miércoles, 1 de febrero de 2012

DULCE


Los buenos negociadores son los que logran descifrar los verdaderos “intereses” detrás de las “posiciones” de las partes en pugna.
Francisco Ingouville, en su excelente libro “Del mismo lado”, presenta un muy buen ejemplo para entender esta diferencia.
Se trata de dos hermanas peleando por una naranja.
La madre, en fallo salomónico, decide darle la mitad de la naranja a cada una, para zanjar el pleito. Sin embargo, si hubiera indagado en los intereses de cada una de ellas, hubiera sabido que una quería la naranja para hacer jugo y la otra para hacer dulce, de manera que una solución superior hubiera surgido de pelar la naranja y entregarle la cáscara a una, para que hiciera dulce, y la naranja entera pelada a la otra hermana, para su jugo.
La negociación, o mejor dicho la no negociación en torno a Malvinas, admite también un análisis de este tipo.
Las posiciones son claras, tanto la Argentina como el Reino Unido, reclaman la soberanía sobre las Islas Malvinas.
Sin embargo, ¿Cuáles son los verdaderos intereses detrás de este reclamo? Haciendo abstracción de eventuales bajezas de corto plazo de cada gobierno, que podrían apelar a cierto patriotismo barato, porque “rinde” en circunstancias políticas internas complicadas, lo cierto es que el interés de cada país sobre las islas, parece trascender el atractivo “geográfico” de dos islas perdidas en el sur, dónde nadie quisiera ir a vivir, salvo por lazos afectivos o vocación de ermitaño. Y a las que nadie quiere “volver”, porque nunca ha vivido allí.
Lo cierto es que el verdadero interés, como puntualizara muy bien Rosendo Fraga en una columna en “La Nación”, surge de la explotación de recursos naturales en el mar y en la posibilidad de que, en algún momento de este siglo, la Antártida sea abierta a dicha explotación, para los países con derechos geográficos o políticos sobre esa zona.
En otras palabras, detrás de la posición de reclamar la soberanía de las islas, se esconde el interés por la explotación de recursos naturales, tanto en el mar, como en el territorio antártico.
Hace falta, sin embargo, a estas alturas, incorporar un dato no menor. Los habitantes de las Islas Malvinas, que eran, antes de la guerra, ciudadanos de segunda, para el Reino Unido, han adquirido derechos de ciudadanía británica, derivados, precisamente, de la guerra y sus consecuencias.
La guerra, en ese sentido, ha sido clave para incorporar a la negociación a los habitantes de las islas, nos guste o no, y para otorgar una excusa extraordinaria a la política británica.
Hubo una guerra irracional, con muchos muertos, demasiados y con una rendición. Y eso es parte de la nueva realidad.
Es cierto que la Argentina tiene el descargo de imputar a un grupo de militares descontrolados esa acción bélica insensata, pero no es menos cierto, que la Plaza de Mayo se llenó de ciudadanos civiles de todo origen para vivar a Galtieri y los suyos, y que muy pocos políticos, líderes de opinión, y ciudadanos, manifestaron (manifestamos) su (nuestra) oposición a esa loca aventura.
Tenemos, entonces, el escenario delineado. Una disputa territorial por el derecho a explotar recursos naturales en el mar y en la Antártida y habitantes de las islas que, habiendo sido ciudadanos de segunda antes de la guerra, ahora tienen otro status, otro pasar económico y  prefieren seguir siendo británicos.
Esto último, paradójicamente, resulta muy fácil de resolver.
Existen hoy en la Argentina, miles de ciudadanos, muchos más que los que habitan las islas del sur, que han preferido tener, además de su ciudadanía local, el pasaporte de una nación extranjera, de su “Madre Patria”, y no por ello tienen menos derechos que el resto de los argentinos, o son denostados o acusados de “vendepatrias”. Permitirles a los ciudadanos de Malvinas, conservar su ciudadanía británica y sus costumbres y otorgarles, simultáneamente, el pasaporte argentino, resulta entonces, de bajo costo. Permitir, inclusive, que puedan optar por manejarse en sus contratos y disputas, con las leyes y jueces británicos, o con las leyes argentinas, tampoco resulta grave. (De hecho, “puestos a elegir”, y dado el funcionamiento de la justicia argentina, muchos compatriotas, también preferiríamos, con dolor, aceptar otro marco legal y otros jueces, antes que muchos de los nuestros).
No sería, entonces, un problema mayor, tener en las Islas ciudadanos con doble pasaporte, que pudieran optar por el marco legal británico o local, con dos banderas, libre circulación para todos de y hacia el continente,  y una delegación local de justicia y policía, cuyas atribuciones y jurisdicciones resultarían más fáciles de negociar que lo que hoy sucede entre el Gobierno Nacional y el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
Despejado el tema de los “ciudadanos”, queda el tema de fondo de la explotación de los recursos naturales.
Mi modesta opinión es que podemos seguir otro par de siglos reclamando la soberanía absoluta sobre las Islas, y aumentando los “costos” para Gran Bretaña, sin éxito alguno. ¿Alguien sinceramente cree que Gran Bretaña va a declinar sus reclamos sobre las Islas, porque haya que tener aviones con mayor autonomía de vuelo, o porque haya que cambiar una banderita en los barcos, cada vez que tocan puertos del continente, o inclusive, porque empresas británicas no puedan operar en la Argentina, si operan en torno a Malvinas?
La única forma de presionar y dejar en evidencia la política del Reino Unido, es quitarle argumentos a su posición e iniciar un proceso de presión seria para un esquema de soberanía compartida y trabajo conjunto en el ámbito de la explotación de recursos naturales, sumando a los países de la región, también con reclamos y ambiciones de derechos antárticos y, en algún caso, como el chileno, superpuesto a los nuestros y a los de los ingleses.
Pero para iniciar un serio trabajo regional y global en pos de una negociación positiva, no basta con conseguir declaraciones de compromiso, válidas pero insuficientes. La Argentina tiene que mostrarse como un país serio en las relaciones internacionales y dispuesto a aceptar las reglas de juego globales, en lugar de ser el “rebelde” y “pendenciero” habitual, para luego sentarse a pedir favores.
La solidaridad mundial y regional y el trabajo conjunto no se merecen, se negocian. Eso implica que la Argentina tiene que dejar de enfrentarse con el mundo en materia de comercio internacional, acatar fallos de organismos internacionales, normalizar, dentro de lo posible y en condiciones razonables, las relaciones financieras, en síntesis, mostrarse como un país “normal” que “juega con las reglas” y no que anda reclamando excepciones hasta en la FIFA.
Presentarse al mundo, como un país normal que defiende sus derechos, pero que reconoce las limitaciones de la ley y las buenas costumbres y que tiene una propuesta negociadora concreta más allá de un justo reclamo, le quitará argumentos al Reino Unido y a los habitantes de las islas.
Trabajar con la región, avanzar en la integración y no en el aislamiento y sumarla a los beneficios de una explotación racional y ordenada de los recursos naturales parece ser, al menos, un camino alternativo que debería explorarse en profundidad.
De lo contrario, lo más probable es que nos quedemos con la razón, pero sin jugo y sin dulce.

Enrique Szewach 31/1/2012
www.szewachnomics.com.ar