Mal que nos pese, la miseria siempre ha sido normal mientras que el bienestar generalizado es un fenómeno reciente que tal vez resulte ser pasajero. Por cierto, la prosperidad sin precedentes a la que tantos centenares de millones de personas se han acostumbrado no es "natural". Difícilmente podría ser más artificial, en el sentido recto de la palabra. Por lo demás, se debe casi por completo al capitalismo, la modalidad económica que ha permitido que todos los habitantes, incluyendo a los calificados de pobres, de ciertos países hayan disfrutado de un nivel de vida que hubiera motivado la envidia incrédula de los plutócratas más sibaríticos de otros tiempos.

En la actualidad muchos políticos y casi todos los intelectuales coinciden en que la pobreza es una aberración escandalosa imputable a la perversidad del sistema capitalista, a la rapacidad insaciable de los ricos o, en el plano internacional, a la falta de solidaridad de los países desarrollados, pero tal actitud se basa en el presupuesto poco serio de que la riqueza siempre ha existido y que por lo tanto el único problema que debería preocuparnos es encontrar la forma de repartirla de manera más justa para que todos resulten beneficiados. Quienes piensan así pasan por alto el hecho evidente de que, a partir de la Revolución Industrial de más de dos siglos atrás, una proporción cada vez mayor de la riqueza ha sido creada por el hombre. Antes de ponerse a distribuirla, es por desgracia forzoso producirla. Y, lo que es peor aún, ninguna economía moderna puede funcionar sin contar con un sector financiero flexible y vigoroso.

Con todo, aunque a esta altura no tiene mucho sentido culpar al sistema capitalista como tal por la pobreza o fantasear con reemplazarlo por otro presuntamente capaz de inundarnos de bienes materiales, ya que todos los intentos por hacerlo, en especial los ensayados por comunistas, han tenido consecuencias catastróficas, no extrañaría demasiado que en los próximos años algunas sociedades occidentales optaran colectivamente por la pobreza compartida como alternativa a la desigualdad excesiva.

Se trata de un conflicto de intereses. Quienes de un modo u otro aportan más a la creación de riqueza, aunque sólo fuera porque ya tienen dinero para invertir, se creen con derecho a quedarse con una tajada sustancial de lo que a su entender es suyo, pero por razones comprensibles los demás se sienten indignados por lo que toman por una manifestación de codicia intolerable, sobre todo cuando ven que miles de millones de dólares o euros terminan en los bolsillos de financistas cuya contribución al bienestar del conjunto les parece ínfima.

La realidad desagradable así supuesta está en la raíz de la crisis que se ha apoderado de virtualmente todos los países considerados ricos. Han entrado en una fase en que mejorar la productividad a menudo tiene un impacto social muy negativo, puesto que para hacerlo los gobernantes tendrán que privilegiar a los más competitivos, entre ellos algunos que en opinión de muchos son ladrones o parásitos, porque a menos que lo hagan habrá menos recursos para repartir.

Con escasas excepciones, los gobiernos del "Primer Mundo" trataron de solucionar el problema planteado por la necesidad de aumentar el producto bruto sin privar a nadie de subsidios o servicios sociales endeudándose, pero últimamente se han sentido obligados a procurar reducir sus gastos. Apuestan a que, a pesar de los programas de austeridad que se han anunciado, las fuerzas productivas se activen antes de que los muchos que, directa o indirectamente, dependen de la ayuda social reaccionen con tanta violencia que les sea necesario apaciguarlos, pero a juzgar por lo que está sucediendo en los países del sur de Europa es poco probable que logren mantenerlos a raya por mucho tiempo más.

El sistema capitalista tiene tantos enemigos en buena medida porque es tan dinámico, tan proclive a entregarse a la "destrucción creativa" de que hablaban el alemán Werner Sombart y el austríaco Joseph Schumpeter, que los muchos que temen verse perjudicados por los cambios incesantes que provoca se sienten sin más alternativa que la de procurar frenarlo. Asimismo, propende a hacerse más exigente por momentos. Hasta las décadas finales del siglo pasado, el sistema generaba una cantidad enorme de puestos de trabajo adecuadamente remunerados aptos para personas sin muchas calificaciones educativas, pero entonces tales empleos comenzaron a escasear. La tecnología eliminó algunos, otros se vieron en efecto exportados a países como China, descolocando a millones de europeos y norteamericanos.

Para atenuar los problemas sociales y "humanos" así ocasionados, los gobiernos optaron por subsidiar a los desocupados crónicos, incorporando a algunos al sector público, y a poner en marcha programas destinados a permitirles aprender oficios que supuestamente les garantizarían una salida laboral. Por desgracia, en la mayoría de los casos los resultados han sido decepcionantes.

En Estados Unidos, se atribuye a la recesión que siguió a la debacle financiera de tres años atrás el aumento del índice de pobreza; según la oficina del Censo, el 15,1% –más de 46 millones de personas– es pobre conforme a las pautas norteamericanas que, desde luego, son mucho más generosas que las de países subdesarrollados. Si bien una canasta familiar básica cuesta menos aquí, la mayoría de los argentinos se encuentra por debajo de la línea de pobreza estadounidense, que se ubica en aproximadamente 8.000 pesos mensuales para una familia tipo de cuatro miembros.

Con todo, aunque no cabe duda de que la situación se ha visto agravada por el letargo económico de los últimos años, una eventual aceleración del crecimiento cambiaría poco. Tal y como están las cosas, parece inevitable que tanto en Estados Unidos como en el resto del planeta seguirá ampliándose la brecha que separa a quienes logran aprovechar las oportunidades brindadas por la evolución de la economía globalizada de quienes no están en condiciones de hacerlo. Para impedirlo sería necesario un grado de intervención política incompatible con la creación de riqueza suficiente como para conformar a la mayoría, pero así y todo los excluidos de la bonanza podrían preferir una sociedad estable, si bien cada vez más pobre, a una dinámica e imprevisible que no los necesita.

James Nielsen
diario de Río Negro 
16-Sep-11 

viernes, 22 de enero de 2016

LAS MAFIAS EN PIE DE GUERRA

Tiene razón el presidente Mauricio Macri: heredó del gobierno kirchnerista “un sistema podrido”, un Estado trucho que se asemeja a aquellas cosechadoras hechas de pedazos sueltos y cartón que Cristina y su amigo Guillermo Moreno intentaron vender a los angoleños. Para regocijo de los soldados de la resistencia, que ya han comenzado a burlarse de la incapacidad de Macri, Patricia Bullrich, María Eugenia Vidal y otros macristas para manejar los desastres que ellos mismos se las arreglaron para crear, muchas reparticiones estatales son meros simulacros. A lo sumo, sirven como fuentes de trabajo para quienes de otro modo nunca encontrarían una salida laboral. Son tantas las deficiencias que el nuevo gobierno, cuyo poder parlamentario es limitado, de ahí la proliferación de decretos de necesidad y urgencia, no tiene más alternativa que la de confiar en la eventual buena voluntad de muchos personajes vinculados con el régimen antiguo, lo que a menudo los hace caer en trampas cuidadosamente preparadas. Es lo que sucedió una y otra vez luego de la fuga de un trío de asesinos profesionales de una cárcel calificada de máxima seguridad pero que tenía puertas giratorias.
Felizmente para los macristas, los tres sicarios escaparon antes de que el nuevo gobierno se consolidara en el poder. Nadie ignora que la condición lamentable del servicio penitenciario bonaerense y la inoperancia, o peor, de la policía y la gendarmería cuyas peripecias, durante un par de semanas, mantuvieron en vilo a la ciudadanía, forman parte de una herencia atroz. Por ser prioritaria la seguridad, Macri ha tenido que privilegiar las reformas drásticas que serán necesarias para cortar los lazos que vinculan elementos enquistados en las fuerzas encargadas de defenderla con el crimen organizado, lo que por la falta de recursos financieros no le será del todo fácil, pero a menos que lo logre la Argentina continuará avanzando hacia el destino mexicano que le fue previsto por el papa Francisco y otros. ¿Exageraban quienes nos advirtieron que resignarse a convivir con la corrupción, por suponer que la cura sería peor que la enfermedad, tendría consecuencias catastróficas? Para nada: en todas partes, tolerar lo intolerable por miedo a enfrentarlo suele ser suicida.
Además de la trinchera que separa a los kirchneristas más vehementes de sus adversarios, o los progres de quienes no comparten sus puntos de vista y así por el estilo, hay otra que es muchísimo más profunda. De un lado se encuentran los dispuestos a minimizar la importancia de la corrupción, por creerla una especie de lubricante que sirve para la desvencijada maquinaria gubernamental funcione como es debido, del otro están los reacios a permitir que políticos, por carismáticos que sean, se comporten como delincuentes, enriqueciéndose a costa de los demás. Aunque virtualmente nadie se anima a reivindicar sin tapujos la corrupción, lo hacen de manera indirecta los que atribuyen motivos políticos a los decididos a combatirla, dando a entender así que convendría subordinar detalles como la honestidad de los gobernantes a su presunta adhesión a una ideología determinada.
La aventura rocambolesca y, en su fase final, patética, de los hermanos Lanatta y su compañero Schillaci, sirvió para echar luz sobre muchas cosas, entre ellas la voluntad de individuos bien ubicados de entorpecer los intentos de capturarlos, aunque sólo fuera con miras a poner en ridículo a un nuevo gobierno que quisiera figurar como un dechado de eficiencia. Si bien a esta altura pocos discreparían con la gobernadora Vidal que, poco antes de purgar por enésima vez la Bonaerense, dijo que “sabemos que hay complicidades adentro y afuera del Estado con la mafia del narcotráfico”, tales declaraciones aún suenan un tanto abstractas, como las formuladas a través de los años por diversos comentaristas sobre el peligro planteado por la transformación de la Argentina de un “país de tránsito” de drogas en uno de producción y consumo como México o Colombia. Mientras no haya detenciones de políticos eminentes acusados de complicidad con los narcos, la lucha contra el mal que representan se limitará a la esfera de las ideas.
Hasta que denuncias tan tremendas, pero así y todo genéricas, como las pronunciadas por Macri, Bullrich, Vidal y otros se vean seguidas por medidas concretas que afectan a personajes realmente poderosos, sólo servirán para que la ciudadanía se acostumbre a la presencia en lugares clave de personajes que están al servicio del poder narco. De más está decir que el blanco de los dardos más filosos disparados no sólo por funcionarios macristas sino también por simpatizantes de Sergio Massa es el ex jefe de Gabinete y candidato a la gobernación bonaerense Aníbal Fernández, pero parecería que sólo es cuestión de sospechas; de lo contrario ya estaría entre rejas el hombre que según Martín Lanatta es “la Morsa” y, para más señas, el autor intelectual del “triple crimen de General Rodríguez” –que en verdad tuvo lugar en Quilmes–, en el marco de una disputa, con la participación de cárteles mexicanos, por el control del negocio de la efedrina. Con razón o sin ella, en el imaginario popular Aníbal desempeña un papel que es casi idéntico al que en su momento cumplió Alfredo Yabrán. Así y todo, parece creerse intocable.
Macri se ve frente a una serie de dilemas nada sencillos. Para poder gobernar, tendrá forzosamente que colaborar con individuos repudiables con la esperanza de que, andando el tiempo, terminen adaptándose a las nuevas circunstancias, lo que, pensándolo bien, podría suceder, ya que la mayoría es congénitamente conformista y, en una sociedad habituada a respetar la ley, propendería a acatarla. Aunque Macri entiende muy bien que el Estado está atiborrado de militantes políticos, ñoquis y otros parásitos que estarán más interesados en sabotear los esfuerzos por profesionalizarlo que en ayudar, no podrá hacer mucho más que intentar reciclarlos para que hagan un aporte útil al país.
Salvando las distancias, que por fortuna son inmensas, la situación en que se encuentran los macristas se parece a la de aquellos representantes de democracias que, luego de ganar una guerra contra países totalitarios, procuran administrar el territorio de los derrotados, una tarea que, para disgusto de muchos, los obliga a elegir entre depender de la ayuda de militantes de movimientos que semanas antes les habían sido visceralmente hostiles y, en el caso de negarse a hacerlo, correr el riesgo de desatar el caos.
Según Transparencia Internacional, la Argentina es “percibida” como un país extraordinariamente corrupto, a la par de las cleptocracias africanas, si bien es considerado menos venal que Venezuela. Es por lo tanto lógico que narcos de otras latitudes hayan decidido afincarse aquí. También lo es que hayan conseguido la colaboración entusiasta de funcionarios, políticos, jefes policiales y algunos miembros extraviados de la familia judicial. Por estar en juego muchísimo dinero, una sociedad con una economía enclenque que, para más señas, se ha visto debilitada por la corrupción ubicua que, como el sida, la priva de sus defensas naturales, no estará en condiciones de impedir que el crimen organizado se apropie de una institución tras otra.
Aun cuando un gobierno como el kirchnerista hubiera preferido mantener a raya a los capos más truculentos, por ser tan turbia la trayectoria de sus propios líderes que aprendieron su oficio en su provincia de origen, tendría motivos de sobra para temer que un día algunos “arrepentidos” se pusieran a hablar. Es por lo menos concebible que, cuando hace más de doce años se trasladaron de Río Gallegos a la Capital Federal, Néstor Kirchner, su esposa y sus amigos hayan querido que su gobierno fuera un dechado de eficiencia administrativa y honestidad, pero que muy pronto se dieran cuenta de que no les sería tan fácil romper con su propio pasado. Mientras que Néstor nunca brindaría la impresión de sentirse preocupado por la posibilidad de que un día tendría que rendir cuentas ante la Justicia por su forma heterodoxa de transformar poder político en dinero, desde el vamos la gestión de Cristina se vería distorsionada por la búsqueda obsesiva de impunidad que sería su característica más llamativa.
Además del deterioro repentino de las relaciones con Estados Unidos, el acercamiento a la Venezuela chavista, las campañas en contra del periodismo no alineado y “el partido judicial”, la conciencia de que le sería imposible defender su propia conducta ante jueces imparciales estaba detrás de la decisión de Cristina de aferrarse febrilmente a un “modelo” disparatado y hacer de la economía nacional un campo minado para que el Presidente siguiente recibiera un país quebrado. Parecería que la ex presidenta cree que, a menos que el país entero se hunda, llevando consigo a su sucesor, su propio futuro será lúgubre, de ahí “la resistencia”, esta alianza extraña de militantes es de suponer sinceramente convencidos de las bondades del “proyecto” kirchnerista, prohombres de la patria contratista y otros dependientes, acompañados por auxiliares siniestros procedentes del submundo criminal, que está librando una guerra sin cuartel contra el usurpador “oligárquico” y “neoliberal” con el propósito de voltearlo antes de que les sea demasiado tarde.

James Nielsen
Revista Noticias
20/1/2016

martes, 19 de enero de 2016

…..EN LA IMPORTANCIA DE LAS FORMAS.

Por junio del 2012, me referí a la “importancia de las palabras” a raíz de una nota escrita por la señora Beatriz Sarlo en el diario La Nación.
Y ahora pretendo resaltar “la importancia de las formas” con motivo de los dichos de la citada señora en un programa de televisión.
Porque Beatriz Sarlo parece ser una persona con pergaminos.
Ganadora del Premio Konex de Platino y  del Premio Pluma de Honor de la Academia Nacional de Periodismo. “Enseñó” en  Columbia, Berkeley, Maryland y Cambridge. Porque ella no da clases, no tiene cátedras, no da conferencias, no dicta cursos o como sea. Ella “enseña”.
Y abundosa dedicación a la pluma. De cuyo resultado apenas conozco lo más superficial.
Notas, como: “Jorge Luis Borges: el axioma de la literatura argentina”. Estupendo

O el delicioso “El milagro de los imperturbables”. O el descriptivo y agudo “Algo más que un líder autoritario”

Lamentablemente no le pude expresar mi complacencia aunque lo hubiere intentado. Ya que la señora Sarlo escribe siempre sobre temas muy sensibles. O que al menos considera  sensibles
Por la sensibilidad del tema, esta nota está cerrada a comentarios.
Reza al final de cada una de ellas.
No. No parece una persona para ser tomada a la ligera. Se ve que ha aprendido mucho.
Pero me parece que hay otras cosas que se le han olvidado.
Me parece.
O tal vez no le dio el tiempo para aprenderlas. O no le interesaron. O vaya usted a saber.
De entre ellas, me llama la atención ese aire de superioridad y de desprecio con que viste sus presentaciones cada vez que la convocan a un programa de televisión. Y que son muchas, porque son muchos los que la tienen como un manantial de sabiduría.
O sea que, aparentemente, doña Sarlo sabe mucho. Y, sobre todo, nos quiere enjaretar su sabiduría.
Como a aquel buen muchacho del programa cómico  678, que recibió el ya famoso “ a mi no, fulano” (me refiero a fulano, porque no recuerdo el nombre del perengano del caso). Celebrado y festejado con estentóreo brío por periodistas, viandantes y, claro, sobre todo por los ciudadanos exánimes por la bastedad kirchnerista.
Sin llegar a apreciar que se trató de una salida en línea con su petulancia. Que estos sacamuelas podían seguir bardeando a cualquier  inadvertido que transitara por casualidad, gusto o  diversión por ese programa. Pero no a ella. No a la docta señora.
Ahora la he visto criticar con ahínco - y ese aire de sabidilla que gusta de expresar en el verbo y en el rictus -  la designación de los denominados “Ceos” para dirigir empresas y reparticiones del Estado.
Parece que eso está muy mal. Que hay que hacer como en los países civilizados, Francia por caso, donde todos los administradores del estado estudian en célebres “Ecoles”.
No tiene la patente de esta crítica. Ya la sanata fue inaugurada por un sinnúmero de charlatanes. Y festejada, por cierto, por los buenos para nada acostumbrados a vivir de lo ajeno.
Pero cabe pensar que resulta más conveniente para todos que una persona  exitosa en la actividad privada, que seguramente tiene las incumbencias y la dedicación necesaria para administrar intereses ajenos, sea convocada para manejar los nuestros.
Por caso y como socio del negocio, me apetece que una señora exitosa en una multinacional administre “nuestra” línea aérea en vez de un golfillo cuyo único antecedente es descender de un amanuense vitalicio de los dirigentes sindicales.
Si este gusto por los “Ceos” puede traer consecuencias no deseadas?
Seguramente puede. Porque, ya generalizando, cabe pensar que los “Ceos” – así, al bulto – deben ser gentes con una visión un algo distorsionada de la realidad de sus vecinos. Pero, al menos y también al bulto, no se burlan de ellos como gustan de hacer los apuntados a la política.
En fin. No puedo ir más allá. No soy lo suficientemente joven como para saberlo todo.
A  diferencia de nuestra invitada, quien terminó su intervención en el programa de marras expresando que “Macri le parece  aburrido”
Pues mire usted que comentario la mar de interesante y divertido.
Yo, por mi parte, termino dedicándole un poema escrito por un tal Jorge Luis algo. No recuerdo el apellido del escribidor pero si recuerdo que era un tipo importante en lo suyo.
Por si le sirve.

Si las páginas de este libro
consienten algún verso feliz,
perdóneme el lector la descortesía
de haberlo usurpado yo, previamente.
Nuestras nadas poco difieren;
es trivial y fortuita la circunstancia de
que tú seas el lector de estos
ejercicios, y yo su redactor.


Por la sensibilidad del tema, esta nota está muy, pero muy abierta a comentarios

sábado, 2 de enero de 2016

HASTA LOS COJONES DE LAS CELEBRITIES

Si viaja a Londres, le recomiendo ir a comer a Kitty Fisher’s en Shepherd Market.
La vez que fui tomé unas chuletas de cordero con anchoas, menta y perejil razonablemente buenas. 
Pero lo que mas me gustó fue la historia del lugar.
Porque Kitty Fisher, allá por mediados del 1700,  fue una de las primeras "celebrities", famosa no por ser actriz, cantante o miembro de la realeza, sino simplemente...por ser famosa. Fue una prominente cortesana británica y enfatizando y remarcando su belleza, audacia y “charme”, los periódicos de la época promocionaron su reputación y llevaron a los lectores a hablar de ella con un tono de respeto y temor. Su vida ejemplificó el surgimiento de los medios de comunicación y del hacerse famoso, en la época en que el capitalismo, los mercados globales y el énfasis en la opinión pública comenzaron a transformar Inglaterra.
Es decir que si viviera por esto días y estuviere de viaje por sudamerica, hubiera sido - por ejemplo - una de las “personalidades que jerarquizaron la convocatoria de Fiat en Tequila, con la que se cerró el calendario de los grandes eventos de la temporada veraniega en Punta del Este.”
Porque de eso se trata. 
Las “celebrities” no son. Las “celebrities” están.
Son tramoyistas del mundo real.
Nadie sabe a ciencia cierta porque una “celebrity” es una “celebrity”. Porque es rubia y alta, porque tiene tetas grandes, porque es aficionada a mostrar el culo, porque está estropeada por la idiotez, porque se pega a cualquier majadero con prensa o porque lo suyo es escándalizar mojigatos.  O solo porque la adicción colectiva a la imbecilidad la convirtió en una “celebrity” .
Pero, a pesar de todo, Kitty Fisher perduró mas de dos siglos.  Claro que transmutada en restaurante.

LOS PARTIDARIOS DEL FRACASO

Dicen que Brasil es el país del futuro y que, gracias al talento notable de los políticos brasileños para decepcionar a los optimistas, siempre lo será. ¿Y la Argentina? Para desconcierto de quienes creen que, de proponérselo, podría convertirse pronto en uno de los países más ricos del planeta ya que cuenta con todos los recursos naturales y humanos necesarios para lograrlo, por motivos supuestamente éticos, buena parte de sus elites culturales y políticas ha preferido mantenerla subdesarrollada.
Es que a muchos no les gusta para nada el capitalismo. Les parece cruelmente exigente. Incluso la variante socialdemócrata que se encuentra en los países escandinavos y otros del norte de Europa les parece indigna de su aprobación. Si bien los políticos y politizados, los del “círculo rojo”, suelen hablar como izquierdistas, en el fondo la mayoría es llamativamente conservadora; se aferra con tenacidad a un orden que es mucho más corporativista que marxista o socialista, uno que ha resultado ser incompatible con el progreso económico y social que, ya es evidente, depende de la capacidad de los distintos países para manejarse en el mundo del capitalismo liberal globalizado por tratarse del único sistema que funciona relativamente bien.
No les impresiona el hecho de que todas las presuntas alternativas al capitalismo democrático han fracasado: algunas, de manera catastrófica al ser sacrificadas como cobayos decenas de millones de personas en experimentos revolucionarios; otras, entre ellas la improvisada por los kirchneristas, de forma más suave, ya que los aspirantes a rescatar al pueblo de las garras del “capitalismo salvaje” se limitaron a depauperarlo.
Así las cosas, dista de ser fácil el desafío que enfrentan el presidente Mauricio Macri y sus coequiperos. Además de tener que reparar los daños provocados por los kirchneristas que, al combinar rapacidad, militancia política, desidia y fe ciega en un relato disparatado, se las arreglaron para entregarles una herencia atroz, les será necesario convencer a los sectores ciudadanos más influyentes de que no hay más opción que la de acatar las reglas que rigen en el mundo desarrollado donde detalles como la seguridad jurídica y el respeto por los acuerdos no son considerados conceptos horribles, como dijo una vez un tal Axel Kiciloff. Por motivos que podrían calificarse de políticos, a los macristas les sería muy tentador aprovechar un eventual éxito inicial para darse un respiro y tratar de congraciarse con el grueso de la clase política nacional, demorando así muchos cambios estructurales sin los cuales la Argentina no logrará dejar atrás más de un siglo de frustraciones.
El camionero Hugo Moyano no es el único que detecta un “olor a los 90” en la estrategia emprendida por Macri. En la Argentina, parecería que abundan los convencidos de que el derrumbe que siguió al colapso de la convertibilidad mostró de una vez y para todas que el capitalismo no sirve para nada y que por lo tanto sería mejor mantenerlo a raya, como si el sistema económico vigente en todos los países desarrollados se caracterizara por nada más que la voluntad de los gobiernos de defender cueste lo que costare una moneda sobrevaluada, alternativa esta que, dicho sea de paso, los macristas acaban de repudiar al desmantelar el cepo.
Sea como fuere, acaso convendría más preguntarnos si una sociedad tan reacia como la argentina a soportar por mucho tiempo la estabilidad monetaria sería capaz de prosperar aun cuando el Gobierno hiciera todo bien. La convertibilidad resultó ser demasiado rigurosa porque los políticos y empresarios locales, lo mismo que sus equivalentes griegos cuando su país adoptó el euro, no tardaron en encontrar el modo de burlarse de los límites fijados por la realidad económica.
La hostilidad hacia el capitalismo tal y como lo practican en otras latitudes se ve acompañada por la convicción de que aquí nunca funcionan las recetas foráneas. Quienes piensan así insisten en que la Argentina es tan diferente que sólo a un ignorante se le ocurriría prestar atención a técnicos extranjeros que hablan de lo peligroso que es permitir que la inflación se vuelva crónica o lo bueno que sería abrirse a la inversión.
Pues bien, aunque es innegable que los voceros de instituciones como el Fondo Monetario Internacional propenden a subestimar la importancia de las inasibles idiosincrasias nacionales, la verdad es que no tienen más alternativa que la de fingir creer que todos los distintos países se asemejan y que sería injusto discriminar en desmedro de los rezagados explicándoles que deberían conformarse con una economía de segunda. Al fin y al cabo, no pueden decir que saben muy bien que sería inútil aconsejar a un mandatario latinoamericano o africano actuar como si estuviera a cargo de Alemania, Suiza o el Japón, de suerte que no valdría la pena pedirle esforzarse por solucionar problemas atribuibles a su propia irresponsabilidad o a la de sus antecesores. En este ámbito como en tantos otros, los funcionarios internacionales se sienten obligados a dar por descontado que, a pesar de las apariencias, todos los países, como todas las personas, son igualmente “competitivos”.
De todo modos, ya es tradicional que, luego del enésimo desastre ocasionado por populistas resueltos a probar que es perfectamente posible vivir por encima de los medios disponibles, un gobierno nuevo procure complacer a “los mercados” por entender que siempre tendrán la última palabra; ni siquiera Estados Unidos puede darse el lujo de desdeñarlos por mucho tiempo. ¿Tendrá más éxito el gobierno de Macri que otros, militares o civiles, que a través de los años han querido poner fin a la larga y terriblemente infructuosa rebelión nacional contra el capitalismo liberal que han protagonizado el grueso de la clase política y sus aliados intelectuales, para poder emular a aquellos países de Europa, América del Norte, Asia oriental y Oceanía que conforman el mundo desarrollado? Parecería confiar en que será posible las muchedumbres que festejaban su llegada al poder gritando “sí se puede”, imitando de tal manera a los admiradores de su homólogo norteamericano Barack Obama, pero tal vez pensaban en otra cosa.
Los populistas esperan que Macri no logre apartar el país del rumbo ruinoso que retomó hace más de una docena de años, ya que es de su interés que la Argentina siga siendo una fábrica de pobres, una desgracia que, huelga decirlo, atribuyen automáticamente a la maldad ajena. Se trata de una forma llamativamente perversa del nacionalismo autocompasivo, conforme a la cual el fracaso es evidencia de superioridad moral, que subyace en el rencoroso credo kirchnerista. Ya antes de que Cristina se viera constreñida a abandonar la Casa Rosada y la Quinta de Olivos, sus amigos pusieron en marcha la batalla cultural – ellos dirían “la resistencia” – contra el macrismo, tratándolo como un movimiento ultraderechista maligno que, para su horror, está dispuesto a anteponer por un rato la producción a la redistribución del ingreso.
En la Argentina, los gobernantes suelen ser abogados, lo que a primera vista parece un tanto paradójico, ya que con escasas excepciones los dirigentes políticos no se destacan por su voluntad de respetar la ley, pero puede que haya sido a causa de las “deformaciones profesionales” que tantos adquirieron como estudiantes de derecho que han manejado tan mal la economía nacional. El que Macri sea un ingeniero con cierta experiencia en el mundo empresarial de por sí supone una diferencia significante, puesto que, como buen pragmático, tiende a interesarse más por los resultados concretos de las iniciativas que por sus presuntos méritos teóricos, pero, le guste o no, tendrá que resignarse a negociar con miles de personas que se formaron en las facultades de derecho y son expertos consumados en el arte de formular argumentos a favor o en contra de virtualmente cualquier cambio. Como ya se habrá dado cuenta, hacerlo será bastante difícil, sobre todo si la Corte Suprema opta por defender el statu quo; hasta algo tan sencillo como un aumento de tarifas eléctricas podría suponerle una interminable ordalía judicial.
Por ser tan completo el desastre que han dejado Cristina y su factótum Axel, el presidente Macri, el ministro de Hacienda y Finanzas Alfonso Prat Gay y los demás funcionarios del nuevo gobierno tendrán que apurarse, tomando una medida polémica tras otra, con la esperanza de que los beneficios aparezcan muy pronto, antes de que los contrarios al “rumbo” que han elegido logren reagruparse. Aunque en términos estratégicos no cabe duda de que les es forzoso concentrarse en impulsar la productividad de la maltrecha economía nacional, de ahí el levantamiento del cepo a pocos días de la inauguración y la decisión de dar al campo mucho de lo que desde hacía años reclamaba, en el transcurso de la campaña electoral, ellos mismos minimizaron la gravedad de las dificultades que les aguardarían por temor a asustar a los votantes hablándoles de cosas feas por venir. ¿Fue un error? Es posible, pero parecería que, por ahora al menos, la mayoría encuentra razonable la serie de “emergencias” que se ha declarado y está dispuesta a dar al gobierno el beneficio de la duda.


James Nielsen
28/12/2015
Revista Noticias