jueves, 30 de marzo de 2017

MUESTRAN SUS DIENTES LOS ANTICUERPOS EL SISTEMA

LA NACION
SÁBADO 25 DE MARZO DE 2017

Hace unas semanas empezó a hervir el caldo en el que buena parte del peronismo y de los que medran en las sombras pretenden cocinar el fracaso del gobierno de Cambiemos. En medio de la confusión, cada cual echa lo suyo a la olla.
La calle es un reflejo de los intereses en disputa. Después de un primer año en el que Macri compró gobernabilidad y les dio a los gremios y las organizaciones sociales mucho más de lo que les había dado el kirchnerismo, la apuesta al diálogo voló por los aires. La intransigencia de los líderes sindicales y sociales, así como las consignas de los manifestantes y piqueteros, dicen que lo que se dirime va más allá de los reclamos salariales (legítimos en muchos casos, aunque imposibles de atender en un país en ruinas). "La semana que viene vamos a salir de vuelta a las calles, y le anunciamos a la compañera Patricia que vamos a cortar las rutas", amenazó esta semana Emilio Pérsico, jefe del movimiento Evita. Lo que se busca es jaquear a un gobierno legítimamente elegido que, además, está lejos de tener gestos autoritarios.
En otro frente, la procuradora Gils Carbó se encarga de embarrarle la cancha a Macri y sus funcionarios abriéndoles causas a discreción con la inapreciable ayuda de sus fiscales y jueces militantes de Justicia Legítima, una aberración que nos legó la década perdida. Mientras, el kirchnerismo despliega el cinismo y la hipocresía de siempre para destruir como sea la posibilidad de alternancia y recuperar el poder antes de que el avance de las causas judiciales que se ciernen contra la jefa suprema la acerquen a la posibilidad de quedar detenida.
En sus muchas caras, y con algunas excepciones, el peronismo fuera del gobierno vuelve a mostrarse como un pack-man que busca devorarse la base de sustentación de la administración de turno. Este fenómeno, ya conocido, tenderá a pronunciarse a medida que se acercan las elecciones. Todos quieren llegar primero y en el camino también se van mordiendo entre ellos, hasta que uno tome la delantera y pueda garantizar el regreso de todos al control político y económico del sistema. Entonces, el conjunto disperso se abrazará al más fuerte para subirse a un nuevo retorno del mito peronista y todo volverá a empezar, a costa de un país degradado en donde florecen la marginalidad, el delito y la violencia: un patio de juegos perfecto para la corrupción de siempre.
Pero no es sólo la parte más oscura del peronismo la que conspira. Bajo la superficie hay un combate perpetuo de tribus que tiran sólo para su lado. Y más ahora, ante un gobierno aparentemente dispuesto a enfrentar privilegios y prebendas sindicales, empresarias y políticas sostenidas durante décadas desde el Estado. Al ver amenazada la matriz que amparó esos beneficios, los anticuerpos de aquel sistema perverso también salen a mostrar sus dientes para evitar que Cambiemos se afiance en las próximas elecciones.
Para agitar más las aguas, el periodismo militante tiene quien lo ayude. Cada vez son más los comentaristas que, embriagados de actualidad, envueltos en el fragor del reality, pierden perspectiva y lanzan críticas desproporcionadas. Así, favorecen a los conspiradores en su intento de igualar los errores de esta administración con los horrores de la que pasó. De pronto, ajenos y virtuosos, descubrimos la pobreza en la que estamos sentados. Pero ¿no alimentamos la pobreza y la marginación actual durante la década en la que, por el viento de cola, pudimos haber hecho mucho por erradicarla? Los argentinos somos críticos inveterados. Especialistas en desmarcarnos y echar culpas, otro modo de no asumir la realidad. Por definición, el periodismo es crítico del poder. Debe serlo. Pero, como advirtió Jorge Fernández Díaz, deberíamos preguntarnos dónde está el verdadero poder en la Argentina tan convulsionada y compleja de estos días.

Tenemos por delante un invierno largo y difícil. El Presidente y sus funcionarios no son infalibles. Cometen errores. Y hay que seguirlos de cerca. Pero tomaron la papa caliente entre las manos y desactivaron bombas que estaban a punto de explotar. Ahora pisan un terreno minado, sembrado de privilegios e intereses sensibles. Se trata de saber dónde y cuándo apoyar el pie para avanzar sin que todo estalle. Hay grandes esfuerzos para imponer en la opinión pública que nada cambió, que la Casa Rosada está llena de ineptos a los que los problemas les quedan grandes. Sin embargo, la desesperación por lograrlo crece junto con el temor de que este gobierno, con el indispensable apoyo ciudadano, sea capaz de empezar a cambiar la matriz prebendaria y corrupta de un país que no tenía destino.

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