viernes, 1 de junio de 2012

UNA HISTORIA REPETIDA


A pasos cada vez más rápidos  nos vamos acercando al final de otro experimento corporativo. A la repetición - con sus matices, claro -   del mismo final de fiesta que se ha abatido una y otra vez sobre los argentinos durante décadas.
Algunas veces los caminos fueron demasiados pedregosos y su tránsito agobiante. Otras veces - como ahora -  parecía que los dioses nos ofrecían los tiempos soñados para avanzar hacia la civilización. Pero siempre repetimos el sendero equivocado.
Pareciera que la persistencia de una costumbre está en relación directa con lo absurdo de ella. Y que – como afirmaba Goya - la fantasía aislada de la razón solo produce monstruos destructores.
Una vez más, no servirá lamentarse ni servirá indignarse. Lo único que servirá es comprender la lógica de una conducta autodestructiva.                                                                                                                                                                                                      Lógica que ha acarreado un formidable deterioro moral y económico de la sociedad a cambio de  pequeñas y efímeras satisfacciones.
Salvando los matices, el estadio final siempre se repite. Ante la ineficacia del sistema corporativo, el gobierno se va quedando sin recursos para saldar las pretensiones de los diferentes sectores. Solo le queda concentrar poder más allá de la legalidad para tratar de mantener el timón del estado. Y este caminar por los márgenes de la legalidad va produciendo nuevos deterioros en el tejido social. Al menospreciar las convenciones legales, los inevitables conflictos deben zanjarse a la luz de axiomas ideológicos o de formas paradójicas. Y así las discusiones se van vaciando de razones y poblando con humores, resentimientos, pensamientos mágicos y sofismas de tablón. Ello alumbra el encono y promueve la violencia.
Claro que el fin de fiesta que está asomando tiene características propias. Inherentes a un gobierno que no solo ha transitado y sigue transitando caminos aturdidos sino que lo ha hecho en forma incontinente. Y que ese andar va a dejar problemas complicados de resolver.
Por de pronto va a ser muy difícil recuperar la paz social y volver a vivir acompasados a la ley. O llevar a la comprensión de las gentes lo indispensable de contar con un sistema institucional para reconocernos como convivientes. O reconstruir un sistema judicial merecedor de su nombre y de la confianza de los ciudadanos. O reconciliarse con un mundo que nos observa pasmado. O siquiera pretender poner en caja una corrupción que nos desborda.
Y en el orden económico también enfrentaremos una tarea ciclópea.
Porque no sabemos como se va a financiar un gasto público inelástico que parece acercarse a casi el cincuenta por ciento del producto bruto. Porque no sabemos como se va a apaciguar una inflación que devora lentamente el patrimonio de los ciudadanos. Porque no sabemos de adonde van a salir los recursos para volver a contar con energía. O con infraestructura de transporte. O – lo más grave – construir un sistema educativo que nos acerque al siglo en el que creemos vivir.
Y aunque nos acongoje, debemos saber por anticipado  que para esa tarea seguramente no vamos a encontrar alternativas fuera de algún sector del partido gobernante. O del travestismo político. Porque el partido único se ha convertido en la marca registrada del sistema político argentino. Porque la oposición es tan corporativa como el gobierno pero paradójicamente no goza de la confianza de las corporaciones. Y porque carece de líderes lúcidos e innovadores con propuestas consistentes que toquen las notas que puedan entusiasmar a los ciudadanos.
Nos aguardan tiempos difíciles.
Y seguramente el mismo abismo.
Como siempre.

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