Recorren el mundo fantasmas de derechas e izquierdas que creíamos desaparecidas. Versiones extremas que apelan a la inseguridad, el miedo, el prejuicio, el odio. Derechas e izquierdas tan parecidas entre sí que nos hacen dudar de la utilidaRecorren el mundo fantasmas de derechas e izquierdas que creíamos desaparecidas. Versiones extremas que apelan a la inseguridad, el miedo, el prejuicio, el odio. Derechas e izquierdas tan parecidas entre sí que nos hacen dudar de la utilidad de esos términos. Como en Estados Unidos, donde un Donald Trump y un Bernie Sanders seducen a millones de votantes con mensajes sorprendentemente parecidos. Ambos apelan a la ansiedad de los americanos tras la crisis financiera de 2008-9, su sensación de que la vida no es segura como antes, y de que el poder de compra de una mayoría de americanos ha estado bajando.
Tanto Trump como Sanders embaucan a la gente identificando a "culpables". Difunden extravagantes teorías de conspiración. En Washington, por ejemplo, políticos sumisos ante el poder del dinero habrían concebido nefastos tratados de libre comercio para enriquecer a los empresarios a expensas de los trabajadores, ahora obligados a competir con chinos y latinos mal pagados. La lista de conspiradores es más larga en el caso de Trump por su odioso contenido racista. Incluye a "violadores mexicanos", que de acuerdo a un código que todos sus adherentes entienden, significa "negros también", negros como el Presidente Obama que, según Trump, no habría nacido en Estados Unidos y sería, en una de esas, un musulmán.
Estas cosas no pasan solo en Estados Unidos. En el Reino Unido, el partido laborista, hace poco un reducto de sensatez socialdemócrata, ahora tiene como líder a Jeremy Corbyn, a la izquierda incluso de Sanders. Por su parte los "Brexit", que abogan por salir de la Unión Europea, apelan al más miserable de los nacionalismos. En Polonia y Hungría, gobiernos de extrema derecha intervienen el poder judicial y la prensa, para amordazar -a lo Chávez- a todo contrincante. En Francia, Marine Le Pen tiene altas probabilidades de llegar a la segunda vuelta presidencial en 2017, y el domingo pasado en Austria un candidato de extrema derecha perdió por un pelo ¡contra un candidato Verde! En España la alianza de Podemos con Izquierda Unida promete superar al PSOE en las elecciones del 26 de junio.
Todo esto hace dudar de la dicotomía izquierda-derecha. Habría que reemplazarla con otra, una que designara por un lado a demócratas moderados y racionales, sean liberales, socialistas o conservadores, y por otro a los demagogos populistas, alérgicos a toda racionalidad. Felizmente estos últimos no van a conquistar al mundo entero. Habrá países capaces de resistirlos que, como consecuencia, se diferenciarán positivamente de los demás. Es cuestión de ver la historia. Porque la ola populista actual es muy similar a la que se vio en la década del 30 del siglo pasado, tras otra gran crisis financiera. En Europa la irracionalidad populista desembocó en una guerra que acumuló 50 millones de muertos. Un terrible costo para curarse de la irracionalidad y abocarse, como lo hicieron los europeos occidentales después, a políticas sensatas. Distinto fue el caso de países más lejanos de la guerra. Unos optaron por la racionalidad, otros no. Hay dos que son comparados con frecuencia: Argentina y Australia. En 1945, los dos eran inmensamente promisorios. Hoy Australia tiene un PIB per cápita cinco veces mayor. ¿Qué ocurrió? Que en Argentina, en 1945, los fantasmas de la irracionalidad, desechados con espanto en Europa occidental, se estaban recién instalando con el surgimiento del Mussolini argentino, Juan Domingo Perón.
¿Qué países se diferenciarán positivamente en los próximos años? Algunos optimistas piensan que mientras Estados Unidos y Europa se tientan con el populismo, América Latina viene de vuelta. Ojalá sea así. En Chile no es nada de claro. d de esos términos. Como en Estados Unidos, donde un Donald Trump y un Bernie Sanders seducen a millones de votantes con mensajes sorprendentemente parecidos. Ambos apelan a la ansiedad de los americanos tras la crisis financiera de 2008-9, su sensación de que la vida no es segura como antes, y de que el poder de compra de una mayoría de americanos ha estado bajando.
Tanto Trump como Sanders embaucan a la gente identificando a "culpables". Difunden extravagantes teorías de conspiración. En Washington, por ejemplo, políticos sumisos ante el poder del dinero habrían concebido nefastos tratados de libre comercio para enriquecer a los empresarios a expensas de los trabajadores, ahora obligados a competir con chinos y latinos mal pagados. La lista de conspiradores es más larga en el caso de Trump por su odioso contenido racista. Incluye a "violadores mexicanos", que de acuerdo a un código que todos sus adherentes entienden, significa "negros también", negros como el Presidente Obama que, según Trump, no habría nacido en Estados Unidos y sería, en una de esas, un musulmán.
Estas cosas no pasan solo en Estados Unidos. En el Reino Unido, el partido laborista, hace poco un reducto de sensatez socialdemócrata, ahora tiene como líder a Jeremy Corbyn, a la izquierda incluso de Sanders. Por su parte los "Brexit", que abogan por salir de la Unión Europea, apelan al más miserable de los nacionalismos. En Polonia y Hungría, gobiernos de extrema derecha intervienen el poder judicial y la prensa, para amordazar -a lo Chávez- a todo contrincante. En Francia, Marine Le Pen tiene altas probabilidades de llegar a la segunda vuelta presidencial en 2017, y el domingo pasado en Austria un candidato de extrema derecha perdió por un pelo ¡contra un candidato Verde! En España la alianza de Podemos con Izquierda Unida promete superar al PSOE en las elecciones del 26 de junio.
Todo esto hace dudar de la dicotomía izquierda-derecha. Habría que reemplazarla con otra, una que designara por un lado a demócratas moderados y racionales, sean liberales, socialistas o conservadores, y por otro a los demagogos populistas, alérgicos a toda racionalidad. Felizmente estos últimos no van a conquistar al mundo entero. Habrá países capaces de resistirlos que, como consecuencia, se diferenciarán positivamente de los demás. Es cuestión de ver la historia. Porque la ola populista actual es muy similar a la que se vio en la década del 30 del siglo pasado, tras otra gran crisis financiera. En Europa la irracionalidad populista desembocó en una guerra que acumuló 50 millones de muertos. Un terrible costo para curarse de la irracionalidad y abocarse, como lo hicieron los europeos occidentales después, a políticas sensatas. Distinto fue el caso de países más lejanos de la guerra. Unos optaron por la racionalidad, otros no. Hay dos que son comparados con frecuencia: Argentina y Australia. En 1945, los dos eran inmensamente promisorios. Hoy Australia tiene un PIB per cápita cinco veces mayor. ¿Qué ocurrió? Que en Argentina, en 1945, los fantasmas de la irracionalidad, desechados con espanto en Europa occidental, se estaban recién instalando con el surgimiento del Mussolini argentino, Juan Domingo Perón.
¿Qué países se diferenciarán positivamente en los próximos años? Algunos optimistas piensan que mientras Estados Unidos y Europa se tientan con el populismo, América Latina viene de vuelta. Ojalá sea así. En Chile no es nada de claro.
David Gallagher
El Mercurio
27/5/2016
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