Día tras
día, entendidos, analfabetos, periodistas
ágrafos y cualquier tarugo con twiter,
nos profetizan sobre lo que va a ocurrir con la cotización del dólar y con la
suerte de la economía argentina. Sobre cuando va a terminar esta inestabilidad
que parece no tener fin.
Claro que la inestabilidad económica de la Argentina tiene una explicación
bastante sencilla. O varias explicaciones elementales.
Por de pronto nuestra economía, en términos relativos, es muy pequeña. Y no
produce la cantidad de dólares necesarios para pagar lo que gasta. No teniendo
un mercado de capitales, tiene que recurrir a inversores y financistas
extranjeros para cubrir la brecha. Por lo que el déficit de cuenta corriente
siempre es fenomenal. Todo producido por un gasto público que excede lo
razonable para un país de sus dimensiones.
Tratándose entonces de un país marginal, mientras la economía mundial esté
calma y la tasa de referencia americana baja, el mercado le juega algunas
fichas para completar una cartera y obtener ganancias especulativas. Eso les
permite agregar a los que manejan el dinero una pequeña alegría para sus
clientes y también para sus familias al cobrar el bono de navidad.
Y es tan marginal esta inversión que hasta le tienen bastante paciencia a
la Argentina, sabiendo, reitero, que solo se trata de una ficha.
Pero cualquier vientecillo los lleva a salir rápidamente y
retirar sus dineros.
Por qué?
Por varias razones. Primero por la mala prensa que tiene el país, causado por
el desastre de décadas de su economía y su record de incumplimientos.
En este
sentido, parece que en una lista de 200 países, el Congo
encabezaba el ranking de los que más tiempo habían sufrido recesión; la
Argentina ocupaba el segundo lugar, seguido por Irak, Siria y Zambia. Y en otros cuadros del desempeño económico
mundial, los argentinos aparecíamos una y otra vez dentro de los renglones más
calamitosos. Como nuestro record inflacionario.
No me consta que estas
estadísticas sean exactas, pero que ya existan resulta suficiente para acojonar
al más arriesgado.
Segundo la pobre realidad de su
economía, sustentada en la producción de commodities. Al punto que una sequía o
una inundación nos priva de los dólares indispensables para parar la olla. Nada
varió desde que mi abuela sentenciaba que a la Argentina la salvaban una o dos
buenas cosechas. La falta de una industria exportadora. Y la falta de inversores
genuinos en un país dominado por gremios atávicos, por impuestos y gabelas
desmesuradas para un país que necesita atraer inversiones, por políticos
insaciables, por vagos buscando algún curro o algún conchabo y por listos
siempre dispuesto a vivir de lo ajeno. Tercero sería el pobre nivel educativo,
que se manifiesta en la falta de trabajadores preparados no ya para el siglo
XXI sino para el siglo pasado. Cuarto es la pobreza intelectual e indecencia de
su clase dirigente. Porque cuando durante diez años la soja pasó a valer
600 dolares y el petróleo 150, no solo no mejoraron la educación y la
infraestructura sino que se robaron todo, dejando al país peor que antes.
Para entender la estructura de la economía argentina basta ver los kioscos
Dos ejemplos al pasar. Ejemplos que no tuve que escudriñar para
encontrarlos. Porque hay uno en cada esquina.
Transferir un automóvil cuesta el 7% de su valor. Si. Escuchó bien. Un
trámite que, en Estados Unidos, por caso, se realiza mediante un telegrama.
Y naturalmente que cuando el presidente Macri o alguien de su
administración planteó la necesidad de eliminar el sistema de Registros del
Automotor, sistema que funciona como una prebenda para distribuir entre los
políticos, el periodismo y los acostumbrados
cantamañanas pusieron el grito en el cielo. Es que van a dejar en la calle a
6.400 personas!!
Claro, de eso se trata. Porque estos posibles cesantes y el Estado
naturalmente, se llevan una cifra
equivalente, más o menos, claro, a la utilidad de las empresas fabricantes de
vehículos. Escuchó bien?
Que mi cómputo es exagerado? Que va. Podrá ser algo inexacto, pero para
nada exagerado.
Otro ejemplo que queda a la mano es el de los abogados. De los que egresan
de la facultad alrededor de diecinueve mil por año. A costa de los
contribuyentes. No voy a contar que en el mismo periodo parece que egresan algo
así como diecisiete ingenieros hidráulicos y veintiocho ingenieros en petróleo.
Ingeniero más, ingeniero menos.
Claro, como todos los
abogados no pueden comer del mismo plato, tuvieron la célebre ley de aranceles
para que los ciudadanos de a pie les aseguraran el tentempié. Ley eliminada
durante los años noventa.
Pero oh! sorpresa.
Ahora han logrado la aprobación de la legislatura de la ciudad de Buenos Aires de
una ley que les permita volver a sacralizar como de “orden público” su arancel
de honorarios
O sea que de nuevo a la calle a embocar viandantes inadvertidos.
Por eso la aparición de un gobierno como el actual que quiere revertir la
situación solo merece una palmada en la espalda, porque cualquiera que conozca
la Argentina, aunque sea por referencias, sabe que, seguramente más temprano
que tarde, después de este gobierno vendrá nuevamente el peronismo, aunque sea
representado por un peronista decente, ese animal imaginario.
Así que a convivir con lo que hay. Y no andar preguntando más cuando
termina esta inestabilidad económica. Porque lo más probable es que no termine
nunca.
Y al que no le gusta, que se vaya a “zurcir el orto”, en el léxico
académico de una ex presidenta. Porque estamos “como el orto”, según educada afirmación
de otro ex presidente del mismo palo.
Como señala Alejandro Borenstein, un destacado columnista, se ve que el peronismo está atravesando lo que en
psicoanálisis se denomina “fase anal”. Se da en los niños entre dos
y tres años. pero parece que a estos les agarró de grandes.
Y quieren volver por
más.