sábado, 12 de mayo de 2012

HASTA DONDE....


Los que ya tenemos varios años - varios más de los que nos gustaría tener - hemos visto y sobre todo padecido todos los malos - y porque no decir pésimos - gobiernos que han asolado a la Argentina.
Los hemos tenido dictatoriales, autoritarios, asesinos, incompetentes, venales, ridículos, pintorescos.(y/o). Y todos han agregado su granito de arena - y algunos su balde de cemento - para construir esta decadencia que nos atenaza.
Pero ahora nos encontramos con una novedad. Con una nueva tipología, por si faltara alguna. La del gobierno malevo.
Encabezado por un matrimonio que ha mostrado poco o ningún interés por la buena educación, las buenas maneras, la urbanidad y el respeto al prójimo, muchos argentinos asistimos – entre sorprendidos y apenados – a esta novedosa etapa de un país que alguna vez fue.
Claro que todo tiene una explicación. El carácter corporativo de la sociedad argentina, aceptado implícita o explícitamente por sus habitantes y promovido por los políticos de distinto signo , ha llevado a la instalación, en la práctica, de un sistema de partido único.
Y parece natural. Los argentinos han entendido que para transitar el campo minado del corporativismo se requiere de un gobierno que tenga cierto grado de autoritarismo, no importando que resulte poco pulcro en el respeto a la ley. Siempre tienen presente el explosivo fracaso de los dos gobiernos del partido centenario, que trataron de administrar el sistema con modos más republicanos y talante más democrático. Y acompañan la demonización del segundo gobierno democrático que, en su particular estilo, intentó transitar  hacia el capitalismo.
Y también resulta entendible – aunque no aceptable – la actitud del matrimonio que, casi por casualidad, accedió a la presidencia. Personas que vivieron una buena parte de su vida adulta en un pueblo de frontera, en las épocas en que internet no tenía su actual desarrollo. Tiempos en los que el fatídico “condicional” demoraba y hasta imposibilitaba incluso las comunicaciones  de larga distancia.
Pueblo que no es por cierto un cenáculo intelectual. Y que para colmo – como cualquier lugar de frontera – se poblaba con aventureros que buscaban hacerse la vida en lugares alejados de la civilización. Algunos de los cuales, claro, ocupan y han ocupado cargos públicos  de relevancia.
Resulta hasta casi natural entonces que la mala educación, el insulto, la amenaza, la descalificación personal, el apriete, la falta de respeto, en suma, la incivilidad,  sea el método utilizado por estos curiosos personajes que conforman el gobierno malevo.
Hasta aquí lo que puede encontrar una explicación.
Pero ya resulta más difícil entender como todos los miembros del gobierno, incluso los que parecen tener un origen más civilizado, aceptan estas formas sin más. Y en aras de mantenerse en los cargos públicos, aceptan convertirse en títeres de una voz única y hacen suyo este estilo soez. Y lo adoptan como propio.
¿Tan dulces son las mieses del poder que justifican renunciar hasta al amor propio con tal de continuar en el cargo?
Cabe tratar de entender la actitud de una inmensa cantidad de argentinos, que aceptan como normal la inopia de un gobierno pendenciero. Cierto es que hemos perdido a borbotones una educación que nos permitía discurrir con razones sobre los avatares de la sociedad. También es cierto que nos hemos aislado del mundo. Al que miramos desde nuestro ombligo y criticamos sin entenderlo.
Pero también es cierto que no se puede dejar de advertir el tajo que ha producido en nuestra sociedad este gobierno malevo. Ni la violencia que se expresa a diario y que parece impregnar la convivencia.
Y que, finalmente, las palabras y la forma de expresarlas no son anécdotas. Son actitudes. Actitudes que nos llevan por derroteros fragosos. Porque la violencia siempre es un proceso que comienza con palabras de más y termina con personas de menos.
Por eso la pregunta:¿ Hasta donde puede llegar esta degradación, que ya parece irreversible?

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