miércoles, 18 de julio de 2012

EL FULLBACK DE CURUPAYTI


Hace ya muchos años, al punto de no recordar durante que gobierno, el fullback del equipo de rugby del club  Curupaytí  fue designado asesor del poder ejecutivo. O de algún organismo vinculado al mismo.
¿ A cuento de que viene este recuerdo?
Pues como resulta que  al fulklback no se le conocía ninguna especialidad extraordinaria en la agenda pública que pudiera ofrecer a sus asesorados, la chanza que circulaba entre sus amigos y allegados era que había sido designado asesor de sentido común.
Fue toda una novedad para la época. Pero seguramente, con el transcurso de los años y de las “casas de estudios” que han proliferado para ofrecer sabiduría a cambio de una tan módica cuota mensual como dedicación, se habrán creado licenciaturas y maestrías en el tan difícil arte del sentido común. Menester tan necesario como el de los ingenieros. Y por cierto mucho más que el de los sicólogos.
Al punto que no tardaremos mucho en ver como se forma un Colegio de Profesionales e Idóneos en Sentido Común, al que será obligatorio recurrir para determinados trámites ante la administración pública, que requerirán la firma y el sello de alguno de sus miembros. Y que naturalmente habrá que retribuir de acuerdo a los aranceles que establecerá el Colegio para defender la dignidad profesional de tan avezados trabajadores. Los que, por cierto, serán muy razonables, al ser fijados por personas con sentido común. Valga la redundancia.
Pero esta lucha gremial todavía se debe estar dando. Así que en el presente buscar un asesor idóneo en sentido común es una tarea desgastante, producto de esa patología neoliberal propia de los años 90, que ha dejado a los ciudadanos a la intemperie, obligándolos  apañarse por las suyas.
Y entre los consternados por este jibarismo social de corte neoliberal están nuestros amigos radicales. Que a todas luces necesitan los servicios de algún preclaro experto en esto del sentido común pero se vé que no lo hallan.
Ya hace tiempo que vengo barruntando esta carencia.  Pero días pasados me convencí definitivamente al ver, en uno de los tantos programas políticos que alumbran nuestro conocimiento, a dos de sus representantes explicar algo referido a algo así como una compulsa interna que iban a celebrar para elegir algo. Evidentemente se trataba de algo.
Y lo expuesto no es producto de mi característica torpeza en el uso del lenguaje sino de los pocos elementos con que cuento después de desplegar mi paciencia para acoger la machaquería expuesta. 
Pude si advertir que se manifestaban aliados en esa batalla. Aunque cuando uno de ellos comenzó a explicar algo vinculado a un padrón de 93000 electores que había aparecido entre gallos y medianoche con el objetivo de trampear el resultado final de la compulsa, el socio lo cortó en crudo alegando que los trapitos sucios no debían ventilarse al sol.
Y posteriormente me enteré que tan apasionado ejercicio de la democracia partidaria había sido suspendido por un juez desaprensivo a raíz de que la composición del mencionado padrón ofrecía más sombras que claridades.
Antes estas situaciones, que creo algo alejadas del sentido común, y ante la dificultad de encontrar “expertise” local, les recomiendo a los amigos radicales buscar ayuda en otras playas. En Uruguay, por ejemplo, donde el sentido es común y corriente. Y aunque les parezca mentira,  los idóneos en este menester crecen asilvestrados como los espárragos trigueros. Con la ventaja adicional del idioma común, que les evita gastos adicionales como tener que contratar los servicios de un traductor. Y con la comodidad de poder recurrir sin cargo a un empleado público, como al relator de futbol aficionado a la lírica, de ser necesario aclarar algún giro idiomático propio del pueblo oriental.
Cierto es que para ser autorizada por el ferretero polirubro,  la importación de estos expertos requerirá la exportación de un valor similar. Y como seguramente un experto uruguayo “blue” debe tener una cotización superior a la de un inexperto radical “con liqui”, convendría que la negociación con el abominable cafre la lleve adelante un afiliado de la línea más afín al gobierno. Esto para evitar que una sangría de radicales, habida cuenta del diferencial que seguramente tienen las cotizaciones respectivas, altere el equilibrio entre las distintas tendencias internas. Y lleve a resultados extremos en la próxima elección partidaria. Digo: que una gane por seis a uno o siete a dos.
Así, gracias el aporte de nuestros hermanos uruguayos, los ciudadanos comenzaremos a entender de que hablan los radicales cuando hablan. Y los muchos afiliados plenos de sentido común que seguramente tiene este partido más que centenario podran abandonar el azoro que les debe producir verlo en manos de los más menguados.
Adelante radicales!!!!

lunes, 2 de julio de 2012

LA RENTABILIDAD DEL SECTOR AGROPECUARIO


A propósito del nuevo conflicto con el sector agropecuario

Argentina fue granero del mundo y asomó como potencia mundial hasta el momento en que decidió privilegiar políticas equivocadas que interrumpieron el desarrollo sostenido que la había posicionado entre los países más prósperos y avanzados del mundo.  Porque no sólo el crecimiento económico fue espectacular, también lo fue el progreso cultural y político. Decisiones inteligentes en materia de educación y salud pública se tradujeron en políticas de estado que hicieron de nuestro país un refugio para  millones de inmigrantes que escapaban al hambre ó la intolerancia en sus países de origen y que paradójicamente hoy, se presentan como modelos a imitar. .

Dentro de ese marco y en consonancia con el flujo inmigratorio, la producción y las exportaciones agrícolas crecieron de manera ininterrumpida desde los años de la Organización Nacional hasta la crisis del 30, momento en el que el sector agropecuario ingresa en un prolongado período de estancamiento. Mientras el campo languidece, florece en los círculos intelectuales un estéril debate que intenta dilucidar  las causas que originan ese estancamiento. Políticos, sociólogos, filósofos, economistas y expertos agrícolas debaten durante años tratando de desentrañar las causas remotas por las que en las tierras más feraces del planeta se produce cada vez con menores rendimientos y mayores costos. La concentración de la propiedad, el latifundio para algunos, el minifundio para otros, la frivolidad de la clase terrateniente, el rechazo a la modernidad, la aversión al riesgo, el origen inapropiado de la inmigración, la pereza del hombre de campo y hasta el pobre gaucho fueron objeto de sesudos análisis que intentaban explicar lo que décadas mas tarde apareció como una verdad demasiado sencilla y obvia para ser tenida en cuenta por los esquemas rígidos que caracterizan el rigor intelectual encorsetado por dogmas ideológicos. Porque lo único que el sector agropecuario necesitaba para seguir creciendo era un horizonte previsible donde la rentabilidad tuviera una posibilidad de ocurrencia real, una vez superados los obstáculos climatológicos, las plagas y las oscilaciones de precios con que a veces sorprende el mercado cuando aparece un exceso de la oferta.    

Por eso fue que cuando esas posibilidades finalmente aparecieron, el sector pegó un salto extraordinario, pocas veces registrado por país alguno en la historia contemporánea. La producción agropecuaria –computando los principales cultivos- pasó de las 30 millones de toneladas a las 60 millones en apenas 15  años. Este espectacular crecimiento, se consiguió además en un escenario internacional difícil, con un tipo de cambio desfavorable y con financiamiento oneroso.

Este salto espectacular no tuvo un único factor que lo motorizó: participaron por igual la libertad de comerciar la producción, la privatización y modernización de los puertos, el despliegue de una moderna infraestructura, la estabilidad de las reglas juego, que, sumadas a la eliminación de las retenciones, crearon el clima propicio para incentivar una extraordinaria inversión en tecnología y maquinaria que permitieron duplicar los rindes de todos los cultivos en muy corto tiempo.  

El ingreso al siglo xxi trajo aparejado algunas modificaciones importantes en el escenario internacional. Aparece una demanda que crece por encima de las posibilidades de atención de la oferta y que marca un cambio de carácter estructural llamado a perdurar por los próximos años. Para enfrentar este cambio, el país responde ampliando la frontera agrícola, incorporando al mapa productivo zonas que hasta poco tiempo antes eran ocupadas por una ganadería de baja productividad ó dedicadas a cultivos con escaso rendimiento.

Más de 3,7 millones de hectáreas se incorporaron a la producción nacional en los últimos años, la mayor parte de ellas dedicada al cultivo de la soja, la que mejor se adapta a las condiciones desfavorables de las tierras marginales de menor aptitud agrícola. La producción pega otro salto extraordinario saltando de las 60 a las 100 millones de toneladas, esta vez en apenas 8 años. El proceso permite que por primera vez en décadas, numerosas localidades del interior de las provincias más pobres, dejen de ser expulsoras de población para convertirse en polos de atracción hacia los cuales fluye población, comercio y cultura.

Esta gran transformación, se hizo posible gracias a las innovaciones tecnológicas incorporadas por la mayoría de los productores que invirtieron y apostaron a una actividad que ofrecía ahora la oportunidad de una rentabilidad posible y que  anteriormente venía negada por un contexto económico y por una normativa que la restringía. Con el aumento de los precios internacionales impulsado por una demanda en continuo crecimiento, ingresan al circuito productivo miles de productores de las regiones marginales, que contribuyen a lograr esa extraordinaria cosecha que posiciona de nuevo al país como granero del mundo.   

Esa cosecha, la oferta total del país, es la suma de todas las producciones individuales alineadas en orden creciente, según su costo medio mínimo. El más bajo se corresponde casi siempre con las producciones en grandes superficies y en las tierras de mayor aptitud ó cercanas al puerto de embarque, punto de referencia a partir del cual se determina el precio que recibe el productor. El costo medio máximo por el contrario, corresponde casi siempre a pequeños chacareros y productores de las zonas marginales.    

Cuando el Estado impone un tributo a las exportaciones agrícolas, lo que hace en la práctica es rebajar el precio que percibirá el productor por la venta de su producto. La  medida tiene el mismo efecto que tirar hacia abajo la curva de demanda, como si los compradores pagaran un menor precio por cada unidad ofrecida. El resultado  de esta política, no es otro que el de expulsar de la producción nacional a los chacareros que trabajan con mayores costos, justamente aquellos que trabajan las superficies más pequeñas en las zonas más alejadas.   

El impacto sobre los más débiles es una consecuencia obligada de este tipo de tributo. En contra de la creencia generalizada, sobre todo entre aquellos que adhieren a posturas que se autocalifican como progresistas, las retenciones son impuestos de naturaleza regresiva. Impactan con mayor intensidad sobre los productores más pequeños y desprotegidos, ya que grava de igual manera una tonelada vendida por un pequeño chacarero que la de un gran productor de las zonas más fértiles del país, cuyo rinde por hectárea es significativamente mas elevado.  

Esta y no otra es la razón por la que los pequeños y medianos productores, sobre todo  los de las zonas marginales, con mayor ahínco se oponen a las retenciones. Porque cualquier sea la alícuota que se imponga vía retenciones, siempre los castiga más a ellos, haciéndolos trabajar a pérdida primero y después obligándolos a abandonar la actividad, para terminar arrendando ó vendiendo su propiedad a otros productores mas grandes. La naturaleza regresiva del impuesto, paradójicamente, en lugar de redistribuir, contribuye a concentrar la producción y la propiedad como ha venido ocurriendo en los últimos años.

Resolver esta cuestión requiere despegar de una vez por todos del subdesarrollo intelectual en el que se encuentra inmersa nuestra clase dirigente. Subdesarrollo que proviene de prejuicios ideológicos que desconocen los principios rectores que motorizan el avance de los pueblos hacia mejores estándares de vida. Ninguna sociedad con aspiraciones democráticas y republicanas puede construirse sobre impuestos que castigan a los sectores productivos más vulnerables y desprotegidos. Las políticas activas, cuando se las pone en práctica, deben apuntar siempre a colaborar con el desarrollo de los emprendedores de menores recursos, protegiéndolos de los efectos no deseados de normas generales que pudieran afectarlos en razón de su tamaño, localización ó su vulnerabilidad y nunca en diseñar y aplicar impuestos que recaen en primer lugar y con mayor intensidad sobre sus espaldas.

Más allá del análisis específicamente tributario que habrá que considerar para restablecer el equilibrio fiscal, resulta fundamental que por una vez los legisladores amplíen la mirada y adviertan la trascendencia que tendrán las decisiones que se adopten para el desarrollo futuro del país. Coartar las posibilidades de crecer ó de alcanzar una mayor rentabilidad en una actividad lucrativa, es el camino mas seguro de condenar al país a un destino mediocre, carente de atractivo para las futuras generaciones de emprendedores, que son las únicas que al final del día, generan los puestos de trabajo y la calidad de vida a la que toda sociedad tiene derecho.   

Miguel Polanski
06-06-2012