miércoles, 18 de enero de 2017

A NO OLVIDARSE

En los últimos días he visto al ex supremo Zaffaroni muy opinador sobre temas de actualidad. Ello me llevó a recordar que don Zaffaroni nos está debiendo una explicación sobre un suspense que tiene ya varios años de antigüedad.

Consiste en saber que y cuanto había de cierto en la denuncia que le hicieran cuando integraba el supremo tribunal de justicia, acerca del destino poco elegante – para llamarlo de alguna manera - que le daba a algunas de sus propiedades.

Con motivo de dicha denuncia publiqué un artículo en este blog y curiosamente – no recuerdo la razón – lo firmé como Antonio Amador.

Lo he extraído del almanaque para ayudarnos a recordar que, cuando lo veamos o lo escuchemos, conservemos presente su obligación de darle alguna explicación a los ciudadanos.

Se titulaba “El supremo y las casas de putas”.

Y dice así.

 

Ya calmadas un poco las aguas, aunque el tema mantenga su actualidad, resulta oportuno pensar con prudencia sobre la denuncia realizada por una ONG con relación al destino que se le daba a algunas propiedades de un Juez de la Suprema Corte. Como cualquier ciudadano, he seguido el tema por los diarios.  Y por lo que parece, se trata de algunos departamentos - cuatro, seis, no tengo claro el número - dados en locación por el Supremo, los cuales se utilizaban  para encuentros con "trabajadoras del amor". Perdonen ustedes el eufemismo, pero ocurre que como ya no hay maestros sino "trabajadores de la educación”,  ni artistas, reemplazados por los "trabajadores del arte", debo presumir que tampoco hay mas putas.  Así que para no ser acusado de discriminación por organismos serios como el instituto nacional contra la discriminación, debo forzar el idioma español. Y reemplazar el tan castizo “ir de putas” por el tan ridículo “ir de trabajadoras del amor”.
Puesto el tema en la vidriera, se produjo otro de los deliciosos escandaletes a los que nos tiene acostumbrados la vida pública en la Argentina. Sobre todo en el ámbito de la justicia, que nos está dando tanto malos ratos.
No conozco personalmente al Supremo, por lo que mi información sobre él es de segunda mano. Pero así y todo tengo la convicción que se trata de un individuo destacado en el quehacer jurídico, honorable y buena persona. Así incluso lo han dejado trascender sus colegas del tribunal.
Y mi tendencia – algo pasada de moda – es creerle a la gente que considero respetable. Así que doy por buena su manifestación de desconocimiento sobre este hecho. Y me gustó la explicación sobre su falta de dedicación al control de estos arrendamientos, tema que dejó en manos de su amigo y apoderado. Porque tendríamos una justicia ideal si todos los jueces dejaran al margen de su atención cotidiana los negocios particulares y se avocaran a la atención de las múltiples causas que los atosigan.  Por más que, como todos los seres humanos,  de cuando en cuando se encontraran con desagradables sorpresas.
Lo que resulta difícil de creer es que el apoderado no estuviera al tanto del tema. Porque no se trata de un departamento sino de varios, lo que me hace suponer una causalidad más que una casualidad. A menos, claro, que sea tonto de capirote. Por eso uno hubiera esperado que el Supremo se hubiera puesta el sombrero para ir a echarle al hombre una marimorena,  por haberlo expuesto a él y a la majestad de la justicia a tan desagradable como delicada situación. No me alcanza con que lo defina como solo propietario de un auto viejo y de un sobretodo deshilachado.
Ni mucho menos sirve que el Supremo denuncie una campaña de hostigamiento en su contra. Porque debe saber perfectamente que su postura controversial en materia penal así como su aparente simpatía – alguna por lo menos – con los poderes de turno, desatan el enojo de muchos ciudadanos chinchudos por la falta de seguridad personal y por la fetidez y malos modos del gobierno. Lo que es aprovechado para montar campañas de prensa.
Y sabe sobre todo, que se trata de una denuncia inconducente para esclarecer este episodio.
De manera que el Supremo nos sigue debiendo una explicación más consistente a los que creemos en su decencia. Más que a los diputados y senadores, muchos de los cuales – supongo – más que una explicación preferirían un pase sin cargo para las casas de putas.”


Septiembre 2011

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