sábado, 20 de agosto de 2011

Los intelectuales K

INTELECTUALES K
Cuando uno escucha la palabra intelectual,  tiende a pensar en una persona dedicada a la especulación cognitiva. Alguien que quiere ir más allá de los límites de lo que ya conocemos o creemos conocer. En la expresión de una perspectiva inconformista que no se satisface con la mesa servida. En una actitud ante la vida que lo lleva por caminos de permanente insatisfacción y de la necesidad, muchas veces hasta  angustiosa, de acceder a planos del conocimiento que en cada etapa de la historia parecen vedados para el común de los seres humanos.

Por cierto que existe otra acepción del concepto de intelectual, acuñada por los idearios que se van sucediendo al  paso de los tiempos. Esta refleja la expresión de quienes consideran que han llegado a puertos  relativamente seguros y quieren que la historia no se les vuelva a escapar. Y priorizan consolidar en lo cotidiano, los conceptos que han alcanzado.

Parecería que esta última es la naturaleza de los llamados intelectuales K. 
Y claro que resulta lógico, porque  mantenerse en el plano teórico, abstrayéndose de la realidad que se desarrolla a la vera del pensamiento, sin duda deja gusto a poco.
También está claro que esta segunda acepción – frondosa por la aportes teóricos que la han construido y hasta farragosa por la inevitables contradicciones que hasta lamentablemente acostumbran tener la teoría y la praxis -  obliga a muchas miradas.
Por de pronto pienso – y no afirmo – que el afán  intelectual tiene por definición un carácter amoral. Porque la búsqueda inconclusa siempre es refractaria a conceptos morales aceptados en un estadio histórico. Por  mas deseables que estos parezcan ser . 

Aunque me inclino a pensar – y reconozco que tal vez con inocencia – que tanto afán del pensamiento tiene al menos pequeños logros morales. Tal vez sean apenas umbrales,. pero nos sirven sentir que estamos parados ante una luz de esperanza. Lo que no es poco si miramos lo tormentoso que se muestra la historia que han construido los seres humanos.
Un ejemplo paradigmático de uno de esos umbrales es el respeto a la vida ajena.  Podrá decirse que no se trata de un umbral consolidado. Que  se le ponen y quitan ladrillos todos los días. Que  muchos los disimulan con alfombras de violencia. Pero tengo para mí que cada vez somos más los que podemos aceptar que todo sea negociable, pero que nos resulta inaceptable sacrificar una vida humana en el altar de las ideas y de la desmesura. Que toda idea nos parece pequeña, que toda desmesura nos resulta incomprensible, si su precio es la existencia de un semejante.

Traigo  a cuento esta perspectiva ante los dichos de un conspicuo representante de la intelectualidad K, cuando al querer mostrar los peligros que, según él, acarreaba el triunfo electoral de un rival político, alertaba sobre el abandono “de nuestros muertos” – así dijo casi al pasar – por parte de la expresión triunfante.
Curiosa paradoja. Porque obligados a entrar en ese siniestro cosmos de la muerte y la violencia, debería pensarse que “nuestros muertos” son los otros. Los que por desidia, desconocimiento, comodidad, falta de compromiso y hasta fastidio, no supimos defender con la robustez que es dable esperar en las personas civilizadas. Que nos debimos exigir. Y son “nuestros muertos” porque claudicamos ante nuestra responsabilidad.
Cierto es que los que murieron defendiendo ideales que compartimos, tampoco nos son ajenos. Pero el mejor homenaje que les podemos hacer es aprender de la futilidad de la desmesura de la violencia.  Y quedarnos con el recuerdo, la tristeza, la congoja que acarrea la sinrazón cuando se lleva una vida.
Pero no es solamente este aspecto sobre el que quiero indagar. También existe en esta cofradía una aceptación muchas veces expresa de la violencia que se manifiesta en los excesos del lenguaje,  en la falta de consideración y en la descalificación de los que no pertenecen al colectivo.
Por cierto que nadie puede convertirse en el guardián de las frases ajenas. Pero traigo este comentario para recordar que la violencia no es una situación conflictiva extrema que se presenta de improviso contra la voluntad de los que la sufren. Más bien es un proceso que se nutre con la falta de comprensión recíproca de intereses diferentes y se sirve cruda cuando ese desencuentro se traduce en el extremo de la deshumanización .
Por eso el cuidado de los estilos y de las formas de expresarse no son un mero formalismo.Expresan la voluntad de facilitar el diálogo para evadir el siempre presente estigma de la violencia.
Máxime cuando no podemos desconocer que la dialéctica de los intelectuales  - en la que se suele   denominar acepción militante - busca crear una realidad que se adapte a las ideas que han abrazado.  A las que han consagrado  con un carácter atemporal y por cierto absoluto.
No parece estar en su espíritu acompañar la evolución que crea nuevos ó  más excitantes interrogantes. Ni a dejarse sorprender por la enorme aptitud del ser humano para buscar caminos alternativos que ofrezcan nuevas respuestas a los dilemas morales.
Todo parece agotarse para ellos en el ejercicio político de cambiar la realidad para adaptarla a su paladar.
El poder de turno ha elegido apoyarse en esta corriente de pensamiento, que  seguramente le sirve para disimular su vacío intelectual. También para arroparse con una épica que esconda menesteres más escabrosos y utilizar una dialéctica que le permita justificar su escaso respeto a la legalidad y a la convivencia.
Los intelectuales, por su parte, encuentran en este apoyo una forma de tener más visualización a través de los medios públicos y de acceder a los fondos necesarios para continuar su lucha.
Queda como consuelo el saber que los verdaderos intelectuales y los poderes de turno nunca han hecho migas duraderas.

Alejandro Marin
Mendoza- julio 2011

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