jueves, 29 de diciembre de 2016

¿¿Critica literaria?? (ficciones de Alejandro Marin)


Es un hecho que ninguno de los innumerables críticos que los fines de semana pueblan los suplementos culturales o literarios de la prensa escrita, se atreverán a comentar alguno de los relatos novelados que gracias a la magia de la red electrónica, nos permite disfrutar de las andanzas de unos particulares personajes metidos a detectives privados, respetando la vieja usanza inaugurada por Dashiell Hammet y Raymond Chandler hace ya casi un siglo. Y no lo harán porque estos relatos, además de no calificar dentro de las categorías  ordinarias en los que se divide habitualmente el género literario, distan de merecer -según ellos-  de una crítica, debido al estilo poco convencional de un texto ligero y ameno, destinado a entretener al lector más que pretender acercarlo a cumbres literarias.
A falta de crítica literaria convencional, los relatos a los que se accede a través de la red digital, reciben abundantes comentarios de los lectores y curiosamente –o sorprendentemente- ninguno de ellos  objeta el estilo, la calidad del texto o la originalidad del argumento y su desenlace. Hay si bastantes comentarios respecto de la posible visión ideológica así como la postura frente a hechos cotidianos que a diario conmueven a la sociedad,  donde el autor – a través de los protagonistas -  se explaya con argumentos y ocasionalmente con fundamentos generalmente alejados de lo que la fuerza mediática ha instalado como políticamente correctos. 
El texto suele combinar con sutileza acontecimientos y personajes de nuestra historia reciente con nuevas interpretaciones sobre como se han desarrollado en realidad los mismos. Mezcla para ello diferentes hechos sucedidos en distintos escenarios incorporando personajes que le dan al relato un particular color, que nunca desentona con la trama que el lector va percibiendo a medida que avanza con la lectura. En ocasiones, los nombres de los personajes que se intercalan en la historia guardan una cierta ironía que no siempre resulta fácil detectar para el lector novel, poco informado o no familiarizado con hechos delictivos o tramoyas políticos de otras épocas, pero ello no le quita interés a la trama ni gusto  al relato, que se deja saborear como uno de los tantos manjares que en el texto se describen con precisión. Para que cualquiera pueda posteriormente ensayar su preparación, cuando se sienta con ganas de acompañar en la imaginación a alguno de los simpáticos personajes.    

Miguel Polanski
(economista pero no cocinero)
Articulista del diario Cronista y de El Economista  
      

domingo, 18 de diciembre de 2016

58 años

Me impresiona cuando, por un mero cambio de gobierno, una parte importante de una población llega a perder su país. Les pasó por un tiempo a los exiliados chilenos. Para los cubanos, que en el exilio ya suman unos dos millones y medio, la pérdida ha sido por toda la vida: por todos esos 58 años que llevan los Castro en el poder.

He pensado estos días en un cubano exiliado en particular: en Guillermo Cabrera Infante, uno de los novelistas más geniales del boom . Se exilió en 1965, a los 36 años. Desde su departamento en Londres, nunca dejó de escribir magistralmente sobre la isla. Por mucho tiempo no recibió el reconocimiento que se merecía, porque elogiar a un cubano exiliado era políticamente incorrecto. En el invierno de 2005 -todavía en Londres- falleció sin nunca haber podido volver a Cuba.

Yo lo conocí en Londres en 1967. Poco después, el New York Review of Books, o NYRB, me encargó un ensayo sobre la vida literaria en Cuba. Yo había estudiado los dilemas de los escritores en la Unión Soviética bajo Stalin, pero a los 23 años, quería creer que Cuba era más abierta y libre. Pronto, al hablar con muchos escritores cubanos, descubrí que su situación era también muy precaria.

El mismo Cabrera Infante había dirigido, desde 1959, una publicación vanguardista llamada Lunes de Revolución, con la idea, similar a la de los creadores rusos en 1917, de que el corolario natural de la revolución política era una revolución estética de gran libertad creativa. Como en Rusia, la idea resultó ser ilusa. En 1961, Lunes fue suprimido por "escasez de papel". Su pecado había sido defender P.M., un documental de Sabá Cabrera sobre la sensual Habana nocturna. Habían osado defenderlo después de que Castro decidiera prohibirlo, un acto de temeraria lesa majestad. Fue la época en que Castro, con una pistola en la mesa, pronunció sus notables "Palabras a los Intelectuales" en la Biblioteca Nacional. "Con la revolución todo", dijo. "Contra la revolución nada".

En 1967 se empezó a complicar Heberto Padilla, el poeta que, cuatro años después, iba a ser obligado a hacer una humillante confesión pública, tras un duro tiempo en la cárcel. Lo que pasó en 1967 fue que El Caimán Barbudo, una publicación de los Jóvenes Comunistas, les pidió a unos intelectuales que comentaran "La pasión de Urbino", una novela de Lisandro Otero, un mediocre escritor oficialista. Todos contestaron con apreciaciones adulatorias, con excepción de Padilla, quien preguntó por qué discutían esa novela, cuando en Cuba ni se publicaba una novela tan sublime como "Tres tristes tigres" de Cabrera Infante.

Debido a esa insolencia, El Caimán Barbudo fue suspendido, y sus editores despedidos. A Padilla lo echaron de su trabajo en Granma. Pero él era intrépido. En 1968 publicó en Unión su poema "No fue un poeta del porvenir", en que se reconoce como un poeta pesimista y recalcitrante que "siempre anduvo con ceniza en los hombros". No ha de sorprender que fuera acusado después de "actividades subversivas".

Para el NYRB, que libraba una campaña contra el gobierno norteamericano por la guerra de Vietnam, fue duro publicar mi ensayo en 1968, pero nunca me censuraron, comprobando la gran estatura de la revista. En 1980 fue gracias a gestiones del NYRB que Padilla logró exiliarse. A diferencia de Chile, el exilio para los cubanos no era una imposición, sino una desafiante aspiración. A esas alturas casi todos los mejores escritores habían logrado alcanzar el exilio.

Felizmente la literatura dura más que los discursos encendidos de los tiranos. Algún día "Tres tristes tigres", rígidamente prohibido en la isla hasta ahora, será leído por los jóvenes cubanos, quienes disfrutarán al fin de su humor, su ingenio y su alegre sensualidad.

David Gallagher
El Mercurio 9 de diciembre de 2016


jueves, 15 de diciembre de 2016

Mediocridad


Cuando pidió a los empresarios "romperse el traste", seguramente el Presidente no imaginaba cómo algunos de sus anfitriones lo iban a interpretar. Por lo que he leído en las últimas semanas, parecería que para el principal empresario del país "romperse el traste" es abogar por un precio del gas de 7,5 dólares por BTU, mantener el "barril criollo" a 70 y conseguir sus tubos de costura a un precio mayor por tonelada de lo que se puede pagar los tubos chinos. Pero ¿a qué sorprenderse? En todos los rankings o comparaciones internacionales la Argentina aparece por el medio del pelotón o de la mitad para abajo. Nunca muy arriba, raramente muy abajo. O sea, siempre dentro del pelotón de los mediocres, mediocridad correlacionada con que ningún sindicalista va a abogar por una legislación laboral que lo obligue a él y a sus afiliados a romperse el traste, pocos banqueros y empresarios pedirán competencia, ningún maestro querrá cambios en el Estatuto Docente, ningún beneficiario renunciará a sus "planes", ningún almacenero o chacarero quiere dejar de trabajar en negro, ningún gobernador despedirá a uno solo de sus empleados, pocos fiscales quieren que los despierten a medianoche y ningún político dejará de hacer demagogia. ¿Es realista pedirle a Macri que libre batallas a muerte contra tanta mediocridad enquistada? Está haciendo lo que puede y lo que le sale para que avancemos un poco en los rankings. Y dado del árido paisaje en el que le toca moverse, no lo está haciendo mal.
Martín Lagos
Carta enviada al diario La Nacion 15 de diciembre de 2016

martes, 13 de diciembre de 2016

GERARD DEPARDIEU

Días atrás, el distinguido actor Gerard Depardieu estuvo por Buenos Aires. Y hablando de cultura, se manifestó sorprendido por “la mala calidad de la televisión. Creo que es la peor televisión que vi en mi vida. En realidad, no es televisión: es pornografía. En los diez días que estuve nunca la pude mirar más de cinco minutos.”
Por cierto que la televisión argentina expone un drama cultural y estético. La transitan un conglomerado de  “vivos”, exhibicionistas, ignorantes, ordinarios, macaneadores, fabuladores, tontos de capirote, culos preciosos, tetas sonoras, anoréxicas vacuas,  gritones que quieren hace oír sus naderías y hasta vulgares proxenetas.
Sin olvidar el gentío que, muy suelto de cuerpo, nos ofrece sus opiniones sobre los temas que les tiren. Cualquiera sean ellos.
Abogados expertos en todo. Políticos expertos en todo y un poco más. Sicofantes crónicos. Piqueteros keynesianos. Okupas hegelianos. Comisionistas eruditos en seguridad publica. Artistas versados en energía. Concejales peritos en la política de medio oriente. Economistas de todo pelambre contándonos cualquier verdura. Y locutores ahítos de sabiduría.
Todo da lo mismo. Y lo que es peor, todo vale lo mismo.
Con las naturales excepciones, estos son los personajes que fatigan las pantallas encendidas de una multitud de personas que silencian sus almuerzo o sus cenas, que interrumpen sus conversaciones. Los que concitan la atención del ciudadanos medio. Esta televisión entra en todas las casas, no distingue edad ni condición, aprovecha el agradable tiempo vacante del ocio, no exige una dedicación de la voluntad y ofrece impacto son exigir esfuerzos reflexivos. Y claro que no se trata de un tema menor.
Este contexto es el que establece el marco de referencia cultural del ciudadano medio. Y lo que aún resulta mas grave es que, con este simulacro de relaciones humanas, crecen las nuevas generaciones.
La televisión ha logrado producir una depredación cultural de impredecibles consecuencias. O no tan impredecibles?
Desde la degradación del idioma hasta el secuestro del humor. Reemplazado por la chabacaneria, la burla, la agresión y las puteadas.
Claro que esta declaración de Depardieu pasó bastante desapercibida. A pesar de lo perspicaz de su definición de pornografía. Pero claro, muchos pensarán que pornográfico es ver a un señor follando con dos señoritas francesas.
Algún aventajado dijo que el buen gusto es la fiesta mayor de la inteligencia.

Si así fuere, a los argentinos no nos invitaron a esa fiesta.

sábado, 10 de diciembre de 2016

PASOS DESTEMPLADOS

PASOS DESTEMPLADOS
Otra novela de  Alejandro Marin
Blog: cortemoslacarajo.blogspot.com

Un asesinato ocurrido en la ciudad argentina de Rosario enfrenta a Jordi Gonorria, economista y cocinero y a su amigo Quito Verdudo, comisario retirado de la policía federal, con un nuevo misterio.
El narcotráfico, que infesta Rosario; los nunca del todo revelados secretos del nazismo en la Argentina  de fines de los años cuarenta del siglo pasado y los fraudes financieros internacionales, constituyen el escenario que transitarán, buscando el rastro que los lleve a dilucidar el hecho.
En el camino los acompañan viejos amigos, personajes literarios, otros de carne y hueso que han dejado sus huellas, caracteres pintorescos y las vicisitudes de la relación  de nuestro economista con su nueva novia.
Historia contada en forma ágil y amena,  a la que no le faltan historias culinarias y recetas de platos sabrosos, reflexiones sobre la actualidad económica y situaciones que sorprenderán al lector.

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viernes, 2 de diciembre de 2016

CRITICAS QUE VALE LA PENA RECIBIR

Mi modesta novela, " Las mujeres que no eran quienes decían ser" ha recibido una crítica lapidaria. Ha sido calificada de mala, por tratarse de un “ libelo con ínfulas oligárquicas, cercano a la misoginia en cuanto a personajes femeninos se refiere."
Pues mire usted.
Claro, parecería - y solo digo parecería - que se trata más de una crítica al autor que al libro. Porque fue este modesto amanuense el acusado de redactar  un "libelo". O sea, un "escrito en que se denigra o insulta a personas o cosas". Que para colmo tiene “ínfulas oligárquicas”. Y como si fuera poco, “cercano a la misoginia.”
Resumiendo,  una porquería de individuo.
Sobre el libro nada. O sea que le habrá gustado.

Por eso, muchas gracias por su comentario.

MACRI FRENTE AL PASADO

Como todas las demás, la economía argentina es obra de generaciones. A los políticos les gusta imaginarse capaces de cambiarla de un día otro, de ahí la pasión por “modelos” supuestamente distintos, pero lograrlo no es tan fácil como muchos quisieran creer. Mal que les pese a los resueltos a reestructurar la economía para adaptarla a los tiempos que corren, decisiones que fueron tomadas en el pasado ya remoto seguirán importando más que las medidas ensayadas por el gobierno de turno. Y, lo que le es peor aún, todo statu quo, por aberrante que sea, contará con defensores acérrimos.
Puede entenderse, pues, la frustración que sienten Mauricio Macri y sus ministros. Creen estar haciendo buena letra, acatando todas las reglas. Sus esfuerzos les han granjeado el aplauso de los poderosos del mundo que presuntamente saben lo que hay que hacer para que un país tan promisorio como la Argentina levante cabeza, pero así y todo, la economía se niega a “arrancar”, para usar la palabra que se ha puesto de moda. Cae el consumo por razones que son ajenas a la prédica papal en contra del consumismo, las fábricas trabajan con tristeza y si no fuera por el boom del empleo estatal y el aporte de la economía negra, la tasa de desocupación sería muy superior a la registrada por el INDEC.
Por deformación profesional, todos los políticos son cortoplacistas. Para los opositores, hablar de cosas como la “herencia pesada” que recibió el Gobierno es sólo un truco usado para minimizar la responsabilidad propia por lo que está sucediendo. Exigen resultados inmediatos y están más que dispuestos a atribuir los problemas actuales a lo hecho algunas semanas atrás aun cuando muchos tienen su origen en la gestión de un gobierno ya olvidado. Es lógico: los políticos, tanto los oficialistas como los opositores, siempre tienen que prepararse para la próxima contienda electoral y saben que les conviene hacer gala de su generosidad solidaria.
Felizmente para Macri, parecería que el grueso de la ciudadanía es consciente de que al país le costará mucho salir del pantano en que se ve atrapado desde hace muchos años –es como si se hubiera perpetuado la Gran Depresión de la primera mitad del siglo pasado–, razón por la cual no le conmueven las protestas de los partidarios del orden corporativista tradicional que quieren conservarlo. ¿Es sólo porque los macristas optaron por ampliar los programas sociales existentes, repartiendo subsidios prenavideños a diestra y siniestra y reduciendo algunos impuestos sin preocuparse por los feos detalles fiscales?
Parecería que sí, pero aunque privilegiar la contención social sea moralmente correcto y, desde luego, políticamente beneficioso, a menos que el país aumente mucho su productividad y consiga seducir a los esquivos inversores extranjeros, la voluntad oficial de mantener bien alto el gasto público no podrá sino provocar lo que sería la enésima gran crisis financiera. Hasta ahora, todos los intentos de escapar del populismo facilista que está en el ADN nacional han terminado en lágrimas. No hay demasiados motivos para creer que el gobierno macrista haya descubierto una piedra filosofal económica que le permitiría continuar entregando dinero a sectores en apuros por mucho tiempo más.
Es lo que habrá tenido en mente Roberto Lavagna, cuando, para indignación de los macristas, vislumbró “un colapso” en el horizonte e insinuó que, para evitarlo, serían necesarios una megadevaluación y un ajuste equiparable con el que llevó a cabo Jorge Remes Lenikov en medio del caos que siguió a la implosión de la convertibilidad. Si bien a los partidarios del Gobierno les resultó sencillo descalificar a Lavagna, diciendo que es hombre del peronista movedizo Sergio Massa y, para rematar, que no se animó a proponer “soluciones” concretas, ello no quiere decir que su visión “catastrofista” del futuro carezca de fundamento. Por desgracia, suelen tener razón quienes nos aseguran que en este mundo “no hay tal cosa como un almuerzo gratis”. Tarde o temprano, alguien tiene que pagar la cuenta.
La estrategia de Macri se basa en la idea, que por cierto dista de ser nueva, de que a un gobierno sensato le sea dado encandilar a los ricos del resto del mundo hablándoles de las perspectivas espléndidas que ve frente a la Argentina con la esperanza de que respondan dándole plata fresca. Con todo, aunque los recursos naturales del país sí son impresionantes, su trayectoria política le juega en contra. Puede que Macri mismo se haya convertido en una de las estrellas de un firmamento internacional insólitamente oscuro, pero no ha conseguido borrar por completo la sospecha difundida de que la Argentina es la madre patria del populismo y que por lo tanto sería mejor no arriesgarse prestándole dinero. Puesto que, de resultas de las proezas electorales de Donald Trump y sus congéneres europeos, en el mundo actual el populismo es considerado una enfermedad que es casi tan nociva como eran el comunismo o el fascismo de otros tiempos, el temor a que el país pronto sufra una recaída hace que los inversores en potencia piensen dos veces antes de comprometerse, lo que, dadas las circunstancias, es comprensible.
Para la llamada comunidad internacional, el triunfo de Macri el año pasado fue muy grato pero un tanto anecdótico. Antes de convencerse de que el cambio anunciado sea algo más que un capricho pasajero, Cambiemos o una coalición parecida tendrían que consolidarse en el poder, marginando definitivamente al peronismo que, tal vez injustamente, tiene la reputación de ser el artífice principal de la prolongada decadencia nacional, de la paradoja planteada por una sociedad que, bien administrada, estaría entre las más prósperas del mundo pero que, para el desconcierto universal, se las ha ingeniado para depauperarse, dejándose superar no sólo por parientes culturales como Italia y España sino también por sus vecinos Chile y Uruguay.
Macri apostó a que, gracias al entusiasmo motivado en el exterior por su llegada a la presidencia y la salida de los kirchneristas, viniera un tsunami inversor que le ahorraría la necesidad de emprender un ajuste. Mientras tanto, cuidaría el flanco político impulsando programas asistenciales apropiados para el país mucho más rico que, esperaba, la Argentina pronto sería. ¿Y si el tsunami previsto no aparece? En tal caso, estaríamos en graves problemas ya que, como señaló Lavagna, el Gobierno –cualquier gobierno–, tendría que elegir entre dejar que el mercado resuelva el asunto, como hizo en 2002, y tomar medidas feroces que enseguida serían denunciadas como “salvajes” y “neoliberales”, lo que, huelga decirlo, no ayudaría a restaurar un mínimo de tranquilidad.
De todas formas, para que la Argentina se recupere de décadas de facilismo consentido, este gobierno y sus sucesores tendrían que aprobar una lista larga de asignaturas pendientes. Con la eventual excepción del campo, ningún sector significante es competitivo. Como están recordándonos los fabricantes locales de computadoras, pedirles hacer frente a los chinos es inútil; para sobrevivir, requieren barreras tarifarias altísimas que contribuyen al notorio “costo argentino”. Lo mismo puede decirse de muchas otras ramas industriales, pero si el país permanece encerrado en la cárcel económica de “vivir con lo nuestro” que a través de los años se ha construido, se depauperará cada vez más. Por desgracia, merced a Donald Trump el proteccionismo está ganando adherentes en el mundo, lo que a buen seguro incidirá en los debates que están celebrando aquí los políticos y empresarios, pero esquemas que podrían funcionar por un rato en un país opulento de más de 300 millones de habitantes serían ruinosos en uno subdesarrollado de poco más de 40 millones.
Aunque Macri y los suyos ya están tratando de impulsar algunas reformas encaminadas a abrir un poquito una economía casi tan cerrada como la de Corea del Norte, prefieren demorar la reconversión que se han propuesto hasta que por fin llegue la ayuda externa, o sea, las inversiones salvadoras. En vista de la aversión de la clase política y afines a los ajustes, puede que no tengan más alternativa que la de limitarse a corregir los errores más flagrantes cometidos por los kirchneristas, pero acaso deberían tomar en serio las advertencias formuladas en público por Lavagna y en privado por personajes menos heterodoxos acerca de lo peligroso que sería depender demasiado del endeudamiento.
También debería preocuparles lo que está ocurriendo, o está por ocurrir, en Estados Unidos, Europa y China. El consenso provisional es que, con el proteccionista Trump en la Casa Blanca y la probabilidad de que haga subir las tasas de interés, muchos países emergentes sufrirán una sequía financiera. De ser así, la Argentina podría estar entre las víctimas, aunque es por lo menos factible que Trump decida dar una mano a su “amigo”, Macri. En cuanto a Europa, sus problemas internos son tan graves que no estaría en condiciones de ayudar a nadie, mientras que, en un mundo atravesado por barreras comerciales, China luchará con uñas y dientes para defender sus exportaciones, lo que sería una mala noticia para aquellas empresas industriales que, acostumbradas como están a un mercado cautivo, no pueden ni siquiera competir con sus nada eficaces equivalentes brasileñas.
Revista Noticias
27/11/2016