sábado, 21 de enero de 2017

MACRI Y EL FACTOR HUMANO

Mauricio Macri quiere ser el gran modernizador de la Argentina, el presidente que, por fin, encuentre una salida de la zona pantanosa en que deambula el país, empobreciéndose cada vez más, desde hace casi un siglo. En principio, no debería serle tan difícil; otros pueblos, entre ellos algunos de características afines, que a mediados del siglo pasado eran más pobres que el argentino lograron acoplarse al mundo desarrollado, de suerte que sabrá lo que es necesario hacer. Pero las cosas distan de ser tan sencillas.
Por desgracia, no se equivocaba por completo el entonces secretario del Tesoro norteamericano Paul O’Neill cuando, frente a la crisis fenomenal de 2001 y 2002, dijo que “hace 70 años o más que los argentinos entran y salen de situaciones problemáticas. Ellos no tienen una industria de exportación que valga la pena. Y así les gusta. Nadie los obligó a que sean lo que son”. Puede que el funcionario sólo aludiera al grueso de los políticos, sindicalistas y empresarios que en última instancia son los responsables del estado deprimente del país, ya que a los pobres y quienes corren peligro de compartir su destino no les gustan para nada las situaciones problemáticas, pero puesto que los miembros del establishment local llevan la voz cantante, estaba en lo cierto.
Sucede que la clase dirigente argentina es muy pero muy conservadora. Se resiste a cambiar. Aún más que sus equivalentes de otras latitudes, sus líderes se aferran con tenacidad a lo conocido. Y no le ha ido nada mal. Luego de superar lo de “que se vayan todos”, sus integrantes se las arreglaron para consolidar sus muchas conquistas, ya que cuando de sacar provecho de sus propios fracasos atribuyéndolos a otros se trata, son campeones mundiales. Han podido hacerlo en gran medida porque, como acaba de recordarnos Carlos Pagni, el ex socio televisivo del nuevo ministro de Hacienda Nicolás Dujovne abundan los esquizofrénicos que, si bien “rechazan a los políticos y creen que la administración pública está plagada de incompetentes o de ñoquis”, por hostilidad hacia lo privado quisieran que el Estado se encargara de virtualmente todo. Tal actitud nos dice mucho.
Aunque los macristas aspiran a reformar lo que aquí hace las veces de un Estado desburocratizándolo y profesionalizándolo, como en su momento hicieron los británicos, franceses y japoneses con los suyos para crear una especie de mandarinato inspirado explícitamente, en el caso de los primeros, en el de la China confuciana, no hay garantía alguna de que prospere la idea de que al país le convendría contar con un auténtico “servicio civil”.  Si es cuestión de algo realmente importante, como el fútbol o el tenis, la gente suele ser ferozmente elitista, pero preferiría que el Estado nacional y sus variantes provinciales o municipales se organizaran según pautas mucho más flexibles que las habituales en el mundo deportivo.
El temor a un brote de elitismo puede entenderse. Son muchos los empleados públicos actuales que se verían perjudicados por la eventual necesidad de participar de cursos de capacitación, rendir exámenes esporádicos y así por el estilo. Los apoyan vigorosa y ruidosamente los sindicatos del sector que, por razones que podrían calificarse de estructurales, siempre defienden los presuntos derechos adquiridos de los afiliados más vulnerables. La posibilidad de que colaboren con los deseosos de modernizar el Estado es virtualmente nula. Lo mismo que los compañeros del sindicalismo docente, los de otras reparticiones estatales seguirán anteponiendo los intereses de los menos capacitados a aquellos de la sociedad en su conjunto. Algunos ya han dado a entender que, en su opinión, los reformistas se han propuesto librar una guerra contra el pueblo trabajador.
Los convencidos de que el capital humano de la Argentina es tan maravilloso que, con tal que el gobierno nacional maneje la economía con sensatez, debería serle fácil emular a países que han conseguido enriquecerse en un lapso muy breve, propenden a pasar por alto el déficit educativo. De tener razón quienes suponen que el futuro de una sociedad determinada dependerá del nivel alcanzado por los alumnos de los colegios secundarios, las perspectivas que enfrentamos a mediano y largo plazo son sombrías. Según las pruebas internacionales, el desempeño de nuestros jóvenes es equiparable con aquel de países como Kazajstán, Albania e Indonesia, a años luz de los más avanzados, en especial de China, el Japón, Singapur y Corea del Sur, lugares en que la pasión educativa es llamativamente intensa.
¿A qué se debe tanto atraso? Los sospechosos de siempre son los sindicatos, los maestros, un sistema educativo supuestamente anticuado y, desde luego, la pobreza, pero tal vez no sea más que la consecuencia lógica de una cultura política reñida con el esfuerzo individual. Mientras que en China, la eliminación por Deng Xiaoping de una red espesa de trabas que habían tejido marxistas dogmáticos resultó ser más que suficiente como para liberar las energías de un pueblo de mentalidad capitalista nata, de ahí el crecimiento explosivo de un país hasta entonces paupérrimo, aquí medidas similares modificarían poco. Lejos de aprovechar la oportunidad para hacer valer los talentos propios como hicieron los chinos, millones de personas se sentirían abandonadas por un “Estado ausente” al que acusarían enseguida de defraudarlas.
En una época en que, a pesar de lo ocurrido últimamente en distintas partes del mundo desarrollado, los valores dominantes siguen siendo más individualistas que colectivistas, la diferencia así supuesta es clave. En algunas sociedades, apostar a la iniciativa personal tiene sentido; en otras, sólo motiva indignación y envidia.
Macri y sus coequiperos esperan que la Argentina, debidamente aleccionada por una larguísima sucesión de fracasos desastrosos, esté dispuesta a protagonizar una suerte de revolución cultural como las que posibilitaron la “modernización” de otros países que, a primera vista, no tenían más que una pequeña fracción de sus ventajas comparativas. Es que aun cuando los recursos naturales –el campo, Vaca Muerta, la minería – resultaran ser fabulosamente lucrativos, no bastarían como para reemplazar el factor humano que hoy en día es, por lejos, el recurso económico más valioso.
Lo comprenden muy bien los chinos; sueñan con tener sus propias versiones de empresas gigantescas como Apple, Google y otras que son productos casi exclusivamente de la inteligencia creativa si bien, de modo indirecto, hicieron su aporte las condiciones socioeconómicas en que pudieron desarrollarse. De todos modos, nadie ignora que, de concebir un joven argentino un proyecto parecido a los de Steve Jobs, Larry Page y compañía que pronto engendrarían miles de millones de dólares, para que asumiera una forma concreta tendría que emigrar, ya que por razones burocráticas, económicas, legales y culturales, el medio ambiente nacional no le sería del todo propicio.
Aquí, lo que hace mucho tiempo alguien llamó “la máquina de impedir” sigue funcionando con eficacia notable. Puesto que cuenta con la aprobación de muchas personas influyentes que entienden que el cambio podría resultarles muy incómodo, los decididos a desmantelarla se saben constreñidos a proceder con mucha cautela. Nada de choques y ni hablar de “ajustes”.


Revista Noticias
15/1/2017

miércoles, 18 de enero de 2017

A NO OLVIDARSE

En los últimos días he visto al ex supremo Zaffaroni muy opinador sobre temas de actualidad. Ello me llevó a recordar que don Zaffaroni nos está debiendo una explicación sobre un suspense que tiene ya varios años de antigüedad.

Consiste en saber que y cuanto había de cierto en la denuncia que le hicieran cuando integraba el supremo tribunal de justicia, acerca del destino poco elegante – para llamarlo de alguna manera - que le daba a algunas de sus propiedades.

Con motivo de dicha denuncia publiqué un artículo en este blog y curiosamente – no recuerdo la razón – lo firmé como Antonio Amador.

Lo he extraído del almanaque para ayudarnos a recordar que, cuando lo veamos o lo escuchemos, conservemos presente su obligación de darle alguna explicación a los ciudadanos.

Se titulaba “El supremo y las casas de putas”.

Y dice así.

 

Ya calmadas un poco las aguas, aunque el tema mantenga su actualidad, resulta oportuno pensar con prudencia sobre la denuncia realizada por una ONG con relación al destino que se le daba a algunas propiedades de un Juez de la Suprema Corte. Como cualquier ciudadano, he seguido el tema por los diarios.  Y por lo que parece, se trata de algunos departamentos - cuatro, seis, no tengo claro el número - dados en locación por el Supremo, los cuales se utilizaban  para encuentros con "trabajadoras del amor". Perdonen ustedes el eufemismo, pero ocurre que como ya no hay maestros sino "trabajadores de la educación”,  ni artistas, reemplazados por los "trabajadores del arte", debo presumir que tampoco hay mas putas.  Así que para no ser acusado de discriminación por organismos serios como el instituto nacional contra la discriminación, debo forzar el idioma español. Y reemplazar el tan castizo “ir de putas” por el tan ridículo “ir de trabajadoras del amor”.
Puesto el tema en la vidriera, se produjo otro de los deliciosos escandaletes a los que nos tiene acostumbrados la vida pública en la Argentina. Sobre todo en el ámbito de la justicia, que nos está dando tanto malos ratos.
No conozco personalmente al Supremo, por lo que mi información sobre él es de segunda mano. Pero así y todo tengo la convicción que se trata de un individuo destacado en el quehacer jurídico, honorable y buena persona. Así incluso lo han dejado trascender sus colegas del tribunal.
Y mi tendencia – algo pasada de moda – es creerle a la gente que considero respetable. Así que doy por buena su manifestación de desconocimiento sobre este hecho. Y me gustó la explicación sobre su falta de dedicación al control de estos arrendamientos, tema que dejó en manos de su amigo y apoderado. Porque tendríamos una justicia ideal si todos los jueces dejaran al margen de su atención cotidiana los negocios particulares y se avocaran a la atención de las múltiples causas que los atosigan.  Por más que, como todos los seres humanos,  de cuando en cuando se encontraran con desagradables sorpresas.
Lo que resulta difícil de creer es que el apoderado no estuviera al tanto del tema. Porque no se trata de un departamento sino de varios, lo que me hace suponer una causalidad más que una casualidad. A menos, claro, que sea tonto de capirote. Por eso uno hubiera esperado que el Supremo se hubiera puesta el sombrero para ir a echarle al hombre una marimorena,  por haberlo expuesto a él y a la majestad de la justicia a tan desagradable como delicada situación. No me alcanza con que lo defina como solo propietario de un auto viejo y de un sobretodo deshilachado.
Ni mucho menos sirve que el Supremo denuncie una campaña de hostigamiento en su contra. Porque debe saber perfectamente que su postura controversial en materia penal así como su aparente simpatía – alguna por lo menos – con los poderes de turno, desatan el enojo de muchos ciudadanos chinchudos por la falta de seguridad personal y por la fetidez y malos modos del gobierno. Lo que es aprovechado para montar campañas de prensa.
Y sabe sobre todo, que se trata de una denuncia inconducente para esclarecer este episodio.
De manera que el Supremo nos sigue debiendo una explicación más consistente a los que creemos en su decencia. Más que a los diputados y senadores, muchos de los cuales – supongo – más que una explicación preferirían un pase sin cargo para las casas de putas.”


Septiembre 2011

jueves, 29 de diciembre de 2016

¿¿Critica literaria?? (ficciones de Alejandro Marin)


Es un hecho que ninguno de los innumerables críticos que los fines de semana pueblan los suplementos culturales o literarios de la prensa escrita, se atreverán a comentar alguno de los relatos novelados que gracias a la magia de la red electrónica, nos permite disfrutar de las andanzas de unos particulares personajes metidos a detectives privados, respetando la vieja usanza inaugurada por Dashiell Hammet y Raymond Chandler hace ya casi un siglo. Y no lo harán porque estos relatos, además de no calificar dentro de las categorías  ordinarias en los que se divide habitualmente el género literario, distan de merecer -según ellos-  de una crítica, debido al estilo poco convencional de un texto ligero y ameno, destinado a entretener al lector más que pretender acercarlo a cumbres literarias.
A falta de crítica literaria convencional, los relatos a los que se accede a través de la red digital, reciben abundantes comentarios de los lectores y curiosamente –o sorprendentemente- ninguno de ellos  objeta el estilo, la calidad del texto o la originalidad del argumento y su desenlace. Hay si bastantes comentarios respecto de la posible visión ideológica así como la postura frente a hechos cotidianos que a diario conmueven a la sociedad,  donde el autor – a través de los protagonistas -  se explaya con argumentos y ocasionalmente con fundamentos generalmente alejados de lo que la fuerza mediática ha instalado como políticamente correctos. 
El texto suele combinar con sutileza acontecimientos y personajes de nuestra historia reciente con nuevas interpretaciones sobre como se han desarrollado en realidad los mismos. Mezcla para ello diferentes hechos sucedidos en distintos escenarios incorporando personajes que le dan al relato un particular color, que nunca desentona con la trama que el lector va percibiendo a medida que avanza con la lectura. En ocasiones, los nombres de los personajes que se intercalan en la historia guardan una cierta ironía que no siempre resulta fácil detectar para el lector novel, poco informado o no familiarizado con hechos delictivos o tramoyas políticos de otras épocas, pero ello no le quita interés a la trama ni gusto  al relato, que se deja saborear como uno de los tantos manjares que en el texto se describen con precisión. Para que cualquiera pueda posteriormente ensayar su preparación, cuando se sienta con ganas de acompañar en la imaginación a alguno de los simpáticos personajes.    

Miguel Polanski
(economista pero no cocinero)
Articulista del diario Cronista y de El Economista  
      

domingo, 18 de diciembre de 2016

58 años

Me impresiona cuando, por un mero cambio de gobierno, una parte importante de una población llega a perder su país. Les pasó por un tiempo a los exiliados chilenos. Para los cubanos, que en el exilio ya suman unos dos millones y medio, la pérdida ha sido por toda la vida: por todos esos 58 años que llevan los Castro en el poder.

He pensado estos días en un cubano exiliado en particular: en Guillermo Cabrera Infante, uno de los novelistas más geniales del boom . Se exilió en 1965, a los 36 años. Desde su departamento en Londres, nunca dejó de escribir magistralmente sobre la isla. Por mucho tiempo no recibió el reconocimiento que se merecía, porque elogiar a un cubano exiliado era políticamente incorrecto. En el invierno de 2005 -todavía en Londres- falleció sin nunca haber podido volver a Cuba.

Yo lo conocí en Londres en 1967. Poco después, el New York Review of Books, o NYRB, me encargó un ensayo sobre la vida literaria en Cuba. Yo había estudiado los dilemas de los escritores en la Unión Soviética bajo Stalin, pero a los 23 años, quería creer que Cuba era más abierta y libre. Pronto, al hablar con muchos escritores cubanos, descubrí que su situación era también muy precaria.

El mismo Cabrera Infante había dirigido, desde 1959, una publicación vanguardista llamada Lunes de Revolución, con la idea, similar a la de los creadores rusos en 1917, de que el corolario natural de la revolución política era una revolución estética de gran libertad creativa. Como en Rusia, la idea resultó ser ilusa. En 1961, Lunes fue suprimido por "escasez de papel". Su pecado había sido defender P.M., un documental de Sabá Cabrera sobre la sensual Habana nocturna. Habían osado defenderlo después de que Castro decidiera prohibirlo, un acto de temeraria lesa majestad. Fue la época en que Castro, con una pistola en la mesa, pronunció sus notables "Palabras a los Intelectuales" en la Biblioteca Nacional. "Con la revolución todo", dijo. "Contra la revolución nada".

En 1967 se empezó a complicar Heberto Padilla, el poeta que, cuatro años después, iba a ser obligado a hacer una humillante confesión pública, tras un duro tiempo en la cárcel. Lo que pasó en 1967 fue que El Caimán Barbudo, una publicación de los Jóvenes Comunistas, les pidió a unos intelectuales que comentaran "La pasión de Urbino", una novela de Lisandro Otero, un mediocre escritor oficialista. Todos contestaron con apreciaciones adulatorias, con excepción de Padilla, quien preguntó por qué discutían esa novela, cuando en Cuba ni se publicaba una novela tan sublime como "Tres tristes tigres" de Cabrera Infante.

Debido a esa insolencia, El Caimán Barbudo fue suspendido, y sus editores despedidos. A Padilla lo echaron de su trabajo en Granma. Pero él era intrépido. En 1968 publicó en Unión su poema "No fue un poeta del porvenir", en que se reconoce como un poeta pesimista y recalcitrante que "siempre anduvo con ceniza en los hombros". No ha de sorprender que fuera acusado después de "actividades subversivas".

Para el NYRB, que libraba una campaña contra el gobierno norteamericano por la guerra de Vietnam, fue duro publicar mi ensayo en 1968, pero nunca me censuraron, comprobando la gran estatura de la revista. En 1980 fue gracias a gestiones del NYRB que Padilla logró exiliarse. A diferencia de Chile, el exilio para los cubanos no era una imposición, sino una desafiante aspiración. A esas alturas casi todos los mejores escritores habían logrado alcanzar el exilio.

Felizmente la literatura dura más que los discursos encendidos de los tiranos. Algún día "Tres tristes tigres", rígidamente prohibido en la isla hasta ahora, será leído por los jóvenes cubanos, quienes disfrutarán al fin de su humor, su ingenio y su alegre sensualidad.

David Gallagher
El Mercurio 9 de diciembre de 2016


jueves, 15 de diciembre de 2016

Mediocridad


Cuando pidió a los empresarios "romperse el traste", seguramente el Presidente no imaginaba cómo algunos de sus anfitriones lo iban a interpretar. Por lo que he leído en las últimas semanas, parecería que para el principal empresario del país "romperse el traste" es abogar por un precio del gas de 7,5 dólares por BTU, mantener el "barril criollo" a 70 y conseguir sus tubos de costura a un precio mayor por tonelada de lo que se puede pagar los tubos chinos. Pero ¿a qué sorprenderse? En todos los rankings o comparaciones internacionales la Argentina aparece por el medio del pelotón o de la mitad para abajo. Nunca muy arriba, raramente muy abajo. O sea, siempre dentro del pelotón de los mediocres, mediocridad correlacionada con que ningún sindicalista va a abogar por una legislación laboral que lo obligue a él y a sus afiliados a romperse el traste, pocos banqueros y empresarios pedirán competencia, ningún maestro querrá cambios en el Estatuto Docente, ningún beneficiario renunciará a sus "planes", ningún almacenero o chacarero quiere dejar de trabajar en negro, ningún gobernador despedirá a uno solo de sus empleados, pocos fiscales quieren que los despierten a medianoche y ningún político dejará de hacer demagogia. ¿Es realista pedirle a Macri que libre batallas a muerte contra tanta mediocridad enquistada? Está haciendo lo que puede y lo que le sale para que avancemos un poco en los rankings. Y dado del árido paisaje en el que le toca moverse, no lo está haciendo mal.
Martín Lagos
Carta enviada al diario La Nacion 15 de diciembre de 2016

martes, 13 de diciembre de 2016

GERARD DEPARDIEU

Días atrás, el distinguido actor Gerard Depardieu estuvo por Buenos Aires. Y hablando de cultura, se manifestó sorprendido por “la mala calidad de la televisión. Creo que es la peor televisión que vi en mi vida. En realidad, no es televisión: es pornografía. En los diez días que estuve nunca la pude mirar más de cinco minutos.”
Por cierto que la televisión argentina expone un drama cultural y estético. La transitan un conglomerado de  “vivos”, exhibicionistas, ignorantes, ordinarios, macaneadores, fabuladores, tontos de capirote, culos preciosos, tetas sonoras, anoréxicas vacuas,  gritones que quieren hace oír sus naderías y hasta vulgares proxenetas.
Sin olvidar el gentío que, muy suelto de cuerpo, nos ofrece sus opiniones sobre los temas que les tiren. Cualquiera sean ellos.
Abogados expertos en todo. Políticos expertos en todo y un poco más. Sicofantes crónicos. Piqueteros keynesianos. Okupas hegelianos. Comisionistas eruditos en seguridad publica. Artistas versados en energía. Concejales peritos en la política de medio oriente. Economistas de todo pelambre contándonos cualquier verdura. Y locutores ahítos de sabiduría.
Todo da lo mismo. Y lo que es peor, todo vale lo mismo.
Con las naturales excepciones, estos son los personajes que fatigan las pantallas encendidas de una multitud de personas que silencian sus almuerzo o sus cenas, que interrumpen sus conversaciones. Los que concitan la atención del ciudadanos medio. Esta televisión entra en todas las casas, no distingue edad ni condición, aprovecha el agradable tiempo vacante del ocio, no exige una dedicación de la voluntad y ofrece impacto son exigir esfuerzos reflexivos. Y claro que no se trata de un tema menor.
Este contexto es el que establece el marco de referencia cultural del ciudadano medio. Y lo que aún resulta mas grave es que, con este simulacro de relaciones humanas, crecen las nuevas generaciones.
La televisión ha logrado producir una depredación cultural de impredecibles consecuencias. O no tan impredecibles?
Desde la degradación del idioma hasta el secuestro del humor. Reemplazado por la chabacaneria, la burla, la agresión y las puteadas.
Claro que esta declaración de Depardieu pasó bastante desapercibida. A pesar de lo perspicaz de su definición de pornografía. Pero claro, muchos pensarán que pornográfico es ver a un señor follando con dos señoritas francesas.
Algún aventajado dijo que el buen gusto es la fiesta mayor de la inteligencia.

Si así fuere, a los argentinos no nos invitaron a esa fiesta.

sábado, 10 de diciembre de 2016

PASOS DESTEMPLADOS

PASOS DESTEMPLADOS
Otra novela de  Alejandro Marin
Blog: cortemoslacarajo.blogspot.com

Un asesinato ocurrido en la ciudad argentina de Rosario enfrenta a Jordi Gonorria, economista y cocinero y a su amigo Quito Verdudo, comisario retirado de la policía federal, con un nuevo misterio.
El narcotráfico, que infesta Rosario; los nunca del todo revelados secretos del nazismo en la Argentina  de fines de los años cuarenta del siglo pasado y los fraudes financieros internacionales, constituyen el escenario que transitarán, buscando el rastro que los lleve a dilucidar el hecho.
En el camino los acompañan viejos amigos, personajes literarios, otros de carne y hueso que han dejado sus huellas, caracteres pintorescos y las vicisitudes de la relación  de nuestro economista con su nueva novia.
Historia contada en forma ágil y amena,  a la que no le faltan historias culinarias y recetas de platos sabrosos, reflexiones sobre la actualidad económica y situaciones que sorprenderán al lector.

Disponible para la compra en  Tienda KINDLE de AMAZON