A propósito del nuevo
conflicto con el sector agropecuario
Argentina
fue granero del mundo y asomó como potencia mundial hasta el momento en que decidió
privilegiar políticas equivocadas que interrumpieron el desarrollo sostenido que
la había posicionado entre los países más prósperos y avanzados del mundo. Porque no sólo el crecimiento económico fue
espectacular, también lo fue el progreso cultural y político. Decisiones inteligentes
en materia de educación y salud pública se tradujeron en políticas de estado
que hicieron de nuestro país un refugio para millones de inmigrantes que escapaban al hambre
ó la intolerancia en sus países de origen y que paradójicamente hoy, se
presentan como modelos a imitar. .
Dentro
de ese marco y en consonancia con el flujo inmigratorio, la producción y las
exportaciones agrícolas crecieron de manera ininterrumpida desde los años de la
Organización Nacional hasta la crisis del 30, momento en el que el sector
agropecuario ingresa en un prolongado período de estancamiento. Mientras el
campo languidece, florece en los círculos intelectuales un estéril debate que
intenta dilucidar las causas que originan
ese estancamiento. Políticos, sociólogos, filósofos, economistas y expertos agrícolas
debaten durante años tratando de desentrañar las causas remotas por las que en
las tierras más feraces del planeta se produce cada vez con menores
rendimientos y mayores costos. La concentración de la propiedad, el latifundio
para algunos, el minifundio para otros, la frivolidad de la clase terrateniente,
el rechazo a la modernidad, la aversión al riesgo, el origen inapropiado de la
inmigración, la pereza del hombre de campo y hasta el pobre gaucho fueron
objeto de sesudos análisis que intentaban explicar lo que décadas mas tarde apareció
como una verdad demasiado sencilla y obvia para ser tenida en cuenta por los
esquemas rígidos que caracterizan el rigor intelectual encorsetado por dogmas
ideológicos. Porque lo único que el sector agropecuario necesitaba para seguir
creciendo era un horizonte previsible donde la rentabilidad tuviera una
posibilidad de ocurrencia real, una vez superados los obstáculos
climatológicos, las plagas y las oscilaciones de precios con que a veces
sorprende el mercado cuando aparece un exceso de la oferta.
Por eso
fue que cuando esas posibilidades finalmente aparecieron, el sector pegó un
salto extraordinario, pocas veces registrado por país alguno en la historia
contemporánea. La producción agropecuaria –computando los principales cultivos-
pasó de las 30 millones de toneladas a las 60 millones en apenas 15 años. Este espectacular crecimiento, se consiguió
además en un escenario internacional difícil, con un tipo de cambio
desfavorable y con financiamiento oneroso.
Este salto
espectacular no tuvo un único factor que lo motorizó: participaron por igual la
libertad de comerciar la producción, la privatización y modernización de los
puertos, el despliegue de una moderna infraestructura, la estabilidad de las
reglas juego, que, sumadas a la eliminación de las retenciones, crearon el clima
propicio para incentivar una extraordinaria inversión en tecnología y
maquinaria que permitieron duplicar los rindes de todos los cultivos en muy
corto tiempo.
El ingreso
al siglo xxi trajo aparejado algunas modificaciones importantes en el escenario
internacional. Aparece una demanda que crece por encima de las posibilidades de
atención de la oferta y que marca un cambio de carácter estructural llamado a
perdurar por los próximos años. Para enfrentar este cambio, el país responde
ampliando la frontera agrícola, incorporando al mapa productivo zonas que hasta
poco tiempo antes eran ocupadas por una ganadería de baja productividad ó dedicadas
a cultivos con escaso rendimiento.
Más de 3,7
millones de hectáreas se incorporaron a la producción nacional en los últimos
años, la mayor parte de ellas dedicada al cultivo de la soja, la que mejor se
adapta a las condiciones desfavorables de las tierras marginales de menor
aptitud agrícola. La producción pega otro salto extraordinario saltando de las 60 a las 100 millones de
toneladas, esta vez en apenas 8 años. El proceso permite que por primera vez en
décadas, numerosas localidades del interior de las provincias más pobres, dejen
de ser expulsoras de población para convertirse en polos de atracción hacia los
cuales fluye población, comercio y cultura.
Esta
gran transformación, se hizo posible gracias a las innovaciones tecnológicas
incorporadas por la mayoría de los productores que invirtieron y apostaron a
una actividad que ofrecía ahora la oportunidad de una rentabilidad posible y
que anteriormente venía negada por un contexto
económico y por una normativa que la restringía. Con el aumento de los precios internacionales
impulsado por una demanda en continuo crecimiento, ingresan al circuito
productivo miles de productores de las regiones marginales, que contribuyen a
lograr esa extraordinaria cosecha que posiciona de nuevo al país como granero
del mundo.
Esa
cosecha, la oferta total del país, es la suma de todas las producciones
individuales alineadas en orden creciente, según su costo medio mínimo. El más
bajo se corresponde casi siempre con las producciones en grandes superficies y
en las tierras de mayor aptitud ó cercanas al puerto de embarque, punto de
referencia a partir del cual se determina el precio que recibe el productor. El
costo medio máximo por el contrario, corresponde casi siempre a pequeños chacareros
y productores de las zonas marginales.
Cuando
el Estado impone un tributo a las exportaciones agrícolas, lo que hace en la
práctica es rebajar el precio que percibirá el productor por la venta de su
producto. La medida tiene el mismo
efecto que tirar hacia abajo la curva de demanda, como si los compradores pagaran
un menor precio por cada unidad ofrecida. El resultado de esta política, no es otro que el de expulsar
de la producción nacional a los chacareros que trabajan con mayores costos, justamente
aquellos que trabajan las superficies más pequeñas en las zonas más alejadas.
El
impacto sobre los más débiles es una consecuencia obligada de este tipo de
tributo. En contra de la creencia generalizada, sobre todo entre aquellos que adhieren
a posturas que se autocalifican como progresistas, las retenciones son
impuestos de naturaleza regresiva. Impactan con mayor intensidad sobre los productores
más pequeños y desprotegidos, ya que grava de igual manera una tonelada vendida
por un pequeño chacarero que la de un gran productor de las zonas más fértiles
del país, cuyo rinde por hectárea es significativamente mas elevado.
Esta y
no otra es la razón por la que los pequeños y medianos productores, sobre todo los de las zonas marginales, con mayor ahínco se
oponen a las retenciones. Porque cualquier sea la alícuota que se imponga vía
retenciones, siempre los castiga más a ellos, haciéndolos trabajar a pérdida primero
y después obligándolos a abandonar la actividad, para terminar arrendando ó
vendiendo su propiedad a otros productores mas grandes. La naturaleza regresiva
del impuesto, paradójicamente, en lugar de redistribuir, contribuye a
concentrar la producción y la propiedad como ha venido ocurriendo en los
últimos años.
Resolver
esta cuestión requiere despegar de una vez por todos del subdesarrollo
intelectual en el que se encuentra inmersa nuestra clase dirigente. Subdesarrollo
que proviene de prejuicios ideológicos que desconocen los principios rectores
que motorizan el avance de los pueblos hacia mejores estándares de vida.
Ninguna sociedad con aspiraciones democráticas y republicanas puede construirse
sobre impuestos que castigan a los sectores productivos más vulnerables y
desprotegidos. Las políticas activas, cuando se las pone en práctica, deben
apuntar siempre a colaborar con el desarrollo de los emprendedores de menores
recursos, protegiéndolos de los efectos no deseados de normas generales que
pudieran afectarlos en razón de su tamaño, localización ó su vulnerabilidad y nunca
en diseñar y aplicar impuestos que recaen en primer lugar y con mayor
intensidad sobre sus espaldas.
Más allá
del análisis específicamente tributario que habrá que considerar para restablecer
el equilibrio fiscal, resulta fundamental que por una vez los legisladores
amplíen la mirada y adviertan la trascendencia que tendrán las decisiones que se
adopten para el desarrollo futuro del país. Coartar las posibilidades de crecer
ó de alcanzar una mayor rentabilidad en una actividad lucrativa, es el camino
mas seguro de condenar al país a un destino mediocre, carente de atractivo para
las futuras generaciones de emprendedores, que son las únicas que al final del
día, generan los puestos de trabajo y la calidad de vida a la que toda sociedad
tiene derecho.
Miguel Polanski
06-06-2012
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