lunes, 14 de octubre de 2013

HIJOS DE LA OTREDAD


Les presento a un grupo de personas que, sin duda, han tenido la tragedia de comenzar a transitar por la vida en condiciones desgraciadas. Hijos de terroristas, de asesinos, de cómplices o de simples viandantes que estaban en el lugar equivocado en el momento en que los militares desplegaron su sinrazón.
Conocen el duro oficio de creer que son otros de los que realmente son. Y el mal despertar de encontrarse con sí mismos.
Son víctimas inocentes de haceres ajenos. Y por cierto que esta sociedad absurda que hemos sabido construir les debe algún pedido de perdón.
No podemos ni debemos exigirles equilibrio ni generosidad. A su aire, algunos lo tendrán y otros no. El sufrimiento modela de muchas formas a los seres humanos. Pero nunca parece ser neutro.
Y si a los que mirando de afuera no se nos cayó un perdón, por lo menos debemos exigirnos una actitud de comprensión. La mano tendida es el esfuerzo mínimo al que estamos obligados. O deberíamos estar.
Pero hay algo que definitivamente no podemos aceptar.  Que es la instrumentalización política de las desgracias ajenas.  Tratando de crear la ficción de que el hecho original representa de por si un valor suficiente para justificar lo injustificable. Para estar más allá del bien y del mal. Para aceptar que es el bueno de la película.
Y no se trata del candidato porteño a diputado que por estos días ocupa las noticias de última hora.
Se trata de la patológica actitud de un gobierno que se monta en las desgracias de estas gentes para hacerle ver a los ciudadanos su supuesta preocupación por los tan remanidos derechos humanos.
Cada uno verá causas distintas en este embusterío. Personalmente solo veo ignorancia, irresponsabilidad y mala uva.
Pero el hecho es que les resulta fácil convocar interesados para participar de este corronchoso espectáculo.
Es natural. Todos han sido mimados como héroes por nuestra irresponsabilidad colectiva. Los más tendrán, por cierto, el resentimiento que resulta casi natural a su condición. Y además se les ofrece dineros públicos para transitar una etapa de su vida que promete ser mejor.
Por eso resulta difícil pedirle al candidato portador de esta ficción una actitud más sociable. Máxime conociendo su precariedad intelectual.
Y demás está decir que esta actitud gamberra no resulta muy diferente a la que ensayarían ante una situación similar la inmensa mayoría de los personeros políticos que han secuestrado el estado y tomado de rehenes a los ciudadanos.
Más que criticar a este malaventurado muchacho, deberíamos dedicar nuestro tiempo a indagar sobre nuestra responsabilidad como habitantes que parecen haber renunciado a sus derechos ciudadanos. Porque premiar al corrupto o aplaudir al mentiroso no invita a la esperanza.

Y recordarles a los miembros de esta familia de orígenes cambiados que tienen la obligación de sostener la vigencia irrestricta de las leyes. Porque casualmente fue su quebrantamiento lo que los privó de ser quienes realmente eran.

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