miércoles, 28 de marzo de 2018

Y COMO VAMOS, CHE?


Resulta común escuchar a políticos tan profanos como desfachatados,  economistas,  ciudadanos de a pie y sobre todo a bocazas y periodistas, que en general suelen ser los mismos, afirmar que las cosas van fatal, fundamentalmente porque la política gradualista del gobierno no sirve para nada.
Nos cuentan que muchos tienen grandes problemas para campear la situación, que otros no llegan siquiera a fin de mes y que las importaciones están destruyendo la industria local.
Y fundamentalmente que la política gradualista del gobierno es solo un ajuste interminable que lo está pagando el pueblo trabajador.
Y que recomiendan estos comentaristas?
Bueno, los hay quienes con estas críticas buscan un posicionamiento político, cuando no económico. Están los que pecan del llamado vicio ricardiano, por David Ricardo, consistente en aplicar modelos simplificados a realidades complejas. Y están también los que  reconocen que no hay otra alternativa que obrar gradualmente, pero aun así la critican. Porque parece ser lo políticamente correcto. O tienen ganas. O por las dudas.
Incluso escucharlos hace pensar que los miembros del gobierno son ignorantes o tontos de capirote. Cuando no sinvergüenzas que solo quieren enriquecerse.
Por cierto que en el camino el gobierno ha hecho grandes avances. Los más o menos enterados sabemos cuales son. Salimos del default; se ordenó la política monetaria y cambiaria;  se impulsó la independencia del Banco Central  y   se reconstituyeron sus reservas; se acomodaron las tarifas de los servicios públicos,  lo que impulsó la inversión en el sector; se está fomentando el desarrollo del mercado de capitales;  se creó la UVA, para facilitar, aunque sea a los trompicones,  el acceso a la vivienda mediante el resurgimiento del crédito hipotecario; se acordó con las provincias la ley de responsabilidad fiscal que limita el crecimiento del gasto público, induciendo su reducción en relación con el PBI. Está bajando el déficit fiscal elevadísimo que dejó el gobierno anterior, cumpliendo las metas fiscales e incluso sobrecumpliéndolas; se eliminaron regulaciones; se redujeron la discrecionalidad, los tiempos y las trabas para las importaciones y las exportaciones. Se eliminaron y redujeron retenciones a las exportaciones. Se están mejorando la logística y la infraestructura como resultado de reducir los costos de la obra pública, de rehabilitar y ampliar la cantidad de puertos y aeropuertos y de reducir los costos portuarios y de transporte. Se estás construyendo rutas más seguras y autopistas como nunca antes. Después de nueve años de producir estadísticas sin credibilidad, se recuperó el Indec y se inició un proceso de mejora en la calidad de sus productos. Y podría seguir,  pero ya me estoy poniendo aburrido.
Caramba, bastante para dos años de gobierno y, en especial, considerando de dónde veníamos.
Claro que no han podido con la inflación, que bajó pero menos de lo que el gobierno esperaba. Ni han logrado la lluvia de inversiones, aunque crecieron al 11% en 2017  y estimamos que al 15% este año.
Ah, y según las últimas mediciones, bajó la desocupación, la pobreza y la indigencia y no para de aumentar el producto bruto. No a lo bruto, pero a tasas razonables.
Hasta la UCA - Universidad Católica Argentina -  cuyas estimaciones siempre me huelen a canje de intereses,  considera que "la reducción de la pobreza ya es una tendencia".
Todos estos son hechos objetivos.
Claro que lo expertos que cuentan  no se ponen de acuerdo sobre este rumbo.                                                                                Los hay como Juan Carlos de Pablo o Carlos Melconian o José Luis Espert,   quienes objetan esta travesía gradual y se alarman por el aumento de la deuda externa, necesaria para cubrir los baches del camino, es decir el déficit fiscal. Agregando de Pablo, gran conocedor de la historia económica, que nunca estos procesos paulatinos tuvieron éxito.
Y los hay quienes son más positivos como Mario Blejer, quien considera que el endeudamiento es bajo y constituye una forma legítima de financiamiento y pondera la política de disminuir la importancia de la tasa de cambio en la competitividad de la Argentina.
O Miguel Angel Broda, siempre severo, quien piensa que estamos mejor  y probablemente hayamos empezado un intento de disminuir el déficit. Y que lo que estamos viendo es para aplaudir aunque esté insatisfecho con los tiempos.
En fin. Como siempre, gustos para todos.
Yo que pienso?
Que es un camino difícil, porque el gradualismo deja insatisfecho a todo el mundo. Siempre  lento y calmoso, es una pasión triste. Y que se corre el riesgo que la gente se olvide que fue engañada por añazos de desmanejos,  porque es más fácil engañar a la gente que convencerla de que fue engañada.
Pero como decía Karl Popper, señor de cabeza gorda, una vez que nos damos cuenta de que no podemos traer el cielo a la tierra, sino solo mejorar las cosas un poco, también vemos que solo podemos mejorarlas poco a poco.
Y tampoco me olvido que Adam Smith, parece que padre de la economía moderna,  toleraba subsidios y controles cuando "el suprimirlos podía acarrear en lo inmediato más males que beneficios", y  llamaba a enfrentar la realidad "de una manera flexible". Incluso recomendaba vigilar esas "pequeñas pandillas de economistas dogmáticos intolerantes"
Robert Merton Solow,  un economista que, mientras fue profesor en el MIT, tenía un velero que piloteaba dentro de la bahía que hay en Massachusetts,  les recomendaba a sus colegas que tuvieran uno. Para que se volvieran humildes, porque “por más idóneo que seas, dependes de manera crucial del viento”.


sábado, 17 de marzo de 2018

Las costumbres de la democracia (parecido a la Argentina)

  

El Mercurio  16 de marzo de 2018

Chile tiene una de las tradiciones democráticas más contundentes del mundo. Por algo la misma dictadura planificó volver a ella, lo que es inusual en dictaduras. Cosa de preguntarles a los cubanos, cuya dictadura pronto cumplirá 60 años. O a los chinos, ahora que Xi Jinping decidió ser su presidente vitalicio. O a los venezolanos, con su implacable dictadura narco, sostenida por miles de agentes cubanos. En Chile valoramos nuestra democracia y sabemos ejercerla.

Por eso insistimos en preservar ritos democráticos antiguos aun cuando parezcan pasados de moda. Por ejemplo, el día de la votación. Eso de escondernos en un cubículo detrás de un trapo que hace de cortina, para marcar nuestra opción con un lápiz rudimentario, en un papelito que doblamos y sellamos antes de salir a depositarlo en la urna. Enseguida la felicidad de recuperar el carnet, no por desconfiar de los vocales, sino porque cierra un proceso cívico que nos enorgullece. Uno que además borra el tiempo, porque nos conecta con todos los seres que éramos cuando votábamos antes. También borra distancias, porque nos une a millones de compatriotas que ese día hacen lo mismo. ¡Ojalá no cambiemos a voto electrónico, como en Venezuela! Como decía Hayek, toda tradición antigua vale, a menos que pase a hacer daño. Hay costumbres que pueden haber perdido su sentido práctico, pero que cabe preservar, porque la comunidad se reconoce en ellos.

Otro rito admirable: el de la transmisión de mando. Igual cada cuatro años. Una ceremonia austera, hasta aburrida, pero de gran dignidad. Primero la larga lectura legalista del decreto del Tricel. Después la entrega de la banda y la piocha. La salida de la ex Presidenta con todos sus ministros. Ya sin banda, ella sale aceptando que, en democracia, los emperadores terminan, si no desnudos, desprovistos de los símbolos del poder. Finalmente el juramento o promesa de los nuevos ministros. Ningún discurso que pueda provocar polémica. Predomina la institucionalidad, y por si nos olvidáramos, el lenguaje leguleyo al que se recurre nos recuerda que aquí todos, incluido el mandatario nuevo, estamos sujetos al imperio de la ley.

El domingo pasado esta sobriedad fue interrumpida solo por tres miembros del Frente Amplio, y eso que los ahogó la solemnidad del conjunto. Un diputado llegó vanidosamente disfrazado, otro llevaba una bandera chilena con la consigna "el agua para Chile", y una diputada exhibía un cartel que decía "Macri: libera a Milagro". Se refería a Milagro Sala, la dirigente kirchnerista presa en Jujuy desde enero de 2016, por fraude y extorsión. El Papa la quiere. Le mandó un rosario bendito ese año, y más adelante, una carta cariñosa de su puño y letra. Pero con todo respeto al Papa, ella representa lo peor del actuar violento y mafioso de los operadores kirchneristas. Es la antítesis de todo lo que se manifestaba ese día en Valparaíso. Por eso el gesto de la diputada nos sirvió. Nos recordó prácticas nefastas de las que nos hemos salvado en Chile. Nos permitió compararlas con lo que tenemos. Por algo los extranjeros que había estaban maravillados. Un ecuatoriano me dijo que en su país una transmisión de mando duraba cinco horas, con un discurso del presidente entrante (muchas veces el mismo que el saliente) que ocupaba una buena parte de ese tiempo. El domingo nos bastó con cuarenta minutos.

La transmisión de mando es una ceremonia republicana que une a los chilenos. Justo lo que piensa hacer el Presidente Piñera en su cuatrienio. Como los antiguos gobiernos de la Concertación. Tan distintos al que se despidió el domingo, cuyos últimos días parecían querer comprobar ese dicho de la ex presidenta de que "cada día puede ser peor".