viernes, 12 de agosto de 2016

BREXIT

El resultado del referendum llevado a cabo en Gran Bretaña, para auscultar la opinión de sus ciudadanos sobre la conveniencia de continuar integrando la Unión Europea, tuvo un resultado negativo. Ajustadamente negativo. Pero negativo al fin. O positivo, según estaba preguntado. La mayoría prefirió irse.
Una rebelión de los viejos. Porque parece que los que votaron por marcharse tienen una edad promedio por arriba de los 50 años, mientras que la mayoría de los que votó por quedarse tienen menos de 50 años.
Y a partir de allí comenzaron a escucharse primero los estruendos y luego las  opiniones y consideraciones sobre las consecuencias de este resultado. Que además pareció un poco inesperado. No digo que lo haya sido. Solo digo que pareció. Al punto que, hasta pocas horas antes de su finalización, el desenlace prometía ser el inverso.
Los estruendos fueron los producidos, como siempre, por la economía. Por los célebres "mercados", los caballeros del billete,  que se apresuraron a tomar posiciones para no pasar un minuto sin obtener réditos.  Estruendos que, como siempre, permitió ganar dinero a los más listos y a los más descarados. Y detrás, el zapateo de los asustadizos de a pié, temiendo perder la cartera.
Las opiniones y consideraciones apresuradas, urgidas para el periodismo necesitado todos los días de  llenar espacios de información, no van a echar mucha luz sobre el tema. Y también -  salvo prudentes excepciones como la de Dante Caputo -  son apresuradas las conclusiones echadas en el desbande del campo de batalla, lanzadas desde caballos desbocados que tratan de alejarse del hecho para encontrarle  una perspectiva.
Así que no se trata de dar una opinión. Se trata de ponderar hechos para desbrozar la circunstancia. Y acercarnos a su significado con cierto rigor.
Por de pronto, si atendemos la historia, vamos a ver que Gran Bretaña se mantuvo al margen de la incipiente Union Europea. Y cuando quiso participar, su ingreso fue vetado en dos ocasiones por el engolado general de Gaulle, a la sazón presidente de Francia. Los acusó de tener mentalidad "insular y marítima". Pues mire usted.
Recién en el año 1973, una vez que don de Gaulle dejara su despacho, el primer ministro conservador Edward Heath lideró su ingreso a la nueva Europa.
Pero la historia no siguió pacíficamente, porque la vigorosa señora Tachter rechazó, en un recordado “speech”, un super estado europeo que pudiera ejercer un nuevo dominio desde Bruselas.  Speech que se transformó en la bandera de los euroescépticos.
Claro, Margaret Tachter terminó lavando platos y viendo visiones. Como nos la mostró Helen Mirren en su soberbia película. Así es la vida.
Fue la llegada de Blair, y del renovado laborismo en los años noventa, lo que  acercó al país al corazón de Europa. Pero no a aceptar, a libro cerrado, todas las reglas del club.
Porque los británicos están – o estaban - en la Unión Europea. Pero no del todo.
Resistiendo gran parte de las políticas comunes que desarrollaron los socios. Como el llamado “espacio de Schengen”, que eliminó los controles fronterizo entre los estados miembros. Además de lograr cuatro de las cláusulas denominadas opt-top, para áreas del gobierno en las que la legislación local prevalece sobre la legislación comunitaria.
Para no hablar de la más visible, que es el mantenimiento de la libra y manejar a su aire la política monetaria.
Y seguían reclamando excepciones, como el derecho que obtuvo Cameron de no abonar prestaciones sociales durante cuatro años a ciudadanos europeos que lleguen a partir de ahora a trabajar en Gran Bretaña.
Además los brítánicos…vamos, que son británicos. Y a lo mejor tienen mentalidad “insular y marítima” como decía el bueno de Marie.
El primer hecho que salta a la vista, luego del referendum, es que la vida sigue. Que la historia  no se acabó, como adelantaron algunos adelantados. Que continúa de lo más campante. Solo se  ha presionado el botón de la pausa en la Unión Europea, como opinó acertada y prudentemente mi amigo Obama.
El segundo hecho a considerar es que el llamado Brexit nada tiene que ver con las muchas crisis que, como no puede ser de otra forma,  se producen y de producirán en este experimento en proceso que es la unión de Europa. Para nada fácil..
A guisa de ejemplo, nada tienen de parecido las amenazas de Grecia de hacer las valijas. Porque el problema de Grecia es que no le quieren seguir pagando la fiesta. Mientras el problema de Gran Bretaña, es su falta de voluntad para seguir financiando festejos ajenos.
Lo positivo del Brexit es que expone los problemas. Algunos medio difíciles de solucionar, como sería poner en caja una burocracia asentada en Bruselas, con sueldos de escándalo, que pone de mal humor a todo el mundo.
Y otros muy complicados que hay que enfrentar. O sobrellevar de la mejor manera. Como la pereza de su economía o la oleada inmigratoria, atrás de la cual están las bandas de descerebrados que, en nombre de Alá o de cualquier verdura, se dedican a matar gente.

Así como los otros muchos problemas que, seguramente, planteará a diario un emprendimiento de la magnitud de la Unión Europea. Uno de las manifestaciones más notables  del anhelo de paz y bienestar del ser humano, expresada sobre los más de cincuenta millones de muertos de hace un rato.

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