Buen título para ver el alma de este presidente títere quien,
hablando con Macrón, tuvo el tupé de recordar a Albert Camus, recordado autor
de La Peste”. Como buen peronista, nada le costó olvidar que en junio de 1949,
el gobierno, del mismo color político al que dice pertenecer el “presidente
títere” prohibió las representaciones de una obra de teatro (El malentendido)
escrita por Albert Camus y que estaba representando en Buenos Aires la famosa
actriz Margarita Xirgu. Las autoridades de entonces no titubearon en censurar a
un escritor consagrado en el extranjero para cuidarnos a los argentinos de
ideas tan peligrosas como la libertad o la tolerancia. Pocos meses después, en
agosto, cuando se anunció la visita del autor de esa obra, auspiciada por el
gobierno francés, funcionarios gubernamentales argentinos, torpemente,
presionaron a la embajada francesa en Buenos Aires para exigir que Albert Camus
les diera a conocer, por anticipado, el tema y el contenido de las conferencias
que daría aquí. Camus proporcionó, sí, el tema: "La libertad de
expresión" y, consecuente con las ideas que expondría, se negó a anticipar
el contenido de sus palabras. Ante una mayor presión (y ante lo que la embajada
describió como "un posible segundo escándalo"), desistió de dar sus
conferencias. Camus habló en varias ciudades del Brasil, en Montevideo y en
Santiago de Chile, pero no en la Argentina. Prefirió recluirse durante toda su
estadía en la casa de Victoria Ocampo, que le dio albergue y comprensión. Por
supuesto: pocos años más tarde, ella también iría presa. Pero esa es otra historia.
Muchas son las conclusiones que pueden extraerse de esta historia. Pero a quien
carajo le interesa en este país de mierda.
¡Cortemoslá,carajo!
sábado, 18 de abril de 2020
martes, 21 de enero de 2020
LA TRISTÍSIMA HISTORIA DE LA DEMOCRACIA ARGENTINA CONTADA POR ALGUIEN QUE LA VIVIÓ. 10 de diciembre de 1983-8 de julio de 1989
Para principios de los años 80, los vientos de
la democracia comenzaron a soplar en la Argentina. Claro que no fue azar ni
casualidad.
Porque para la misma época – año más, año menos
– colapsaron progresivamente los regímenes militares del vecindario.
Cabe pensar que la
administración estadounidense de esos tiempos comprendió que los gobiernos autoritarios
y bananeros le
habían ocasionado más zozobras que alegrías. Así que los militares a la chirona
y los políticos a ensayar sus abracadabras.
Y se votó con entusiasmo. Porque se presentó un
candidato que ilusionaba después de tantísimos años de irracionalidad y
arrebato. Y los atolondrados de costumbre – entre los que me incluyo – pensamos
que podía cambiar la historia si derrotaba al candidato peronista. Un candidato
débil y desbordado por el sindicalismo y por resabios de violencia.
Las gentes pedían paz. Además de dinero, claro.
Y se produjo el milagro.
Un talante más respetuoso en lo institucional y su espíritu pacificador
distinguieron al postulante ganador. Por lo demás, nadie sabía que proponían
los contendientes para que el país ingrese en la modernidad y participe de la
prosperidad que, hasta según el más tonto del pueblo, se merece.
Pero todos partían de la pamplina que vivimos
en un país rico y que solo basta con que el estado distribuya bien los tantos.
Por cierto que el ungido cambió el clima
espiritual de la sociedad. Llevó al banquillo de los acusados a militares
responsables de tanta malevolencia y trató de desbaratar las dos principales
corporaciones abanderadas del corporativismo y alineadas con el candidato
perdedor. Aunque fracasó en las dos acometidas. No pudo ni con la mafia
sindical ni con las tramoyas de la iglesia.
Por lo demás, mantuvo y acentuó el
funcionamiento corporativo de la sociedad hasta que la acometida se fue a hacer
puñetas antes de tiempo.
Claro que fueron muchos los que colaboraron
para ese final casi oprobioso. Un país acostumbrado a vivir al margen de la
ley; una dirigencia sindical que no le dio un minuto de respiro; militares que
aún acechaban con su intemperancia; personeros de los mil y un curros
financiados con dineros públicos y la
nueva fauna provenientes de los comités y las unidades básicas, en su inmensa
mayoría cargados de slogans, frases hechas, fantasías y necesidades económicas.
Esta especie cada vez más abundante en
embusteros, analfabetos, cantamañanas y
aficionados a lo ajeno. En fin, en todo tipo de cabroncetes que se apuntaron a
los cargos públicos.
Sin olvidar, claro, los haceres del que nos
ilusionó. Quien resultó mucho más apesebrado de lo que parecía.
lunes, 6 de enero de 2020
El Banco Central argentino y sus "increíbles" políticas monetarias
El 9
de diciembre próximo pasado, dejaba su cargo el presidente numero 61 del Banco
Central argentino desde su creación. De esos 61 presidentes, sólo uno, el
primero, cumplió su mandato. Todos los demás renunciaron antes o fueron
destituidos. Ese mismo día, caprichos de la historia, moría en New York, Paul
Volcker, quién fuera presidente de la Reserva Federal, durante dos mandatos,
con dos presidentes estadounidenses diferentes y de distintos partidos
políticos: Jimmy Carter y Ronald Reagan.
Paradójicamente, Volcker y los
sucesivos presidentes del Banco Central argentino tienen algo en común, sus
políticas monetarias fueron "increíbles", no creídas. La gran
diferencia a favor de Volcker es que éste mantuvo su política monetaria
increíble, con super tasas de interés y una gran recesión, y que tanto Carter,
al que le costó la reelección, como Reagan, lo mantuvieron en el cargo. Volcker
persistió en su política y al cabo de su mandato, la inflación de más del 15%
con la que asumió, había bajado al 3,5% y nunca más abandonó ese sendero. Paul
Volcker inauguró, con su persistencia, y el apoyo político, la era de los
banqueros centrales "creíbles". A partir de allí, y más claramente,
desde mediados de la década del 90, la inflación dejó de ser la pandemia que
era, y sólo se presenta en muy pocos países del mundo.
La economía es expectativas. Toda
decisión se basa en lo que alguien espera del futuro, y en este particular tema
de combatir la inflación, son los bancos centrales los encargados de anclar y
coordinar esas expectativas. Ese camino que inició Volcker con altísimas tasas
de interés y recesión para "comprar" credibilidad, termina en un
banquero central, Mario Draghi, en ese momento presidente del Banco Central
Europeo, que salvó al Euro, y en mi exageración, a la propia Europa, con tan
sólo tres palabras (o cinco en castellano) "Whatever it takes" (todo
lo que sea necesario). De la falta de credibilidad de Volcker a la total
credibilidad de Draghi.
El paisaje
Por supuesto, sería abusar de
reduccionismo no mencionar las condiciones de paisaje que facilitaron la tarea
de los bancos centrales y su credibilidad. Por un lado, la globalización y la
apertura comercial que introdujeron alta competencia, en particular de los
asiáticos, en todos los mercados, obligando a las empresas a ser cada vez más
productivas, con precios "dados", para ajustar sus costos y su
rentabilidad, y no al revés. (fijar los costos, la tasa de ganancia y poner el
precio). Por otro lado, un marco institucional que profesionalizó y le dio
plena autonomía operacional a los Bancos Centrales, más allá de la Fed, o el
Bundesbank, en el resto del mundo, limitando, entre otras cosas, el
financiamiento monetario a los gobiernos. Un tercer elemento ha sido la
integración monetaria y financiera, que dificulta el cobro de un exagerado
impuesto inflacionario, porque se puede eludir cambiando de moneda, o de país.
En síntesis, la elevada inflación en el
mundo ha sido erradicada, gracias a la apertura comercial, al libre movimiento
de capitales y a Bancos Centrales profesionales e institucionalmente
respetados, con mayor capacidad de actuar sobre las expectativas. (Dicho sea de
paso, varios de estos elementos se han visto amenazados en los últimos tiempos
por el auge de gobiernos proteccionistas y poco proclives a respetar los
límites que impone la institucionalidad).
El caso argentino
La Argentina no es una economía abierta
y competitiva, por lo tanto, muchos de los precios, incluyendo los que regula
el Estado, se fijan desde los costos, a los precios, y no al revés. Y, por lo
expuesto al comienzo, tampoco las autoridades del Banco Central son
institucionalmente respetadas, a pesar de su carta orgánica. En general,
entonces, el paisaje resulta hostil para una política monetaria creíble.
Paso ahora a la que, a mi juicio, es la
causa central de la incredulidad del Banco Central, desde el punto de vista
instrumental.
La sociedad argentina demanda servicios
y subsidios del norte de Europa, pero carece de la productividad necesaria para
pagar los impuestos necesarios para financiar este gasto y ser,
simultáneamente, competitiva. El sistema tributario es mayormente unitario en
la recaudación, pero es federal en el gasto. No hay incentivos para tener un
mejor sistema impositivo ni un gasto más eficiente. Para colmo de males, entre
el 2005 y el 2015, el gasto público nacional aumentó casi 15 puntos del PBI, el
empleo público provincial creció un 50% en promedio y, también en promedio, las
provincias sólo asignaron el 13% de su presupuesto en inversión.
En este contexto, la Argentina tiene un
déficit fiscal estructural. Se paga con inflación, cuando financia el Banco
Central, o se paga con deuda.
Pero sucede que la inflación y las
tasas de interés negativas, destruyeron el mercado de capitales argentino y a
la moneda local. Por lo tanto, cuando se paga con deuda, la deuda se contrae,
mayormente, en dólares. Como nota al pie, el argumento de que "como hoy la
relación deuda pública/PBI con privados es sólo 50%, la Argentina no tiene
problemas de solvencia, solo de liquidez", no se sostiene. Los acreedores
no cobran en pedacitos de PBI, prestan y cobran en dólares. Y el Estado
argentino, no emite dólares. Lo que miran los acreedores es la capacidad de la
Argentina de generar dólares con sus exportaciones o con inversiones extranjeras
directas, para pagar los intereses, y la capacidad del Estado argentino para
"apropiarse" de esos dólares, que son del sector privado. Por eso,
también resulta ociosa la discusión "shock o gradualismo" en materia
fiscal. Más allá de la voluntad política o de lo óptimo que resulte una u otra
opción en cada momento, esa decisión depende de cuánto estén dispuestos a
financiarnos los acreedores. Cuando no hay financiación, la opción es emisión,
shock o default. Y minimizar el shock es el FMI y/o "reperfilar".
Retomo. El sólo hecho de contraer deuda
externa impacta sobre la credibilidad del Banco Central, aún cuando no financie
directamente al sector público. Cuando el Estado se endeuda tiene que vender
los dólares porque su gasto es en pesos. ¿Dónde los vende? ¿En el mercado, y
genera sobreoferta en el mercado de cambios, influyendo en la cotización? ¿Se
los vende directamente al Banco Central, que emite pesos para comprar los
dólares, poniéndole un piso al precio del dólar y afectando la política
monetaria? ¿Para evitar las consecuencias de la emisión, tiene el Banco Central
que absorber esos pesos aumentando encajes, o colocando deuda remunerada? Eso
es en el camino de ida. ¿Y en el de vuelta? Si el gobierno tiene superávit
fiscal en pesos para pagar los intereses de la deuda ¿El Tesoro le compra los
dólares directamente al Banco Central, si es que acumuló reservas? ¿Si no los
tiene, se los saca al Banco Central, colocando un "vale de caja" en
su activo y reduciendo las reservas disponibles? ¿Los compra en el mercado
generando una sobre demanda y afectando la cotización? ¿O los
"expropia" con el control de cambios, a un precio diferente del de
mercado?
Como puede apreciarse, la forma en que
se respondan estas preguntas no resulta neutral respecto de la política cambiaria
y monetaria. ¿Cómo puede un Banco Central influir positivamente sobre las
expectativas a "bajo costo" en este contexto?
Pero existe una cuestión previa. Por
todo lo anterior, la Argentina es un país, para ser generoso, bimonetario, en
dónde las transacciones se realizan en pesos, pero el ahorro es en dólares, de
manera que la expectativa sobre la evolución del tipo de cambio, el valor que
relaciona los ingresos en pesos de los argentinos con la moneda en que ahorran,
resulta clave. Los precios internos en mercados poco competitivos y con el
dólar como unidad de cuenta, tarde o temprano se ajustan a la evolución del
tipo de cambio. Por eso, los momentos "exitosos" de control de la
inflación se dan con tipo de cambio fijo. (o lo suficientemente "adelantado"
como para que, en el corto plazo, el ahorro transitorio en pesos aumente
artificialmente la demanda de moneda local). Pero el problema es que, dado que
no estamos en una zona comercial de una moneda única, una devaluación de un
socio comercial importante, o cambios violentos en el escenario internacional,
con tipo de cambio fijo, obliga a ajustar por cantidades y no por precio, en
particular en el mercado de trabajo. Todo shock externo amplifica la recesión y
el desempleo. En este contexto, entonces, lo mejor es tener un tipo de cambio
fijo "ajustable", lo que le pone un piso a la tasa de interés local y
a la tasa de inflación, o alternativamente, un tipo de cambio flotante, pero
con muy baja volatilidad, lo que obliga a una política monetaria muy creíble y
que el Banco Central tenga capacidad de intervención. Pero si se mantiene el
déficit fiscal financiado con deuda, esa credibilidad se va erosionando, porque
se sabe que, tarde o temprano, o se acaba emitiendo, o se acaba expropiando
directa o indirectamente a los que producen dólares o a los ahorristas en
dólares en el mercado local.
El Banco Central de la Presidencia Macri
Permítanme ahora ejemplificar con los
años del gobierno del Presidente Macri. Simplificando, el camino del Banco
Central del 2016-2019, fue el camino desde un Banco Central casi "a la
Draghi", hacia un Banco Central, casi "a la Volcker". Me
explico. El Banco Central de Sturzenegger, instrumentó una relativamente rápida
liberalización del mercado de cambios, y un tipo de cambio flotante, con
intervenciones esporádicas ante shocks externos reales. Y una política
monetaria basada en la tasa de interés, para controlar la cantidad de dinero, y
metas de inflación para guiar las expectativas. Se registró un aumento de la
tasa de inflación inicial, por la unificación cambiaria y por la necesaria
reducción de los subsidios a los precios de los servicios públicos. Decidió,
también, comprar los dólares que obtenía el Estado para financiar el déficit
fiscal, esterilizando dicha emisión colocando deuda remunerada en moneda local
(Lebacs, leliqs, etc.). (Esto también tiene efectos inflacionarios, porque,
como comentaba más arriba, le pone un piso al tipo de cambio). Este esquema
estaba "amenazado" desde el principio por varias razones, pero la principal
fue la cuestión del Balance del Banco Central, con activos en dólares,
comprados con deuda en pesos a tasas altas. (al ingreso de dólares para
financiar el déficit fiscal, hay que sumarle el ingreso de dólares para obtener
ganancias de corto plazo en el mercado local o para financiar la inversión). El
argumento de que "el Banco Central compra reservas en momentos de calma y
las vende en momentos de turbulencia y, gana con la diferencia de cambio,
compensando, así, las pérdidas de corto plazo por pagar la tasa de los
instrumentos de absorción, de manera que no hay que preocuparse por el
balance" es un argumento para países que tienen moneda propia, en dónde el
Balance del Banco Central indica la capacidad de hacer política monetaria
autónoma. En la Argentina, como al final del día la gente demanda dólares, lo
que importa es cuántas reservas hay, y bajo qué condiciones se venderán. En ese
contexto, la "ganancia" del Banco Central, es la "pérdida"
de los tenedores de pesos que quieren dólares. "En las turbulencias, me
vas a vender los dólares mucho más caro, o directamente, no me los vas a
vender". Sin embargo, el proceso de desinflación de los dos primeros años
del gobierno de Macri, y la influencia sobre las expectativas resultó
relativamente exitoso, aunque con volatilidades derivadas de errores en el
manejo de la tasa de interés y del esquema de reducción de subsidios
mencionado. La economía creció de la mano de la inversión y el crédito se
expandió fuertemente. Es en este aspecto que considero que fue una etapa
"a la Draghi", porque tuvo mucha influencia a favor, en las
expectativas de inflación, la credibilidad del entonces Presidente del Banco
Central, Federico Sturzenegger y la idea de que el Presidente Macri lo
defendería contra todas las presiones. Quiero ilustrar este punto con una
anécdota que me impresionó. En una de las reuniones periódicas que, en el Banco
Central, manteníamos con economistas del sector privado, y hablando de las
expectativas de inflación para el 2018, uno de los economistas más prestigiosos
de la Argentina nos dijo "y pongo ese número porque están ustedes, si no
pondría uno mucho más alto". El mejor ejemplo de que el manejo de las
expectativas, pese a todo, funcionaba, fue que muchos acuerdos salariales
empezaron a cerrarse mirando más la inflación guiada por las metas, que la
inflación pasada. (Es cierto que con la "tecnología gatillo", pero
esto sólo reducía la presión sobre la tasa de inflación esperada). Lo cierto es
que, pese a que la economía crecía, y de la mano de la inversión y de la
recuperación del crédito (a una velocidad, a mi juicio, incompatible con la
política de estabilización) las presiones para aflojar la política monetaria, y
"actualizar las metas" se incrementaron, tanto por parte de los que
reciben crédito subsidiado en el sector privado (que son pocos, por cierto, con
mucho poder de lobby), como por el mismo gobierno que, con gran parte del gasto
indexado con la inflación pasada, veía difícil cumplir con la meta fiscal, si
la inflación seguía un sendero decreciente. Finalmente, la ahora tristemente
célebre conferencia de prensa del 28 de diciembre del 2017 terminó con la
credibilidad de Sturzenegger. (el "whatever it takes" se esfumaba). A
eso se le sumó la sequía, el cambio de la política monetaria de la FED y la
certeza de que lejos de aprovechar el triunfo electoral de medio término para
encarar las reformas que hacían falta para crecer en serio y además reducir el
déficit estructural, para hacer sostenible la deuda, el gobierno iba a seguir
en más de lo mismo. El crédito voluntario externo se detuvo de golpe y el
cambio de portafolios hacia el dólar se disparó.
Se intentó superar este escenario con
el primer acuerdo con el FMI, que aspiraba reabrir los mercados para la
Argentina, con un modesto ajuste fiscal y ganando credibilidad mejorando el
Balance del Banco Central. Pero el FMI nunca entendió el carácter bimonetario
de la Argentina. (y si lo entendió, lo disimuló muy bien), y presionó por la
libre flotación sin intervención del Banco Central. El segundo presidente del
Banco Central de la era Macri, más en la tarea de minimizar daños y convivir
con un mercado hostil, que en la de diseñar política, decidió, correctamente,
intervenir de todas maneras y evitar una depreciación aún mayor del tipo de
cambio, y su consecuente efecto sobre la estabilidad macroeconómica y política.
Pero la credibilidad del Banco Central empeoró, dado que ahora se estaba
incumpliendo con el acuerdo con el FMI. Llegó, entonces, un nuevo presidente
del Banco Central y el segundo acuerdo con el Fondo. Un acuerdo semi
"Volckeriano". Una política monetaria muy estricta que, por no ser
inicialmente creída, iba a lograr la desinflación, (más lenta por el ajuste de
tarifas y acuerdos salariales con expectativas de inflación desancladas) pero a
costa de profundizar la recesión, de la cual recién se empezó a salir a finales
del segundo trimestre del 2018, impulsada por la recuperación del sector
agropecuario, post sequía. Es decir, se empezaba a tener éxito "a la
Volcker" pero en un escenario electoral en que los costos fueron enormes.
(¿Carter y Macri un solo corazón?). Una anécdota respecto del problema de la
credibilidad y el nivel de actividad fue el comportamiento del sector
automotriz, que subió sus precios, no creyendo en la política monetaria. El
resultado: sólo vendió cuando, con subsidio del Estado, los precios bajaron. Si
hubiera aumentado los precios, creyendo en la política monetaria, hubiera
vendido más y antes. (Generalizando al resto de los sectores, el proceso de
desinflación hubiera sido más intenso. De hecho, los descuentos y promociones
proliferaron para compensar los aumentos de precios incompatibles con la
política monetaria). Esto no es una acusación al sector privado, es un ejemplo
del problema de una política monetaria increíble, aún con el FMI detrás.
Increíble, no sólo por las chances que le asignaba el sector privado al
abandono o la violación del acuerdo, por presiones electorales, si no también
increíble, porque el FMI insistió, en su "empecinamiento terapéutico"
con bandas de flotación muy amplias, y poco margen de intervención en el
mercado de cambios.
Finalmente, el resultado de las PASO
alteró dramáticamente las expectativas en horas e hizo mucho menos creíble aún
la política del Banco Central, porque se esperaba que un nuevo gobierno
introdujera tanto el control de cambios como una política monetaria más laxa.
Obviamente, como los mercados se anticipan, ambas cosas tuvieron que hacerse
antes, para poder manejar la transición, y evitar un desborde inflacionario.
Sin acceso al mercado de deuda, sin el
apoyo del FMI, el único camino posible es el default, el
"reperfilamiento" de la deuda, o el shock fiscal. O un shock fiscal
que haga posible el reperfilamiento de la deuda.
Otra vez, con déficit fiscal financiado
con deuda, al final del camino, no están ni Draghi, ni Volcker, sólo
funcionarios argentinos haciendo lo posible, minimizando costos.
No hay política de desinflación
creíble, con déficit fiscal.
A modo de corolario
La Argentina no crece desde hace casi
una década. Mientras su población aumentó. El crecimiento no se logra con más
gasto público infinanciable. El gasto público creció 15 puntos de PBI y la
economía se estancó. Tampoco crece con más inflación. Si fuera cierto, seriamos
el país más rico del mundo.
Tampoco el crecimiento responde a una
decisión voluntarista.
La economía crece con inversión y
productividad. En alta inflación, la volatilidad de los precios relativos
dificulta calcular la rentabilidad de los proyectos. Con un gasto público
infinanciable, resulta difícil ser competitivos en el mundo, dada la presión
fiscal y de costos sobre quienes producen. Pesificando, "a la fuerza"
se pone una barrera entre la Argentina y el ahorro de los argentinos que está
fuera del sistema financiero local, financiando el crecimiento de otros países.
En este contexto, sólo invierten los
que tienen superproductividad en un ciclo corto de recupero, los que tienen
capital hundido y no tienen más remedio, y los que reciben algún premio,
subsidio o coto de caza. O el Estado, que no tiene fondos. La inversión, por lo
tanto, es baja, y los mismo ocurre con la productividad. Lograr el equilibrio
macroeconómico es condición necesaria pero no suficiente. Hace falta un
programa integral que combine la estabilización con los incentivos adecuados
para invertir y mejorar la productividad. Cualquier otra cosa, sirve por un
tiempo, pero no sirve para crecer. No es teoría, es práctica.
domingo, 20 de octubre de 2019
ANTE LA OPCIÓN DE HIERRO QUE PLANTEÓ ALFONSÍN
En 1983, durante el cierre de su campaña, Raúl
Alfonsín planteó en aquellas elecciones la
opción entre democracia y autoritarismo. Lo recordó Joaquín Morales Solá el
domingo pasado. Duele constatar que pasaron en vano más de 35 años. Peor, en la
sociedad no parece haber acabada conciencia de que hoy, después de todo este
tiempo, estamos en el mismo lugar. Con otro agravante (porque también carecemos
de memoria): el autoritarismo que parece a punto de regresar mostró todo su
poder de daño hace muy poco. En verdad, aunque elijamos ignorarlo, llegaremos a
las urnas caminando sobre los escombros -materiales y morales- que dejó a su
paso.
Son pocos los que lo dicen con todas las letras: la opción que en su
momento describió Alfonsín y ahora se reedita es de hierro, porque se trata de
dos términos antitéticos. El autoritarismo, siempre, busca devorar a la
democracia. Es su naturaleza. No se puede esperar otra cosa de él. Esto fue lo
que intentó hacer Cristina
Kirchner durante sus años en la presidencia. Sus actos estuvieron
dirigidos a exhibir su poder y a acrecentarlo, para erigirse en una líder
carismática y gobernar por encima de la ley. En ese tránsito, apuntó directo
contra los poderes fundamentales de la democracia. Llegó bastante lejos en su
intento de tragarse a la Justicia y a la prensa. No logró plantar bandera tras
la invasión, pero dejó tierra arrasada. Y en el camino sus huestes se llevaron
lo que pudieron.
Lo raro es que nos encaminamos a votar como si nada de todo esto hubiera
ocurrido. Como si fuera una elección más. No lo es. Uno de los candidatos, el
favorito tras las PASO, está
sostenido por una fuerza política que ayer nomás, cuando fue gobierno, intentó
socavar desde adentro el sistema por el que ahora busca volver al poder. ¿Lo
intentará de nuevo si se impone en las urnas? Cristina, que se escondió detrás
del candidato, sigue siendo la misma. Sus dichos y sus actos lo confirman.
¿Y Alberto Fernández quién es?
Fue parte del riñón del kirchnerismo. Luego abjuró de su fe durante un breve
exilio y condenó con dureza los excesos de su compañera de fórmula. Pero no
dudó en volver a unirse a ella en matrimonio de conveniencia cuando vislumbró
la posibilidad de llegar al poder. Lo mismo hizo después la patria corporativa
que lucra con los fondos públicos desde hace décadas: sindicalistas,
intendentes, gobernadores y empresarios acostumbrados a las prebendas y los
privilegios. Cuentan con la bendición de una Iglesia que le tiene miedo a la
libertad. Los fieles no han de pensar por sí mismos. El caudillismo populista
cristiano, como lo llamó Jorge Fernández Díaz, no quiere ciudadanos sino un
rebaño que los líderes esclarecidos puedan pastorear.
Ni siquiera hace falta hacer un poco de memoria para advertir qué está en
juego el domingo 27. La avanzada contra la prensa ha sido reactivada en estos
días, sin disimulo y con determinación. Es otra buena muestra de cómo ha
actuado siempre el kirchnerismo: de menos a más y ante una opinión pública
lenta de reflejos. De una operación grosera nacida en una intriga carcelaria,
la causa inexplicable que impulsa el juez Ramos Padilla creció tal como lo hizo
en su momento la voraz ambición de la expresidenta en el poder: mientras la
sociedad dormía. La reacción que llega tarde no es reacción. Así, de manera
impensada, ese zarpazo "judicial" insólito tendiente a desbaratar con
chapuzas la más sólida investigación contra la corrupción kirchnerista,
impulsado por los jueces parciales de Justicia Legítima, hoy es un ariete
-acaso el primero de este nuevo capítulo, de ganar los Fernández- contra la prensa
independiente y la investigación periodística. Si logran acallarlas, el camino
hacia la impunidad definitiva habrá sido allanado.
Agazapados tras los modos calculados del candidato, subidos a los votos de
una compañera que los menospreció hasta la humillación, los peronismos se
reunificaron ante la oportunidad de regresar al poder. Nada que no haya
ocurrido antes. Lo difícil de explicar es que, de nuevo, consiguieron instalar
en la opinión pública la idea de que esta vez será distinto, a pesar de que el
núcleo duro de la expresidenta quiere más de lo mismo y espera obtenerlo.
Contra todos los antecedentes autoritarios a mano, contra toda la evidencia de
corrupción reunida en causas que corren peligro de extinción, mucha gente que
no votará al Frente de Todos elige creer buenamente en esa posibilidad. Solo
así se explica que estemos afrontando esta elección como una más y que se
soslaye esa opción ineludible que apuntaba Alfonsín, hoy incluso más vigente
que entonces.
La Nación
19 de octubre
de 2019
lunes, 9 de septiembre de 2019
La república herida y el kirchnerismo milagrero
" Sonríeme, hermano", le
susurra al oído el pérfido emperador Lucio Aurelio Cómodo mientras lo abraza y
lo besa como Judas, y le clava un estilete dorado en la espalda. Máximo Décimo
Meridio, héroe de las guerras contra las tribus germánicas y gladiador popular,
se encuentra a punto de salir a la arena del Coliseo para enfrentarse
precisamente a Cómodo, en el combate decisivo de su vida y ante la vista del
pueblo de Roma, pero resulta que ahora lleva bajo las corazas una herida
secreta, está sangrando y la lucha será entonces desigual y más peligrosa que
nunca. Máximo sale finalmente al ruedo disminuido y vulnerable; las
posibilidades de triunfar y sobrevivir son mínimas. La escena cúlmine es quizá
ficcional, aunque está inspirada en el libro canónico Historia Augusta y
también en las peripecias de Espartaco, y fue escrita por el guionista de
Gladiador. Mauricio Macri recordó esa
secuencia del film de Ridley Scott cuando un fallo supremo, en las vísperas de
salir a gobernar, lo obligó a fulminar el mecanismo de retención de fondos a
las provincias, aquel truco genial del kirchnerismo para cacarear federalismo y
practicar desde Balcarce 50 un severo régimen unitario de control, premios y
castigos. Evocando aquel puntazo y aquel tambaleante derrotero del gladiador,
el nuevo presidente acató y amplió la decisión, y trató de hacer de esa
necesidad una virtud republicana, pero lo concreto es que a partir de aquel
momento su capacidad de poder acusó una herida mortal. Limitado por sus propios
principios, Cambiemos aceptó otras
desventajas: derogó la ley de superpoderes y no quiso construir una Corte Suprema en sintonía
con los requerimientos de la emergencia. Si no se hubiera conducido así, admito
que muchos de nosotros lo habríamos criticado con dureza. Lo cierto es que fue
como si a esa insidiosa herida bajo la coraza se le agregaran un brazo atado
atrás y una venda en los ojos, y como si Cómodo hubiera ordenado soltar también
a los leones. Existen muy pocos antecedentes en la historia occidental, y hace
cien años que prácticamente no se registra en la Argentina, el hecho increíble
de que un gobierno atraviese todo su período sin mayorías en ninguna de las dos
cámaras del Parlamento. Fernando Henrique Cardoso, cuando hace unos días le
contaron el récord, no salía de su asombro; le parecía una hazaña gobernar en
esas condiciones inclementes. Aquella escribanía de la "década
ganada", que le aprobó el noventa por ciento de sus proyectos a la
arquitecta egipcia, se sentó en estos cuatro años a impedir, o en todo caso, a
vender muy cara su tímida cooperación. Cuando el látigo no existe y la
billetera es flaca, todo resulta cuesta arriba, en un contexto político,
sindical y empresarial acostumbrado a actuar por el temor o por el oro, escasamente
por el bronce. No dejemos afuera a algunos periodistas y presentadores, que
libres del miedo (Macri no asusta a nadie) y sin recompensa o pauta
publicitaria, pasaron de caniches a rottweilers. Para no ser malos fuimos
estúpidos, podría decir un republicano medio. Tal vez lo fueron en un país
donde imperan las mafias y los atajos; el populismo se transformó en sentido
común y en una cultura natural y policlasista; el movimiento justicialista
generó su propia oligarquía e intenta ser consagrado para siempre como el
"partido único", y una facción antisistema opera en modo boicot y
busca el colapso del otro, a quien no le concede ni siquiera la legitimidad
constitucional. Si a eso le añadimos imperdonables errores propios de acción
política y económica, y mala fortuna, tendremos un cuadro completo. Y podremos
pensar en profundidad si era posible administrar con purismo republicano una
nación corporativa, y corrompida por décadas de irrespeto a la ley y de
menguado amor por la normalidad democrática. ¿Se puede ser un pacifista en un
pabellón de asesinos múltiples?
Cuando hace unos días Paul Krugman, venerable articulista, cuestionó
públicamente la estrategia económica y las sugerencias de madame Lagarde, lo
hizo con el manual y por derecha: habría que haber aplicado una contracción
fiscal aún más fuerte en la Argentina. El kirchnerismo utilizó la crítica al
médico para fustigar al Gobierno, y ocultó convenientemente la enfermedad de
fondo y los remedios que proponía el economista norteamericano. Pero más allá de
esa picardía criolla, lo relevante es que el manual de Krugman no prevé ni
sospecha la inédita economía bimonetaria en la que nos desempeñamos, ni los
hábitos que aceptó una sociedad ganada por la lógica populista. Ni mucho menos
la presencia activa del peronismo, sus corporaciones y sus adherentes
extrapartidarios y todopoderosos: ellos forman la melaza espesa que impide
navegar hacia un "país normal". El oficialismo perdió en las urnas
por efectuar una contracción mucho más débil y menos dolorosa de la que Krugman
recetaría. Y el caso Portugal, postulado ahora por el kirchnerismo como un
modelo de "crecimiento sin ajuste", es una soberana mentira. El
economista Eduardo Levy Yeyati dio la fórmula secreta del "milagro
portugués": "Caída del salario real, eliminación del aguinaldo,
aumento de la jornada laboral, emigración masiva a Europa, tres años de
recesión". Y a pesar de todos esos esfuerzos, sin el Banco Central Europeo
como garante y colocada esa misma nación en América Latina, estaría hoy igualmente
al borde del abismo.
El asunto conecta con la ocurrencia del ilustre Guillermo Calvo,
pronunciada pocos días antes de las primarias: "Cristina es lo mejor que
le puede pasar el país; va a aplicar el ajuste con apoyo popular, culpando al
gobernante previo". Cierta ortodoxia ama más la fortaleza que la
república. Es por eso que en el siglo pasado se alió con el partido militar
(creando el "fascismo de mercado") y luego con el partido populista
(creando el menemismo). Pasión de los fuertes, y a los tibios que los vomite
Wall Street. La pregunta, no obstante, es si efectivamente Cristina contrató a
Alberto para que realice esa proeza. Porque la deuda se puede reprogramar; lo
difícil va a ser bajar los impuestos, modificar las leyes laborales para
hacernos competitivos, y poner en caja un Estado estrafalario e inviable,
generado irresponsablemente por distintas capas de peronismo y llevado al cenit
por los kirchneristas, que tomaron más de un millón de empleados públicos, que
ingresaron a más de dos millones de jubilados sin aportes, que crearon un
sistema de contratos y delirantes subsidios permanentes, y desplegaron todo un
esquema de clientelismo crónico. Quizá tenga razón Calvo y al peronismo le
disculpen estos mismos recortes homéricos (o aún peores) que ahora le impugnan
al gato. Porque al final resultará imposible eludir los sacrificios de
Portugal, compañeros.
Flota cíclicamente en el aire la idea de que era fácil y de que los
padecimientos resultaban evitables; también que la Argentina genera la
suficiente riqueza para vivir como pretende. Todos esos mitos facilistas del
inconsciente argentino regresan, y aquí están entre nosotros, de la mano de
milagreros reencarnados, a quienes les tendrán, eso sí, toda la paciencia del
mundo. Ya se sabe: si el peronismo te regala una casa, lo votás hasta la
muerte; si lo hace un republicano, le criticás la estética de los pisos y
militás para que pierda. Los peronistas digieren el sapo más repugnante con tal
de que se los sirva un peronista en bandeja de plata. Ya lo decía Máximo Décimo
Meridio: "No nos ocurre nada que no estemos preparados para
soportar".
LA NACION
8 de septiembre de 2019
sábado, 7 de septiembre de 2019
El mundo creado por la Ilustración es el mejor que haya existido
BOLONIA.- Apocalipsis y redención: este es el clima; el mundo se desmorona,
se acerca el día del juicio; urgen expiación y resurrección, penitencia y
purificación. Se trata de gritar la catástrofe, de señalar a la
"aberrante" civilización occidental; un réquiem indignado a la
democracia representativa. ¿Todo esto tiene sentido? Es difícil razonar entre
el estruendo de los tambores, el bombo que baten los medios, los gritos
mesiánicos; distinguir las alarmas sensatas de las irrazonables, los ladridos
de las picaduras: cuando la atmósfera se vuelve tan tóxica todo se reduce a dos
extremos, dos polos, como quieren los redentores. Pero la vida y la historia
son más complicadas que esto, y caer en la trampa maniquea no es sabio ni útil:
los historiadores deberíamos servir para eso; para poner las cosas en
perspectiva.
Vistos a la luz de la historia, los vientos milenaristas no son nuevos en
absoluto; son recurrentes y más o menos siempre iguales. Para quienes la
vivieron o la estudiaron, la "bomba demográfica" causó en su momento
reacciones histéricas: ¡el mundo tenía sus días contados! La escena se repitió
con el agotamiento de los recursos naturales: la civilización se está acabando.
¿Y la democracia representativa? Dada por muerta innumerables veces, ha sido
combatida de mil maneras.
En retrospectiva, sabemos que fueron alarmas exageradas; no hubo
apocalipsis. Gracias a la mayor prosperidad, el crecimiento de la población va
estabilizándose: muchos países perderán habitantes. Gracias al progreso de la
ciencia y a las revoluciones agrícolas -a las mejoras que los catastrofistas
siempre olvidan considerar- los recursos son más abundantes. En cuanto a la
democracia, ¿qué decir de ella? Es cierto que pasa por un mal momento y
necesita reformas; pero si miramos la historia, su difusión, flexibilidad y
adaptabilidad son sorprendentes.
¿Significa que el cambio climático, la desigualdad social, la crisis de la
democracia, todos los síntomas del malestar de nuestra época son infundados?
Claro que no: son reales, serios y peligrosos. Pero deben ser analizados y
abordados con racionalidad; todo lo contrario del enfoque milenario en boga: la
corrección de errores, la perspectiva reformista, la confianza en el
conocimiento, las buenas instituciones han permitido superar las crisis del
pasado; son las que servirán para ganar en estas también, son el mejor legado
de la Ilustración, nacida en Occidente pero cada vez más generalizada. Por otro
lado, el milenarismo es una reacción emocional que no solo no ofrece
respuestas, sino que inhibe las que serían necesarias, alejando las soluciones:
tanto el milenarismo xenófobo y autoritario como el moralista y pobrista.
No serán las cruzadas contra el capitalismo, la democracia liberal, la
razón y Occidente lo que nos va a permitir superar los desafíos de nuestros
tiempos, como tampoco permitieron superar los desafíos del pasado. No se
hallará la respuesta cerrándose dentro de las fronteras ni soñando con Arcadias
que nunca existieron. Por la obvia razón de que todos tienen derecho a
progresar y mejorar las condiciones de vida, y que el "progreso"
ensucia, la tecnología genera desigualdades y la fuga de la pobreza no tiene
éxito para todos al mismo tiempo; ni en el mundo capitalista y en el mundo no
capitalista.
Para enmendar las distorsiones, para ampliar las oportunidades, necesitamos
un enfoque pragmático y racional, no apocalíptico y emocional; más ciencia, no
más fe; tenemos que aplicar mejor las herramientas que hemos aplicado hasta
ahora y crear nuevas, no tirarlas por la borda como si fueran chatarra.
A fuerza de repetir que el mundo nunca ha sido más inseguro y belicoso,
injusto e infeliz, cínico y peligroso, la percepción se impone. Pero eso es
falso; descaradamente falso. No lo digo yo, lo dicen los datos: por
desagradable que sea o que nos pueda parecer, el mundo creado en solo
doscientos cincuenta años por la revolución de la Ilustración es, con mucho, el
más próspero, saludable, educado, pacífico e interesante que haya existido; y
la tendencia es a mejorar, aunque no le hagamos caso a ese dato. Y a mejorar no
para el 0,1% de la población, sino para la mayoría de la humanidad, cosa que en
cualquier época del pasado habría resultado impensable: es bien sabido por
quienes, entre un capítulo y otro de Thomas Picketty, estudiaron a Angus Deaton
o Steven Pinker.
No es triunfalismo ni consuelo, eso sería absurdo: hay demasiada hambre e
injusticia, pobreza y enfermedad; pero la verdad es que nunca antes había
habido una cuota tan baja de "descartados". Hay que corregir y
ajustar el curso pero ¡ay de abandonarlo!
La realidad, a diferencia de los relatos apocalípticos, goza de poca
popularidad. Siempre ha sido así. ¿Cómo se explica ese fenómeno? Las razones de
esta "distorsión cognitiva" son diferentes: los psicólogos las han
estudiado. A mí me preocupa especialmente otra: la persistencia, en nuestra
cultura, del pensamiento "historicista", de la idea de que la
historia tenga una finalidad: ya sea el plan de Dios o las "leyes"
evolutivas. Es una idea de origen religioso, precientífico, heredada por
algunos sistemas filosóficos, el marxismo en primer lugar: la historia como
redención, como salvación. Esta visión providencialista no evalúa el mundo tal
como es, no aprende de los errores para mejorarlo: lo juzga por cómo supone que
debería ser y, por lo tanto, lo condena; denuncia el apocalipsis para reclamar
la redención. Nadie lo explicó mejor que Karl Popper, quien dedicó páginas
admirables a la "miseria del historicismo".
Sin embargo, la historia tal como es resulta mucho más reveladora que la
historia tal como debería ser. Nos dice que no todos tienen la misma razón para
evocar el apocalipsis; que muchos de los que ladran a la luna harían bien en
mirarse en el espejo: si en una época el 30% de los chilenos eran pobres contra
apenas el 10% de los argentinos, y ahora las cifras están invertidas; si Italia
viene detrás de todos en innovación y crecimiento en la Unión Europea; si
durante décadas Venezuela acogió a millones los migrantes que hoy expulsa a
países que fueron mucho más pobres que ella; si Vietnam, al que Cuba enseñó a
producir café, se ha convertido en un importante exportador de ese producto,
mientras que La Habana lo importa y raciona; si desde que la isla introdujo la
propiedad privada y la economía de mercado ha reducido la pobreza que los
cubanos sufren en masa; si a algunos les fue bien y a otros les fue mal, ¿por
qué invocar como causa de todos los males a los grandes sistemas, la crisis de
Occidente o la alicaída democracia?
Será suficiente tener el coraje de reconocer los errores y corregirlos; y la
paciencia para esperar que las correcciones den fruto. Si pensáramos fríamente
entre los vapores de la ira, nos parecería evidente.
Fuente:
LA NACION - Crédito: Alfredo Sabat
4 de septiembre de 2019
Ensayista
y profesor de Historia en la Universidad de Bolonia
domingo, 18 de agosto de 2019
PASOS DESTEMPLADOS
PASOS
DESTEMPLADOS
Un asesinato ocurrido en la ciudad
argentina de Rosario enfrenta a Jordi Gonorria, economista y cocinero y a su
amigo Quito Verdudo, comisario retirado de la policía federal, con un nuevo
misterio.
El narcotráfico, que infesta Rosario;
los nunca del todo revelados secretos del nazismo en la
Argentina de fines de los años cuarenta del siglo pasado y los fraudes
financieros internacionales, constituyen el escenario que transitarán, buscando
el rastro que los lleve a dilucidar el hecho.
En el camino los acompañan viejos
amigos, personajes literarios, otros de carne y hueso que han dejado sus
huellas, caracteres pintorescos y las vicisitudes de la relación de
nuestro economista con su nueva novia.
Historia contada en forma ágil y amena,
a la que no le faltan historias culinarias y recetas de platos sabrosos,
reflexiones sobre la actualidad económica y situaciones que sorprenderán al
lector.
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