martes, 13 de diciembre de 2016

GERARD DEPARDIEU

Días atrás, el distinguido actor Gerard Depardieu estuvo por Buenos Aires. Y hablando de cultura, se manifestó sorprendido por “la mala calidad de la televisión. Creo que es la peor televisión que vi en mi vida. En realidad, no es televisión: es pornografía. En los diez días que estuve nunca la pude mirar más de cinco minutos.”
Por cierto que la televisión argentina expone un drama cultural y estético. La transitan un conglomerado de  “vivos”, exhibicionistas, ignorantes, ordinarios, macaneadores, fabuladores, tontos de capirote, culos preciosos, tetas sonoras, anoréxicas vacuas,  gritones que quieren hace oír sus naderías y hasta vulgares proxenetas.
Sin olvidar el gentío que, muy suelto de cuerpo, nos ofrece sus opiniones sobre los temas que les tiren. Cualquiera sean ellos.
Abogados expertos en todo. Políticos expertos en todo y un poco más. Sicofantes crónicos. Piqueteros keynesianos. Okupas hegelianos. Comisionistas eruditos en seguridad publica. Artistas versados en energía. Concejales peritos en la política de medio oriente. Economistas de todo pelambre contándonos cualquier verdura. Y locutores ahítos de sabiduría.
Todo da lo mismo. Y lo que es peor, todo vale lo mismo.
Con las naturales excepciones, estos son los personajes que fatigan las pantallas encendidas de una multitud de personas que silencian sus almuerzo o sus cenas, que interrumpen sus conversaciones. Los que concitan la atención del ciudadanos medio. Esta televisión entra en todas las casas, no distingue edad ni condición, aprovecha el agradable tiempo vacante del ocio, no exige una dedicación de la voluntad y ofrece impacto son exigir esfuerzos reflexivos. Y claro que no se trata de un tema menor.
Este contexto es el que establece el marco de referencia cultural del ciudadano medio. Y lo que aún resulta mas grave es que, con este simulacro de relaciones humanas, crecen las nuevas generaciones.
La televisión ha logrado producir una depredación cultural de impredecibles consecuencias. O no tan impredecibles?
Desde la degradación del idioma hasta el secuestro del humor. Reemplazado por la chabacaneria, la burla, la agresión y las puteadas.
Claro que esta declaración de Depardieu pasó bastante desapercibida. A pesar de lo perspicaz de su definición de pornografía. Pero claro, muchos pensarán que pornográfico es ver a un señor follando con dos señoritas francesas.
Algún aventajado dijo que el buen gusto es la fiesta mayor de la inteligencia.

Si así fuere, a los argentinos no nos invitaron a esa fiesta.

sábado, 10 de diciembre de 2016

PASOS DESTEMPLADOS

PASOS DESTEMPLADOS
Otra novela de  Alejandro Marin
Blog: cortemoslacarajo.blogspot.com

Un asesinato ocurrido en la ciudad argentina de Rosario enfrenta a Jordi Gonorria, economista y cocinero y a su amigo Quito Verdudo, comisario retirado de la policía federal, con un nuevo misterio.
El narcotráfico, que infesta Rosario; los nunca del todo revelados secretos del nazismo en la Argentina  de fines de los años cuarenta del siglo pasado y los fraudes financieros internacionales, constituyen el escenario que transitarán, buscando el rastro que los lleve a dilucidar el hecho.
En el camino los acompañan viejos amigos, personajes literarios, otros de carne y hueso que han dejado sus huellas, caracteres pintorescos y las vicisitudes de la relación  de nuestro economista con su nueva novia.
Historia contada en forma ágil y amena,  a la que no le faltan historias culinarias y recetas de platos sabrosos, reflexiones sobre la actualidad económica y situaciones que sorprenderán al lector.

Disponible para la compra en  Tienda KINDLE de AMAZON




viernes, 2 de diciembre de 2016

CRITICAS QUE VALE LA PENA RECIBIR

Mi modesta novela, " Las mujeres que no eran quienes decían ser" ha recibido una crítica lapidaria. Ha sido calificada de mala, por tratarse de un “ libelo con ínfulas oligárquicas, cercano a la misoginia en cuanto a personajes femeninos se refiere."
Pues mire usted.
Claro, parecería - y solo digo parecería - que se trata más de una crítica al autor que al libro. Porque fue este modesto amanuense el acusado de redactar  un "libelo". O sea, un "escrito en que se denigra o insulta a personas o cosas". Que para colmo tiene “ínfulas oligárquicas”. Y como si fuera poco, “cercano a la misoginia.”
Resumiendo,  una porquería de individuo.
Sobre el libro nada. O sea que le habrá gustado.

Por eso, muchas gracias por su comentario.

MACRI FRENTE AL PASADO

Como todas las demás, la economía argentina es obra de generaciones. A los políticos les gusta imaginarse capaces de cambiarla de un día otro, de ahí la pasión por “modelos” supuestamente distintos, pero lograrlo no es tan fácil como muchos quisieran creer. Mal que les pese a los resueltos a reestructurar la economía para adaptarla a los tiempos que corren, decisiones que fueron tomadas en el pasado ya remoto seguirán importando más que las medidas ensayadas por el gobierno de turno. Y, lo que le es peor aún, todo statu quo, por aberrante que sea, contará con defensores acérrimos.
Puede entenderse, pues, la frustración que sienten Mauricio Macri y sus ministros. Creen estar haciendo buena letra, acatando todas las reglas. Sus esfuerzos les han granjeado el aplauso de los poderosos del mundo que presuntamente saben lo que hay que hacer para que un país tan promisorio como la Argentina levante cabeza, pero así y todo, la economía se niega a “arrancar”, para usar la palabra que se ha puesto de moda. Cae el consumo por razones que son ajenas a la prédica papal en contra del consumismo, las fábricas trabajan con tristeza y si no fuera por el boom del empleo estatal y el aporte de la economía negra, la tasa de desocupación sería muy superior a la registrada por el INDEC.
Por deformación profesional, todos los políticos son cortoplacistas. Para los opositores, hablar de cosas como la “herencia pesada” que recibió el Gobierno es sólo un truco usado para minimizar la responsabilidad propia por lo que está sucediendo. Exigen resultados inmediatos y están más que dispuestos a atribuir los problemas actuales a lo hecho algunas semanas atrás aun cuando muchos tienen su origen en la gestión de un gobierno ya olvidado. Es lógico: los políticos, tanto los oficialistas como los opositores, siempre tienen que prepararse para la próxima contienda electoral y saben que les conviene hacer gala de su generosidad solidaria.
Felizmente para Macri, parecería que el grueso de la ciudadanía es consciente de que al país le costará mucho salir del pantano en que se ve atrapado desde hace muchos años –es como si se hubiera perpetuado la Gran Depresión de la primera mitad del siglo pasado–, razón por la cual no le conmueven las protestas de los partidarios del orden corporativista tradicional que quieren conservarlo. ¿Es sólo porque los macristas optaron por ampliar los programas sociales existentes, repartiendo subsidios prenavideños a diestra y siniestra y reduciendo algunos impuestos sin preocuparse por los feos detalles fiscales?
Parecería que sí, pero aunque privilegiar la contención social sea moralmente correcto y, desde luego, políticamente beneficioso, a menos que el país aumente mucho su productividad y consiga seducir a los esquivos inversores extranjeros, la voluntad oficial de mantener bien alto el gasto público no podrá sino provocar lo que sería la enésima gran crisis financiera. Hasta ahora, todos los intentos de escapar del populismo facilista que está en el ADN nacional han terminado en lágrimas. No hay demasiados motivos para creer que el gobierno macrista haya descubierto una piedra filosofal económica que le permitiría continuar entregando dinero a sectores en apuros por mucho tiempo más.
Es lo que habrá tenido en mente Roberto Lavagna, cuando, para indignación de los macristas, vislumbró “un colapso” en el horizonte e insinuó que, para evitarlo, serían necesarios una megadevaluación y un ajuste equiparable con el que llevó a cabo Jorge Remes Lenikov en medio del caos que siguió a la implosión de la convertibilidad. Si bien a los partidarios del Gobierno les resultó sencillo descalificar a Lavagna, diciendo que es hombre del peronista movedizo Sergio Massa y, para rematar, que no se animó a proponer “soluciones” concretas, ello no quiere decir que su visión “catastrofista” del futuro carezca de fundamento. Por desgracia, suelen tener razón quienes nos aseguran que en este mundo “no hay tal cosa como un almuerzo gratis”. Tarde o temprano, alguien tiene que pagar la cuenta.
La estrategia de Macri se basa en la idea, que por cierto dista de ser nueva, de que a un gobierno sensato le sea dado encandilar a los ricos del resto del mundo hablándoles de las perspectivas espléndidas que ve frente a la Argentina con la esperanza de que respondan dándole plata fresca. Con todo, aunque los recursos naturales del país sí son impresionantes, su trayectoria política le juega en contra. Puede que Macri mismo se haya convertido en una de las estrellas de un firmamento internacional insólitamente oscuro, pero no ha conseguido borrar por completo la sospecha difundida de que la Argentina es la madre patria del populismo y que por lo tanto sería mejor no arriesgarse prestándole dinero. Puesto que, de resultas de las proezas electorales de Donald Trump y sus congéneres europeos, en el mundo actual el populismo es considerado una enfermedad que es casi tan nociva como eran el comunismo o el fascismo de otros tiempos, el temor a que el país pronto sufra una recaída hace que los inversores en potencia piensen dos veces antes de comprometerse, lo que, dadas las circunstancias, es comprensible.
Para la llamada comunidad internacional, el triunfo de Macri el año pasado fue muy grato pero un tanto anecdótico. Antes de convencerse de que el cambio anunciado sea algo más que un capricho pasajero, Cambiemos o una coalición parecida tendrían que consolidarse en el poder, marginando definitivamente al peronismo que, tal vez injustamente, tiene la reputación de ser el artífice principal de la prolongada decadencia nacional, de la paradoja planteada por una sociedad que, bien administrada, estaría entre las más prósperas del mundo pero que, para el desconcierto universal, se las ha ingeniado para depauperarse, dejándose superar no sólo por parientes culturales como Italia y España sino también por sus vecinos Chile y Uruguay.
Macri apostó a que, gracias al entusiasmo motivado en el exterior por su llegada a la presidencia y la salida de los kirchneristas, viniera un tsunami inversor que le ahorraría la necesidad de emprender un ajuste. Mientras tanto, cuidaría el flanco político impulsando programas asistenciales apropiados para el país mucho más rico que, esperaba, la Argentina pronto sería. ¿Y si el tsunami previsto no aparece? En tal caso, estaríamos en graves problemas ya que, como señaló Lavagna, el Gobierno –cualquier gobierno–, tendría que elegir entre dejar que el mercado resuelva el asunto, como hizo en 2002, y tomar medidas feroces que enseguida serían denunciadas como “salvajes” y “neoliberales”, lo que, huelga decirlo, no ayudaría a restaurar un mínimo de tranquilidad.
De todas formas, para que la Argentina se recupere de décadas de facilismo consentido, este gobierno y sus sucesores tendrían que aprobar una lista larga de asignaturas pendientes. Con la eventual excepción del campo, ningún sector significante es competitivo. Como están recordándonos los fabricantes locales de computadoras, pedirles hacer frente a los chinos es inútil; para sobrevivir, requieren barreras tarifarias altísimas que contribuyen al notorio “costo argentino”. Lo mismo puede decirse de muchas otras ramas industriales, pero si el país permanece encerrado en la cárcel económica de “vivir con lo nuestro” que a través de los años se ha construido, se depauperará cada vez más. Por desgracia, merced a Donald Trump el proteccionismo está ganando adherentes en el mundo, lo que a buen seguro incidirá en los debates que están celebrando aquí los políticos y empresarios, pero esquemas que podrían funcionar por un rato en un país opulento de más de 300 millones de habitantes serían ruinosos en uno subdesarrollado de poco más de 40 millones.
Aunque Macri y los suyos ya están tratando de impulsar algunas reformas encaminadas a abrir un poquito una economía casi tan cerrada como la de Corea del Norte, prefieren demorar la reconversión que se han propuesto hasta que por fin llegue la ayuda externa, o sea, las inversiones salvadoras. En vista de la aversión de la clase política y afines a los ajustes, puede que no tengan más alternativa que la de limitarse a corregir los errores más flagrantes cometidos por los kirchneristas, pero acaso deberían tomar en serio las advertencias formuladas en público por Lavagna y en privado por personajes menos heterodoxos acerca de lo peligroso que sería depender demasiado del endeudamiento.
También debería preocuparles lo que está ocurriendo, o está por ocurrir, en Estados Unidos, Europa y China. El consenso provisional es que, con el proteccionista Trump en la Casa Blanca y la probabilidad de que haga subir las tasas de interés, muchos países emergentes sufrirán una sequía financiera. De ser así, la Argentina podría estar entre las víctimas, aunque es por lo menos factible que Trump decida dar una mano a su “amigo”, Macri. En cuanto a Europa, sus problemas internos son tan graves que no estaría en condiciones de ayudar a nadie, mientras que, en un mundo atravesado por barreras comerciales, China luchará con uñas y dientes para defender sus exportaciones, lo que sería una mala noticia para aquellas empresas industriales que, acostumbradas como están a un mercado cautivo, no pueden ni siquiera competir con sus nada eficaces equivalentes brasileñas.
Revista Noticias
27/11/2016

miércoles, 23 de noviembre de 2016

FUTBOL ARGENTO, METAFORA DE UN PAIS

Todo el sistema futbolero se sostenía y se sostiene, desde luego, en que el ‘clú’ es un sentimiento, no puedo parar. Lo que justifica, además, los cantitos xenófobos, la venta de fruta en tribunas y plateas, la violencia apenas mitigada por la prohibición -única en el mundo, según creo- de hinchas visitantes, la despiadada lucha por el poder entre sectores internos, el poner y sostener a reconocidos delincuentes a cargo de la comisión directiva de los clubes y de la propia AFA, y una infinidad de barrabasadas más, siempre justificadas en la pasión nacional y la defensa de los sagrados colores de la institución. ¿Les suena, ahora?

El fútbol argento, como todo el país, se sometió por un cuarto de siglo a un proceso de demolición deliberada que, al destruir las despreciables instituciones republicanas, dejó florecer y prosperar a las tres instituciones populistas que proliferaron por décadas en la Argentina nac&pop: la mafia, la caja y la patota. Clubes, AFA, comisarías, sindicatos y organizaciones estatales, desde la oficina barrial hasta la cima del Poder Ejecutivo. Una mafia a cargo de una caja y una patota que se ocupa de custodiarlas. Instituciones que llevó décadas de trabajo y de lucha construir vaciadas por lúmpenes que se envuelven en sus banderas y te cantan, de seguido, el Himno Nacional y la marchita del club. Cortoplacismo, inflamación retórica, superficialidad, violencia verbal y de la otra; manoteo, afano y discursos sobre el amor a los colores y la solidaridad. Su emblema mayúsculo fue la barra brava, esa asociación delictiva que se autojustifica en la defensa de los trapos. Eso quisimos. Eso toleramos. Eso votamos.
No es un lamento de snob. Me gusta el fútbol y trabajé en el ámbito del deporte por veinte años. Viví en Italia y en España, países futboleros como pocos, pero nunca vi nada igual. En este cuarto de siglo peronista, el fútbol pasó de ser una pasión de los argentinos a transformarse en una religión, con sus dioses, sus sacerdotes y sus encargados de recolectar el diezmo. En todos los ambientes sociales argentinos el fútbol alcanzó el grado de primer tópico de las conversaciones, mientras la violencia futbolera se hacía un fenómeno incontrolable y la barra brava era entronizada a modelo para la juventud. “Esos tipos parados en el para avalanchas con las banderas que los cruzan así, arengando... Son una maravilla... nunca mirando el partido, porque no miran el partido. Arengan y arengan y arengan. La verdad, mi respeto para todos ellos”, dijo una vez la presidente.
En el discurso político del kirchnerismo no faltó tampoco la justificación de la violencia: “Hay cada ‘bombeada’ que no se puede creer. Y la verdad que cuando hay bombeada la gente se indigna y hasta el más pintado, el más educado, por ahí se manda un macanón... Quería realmente hacer justicia con miles y miles de gentes que tienen una pasión que los ha convertido en un verdadero ícono de la Argentina. A mí me gusta mucho la gente pasional”. Fueron palabras de la presidente de la Nación, un aval explicito para “verdaderos íconos de la Argentina” como Marcelo Mallo, barra de Quilmes y jefe de Hinchadas Unidas, eternamente investigado por sus múltiples vínculos con Aníbal Fernández y los Lanatta, los hermanos homicidas del Triple Crimen que alegraron el primer mes de gobierno de Cambiemos con la fuga más extraña del planeta.
Durante la Década SaKeada, la barra-brava fue erigida a objeto de culto y a modelo de comportamiento social. Los jóvenes argentinos de todas las clases giran hoy por las calles imitando su vocabulario prostibulario y sus cantos guturales, copian su elección del fútbol como tema monopólico de conversación, adoptan su nivel de agresión verbal y hacen propios la cumbia villera y el rock chabón como sus músicas. La barra-brava, convertida en modelo de comportamiento aceptado por la sociedad. El kirchnerismo lo hizo, con el apoyo del peronismo, experto desde siempre en su uso como fuerza de choque de la política y los sindicatos.
Pero no fue exclusividad del fútbol. El modelo barra brava se expandió al conjunto de las organizaciones sociales de la Argentina. Llegó a las cárceles en el formato “Vatayón Militante”; a los sindicatos, que se acostumbraron a dirimir el liderazgo de la CGT en pintorescos tiroteos entre la barra de la Uocra y la de Camioneros; a las organizaciones barriales y piqueteras, convertidas progresivamente a la religión del cadenazo y el piedrazo protegidos por la máscara y el bastón. ¿Y qué cosa fue el gobierno kirchnerista sino la versión superadora de la barra brava, con sus declamaciones de amor a la camiseta nacional y su conducta patotera y mercenaria? ¿Qué es el “Roban, pero defienden los Derechos Humanos” sino la versión traducida al lenguaje estatal del “Son violentos, pero defienden los trapos”?

Allí estamos aún. De allí venimos. Ojalá se corte el Fútbol para Todos y los privilegios impositivos. Ojalá la AFIP vaya por todo y haga respetar la ley, y los que delinquieron paguen con la cárcel. Y si algún beneficio excepcional reciben los clubes de fútbol por su contribución al deporte no profesional y a la agregación social, que la devuelvan respetando en sus estatutos los principios republicanos del país: división de poderes, representación de la oposición en los cuerpos directivos, agencias de fiscalización de la gestión, elección directa de representantes (incluido el presidente de la AFA) y transparencia en el uso de los recursos de todos. Ojalá que así sea, o que el abismo impositivo se trague a los responsables de una buena vez, que para otra cosa se necesitan los recursos estatales en este país.


Fernando Iglesias
diario Los Andes
23/11/2016

domingo, 13 de noviembre de 2016

QUIEN LE TEME A DONALD TRUMP?

Veamos que dice un tipo talentoso como Alejandro Borensztein en el diario Clarín.

Por suerte los brasileños nos ganaron 3 a 0 con un baile de novela y así pudimos matizar un poco la semana. Si no, con la fiebre de Trump a toda hora, esto hubiera sido francamente insoportable.

Desde la caída del Imperio Romano que no se veía un episodio político con tanta repercusión en diarios, radios, televisión, Web, etc. etc.

Ya no queda nada por decir o escribir sobre Donald Trump que no haya sido dicho o escrito por algún otro inútil en el mundo. Los tipos que hasta la semana pasada nos explicaban por qué iba a ganar Hillary, son los mismos tipos que nos están explicando ahora por qué ganó Trump. Salvo Rosendo Fraga que hace varios días venía avisando que “ojito”. No quiero ser injusto, posiblemente alguno más también.

Dicen que Macri dijo que Durán Barba dijo que ganaba Trump. No sé cuánto cobra el buen señor por decirle estas cosas al Presidente, pero si me lo preguntaba a mí, se lo hubiera dicho gratis. Y varios meses antes.

No es por fanfarronear, sino por pura lógica. Se caía de maduro (dicho esto con todo respeto por el exitoso eje kircherista iraní bolivariano).

Por mucho que se quiera explicar ahora, el señor Trump tenía casi ganada la elección desde el mismo momento en que empezaron a abandonar sus contrincantes en la interna republicana. Además de muchas ganas de ser presidente y decir lo que una buena cantidad de ciudadanos quería escuchar, como suelen hacer todos los candidatos, el tipo tenía lo más importante que hay que tener hoy en día para ganar una elección: era conocido hasta en el último rancho de Oklahoma. Pensemos en la Argentina. En los últimos 15 años, nuestras figuras electoralmente más importantes fueron: el estadista Macri y sus Copas Libertadores, el estadista Scioli y sus trofeos de motonáutica y el estadista Reutemann y sus laureles en la Fórmula 1. Del Lole ya nadie habla, pero vale la pena recordar que durante años lideró todas las encuestas y tenía el as de espadas en la mano. Que el tipo nunca haya querido jugar la carta, es otro asunto.

Descarto de este análisis a los Kirchner porque ellos llegaron a la Rosada de carambola, entre otras razones, porque en 2003 justamente Reutemann prefirió no correr, aún sabiendo que ganaba seguro. Nunca se supo bien por qué. Refuerza esta idea el hecho de que, como en aquel momento al Compañero Centro Cultural no le alcanzaban los votos para entrar al ballotage contra Menem, Duhalde le hizo confirmar la continuidad del ministro Lavagna y le enchufó de vice a Scioli (otra vez el tema de la popularidad) y así pudo llegar. Sin el empuje del Compañero Lancha, el kirchnerismo hubiera terminado conducido por López Murphy. Obviamente, luego del triunfo, los Kirchner entraron al selecto grupo de los popu. Una vez que ya sos presidente, con toda la guita y con todo el Estado a tu disposición, si no te haces conocido y popular, matate.

Pero los otros tres personajes, Macri, Scioli y Reutemann, sin pergaminos políticos de envergadura, ya eran populares y conocidos en cada rincón del país y superaban a cualquier figura surgida de la política pura como Binner, Alfonsin (hijo), Duhalde, Carrió, Stolbizer, Sanz, Solá, Cobos, Rodríguez Saá, Massa (completar la lista a voluntad). Detrás de todo esto hay una lógica imbatible: en el último rancho de Humahuaca hay un afiche de Riquelme levantando la Copa Intercontinental en Japón con la cara de Macri en el fondo. Eso lo impulsó a la Casa Rosada, más que ninguna otra cosa. Si en la final de la Libertadores del año 2000, el Patrón Bermúdez hubiera errado el último penal contra el Palmeiras, seguramente hoy el presidente sería otro.

Por supuesto, no es lo único. También hace falta una gran convicción y algo de contenido político. No mucho. Pero en estos tiempos modernos, la popularidad es la condición número uno. La condición número dos es que el otro candidato sea peor. Y ambas cosas se dieron en la elección presidencial americana.

Todos los análisis que se hacen sobre la transformación sociopolítica de la clase media norteamericana, los desocupados de Detroit, el fin de la globalización y la mar en coche hoy no se estarían haciendo si enfrente de Trump hubiera estado Bill Clinton, Barack Obama o John Fitzerald Kennedy por nombrar algunos baby’s del Partido Demócrata. Primero Dios creó a la pelota que pega en el palo y entra, o pega en el palo y sale. Después creó a los comentaristas deportivos.

Un cambio histórico, lo que se dice cambio en serio, fue la Revolución Francesa o la bolchevique. Si querés, para los argentinos también el 17 de octubre del 45. Pero el triunfo de Trump todavía no significa nada que no haya ocurrido hasta ahora.

Para los que se alarman y se angustian por lo que pueda llegar a pasar, vale la pena razonar que, sobre homosexualidad, latinos, afroamericanos, violencia de género o inmigración, Donald Trump piensa exactamente lo mismo que pensaban Bush padre, Bush hijo o Ronald Reagan. La única diferencia es que él no tiene ningún problema en decirlo.

Mango más, mango menos, el 47,5% de tipos que votaron a Trump es el mismo 46% que votó a John McCainn en 2008 cuando perdió contra Obama, y el mismo 47,3% que votó a Mitt Romney en 2012 cuando el gran Barack fue reelecto. Le digo más: ¡¡¡Romney en 2012 sacó 61 millones de votos y ahora Trump sacó… 60 millones de votos!!! O sea menos americanos desocupados enojados con el establishment de los que había cuando se presentó Romney. La única diferencia es que ahora la bocha pegó en el palo y entró.

Ahora resulta que están todos sorprendidos y espantados. Tan espantados como en 1980 cuando Ronald Reagan le ganó a Jimmy Carter. Ronald, como Donald, ganó invocando el mismo orgullo nacionalista que invocó Trump, luego del fallido operativo militar contra Irán organizado por Carter para rescatar a los rehenes norteamericanos que estaban secuestrados en Teherán.

En aquel momento, al igual que Putin ahora, el premier ruso Leonid Brézhnev brindó con vodka por el triunfo de Reagan, sin darse cuenta que se le estaba cayendo un piano en la cabeza. Pocos años después, ya no quedaba ni Leonid, ni Brézhnev, ni la URSS, ni el muro, ni el ballet del Bolshoi, ni nada. Salvo el vodka, por suerte.

Hoy en día, en la mismísima Plaza Roja, hay un shopping más grande que el Alto Palermo. Posta. Ya te firmo que próximamente se va a inaugurar el Trump Park Tower Hotel & Resort at Moscow. No entiendo ni por qué brinda, ni de qué se ríe Putin. Dejo para el final lo más divertido: nuestro querido y desorientado kirchnerismo tratando de demostrar que Trump es un transformador antisistema como se autodefinen ellos. Por supuesto, y como siempre, lo más genial estuvo a cargo de Ex Ella cuando elogió el resultado diciendo que “fue un voto contra el establishment”. Esto dicho por una señora a la cual hay que avisarle que cuando gobernás un país durante 12 años, el establishment sos vos.

Como dijo el gran Art Buchwald: “De tanto pelear largo y duro contra el establishment, acabarás siendo parte de él”.

Pero ya es inútil discutirle nada. Le seguirá dando al mundo explicaciones que ya no le importan a nadie. Sólo necesitamos que explique dos cositas: Báez y Nisman.


En fin, por ahora y como era de esperar, simplemente ganó Donald Trump. ¿Qué hay para almorzar?

viernes, 11 de noviembre de 2016

EL FENOMENO TRUMP

Como no podía ser de otra manera y aún antes de tener la certeza que don Trump ganaba las elecciones, la "intelligenza" criolla peló la palabra y el lapiz para explicar las razones del resultado.
El "cartel" de programas de televisión abandonó el asesinato en turno y al unísono se dedicó a tratar tema tan incordioso. Desde voluntariosos locutores y locutoras con dificultades para expresarse hasta la runfla de charletas que fatigan la popular "pantalla chica". Como siempre,  con alguna excepción. 
Por ventura, pronto un hecho luctuoso los obligó a abandonar tanto afán. El seleccionado de futbol fue goleado por el representativo de la asociación de pelota brasilero, hecho que merituó la plena dedicación al análisis de la catástrofe. No podía ser de otra manera.
Por eso me resultó un bálsamo leer un artículo escrito por un prudente intelectual, quien se pregunta - interpretación libre - por donde empezamos para estudiar lo ocurrido. 

Su título "El fenómeno Trump", su autor David Gallagher.
Diario El Mercurio viernes 11 de Noviembre de 2016.

El sorpresivo triunfo de Trump detonará infinitos estudios. A solo dos días, lo máximo que uno puede hacer es enumerar algunas áreas que estos deberán cubrir.
Primero, las encuestas. Habrá que estudiar por qué hacen agua en todo el mundo. ¿Será que los encuestadores saben cómo medir preferencias, pero no participación electoral? ¿Han aumentado los votos vergonzantes? ¿La gente quiere opinar sin identificarse, como lo hacen cuando se encapuchan en Twitter? ¿O es más díscola que antes? ¿Más volátil?

Después, cabrá estudiar por qué triunfa una combinación tan inusual de ideas como las de Trump; una parecida a la de los que promovieron Brexit, o a la que albergan ciertos líderes europeos supuestamente de derecha, como Marine Le Pen y Frauke Petry. Digo "supuestamente" porque muchas de estas ideas han sido tradicionalmente de izquierda, y son compartidas por izquierdistas como Bernie Sanders, Jeremy Corbyn o Pablo Iglesias, o por meros populistas como Beppe Grillo. ¿En qué consisten? Rechazo a la globalización. Nacionalismo, nativismo y repudio a la inmigración. Rechazo a las élites y a la "tecnocracia", en parte por su fracaso en prevenir -o siquiera predecir- el derrumbe económico de 2008-9, pero aún más por su racionalidad y realismo, intolerables para quienes quieren que la política se concentre en la expedita satisfacción de sus deseos.

Otro aspecto a estudiar: el triunfo de lo que se ha dado en llamar política pos-factual, o pos-verdad. Parece estar prosperando la teoría de Goebbels de que si se repite y repite una mentira suficientemente grande, la gente la termina creyendo. Esto es en parte consecuencia del rechazo a los tecnócratas y sus verdades limitantes. También de la cacofonía informática que hay en el mundo digital, en que es difícil distinguir lo verdadero. También de la renuncia por parte de los periodistas a ser los filtros racionales que fueron alguna vez. Muchos hoy día le dan igualdad de trato -lo que Paul Krugman llama "falsa equivalencia"- a un político que miente y dice locuras, y a uno que se ciñe a la verdad y a la razón. Incluso al primero lo tratan mejor, porque genera mejor rating . Cabe estudiar la copiosa publicidad que le regalaron los medios a Trump. Es cierto que algunos periódicos serios estaban con Hillary, pero Trump con sus payasadas era más entretenido y por tanto aparecía mucho más. Se calcula que solo en las primarias, la televisión le facilitó dos mil millones de dólares de publicidad gratuita.

A la política pos-factual y pos-racional la acompaña la falta de escrúpulos de todo tipo, y ese otro flagelo que es la judicialización. Trump logró convertir a Clinton -"crooked Hillary"- en sospechosa nada menos que de criminalidad. En eso lo ayudó vergonzosamente James Comey, el director de la FBI. Él la subía y bajaba como si fuera un juguete. Como cuando el 28 de octubre dijo que la estaba investigando de nuevo. Cabrá estudiar si fue coincidencia que dos días antes Rudy Giuliani, mentor de Comey, se jactara de que pronto vendría un notición que definiría la elección.

Cabe decir que Hillary fue mala candidata. Cometió un error en que están cayendo socialdemócratas en todo el mundo. En vez de ser fieles a sus convicciones, se radicalizan para complacer a la extrema izquierda. Es lo que hizo ella para atraer a los votantes de Bernie Sanders.

Nada menos eficaz. Es fatal en política tratar de emular las ideas del adversario. Una lección para los políticos chilenos más serios: la política pos-factual y pos-racional se combate no con intentos de emularla, sino con convicciones profundas ceñidas a la verdad y la razón. Los votantes agradecen una alternativa seria y sincera, si hay una en oferta.