Resulta
común escuchar a políticos, economistas, periodistas y ciudadanos de a pie afirmar que
el crecimiento sustentable que permita un mejor estar de los argentinos se
producirá fácilmente una vez superado el tiempo de este gobierno, a condición
que el próximo aplique políticas sensatas. Argumentan que el notable aumento
del precio de los bienes primarios y la enorme cantidad de capitales
disponibles en el mundo asegura esa futura bonanza económica.
Es
correcta esta afirmación?
O se
trata de una vuelta de tuerca de ese facilismo que resulta una marca registrada
en la Argentina?
Pensemos
un poco.
Es cierto
que los precios de los productos primarios se mantienen en rangos altos. Y que
todo hace pensar que esto continuará así en el futuro debido a que el notable
crecimiento de todos los países durante los últimos años ha incorporado a la
clase media a millones de nuevos consumidores que demandan más y mejores
alimentos. A lo que cabe agregar, como frutilla del postre, la preocupación por
el cuidado del medio ambiente que embarga a ciudadanos y gobiernos responsables
y los llevan a buscar energías alternativas que involucran la utilización de
productos agrícolas.
Claro que
esta es una parte de la historia.
La otra
nos dice que este notable aumento de precios no solo está determinado por una
demanda sostenida sino también por una infrecuente debilidad del dólar.
Una tasa
de interés de los bonos americanos cercana a cero también influye para que los
fondos busquen alternativas de inversión. Y seguramente los precios de los
productos primarios también son traccionados por esta búsqueda.
Pocas
dudas caben que con el transcurso de los meses el dólar se irá valorizando y
que en algún momento el amigo Bernanke (o quien lo suceda) decidirá retocar
esta tasa casi inexistente.
Superadas
estas distorsiones sabremos con más certeza cuál es el valor real de nuestra
producción primaria. Que seguramente será alto. Pero también tambien seguramente
su tendencia al aumento estará limitada por un modesto crecimiento de la
economía mundial.
Y claro
que una vez que el río vuelva a su cauce no veremos tantos dinerillos ansiosos
de buscar inversiones a cualquier precio.
Pero este
lado de la historia tiene también otros aspectos que vale la pena considerar
antes de alegrarnos por un futuro venturoso.
El
desarrollo económico cierto, seguro, sustentable, requiere – además de
condiciones particulares que puedan ayudar - básicamente una sociedad dispuesta
a afrontar la acometida. Una sociedad que entienda el valor del esfuerzo, del
trabajo, del conocimiento, de la racionalidad. De reglas de convivencia
civilizadas.
Una
sociedad que, sin abandonar el ejercicio de sus derechos, esté dispuesta a
cumplir a rajatabla con sus obligaciones para que tal desarrollo se torne
viable.
Y no
parece ser este el talante de la sociedad argentina. Una cultura corporativa y
anticapitalista difícilmente sea la plataforma de lanzamiento del progreso
económico.
Pensar
que la riqueza está al alcance de la mano y que solo basta tomarla o quitársela
a otro sin mayor esfuerzo fue una magnífica idea para los reyes católicos. Pero
no sirve para transitar el camino hacia un mayor bienestar económico.
Y no se
trata de un tema menor. Se trata de una cultura. Y de cultura no se cambia a
voluntad de la mañana a la noche.
Se
requieren años. Tal vez generaciones. Y por cierto una clase dirigente
preparada para la acometida. Una clase dirigente que no tenemos.
Pero
estos no son los únicos obstáculos.
Los
argentinos, apasionados por los cliches y las noticias atrasadas, festejan
jubilosos la inversión en el llamado deterioro de los términos del intercambio.
Los europeos y los americanos ya no nos venden un kilo de fierro al precio del
oro. Ahora somos nosotros los que vendemos los cereales a valores superlativos.
Pero
resulta que esta teoría cepalina que nos sirvió para justificar nuestra
holganza tiene ya varios años. Por lo que estaba referida a las características
productivas de hace cincuenta años o más.
Hoy en
día no existe más ese perfil fabriquero, que ha sido derivado a países de mano
de obra barata como China o Vietnam.
Por estos
días vivimos en la sociedad del conocimiento y los países desarrollados dedican
sus esfuerzos a los emprendimientos tecnológicos. De ahí el valor excepcional que
tiene hoy en día la educación. De ahí que Brasil incorpore en su presupuesto
una cifra millonaria en dólares para becar a sus estudiantes en universidades
americanas o europeas. Y que los chinos invadan las más importantes casas de
estudios del país del norte.
De eso se
trata.
Porque
los servicios y la tecnología son las actividades que más aseguran puestos de
trabajo bien remunerados.
Alguna
vez la Argentina, por su nivel educativo, tuvo las condiciones para sumarse al
club de los países industrializados. Y no lo hizo. Hoy, por su pobreza
educativa, le resulta imposible sumarse
a la sociedad del conocimiento.
Así que
este lado de la historia nos muestra un panorama mucho más complejo. Que nos
obliga a pensar.
Y a
imaginar.
Por
ejemplo, el mundo de los robots. Que aunque parezca ciencia ficción, está ahí.
A la vuelta de la esquina. Cuando llegue el momento en que una enorme cantidad
de tareas sean realizadas por robots. A que se dedicará el ser humano entonces?
Como se organizarán las sociedades? Menudos problemas. Que sin duda se
plantearán. Y para los que solo la educación y el conocimiento podrán buscar
alguna respuesta.
Estos son
los temas del futuro. Del futuro próximo.
Así que
podemos barruntar que las ventajas de nuestras producciones primarias, de
mantenerse, seguramente nos ayudarán a pasarla un poco mejor. Pero que nuestras
formidables carencias nos mantendrán en el subdesarrollo.
Un subdesarrollo
que, dado su tiempo y características, podríamos definir como de segunda generación.