Hace ya
muchos años, al punto de no recordar durante que gobierno, el fullback del
equipo de rugby del club Curupaytí fue designado asesor del poder ejecutivo. O
de algún organismo vinculado al mismo.
¿ A
cuento de que viene este recuerdo?
Pues como
resulta que al fulklback no se le
conocía ninguna especialidad extraordinaria en la agenda pública que pudiera
ofrecer a sus asesorados, la chanza que circulaba entre sus amigos y allegados
era que había sido designado asesor de sentido común.
Fue toda
una novedad para la época. Pero seguramente, con el transcurso de los años y de
las “casas de estudios” que han proliferado para ofrecer sabiduría a cambio de
una tan módica cuota mensual como dedicación, se habrán creado licenciaturas y
maestrías en el tan difícil arte del sentido común. Menester tan necesario como
el de los ingenieros. Y por cierto mucho más que el de los sicólogos.
Al punto
que no tardaremos mucho en ver como se forma un Colegio de Profesionales e
Idóneos en Sentido Común, al que será obligatorio recurrir para determinados
trámites ante la administración pública, que requerirán la firma y el sello de
alguno de sus miembros. Y que naturalmente habrá que retribuir de acuerdo a los
aranceles que establecerá el Colegio para defender la dignidad profesional de
tan avezados trabajadores. Los que, por cierto, serán muy razonables, al ser
fijados por personas con sentido común. Valga la redundancia.
Pero esta
lucha gremial todavía se debe estar dando. Así que en el presente buscar un
asesor idóneo en sentido común es una tarea desgastante, producto de esa
patología neoliberal propia de los años 90, que ha dejado a los ciudadanos a la
intemperie, obligándolos apañarse por
las suyas.
Y entre
los consternados por este jibarismo social de corte neoliberal están nuestros
amigos radicales. Que a todas luces necesitan los servicios de algún preclaro
experto en esto del sentido común pero se vé que no lo hallan.
Ya hace
tiempo que vengo barruntando esta carencia.
Pero días pasados me convencí definitivamente al ver, en uno de los
tantos programas políticos que alumbran nuestro conocimiento, a dos de sus
representantes explicar algo referido a algo así como una compulsa interna que
iban a celebrar para elegir algo. Evidentemente se trataba de algo.
Y lo
expuesto no es producto de mi característica torpeza en el uso del lenguaje
sino de los pocos elementos con que cuento después de desplegar mi paciencia
para acoger la machaquería expuesta.
Pude si
advertir que se manifestaban aliados en esa batalla. Aunque cuando uno de ellos
comenzó a explicar algo vinculado a un padrón de 93000 electores que había
aparecido entre gallos y medianoche con el objetivo de trampear el resultado
final de la compulsa, el socio lo cortó en crudo alegando que los trapitos
sucios no debían ventilarse al sol.
Y
posteriormente me enteré que tan apasionado ejercicio de la democracia
partidaria había sido suspendido por un juez desaprensivo a raíz de que la
composición del mencionado padrón ofrecía más sombras que claridades.
Antes
estas situaciones, que creo algo alejadas del sentido común, y ante la
dificultad de encontrar “expertise” local, les recomiendo a los amigos
radicales buscar ayuda en otras playas. En Uruguay, por ejemplo, donde el
sentido es común y corriente. Y aunque les parezca mentira, los idóneos en este menester crecen
asilvestrados como los espárragos trigueros. Con la ventaja adicional del
idioma común, que les evita gastos adicionales como tener que contratar los
servicios de un traductor. Y con la comodidad de poder recurrir sin cargo a un
empleado público, como al relator de futbol aficionado a la lírica, de ser
necesario aclarar algún giro idiomático propio del pueblo oriental.
Cierto es
que para ser autorizada por el ferretero polirubro, la importación de estos expertos requerirá la
exportación de un valor similar. Y como seguramente un experto uruguayo “blue”
debe tener una cotización superior a la de un inexperto radical “con liqui”,
convendría que la negociación con el abominable cafre la lleve adelante un
afiliado de la línea más afín al gobierno. Esto para evitar que una sangría de
radicales, habida cuenta del diferencial que seguramente tienen las
cotizaciones respectivas, altere el equilibrio entre las distintas tendencias
internas. Y lleve a resultados extremos en la próxima elección partidaria.
Digo: que una gane por seis a uno o siete a dos.
Así,
gracias el aporte de nuestros hermanos uruguayos, los ciudadanos comenzaremos a
entender de que hablan los radicales cuando hablan. Y los muchos afiliados
plenos de sentido común que seguramente tiene este partido más que centenario
podran abandonar el azoro que les debe producir verlo en manos de los más
menguados.
Adelante
radicales!!!!