El resultado del referendum llevado a cabo en Gran Bretaña, para
auscultar la opinión de sus ciudadanos sobre la conveniencia de continuar
integrando la Unión
Europea , tuvo un resultado negativo. Ajustadamente negativo.
Pero negativo al fin. O positivo, según estaba preguntado. La mayoría prefirió
irse.
Una rebelión de los viejos. Porque parece que los que votaron por marcharse tienen una edad promedio por
arriba de los 50 años, mientras que la mayoría de los que votó por quedarse
tienen menos de 50 años.
Y a partir de allí comenzaron a escucharse primero los estruendos
y luego las opiniones y consideraciones
sobre las consecuencias de este resultado. Que además pareció un poco
inesperado. No digo que lo haya sido. Solo digo que pareció. Al punto que, hasta
pocas horas antes de su finalización, el desenlace prometía ser el inverso.
Los estruendos fueron los producidos, como siempre, por la
economía. Por los célebres "mercados", los caballeros del
billete, que se apresuraron a tomar
posiciones para no pasar un minuto sin obtener réditos. Estruendos que, como siempre, permitió ganar
dinero a los más listos y a los más descarados. Y detrás, el zapateo de los
asustadizos de a pié, temiendo perder la cartera.
Las opiniones y consideraciones apresuradas, urgidas para el
periodismo necesitado todos los días de
llenar espacios de información, no van a echar mucha luz sobre el tema.
Y también - salvo prudentes excepciones
como la de Dante Caputo - son
apresuradas las conclusiones echadas en el desbande del campo de batalla,
lanzadas desde caballos desbocados que tratan de alejarse del hecho para
encontrarle una perspectiva.
Así que no se trata de dar una opinión. Se trata de ponderar
hechos para desbrozar la circunstancia. Y acercarnos a su significado con cierto
rigor.
Por de pronto, si atendemos la historia, vamos a ver que Gran
Bretaña se mantuvo al margen de la incipiente Union Europea. Y cuando quiso
participar, su ingreso fue vetado en dos ocasiones por el engolado general de Gaulle, a la sazón
presidente de Francia. Los acusó de tener mentalidad "insular y
marítima". Pues mire usted.
Recién
en el año 1973, una vez que don de Gaulle dejara su despacho, el primer
ministro conservador Edward Heath lideró su ingreso a la nueva Europa.
Pero
la historia no siguió pacíficamente, porque la vigorosa señora Tachter rechazó,
en un recordado “speech”, un super estado europeo que pudiera ejercer un nuevo
dominio desde Bruselas. Speech que se
transformó en la bandera de los euroescépticos.
Claro, Margaret Tachter terminó lavando platos y viendo visiones.
Como nos la mostró Helen Mirren en su soberbia película. Así es la vida.
Fue
la llegada de Blair, y del renovado laborismo en los años noventa, lo
que acercó al país al corazón de Europa.
Pero no a aceptar, a libro cerrado, todas las reglas del club.
Porque los británicos están – o estaban - en la Unión Europea. Pero
no del todo.
Resistiendo
gran parte de las políticas comunes que desarrollaron los socios. Como el
llamado “espacio de Schengen”, que eliminó los controles fronterizo entre los
estados miembros. Además de lograr cuatro de las cláusulas denominadas opt-top,
para áreas del gobierno en las que la legislación local prevalece sobre la
legislación comunitaria.
Para
no hablar de la más visible, que es el mantenimiento de la libra y manejar a su
aire la política monetaria.
Y
seguían reclamando excepciones, como el derecho que obtuvo Cameron de no abonar
prestaciones sociales durante cuatro años a ciudadanos europeos que lleguen a
partir de ahora a trabajar en Gran Bretaña.
Además
los brítánicos…vamos, que son británicos. Y a lo mejor tienen mentalidad
“insular y marítima” como decía el bueno de Marie.
El primer hecho que salta a la vista, luego del referendum, es que
la vida sigue. Que la historia no se
acabó, como adelantaron algunos adelantados. Que continúa de lo más campante. Solo se ha presionado el botón de la pausa en la Unión Europea , como
opinó acertada y prudentemente mi amigo Obama.
El
segundo hecho a considerar es que el llamado Brexit nada tiene que ver con las
muchas crisis que, como no puede ser de otra forma, se producen y de producirán en este
experimento en proceso que es la unión de Europa. Para nada fácil..
A
guisa de ejemplo, nada tienen de parecido las amenazas de Grecia de hacer las
valijas. Porque el problema de Grecia es que no le quieren seguir pagando la
fiesta. Mientras el problema de Gran Bretaña, es su falta de voluntad para
seguir financiando festejos ajenos.
Lo
positivo del Brexit es que expone los problemas. Algunos medio difíciles de
solucionar, como sería poner en caja una burocracia asentada en Bruselas, con
sueldos de escándalo, que pone de mal humor a todo el mundo.
Y
otros muy complicados que hay que enfrentar. O sobrellevar de la mejor manera.
Como la pereza de su economía o la oleada inmigratoria, atrás de la cual están
las bandas de descerebrados que, en nombre de Alá o de cualquier verdura, se
dedican a matar gente.
Así
como los otros muchos problemas que, seguramente, planteará a diario un
emprendimiento de la magnitud de la Unión Europea.
Uno de las manifestaciones más notables
del anhelo de paz y bienestar del ser humano, expresada sobre los más de
cincuenta millones de muertos de hace un rato.
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