viernes, 12 de agosto de 2016

BREXIT

El resultado del referendum llevado a cabo en Gran Bretaña, para auscultar la opinión de sus ciudadanos sobre la conveniencia de continuar integrando la Unión Europea, tuvo un resultado negativo. Ajustadamente negativo. Pero negativo al fin. O positivo, según estaba preguntado. La mayoría prefirió irse.
Una rebelión de los viejos. Porque parece que los que votaron por marcharse tienen una edad promedio por arriba de los 50 años, mientras que la mayoría de los que votó por quedarse tienen menos de 50 años.
Y a partir de allí comenzaron a escucharse primero los estruendos y luego las  opiniones y consideraciones sobre las consecuencias de este resultado. Que además pareció un poco inesperado. No digo que lo haya sido. Solo digo que pareció. Al punto que, hasta pocas horas antes de su finalización, el desenlace prometía ser el inverso.
Los estruendos fueron los producidos, como siempre, por la economía. Por los célebres "mercados", los caballeros del billete,  que se apresuraron a tomar posiciones para no pasar un minuto sin obtener réditos.  Estruendos que, como siempre, permitió ganar dinero a los más listos y a los más descarados. Y detrás, el zapateo de los asustadizos de a pié, temiendo perder la cartera.
Las opiniones y consideraciones apresuradas, urgidas para el periodismo necesitado todos los días de  llenar espacios de información, no van a echar mucha luz sobre el tema. Y también -  salvo prudentes excepciones como la de Dante Caputo -  son apresuradas las conclusiones echadas en el desbande del campo de batalla, lanzadas desde caballos desbocados que tratan de alejarse del hecho para encontrarle  una perspectiva.
Así que no se trata de dar una opinión. Se trata de ponderar hechos para desbrozar la circunstancia. Y acercarnos a su significado con cierto rigor.
Por de pronto, si atendemos la historia, vamos a ver que Gran Bretaña se mantuvo al margen de la incipiente Union Europea. Y cuando quiso participar, su ingreso fue vetado en dos ocasiones por el engolado general de Gaulle, a la sazón presidente de Francia. Los acusó de tener mentalidad "insular y marítima". Pues mire usted.
Recién en el año 1973, una vez que don de Gaulle dejara su despacho, el primer ministro conservador Edward Heath lideró su ingreso a la nueva Europa.
Pero la historia no siguió pacíficamente, porque la vigorosa señora Tachter rechazó, en un recordado “speech”, un super estado europeo que pudiera ejercer un nuevo dominio desde Bruselas.  Speech que se transformó en la bandera de los euroescépticos.
Claro, Margaret Tachter terminó lavando platos y viendo visiones. Como nos la mostró Helen Mirren en su soberbia película. Así es la vida.
Fue la llegada de Blair, y del renovado laborismo en los años noventa, lo que  acercó al país al corazón de Europa. Pero no a aceptar, a libro cerrado, todas las reglas del club.
Porque los británicos están – o estaban - en la Unión Europea. Pero no del todo.
Resistiendo gran parte de las políticas comunes que desarrollaron los socios. Como el llamado “espacio de Schengen”, que eliminó los controles fronterizo entre los estados miembros. Además de lograr cuatro de las cláusulas denominadas opt-top, para áreas del gobierno en las que la legislación local prevalece sobre la legislación comunitaria.
Para no hablar de la más visible, que es el mantenimiento de la libra y manejar a su aire la política monetaria.
Y seguían reclamando excepciones, como el derecho que obtuvo Cameron de no abonar prestaciones sociales durante cuatro años a ciudadanos europeos que lleguen a partir de ahora a trabajar en Gran Bretaña.
Además los brítánicos…vamos, que son británicos. Y a lo mejor tienen mentalidad “insular y marítima” como decía el bueno de Marie.
El primer hecho que salta a la vista, luego del referendum, es que la vida sigue. Que la historia  no se acabó, como adelantaron algunos adelantados. Que continúa de lo más campante. Solo se  ha presionado el botón de la pausa en la Unión Europea, como opinó acertada y prudentemente mi amigo Obama.
El segundo hecho a considerar es que el llamado Brexit nada tiene que ver con las muchas crisis que, como no puede ser de otra forma,  se producen y de producirán en este experimento en proceso que es la unión de Europa. Para nada fácil..
A guisa de ejemplo, nada tienen de parecido las amenazas de Grecia de hacer las valijas. Porque el problema de Grecia es que no le quieren seguir pagando la fiesta. Mientras el problema de Gran Bretaña, es su falta de voluntad para seguir financiando festejos ajenos.
Lo positivo del Brexit es que expone los problemas. Algunos medio difíciles de solucionar, como sería poner en caja una burocracia asentada en Bruselas, con sueldos de escándalo, que pone de mal humor a todo el mundo.
Y otros muy complicados que hay que enfrentar. O sobrellevar de la mejor manera. Como la pereza de su economía o la oleada inmigratoria, atrás de la cual están las bandas de descerebrados que, en nombre de Alá o de cualquier verdura, se dedican a matar gente.

Así como los otros muchos problemas que, seguramente, planteará a diario un emprendimiento de la magnitud de la Unión Europea. Uno de las manifestaciones más notables  del anhelo de paz y bienestar del ser humano, expresada sobre los más de cincuenta millones de muertos de hace un rato.

viernes, 10 de junio de 2016

EN LA ARGENTINA HACE FALTA UN PUÑETAZO EN LA MESA

Tenemos un día complicado en materia gremial porque hay diversas protestas. Los controladores aéreos están paralizando los vuelos en toda la Argentina por dos días. Afecta tanto a Aeroparque como a Ezeiza y a un total de 30 aeropuertos, por una discusión que me costó a mí entender. Y el gremio de los Camioneros ha dejado al país prácticamente sin combustibles. Son dos paros salvajes que están complicando mucho a la Argentina esta mañana. Es un extravío inaceptable, salvaje, que debiera ser discutido: si sigue siendo posible vivir de esta manera.
Después tenemos un conjunto de medidas que están por tomarse en el sentido de paliar la situación de carácter social que vive la Argentina: la devolución del IVA a jubilados que se ha votado, por supuesto, el acuerdo para sacar el Impuesto a las Ganancias del aguinaldo y el miércoles se votará el blanqueo de capitales con la cuestión de los jubilados, al menos en la Cámara de Diputados.
También aparecen esta mañana imágenes en los medios de encapuchados cortando las calles en el centro porteño custodiados por la Policía. Este grupo que se llama ahora Resistencia Popular. Un grupo ligado al kichnerismo que con palos y capuchas ha vuelto a cortar la Ciudad de Buenos Aires, otra cosa inaceptable. Y hay una preocupación en la provincia de Buenos Aires que Sergio Massa me lo confirmó, en línea con lo que había denunciado Joaquín Morales Solá: el gobierno bonaerense dispuso la entrega de planes sociales, entrega de alimentos, y refuerzo de seguridad en algunas partes como consecuencia de protestas de grupos vinculados con el kirchnerismo.
Tenemos la confirmación de la medida adoptada por el juez Luis Arias, que ha bloqueado el aumento de la luz con excepción de Edenor y Edesur. Yo entiendo el costo dramático del ajuste en materia tarifaria. También es cierto que las empresas tienen aumentos de costos, aumentos de salarios, aumento de impuestos y no pueden subir las tarifas. ¿En cuánto tiempo más la actividad económica de estas compañías se vuelve inviable? No sé, meses.
La pregunta que uno tiene que hacerse es: ¿de qué depende que vengan inversiones a la Argentina? El tema es clave porque este gobierno ha sustituido la prioridad del anterior, el consumidor, siendo que se han consumido en la Argentina todos los stocks, por el concepto del inversor. El inversor juega un papel fundamental en la Argentina que viene porque nos hemos quedado sin energía, sin rutas, sin autopistas, ¡sin nada! Entonces hay que invertir. La figura del inversor es crucial, por encima de la del consumidor, que ha tenido una época de apogeo.
Aún considerando que el gobierno ha removido muchas de las distorsiones y extravíos del gobierno anterior y se ha hecho con éxito: el tema del cepo, de retenciones y demás… Estamos a horas del famoso segundo semestre. Si miramos los resultados hasta el momento, vemos que la inflación sigue siendo muy alta: estamos en un nivel de treinta y pico…40 por ciento. Ojalá baje en el segundo semestre por algún motivo, hasta inclusive dicen que va a bajar por falta de actividad. Tenemos una situación fiscal bastante incierta, nos dijo el señor Espert. Tenemos unos 150 mil empleos perdidos. Tenemos el impacto del tema de las tarifas. Tenemos una baja significativa del nivel de la actividad que lo ha graficado el doctor De Pablo en la última entrega de Contexto y la baja es muy fuerte. Por ejemplo, ponderando los primeros cuatro meses del año la industria cayó 2,4% y la construcción cae 10,3 por ciento. Tenemos a la recaudación por debajo de la inflación. Y tasas de interés que convierten a la actividad productiva en complicada y la actividad financiera, en maravillosa.
Sobre este pronóstico caben tres posibilidades:
– La primera es que Macri lo hizo a propósito. Que el gobierno de los CEO'S, como lo llaman ahora, ha esto hecho esto de modo deliberado para beneficiarse ellos mismos. Esto es un argumento que da vuelta por la Argentina.
– El segundo es que esto es resultado de la bomba, de la herencia anterior, y esto es el estallido del plan bomba.
– Y el tercer argumento es que el plan económico es malo. Que Prat-Gay y su gente no funcionan y la culpa la tiene Macri con independencia de intención.
Vamos a descartar la posibilidad número uno por estúpida. La idea de que el gobierno ha hecho esto de modo deliberado para perjudicar a los argentinos y beneficiar a los ricos no resiste el menor análisis. Entonces nos quedamos con las dos últimas. Con independencia de cuál de las dos posturas sea la correcta (si la culpa es de Cristina, si la culpa es de Macri, o en todo caso una combinación de ambas cosas), en poco tiempo más este debate será viejo. Entrado el segundo semestre esta discusión es vieja, sobre todo, por la vertiginosidad de los acontecimientos. Las cosas van muy rápido y dentro de poco esto va a estar concentrado en el Gobierno, con independencia del desastre anterior (que lo hemos subrayado durante años y yo sigo creyendo que tiene responsabilidad en lo que está pasando).
¿De qué depende entonces que lleguen las inversiones? A mí me da la impresión de que la inversión depende mucho del contexto político. El doctor Juan Carlos De Pablo -que ha estudiado mucho la economía argentina- dice que todos los programas de estabilización de la Argentina han sido de shock y que, finalmente, el gradualismo nunca terminó de funcionar del todo. Pero también nos dice que toda política económica ocurre en un determinado contexto político y a mí me parece que esta es la cuestión fundamental. Acá es donde me parece que hay más dudas: ¿en qué contexto político está la Argentina de hoy?
Es cierto que con independencia de cuánto shock ha habido en los programas de estabilización de la Argentina, en todos los casos en los que la Argentina arrancó -con Menem o Kirchner, por ejemplo- hubo un nivel de orden político.
Una condición previa al debate gradualismo-shock o inversores-consumidores o tarifas es si, efectivamente, la Argentina está frente a la perspectiva de un nuevo orden político o está todavía en una pugna entre un orden que pretende instalarse y uno que no termina de irse.
Si miramos todo lo que está pasando, está claro que hay un orden anterior que no termina de irse. Pero hay una pugna de órdenes. Ayer, por ejemplo, una de las grandes noticias fue la señora de Kirchner con el tema jubilados. Y el inversor antes de ver dónde litiga, lo que hace es mirar para arriba. Y trata de adivinar qué ve. No está claro qué ve: si un orden nuevo que trata de imponerse o un orden anterior que se resiste a finalizar. Y a mí me parece que por acá pasa el debate profundo de la Argentina, con independencia del segundo semestre, que será un poco mejor o un poco peor. Nadie lo sabe.
Lo que le falta a la Argentina es claridad política sobre las intenciones del gobierno en términos de largo plazo. Puesto en otros términos: falta un puñetazo sobre la mesa. Estos dilemas económicos tienen una respuesta en el plano político. En el plano económico después vemos las tarifas, la inflación y la cuestión fiscal. Los inversores y los que toman decisiones, cuando tienen que comprar o vender, lo primero que miran no es el tribunal, es qué pasa, qué ven en materia política cuando ven para arriba.


Comentario editorial de Marcelo Longobardi en su programa Cada Mañana de Radio Mitre.

sábado, 28 de mayo de 2016

LA HORA DE LOS FANTASMAS

Recorren el mundo fantasmas de derechas e izquierdas que creíamos desaparecidas. Versiones extremas que apelan a la inseguridad, el miedo, el prejuicio, el odio. Derechas e izquierdas tan parecidas entre sí que nos hacen dudar de la utilidaRecorren el mundo fantasmas de derechas e izquierdas que creíamos desaparecidas. Versiones extremas que apelan a la inseguridad, el miedo, el prejuicio, el odio. Derechas e izquierdas tan parecidas entre sí que nos hacen dudar de la utilidad de esos términos. Como en Estados Unidos, donde un Donald Trump y un Bernie Sanders seducen a millones de votantes con mensajes sorprendentemente parecidos. Ambos apelan a la ansiedad de los americanos tras la crisis financiera de 2008-9, su sensación de que la vida no es segura como antes, y de que el poder de compra de una mayoría de americanos ha estado bajando.

Tanto Trump como Sanders embaucan a la gente identificando a "culpables". Difunden extravagantes teorías de conspiración. En Washington, por ejemplo, políticos sumisos ante el poder del dinero habrían concebido nefastos tratados de libre comercio para enriquecer a los empresarios a expensas de los trabajadores, ahora obligados a competir con chinos y latinos mal pagados. La lista de conspiradores es más larga en el caso de Trump por su odioso contenido racista. Incluye a "violadores mexicanos", que de acuerdo a un código que todos sus adherentes entienden, significa "negros también", negros como el Presidente Obama que, según Trump, no habría nacido en Estados Unidos y sería, en una de esas, un musulmán. 

Estas cosas no pasan solo en Estados Unidos. En el Reino Unido, el partido laborista, hace poco un reducto de sensatez socialdemócrata, ahora tiene como líder a Jeremy Corbyn, a la izquierda incluso de Sanders. Por su parte los "Brexit", que abogan por salir de la Unión Europea, apelan al más miserable de los nacionalismos. En Polonia y Hungría, gobiernos de extrema derecha intervienen el poder judicial y la prensa, para amordazar -a lo Chávez- a todo contrincante. En Francia, Marine Le Pen tiene altas probabilidades de llegar a la segunda vuelta presidencial en 2017, y el domingo pasado en Austria un candidato de extrema derecha perdió por un pelo ¡contra un candidato Verde! En España la alianza de Podemos con Izquierda Unida promete superar al PSOE en las elecciones del 26 de junio. 

Todo esto hace dudar de la dicotomía izquierda-derecha. Habría que reemplazarla con otra, una que designara por un lado a demócratas moderados y racionales, sean liberales, socialistas o conservadores, y por otro a los demagogos populistas, alérgicos a toda racionalidad. Felizmente estos últimos no van a conquistar al mundo entero. Habrá países capaces de resistirlos que, como consecuencia, se diferenciarán positivamente de los demás. Es cuestión de ver la historia. Porque la ola populista actual es muy similar a la que se vio en la década del 30 del siglo pasado, tras otra gran crisis financiera. En Europa la irracionalidad populista desembocó en una guerra que acumuló 50 millones de muertos. Un terrible costo para curarse de la irracionalidad y abocarse, como lo hicieron los europeos occidentales después, a políticas sensatas. Distinto fue el caso de países más lejanos de la guerra. Unos optaron por la racionalidad, otros no. Hay dos que son comparados con frecuencia: Argentina y Australia. En 1945, los dos eran inmensamente promisorios. Hoy Australia tiene un PIB per cápita cinco veces mayor. ¿Qué ocurrió? Que en Argentina, en 1945, los fantasmas de la irracionalidad, desechados con espanto en Europa occidental, se estaban recién instalando con el surgimiento del Mussolini argentino, Juan Domingo Perón.

¿Qué países se diferenciarán positivamente en los próximos años? Algunos optimistas piensan que mientras Estados Unidos y Europa se tientan con el populismo, América Latina viene de vuelta. Ojalá sea así. En Chile no es nada de claro. d de esos términos. Como en Estados Unidos, donde un Donald Trump y un Bernie Sanders seducen a millones de votantes con mensajes sorprendentemente parecidos. Ambos apelan a la ansiedad de los americanos tras la crisis financiera de 2008-9, su sensación de que la vida no es segura como antes, y de que el poder de compra de una mayoría de americanos ha estado bajando.

Tanto Trump como Sanders embaucan a la gente identificando a "culpables". Difunden extravagantes teorías de conspiración. En Washington, por ejemplo, políticos sumisos ante el poder del dinero habrían concebido nefastos tratados de libre comercio para enriquecer a los empresarios a expensas de los trabajadores, ahora obligados a competir con chinos y latinos mal pagados. La lista de conspiradores es más larga en el caso de Trump por su odioso contenido racista. Incluye a "violadores mexicanos", que de acuerdo a un código que todos sus adherentes entienden, significa "negros también", negros como el Presidente Obama que, según Trump, no habría nacido en Estados Unidos y sería, en una de esas, un musulmán. 

Estas cosas no pasan solo en Estados Unidos. En el Reino Unido, el partido laborista, hace poco un reducto de sensatez socialdemócrata, ahora tiene como líder a Jeremy Corbyn, a la izquierda incluso de Sanders. Por su parte los "Brexit", que abogan por salir de la Unión Europea, apelan al más miserable de los nacionalismos. En Polonia y Hungría, gobiernos de extrema derecha intervienen el poder judicial y la prensa, para amordazar -a lo Chávez- a todo contrincante. En Francia, Marine Le Pen tiene altas probabilidades de llegar a la segunda vuelta presidencial en 2017, y el domingo pasado en Austria un candidato de extrema derecha perdió por un pelo ¡contra un candidato Verde! En España la alianza de Podemos con Izquierda Unida promete superar al PSOE en las elecciones del 26 de junio. 

Todo esto hace dudar de la dicotomía izquierda-derecha. Habría que reemplazarla con otra, una que designara por un lado a demócratas moderados y racionales, sean liberales, socialistas o conservadores, y por otro a los demagogos populistas, alérgicos a toda racionalidad. Felizmente estos últimos no van a conquistar al mundo entero. Habrá países capaces de resistirlos que, como consecuencia, se diferenciarán positivamente de los demás. Es cuestión de ver la historia. Porque la ola populista actual es muy similar a la que se vio en la década del 30 del siglo pasado, tras otra gran crisis financiera. En Europa la irracionalidad populista desembocó en una guerra que acumuló 50 millones de muertos. Un terrible costo para curarse de la irracionalidad y abocarse, como lo hicieron los europeos occidentales después, a políticas sensatas. Distinto fue el caso de países más lejanos de la guerra. Unos optaron por la racionalidad, otros no. Hay dos que son comparados con frecuencia: Argentina y Australia. En 1945, los dos eran inmensamente promisorios. Hoy Australia tiene un PIB per cápita cinco veces mayor. ¿Qué ocurrió? Que en Argentina, en 1945, los fantasmas de la irracionalidad, desechados con espanto en Europa occidental, se estaban recién instalando con el surgimiento del Mussolini argentino, Juan Domingo Perón.

¿Qué países se diferenciarán positivamente en los próximos años? Algunos optimistas piensan que mientras Estados Unidos y Europa se tientan con el populismo, América Latina viene de vuelta. Ojalá sea así. En Chile no es nada de claro. 


David Gallagher
El Mercurio
27/5/2016

sábado, 14 de mayo de 2016

UN DEMAGOGO AMERICANO

Estuve dos semanas en Nueva York conversando mucho sobre Trump. ¿Cómo se explica el éxito de este demagogo bufonesco? Algunos amigos republicanos, que odian a los demócratas y aun más a los Clinton, tratan de convencerse de que lo que dice es para ganar votos y que ya de Presidente, se volverá sensato. Pero muchos más opinan con pesimismo que lo que se ve es lo que hay. 
Es cierto que Trump es muy cambiante y que lo que dice hoy no vale, necesariamente, mañana. Hace poco afirmaba que les iba a bajar los impuestos a los ricos; esta semana dijo que se los iba a subir. El lunes dijo que iba a "renegociar" la deuda pública. Pero el martes se desdijo: solo la iba a "recomprar a descuento".
¿Las contradicciones de un hombre confuso? Tal vez, pero Trump ha hablado -peligrosamente- de las ventajas de ser impredecible, sobre todo en política exterior. Tal vez crea que tendrá que serlo si, como dice, va a aumentar el poder de Estados Unidos a la vez que gastar menos en defensa. Pensará que puede compensar el menor gasto asustando a los extranjeros con sus sorpresas. Creerá que al gobernar por sorpresa, logrará un jugoso "descuento" en el precio de los bonos del tesoro. Ser impredecible inspira miedo y da fuerza, quién lo duda. Lo sabe un Kim Jong-un. Es en realidad un atributo esencial del caudillo, como lo son otros que tiene Trump. Ser un " bully ", por ejemplo; o no sentirse limitado por esas dos cortapisas al poder que son la razón y la verdad. 
Pero ¿por qué tantos americanos se dejan seducir por un caudillo populista? 
Hay muchas razones. Primero, los devastadores efectos de la crisis de 2008-9, en que quedaron desacreditadas las élites tradicionales. Hay gente que todavía no se levanta psicológicamente de esa crisis, porque aun cuando tenga trabajo, siente que su futuro es incierto: su empleo podría ser "exportado", o reemplazado por un robot. Para muchos la competencia y la tecnología son desafíos estimulantes, pero otros no tienen la energía o la edad para enfrentar la incertidumbre. Sobre todo los hombres blancos poco educados. Estos temen la competencia, en especial de quienes son de otra raza. ¡También la de las mujeres! Estiman que todos estos han ido ascendiendo en su desmedro. Por algo el éxito de las groserías racistas y misóginas de Trump. 
Trump logra conectarse con el resentimiento de gente que lo ve como su protector; gente que le tiene un terror primitivo a la globalización, a la modernidad, al cambio y a la diversidad cultural, y que por tanto rechaza, para no decir odia, a cualquiera que sea de otro país o raza. ¡Que ni siquiera entren! De allí el muro de Trump, que le da otra dimensión a esas políticas proteccionistas que tiene, y que comparte con Bernie Sanders. Porque con el muro Trump promete proteger a su gente del Otro en cualquiera de sus avatares. Es un muro que no solo ataja a los ladrones de empleos, los violadores, los terroristas, las brujas: echa para atrás el reloj a cuando estos no existían. 
Hay algo más. En un mundo en que los políticos se juegan muy poco, Trump aparece como un hombre que dice la verdad. Sus seguidores creen que no puede no ser verdadero quien se atreve a decir tantas barbaridades. Fácil ver la falacia. Pero muchos no la quieren ver. No quieren ver que, al contrario, Trump miente mucho. Miente y enseguida redondea su boca en un puchero, de esos que hacen las modelos y los bebés cuando buscan ser admirados, y la gente cae: lo admira más que nunca.
En Nueva York, dan en el teatro una versión conmovedora de "El Crisol", la gran obra de Arthur Miller sobre la trágica cacería de brujas que hubo en Salem en 1692. La obra es una temible expresión de lo que pasa en una sociedad cuando se entronizan las emociones que explota Trump: el miedo, el resentimiento y el odio. 

David Gallagher
El Mercurio (Chile)
Viernes 13 de mayo de 2016

lunes, 2 de mayo de 2016

SENSIBLES

El 6 de enero de 2002, el compañero Duhalde logró que el Congreso sancionara la ley 25.561, cuyo artículo 16 duplicaba las indemnizaciones por despido. Hacía apenas cuatro días que había asumido la Presidencia de la Nación afirmando que “el déficit fiscal alcanza a 9.000 millones de pesos… la desocupación superó todos los registros históricos y el índice de pobreza llegó al 40% de la población… Quince millones de hermanos viven debajo de la línea de pobreza”. Con proverbial magnanimidad, Duhalde agregó: “No es momento de echar culpas. Es momento de decir la verdad. La Argentina está quebrada. La Argentina está fundida. Este modelo, en su agonía, arrasó con todo”. A continuación, prometió un “programa de salvación nacional”. El panorama dejado por la Alianza parecía difícil de empeorar, pero el compañero Duhalde lo logró. A pesar de la doble indemnización “para proteger el empleo”, la desocupación, que en octubre de 2001 era del 18.3%, subió a 21,5% para mayo de 2002. Y si bien el índice bajó en octubre a 17,8%, la mejora no puede explicarse por los efectos de la ley, diseñada para sostener el empleo existente en el corto plazo y que había fallado vistosamente en su cometido. La recuperación del empleo duhaldista se debió a la puesta en marcha de la economía “gracias” a la brutal redistribución regresiva de la riqueza, que llevó la pobreza del 38,3% de octubre de 2001 al 57,5% de octubre de 2002; un aumento del 50% en un solo año, que es récord nacional, si no mundial. El factor decisivo de la recuperación de la producción y el empleo duhaldistas no fue pues la Mesa de Diálogo Social que reunió a la Iglesia, las organizaciones no gubernamentales y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, como creen las almas bellas. El factor decisivo fue la más rancia de las recetas ortodoxas: un ajuste brutal para reactivar la economía; inmediatamente impulsada por el recorte de ingresos a los trabajadores y clases medias mediante el 40% de inflación con salarios congelados, el corralito provisorio convertido en definitivo corralón y la pesificación asimétrica, que le dio los dólares de los que habían depositado dólares a los bancos y a los pequeños ahorristas les devolvió en pesos una cuarta parte de su valor. No parece de más recordarlo cuando buena parte del peronismo que apoyó e impulsó el más regresivo de los golpes económicos después del Rodrigazo de Isabelita vuelve a la carga hoy con sus recetas de “sensibilidad social”. Tampoco sobra hacer un paralelo entre aquella Argentina “quebrada y fundida” que heredó Duhalde y la que dejaron veinticuatro años de peronismo sobre los últimos veintiséis. El déficit fiscal de 2001 mencionado por Duhalde ($ 9.000 millones de pesos/dólares) fue en 2015 de casi 20.000 millones de dólares -a cambio paralelo- o casi 30.000 millones, a cambio oficial. Por su parte, los quince millones de “hermanos que viven debajo de la línea de pobreza” eran todavía once millones y medio en diciembre de 2015, después de doce años de bonanza internacional y de gobierno de los simpáticos abogados a los que Duhalde les regaló el poder. Lo digo con bronca, y se nota, porque nada de estos doce años de corrupción, autoritarismo e iniquidad que sufrimos hubiera sido posible sin una lectura determinada por el sesgo peronista que propiciaron quienes posan de socialmente sensibles hoy. Todavía hoy se habla del recorte del 13% de la Alianza (aplicado a sueldos en blanco mayores a los $ 15.000 de hoy) y se olvida el 40% que Duhalde y Remes Lenicov le aplicaron a todos vía inflación para que Kirchner y Lavagna se llevaran las palmas de la “milagrosa recuperación”. Así como se recuerda el provisorio corralito y se olvida el definitivo corralón, en que se perdieron los ahorros de los peces chicos, se rememora “el estallido social de la Alianza”, a pesar de que el récord histórico de pobreza (57,5%) fue en octubre de 2002, y se rinde tributo a los “35 muertos de De la Rúa”, 28 de los cuales murieron en provincias controladas por el peronismo y sus policías provinciales. Pero es bueno repetir hoy con Duhalde: “Es momento de decir la verdad. La Argentina está quebrada. La Argentina está fundida. Este modelo en su agonía arrasó con todo”. Se trata de saber, en 2016, si saldremos con un estallido que aumente 50% la pobreza, como entonces, o con medidas graduales que eviten el impacto de esa cirugía sin anestesia que aplicó el Salvador de la Patria en 2002. Increíblemente, los miembros del mismo partido que aplicó el mayor ajuste de la historia y después nos hizo perder la mejor oportunidad de la historia, dejando una sociedad en que 16 millones de argentinos en edad laboral no trabajan, proponen como remedio de todos los males las mismas recetas que aplicaron hasta hoy, comenzando por la fe en las virtudes mágicas de una ley para cubrir el hueco que en doce años no pudo llenar la generación de empleo digno a través de desarrollo productivo genuino. ¿Cómo asombrarse de que la economía K se haya detenido apenas terminados los efectos del ajuste duhaldista y no haya crecido en los últimos cuatro años? ¿Cómo no relacionar semejante concepción dirigista con el uso del Estado y los planes sociales para esconder la galopante desocupación? ¿Hasta cuándo creen los sensibles compañeros que es sostenible que cada empleo en el sector privado sostenga tres personas, entre empleados estatales y beneficiarios de planes? ¿De veras creen que es neoliberalismo cualquier propuesta que supere el stalinismo mal encubierto que proliferó hasta hoy? Si así fuera, no estaría mal hacerles notar que las políticas del gobierno que casi todos ellos apoyaron o del que formaron parte alguna vez; ese gobierno de afiliados al Partido Justicialista que no habrá sido peronista pero cuyos bloques parlamentarios estaban integrados por mayoría del PJ, y no del FPV; causaron la pérdida de 395.000 puestos de trabajo en 2014, unos 33.000 por mes, sin que ninguno de los hoy escandalizados diera muestras de sensibilidad. Aun peor, fue para nada; un puro sufrimiento social que no solucionó uno solo de los problemas estructurales del Modelo K de Acumulación con Matriz Diversificada e Inclusión Social. Pretender obtener resultados diferentes aplicando los mismos procedimientos es la receta perfecta para el fracaso. No lo dijo Einstein, ni es tan difícil de entender. Es muy bonito hacerse el trosko-peronista y proponer “que la crisis la paguen los ricos”. Más difícil es sostener que un país en el cual hace cinco años que no invierten ni sus habitantes pueda relanzar su economía aumentando la carga sobre empresas que soportan la duplicación de sus cargas fiscales y pagan impuestos como si estuvieran en Suecia para obtener servicios similares a los de Angola. Es sencillo decir, como Moyano junior, “la doble indemnización no vale para el nuevo personal asumido”, pero eso no impide el clarísimo mensaje intervencionista que se enviaría en el mismo momento en que se necesita un shock de inversiones. Y es ridículo sostener que se pretenda beneficiar a las pequeñas y medianas empresas, que son las primeras en sufrir el impacto de leyes como la que se propone, así como la industria del juicio laboral que han promovido quienes la proponen. Prohibir despidos es tan eficaz como prohibir la desocupación. Ni a nadie en el planeta se le ocurren ya estas cosas ni se entiende por qué, de paso, no proponen prohibir también la pobreza, y sanseacabó. Por otra parte, lejos de beneficiar a los más débiles, una ley que sólo proteja el empleo de los trabajadores en blanco tendría el muy probable resultado de hacer recaer los despidos en el tercio de trabajadores en negro y de perjudicar a los desempleados, que verían retardarse su ingreso al ciclo laboral. Para bien o para mal, la idea de la “defensa de los puestos de trabajo” comienza a hacerse reaccionaria y zombie en el mundo de hoy; un mundo en el que Europa posee una amplia legislación de protección del empleo pero padece un índice de paro que duplica el de los Estados Unidos, que no la tienen; un mundo que genera más puestos de trabajo por la aparición de Uber que los que se pierden en el sector taxista; un mundo en el que la idea de que la industria es la principal generadora de empleo no resiste el más mínimo análisis estadístico. Un mundo en cambio tecnológico acelerado, en suma, en el cual la disminución del desempleo no puede basarse en la defensa de los puestos de trabajo existentes sino en la generación de nuevos puestos, adecuados a la nueva etapa tecnoeconómica. Al menos si se quiere una política de empleo sustentable y no una mera proclamación políticamente-correcta de la propia sensibilidad social.

Fernando Iglesias - diario Los Andes - 26/4/2016

domingo, 6 de marzo de 2016

BUSCANDO LA LUZ APAGADA

Estar una semana en La Habana para quien -como yo- no conoce la ciudad es una experiencia de alta intensidad. Recién regresado a Chile, me sigue dando vueltas todo lo que compartimos allí, en familia y con amigos, mientras tratábamos de entender lo que a veces parecía otro planeta. Lo único seguro es que el tema de Cuba es mucho más complejo visto de cerca que de lejos. Porque si la isla está lejos de ser un paraíso, tampoco es un infierno.Visitamos muchos estudios de artistas jóvenes, algunos ya reconocidos internacionalmente. Eso fue genial. De alguna manera las artes visuales son una buena expresión de lo que es el país, gracias a que no han sido tan reprimidas, a diferencia de las literarias, duramente censuradas por un régimen que no tolera la competencia en materia de retórica verbal. Entre los artistas, se repetía un gran tema: el de la sobreimposición de tiempos que hay en la isla, donde el pasado irrumpe a cada rato como un convidado de piedra. Eso se debe en parte a que el régimen ha sido culto en cuanto a conservación arquitectónica: donde en tantos países se demuele, en Cuba se restaura. Lo que se puede, claro, porque la mayor parte de la ciudad está en decadencia. Pero para los artistas, el pasado no es un mero tema de conservación. Es la fisura, física y metafísica, que descompone el monolítico relato oficial.

Al recorrer las obras de estos artistas, me acordaba de Tres tristes tigres, esa gran novela de 1965 -que no hay cómo comprar en Cuba- en que Cabrera Infante rescata La Habana nocturna de antes de la revolución: su música, su humor, su sensualidad. Novela cuyo epígrafe, tomado de Lewis Carroll, es: "y trató de imaginar cómo se vería la luz de una vela cuando está apagada". Los artistas cubanos tratan de entender cómo era esa luz. ¿Qué es lo que el tiempo -o el constructivismo revolucionario- extinguió? Algo distinto a los vestigios visibles que uno ve. Porque el Chevrolet modelo 1958 rosado de ahora era nuevo en 1958, y -quién sabe- blanco o azul: el rosado, como las fotos de Al Capone en los hoteles, es parte de la teatralidad kitsch que se ha ido montando para los turistas. Para los artistas, el pasado es un tesoro intangible que urge reencontrar. Es que cuando la ruptura ha sido tan profunda que millones han tenido que exiliarse, la busca del tiempo perdido es un imperativo moral. Hay que rescatar esa luz apagada para poder forjar un futuro propio, sin dejarse invadir por culturas ajenas. La propia es amplia y profunda, y lo será aun más cuando se pueda comprar libros no solo de Fidel y del Che como ahora, sino de los grandes escritores que tuvieron que partir.

A veces en Cuba sentíamos un poco de vergüenza, porque veíamos que para el mulato de a pie -el que no pertenece a la élite blanca de los hermanos Castro y sus adláteres- la vida es muy dura. En un país en que están reprimidos el mercado, el lucro y la iniciativa privada, solo quedan excedentes para financiar los derechos sociales más exiguos. En la calle hay gente que nos pide hasta jabón. Gente que nos cuenta que en un año no ha comido carne. Gente que dice lo que piensa solo cuando entra en confianza, porque la dictadura es omnisciente y vengativa.

Pero los cubanos son simpáticos como nadie y a veces sí lo pasan muy bien. Distinto es el comunismo con salsa, pienso. Estamos en un parque oyendo tocar a Isaac Delgado y a Los Vam Vam. Unos 12.000 cubanos "echan unos pasitos", unos sublimes pasos de salsa, y es inútil el pedido de Delgado cuando canta "señoritas/con cordura/controlen el movimiento de la cintura". Esa libertad al bailar prefigura, pienso, la libertad que alcanzará la isla algún día.

Ojalá en ese momento se construya sobre lo mucho que ya hay, sin odiosas retroexcavadoras. 

David Gallagher
El Mercurio
4/3/2016

sábado, 20 de febrero de 2016

HOMENAJE AL SENTIDO COMUN

En 1930, Keynes predijo que en los próximos 100 años, el nivel de vida en el mundo crecería unas ocho veces. Parece haber acertado salvo por una cosa. Creía que como consecuencia, la semana laboral se reduciría a unas exiguas 15 horas, y que el problema de la gente iba a ser qué hacer con el ocio. Al contrario, mucha gente está trabajando más que nunca. La razón parecería ser que no hay límite visible a la capacidad humana de inventar productos nuevos que a poco andar todos queremos adquirir. Por otro lado, al ser humano le cuesta satisfacerse con lo que tiene. Quiere más, y como es competitivo, lo quiere no solo en términos absolutos, sino en relación a lo que tiene su vecino. Y para eso trabaja y trabaja.

Este aspecto del capitalismo de mercado ha sido muy criticado últimamente. El Papa denuesta lo que ve como un exceso de consumismo en el mundo. Y en un libro reciente llamado " Phishing for Phools " (jerga que significa algo así como "embaucando a tontos"), dos Premios Nobel, George A. Akerlof y Robert J. Shiller, alegan que la mano invisible demasiadas veces conduce a que los consumidores sean embaucados, y llevados a adquirir cosas que no necesitan, que no los hacen más felices, y que incluso les provocan daño, como sería el caso del tabaco o de ciertos alimentos. Akerlof y Shiller, cuyo libro tiene como subtítulo "La economía de la manipulación y del engaño", ven un mundo inundado de productos superfluos, vendidos por gente inescrupulosa que con un relato seductor, nos convence que los necesitamos, y que de paso nos sumerge en onerosas deudas.

No es tan original el planteamiento. La pregunta que surge es: ¿y qué? Obvio que a veces consumimos demasiado, y adquirimos cosas innecesarias. Yo estoy escribiendo esta columna en un MacBook nuevo con que acabo de reemplazar un computador que funcionaba bastante bien. ¿Debería sentir culpa? ¿Se debería restringir mi libertad para incurrir en semejante extravagancia? ¿O peor, prohibir que empresas como Apple sigan innovando?

Las preguntas pueden sonar absurdas, pero se desprenden del libro de Akerlof y Shiller, y en general de los reiterados ataques que se le hacen al "capitalismo consumista". Curiosamente al capitalismo se le termina atacando por sus éxitos: por su capacidad de crear una infinidad de bienes que hace poco no conocíamos, y que por definición, entonces, no necesitábamos. Más raro aún es que esos ataques vengan a veces de jóvenes. Uno esperaría que fuéramos los ancianos los nostálgicos de un supuesto pasado edénico anterior al consumo, en que la vida era simple, libre de excesos materiales, y no jóvenes que paradójicamente expresan sus nostalgias en redes sociales facilitadas por la última tecnología capitalista. En cuanto al color político de los nostálgicos, suelen ser de una izquierda intelectual que desconfía del mercado y que -por lo menos en su retórica- desprecia el consumo.

Nadie nos obliga a consumir. Si queremos, podemos optar -por qué no- por una vida austera. Todos soñamos con ella a veces: irnos a vivir en alguna isla, salir en bote a pescar el almuerzo, tejer nuestra propia ropa, cortar nuestra propia leña. Pero el hecho de que ese sueño parezca atractivo no significa que haya que prohibir el progreso, la tecnología, la innovación, por bien pensante que parezca denostar esas cosas. Y si a veces nos convertimos en consumistas tontos, Dios nos libre de que un Estado paternalista nos proteja de serlos.

Claro que no estaría de más un renacimiento de la ya casi extinta educación humanística, para que la gente adquiriera más cultura, y descubriera que la riqueza más valiosa no es la material, sino aquella que -sin sacrificio pecuniario- llevamos almacenada en la cabeza.

David Gallagher - Diario El Mercurio - Chile