Como todo el mundo sabe, es
imprescindible que los argentinos sigamos emputecidos con la famosa grieta y la
convulsión política nacional.
No vaya a ser cosa que la
conflictividad decline y empiecen a aflorar nuestras propias frustraciones
personales, nuestras limitaciones, nuestras miserias, los problemas de pareja,
la dificultad para socializar, los complejos de inferioridad, los Edipos no resueltos
y finalmente el miedo a la inexorable muerte y a la eterna oscuridad que
desemboca en ese profundo y desconocido océano de infinitas almas condenadas al
olvido o ya olvidadas.
Yo se que mi misión, amigo
lector, es entretenerlo y no tirarle este acoplado de angustia por la cabeza un
domingo a la mañana, pero hoy arrancamos así.
Si a la hora de pensar la
política tuviéramos en cuenta este concepto básico existencial, entonces sería
mucho más llevadero el hecho de cruzarte en plena Avenida 9 de Julio con un
atorrante, palo en mano, enmarascarado con el pañuelo shemagh de la falsa
intifada bonaerense, al grito de "¡por acá no pasa nadie, gato!”.
Al lado de cualquier drama
existencial, este atropello delictivo y autoritario es un sólo un simpático
contratiempo cotidiano. Sin embargo, vivimos enloquecidos por
cosas como estas y no podemos parar la moto.
En realidad, la famosa grieta
de la que tanto nos quejamos y no podemos salir, hace
un magnífico aporte a la negación de los verdaderos conflictos de la condición
humana.
Por más que uno quiera
arrancarse los pelos del upite, es más saludable escuchar las amenazas de
Moreno y comprender lo que un inútil fue capaz de hacer con la economía del
país, antes que enfrentar a tu propio hijo diciéndote: “papá
sós un fracasado, mi máxima aspiración es enterrar el mandato paterno”.
Nos volvemos locos cuando vemos
una banda de tipos repartiendo helicópteros de juguete y cantando “Macri basura, vos sos la dictadura”, sin
pensar que sería mucho más grave que hoy tu jermu te dijera: “gordo,
en lugar de ver el partido tenemos que charlar porque despúes de 30 años de
matrimonio me siento deserotizada”.
Sin darnos cuenta, hemos puesto
a la grieta por delante de todo y le hemos otorgado un rol trascendente. Nos
mantiene vivos, fuertes, encendidos, alertas, entrenados. Pero por sobre todo
nos mantiene bien idiotas, que es la manera más fácil de
eludir la idea de la muerte y sus afluentes. O sea, nos aleja de lo importante.
Por eso, ya sería hora de ir
aflojando un poco con el asunto de la grieta, sin que esto signifique poner en
riesgo la acción terapéutica que ejerce sobre las verdaderas angustias del ser
humano.
Desde la época que arrancó la
falange neofascista de Gvirtz y Sposlky, nos hemos acostumbrado, noche tras
noche, a meternos en la cama empastillados. Aunque aquellos dos miembros
fundacionales de la grieta ya se rajaron con los millones que
cobraron del Estado dejando un tendal de desocupados, la costumbre
farmacológica no se ha perdido.
Si bien todavía la realidad
política nos sigue dando razones para preocuparnos, pareciera ser que llegó el
momento de ir bajando la dosis de Rivotril que habitualmente consumimos durante
el zapping de los programas políticos. Ojo, nadie habla de clavarse un
editorial de Leuco en ayunas. Vamos de a poco.
¿Cómo terminar con la grieta si
es que realmente nos interesa dar vuelta la página, empezar a caminar hacia
adelante y ocuparnos de lo importante?
Primero, entendiendo de que se
trata. Acá es necesario aclarar que esta
famosa grieta no define a dos sectores enfrentados, sino que expone a un sector
que manejó el Estado Nacional durante una década y persiguió al otro al que
consideró un enemigo de la Patria, del pueblo, de la democracia
y de la defensa de los derechos humanos.
Cuando creímos ver dos bandos y
descubrimos que uno de ellos controló todo el Estado, entonces no hubo dos
bandos, hubo uno solo. Del otro lado, un montón de gente defendiéndose como
podía. Esto ya lo aprendimos en el 76.
Segundo: ¿quien empezó con la
grieta? Veamos.
En 1983, usted y su cuñado
votaron a Alfonsín, verdad? En los ’90, usted y su cuñado se daban manija
juntos puteando a Menem, verdad? En 2003, usted y su cuñado se alegraron cuando
Menem fue finalmente derrotado y vieron con cierta simpatía a ese raro personaje
que llegaba desde Santa Cruz, verdad?
Pero un par de años después,
usted se empezó a avivar de lo que realmente era el kirchnerismo y su cuñado
no, verdad? A partir de ese momento, su cuñado dejó de ser ese agradable
muchacho que se había casado con su hermana para pasar a ser “el basura de mi cuñado”.
La historia familiar demuestra
que ambos tienen un pasado político parecido. Sin embargo, un buen día los
caminos se bifurcaron y usted no pudo volver a compartir una cena en paz con el
basura de su cuñado.
Conclusión: está
claro que la grieta la empezó el kirchnerismo. Y posiblemente si llegó con el
kirchnerismo, se irá con el kirchnerismo. O sea que se estaría yendo.
Sin embargo la cosa no es tan
simple. Hace falta que usted también haga su parte. Entiéndalo amigo lector,
hoy el basura de su cuñado es un gato acorralado. Ayúdelo. No lo ofenda más. No
vuelva a llamarlo choripanero ni ninguna de esas pelotudeces. No le hable de
Boudou, ni de D’Elía, ni de De Vido, ni de Aníbal, ni de ninguno de aquellos a
los que la historia ya pasó a retiro. Haga de cuenta que Venezuela y Maduro no
existen. Ni se le ocurra tocar de tema de López y la monjita.
Tráigalo de vuelta a la
Constitución. Hágalo
sentir bien. Busque el demócrata que todo cuñado lleva adentro. Llévelo al
territorio del disenso civilizado.
Trate de congraciarse con sus
dirigentes, especialmente los que ya se rajaron del kirchnerismo. Por ejemplo,
en el asado de hoy, cuando el crápula se siente a la mesa usted le tira un “Che, que interesante las declaraciones de Abal Medina,
no?” o “¿Mide
bien Randazzo en la provincia?”.
Para que el tipo no crea que
usted lo está cargando, cada tanto fije posición y baje un poco de línea: “che, que revelación la piba Vidal, no?? Vaya de a poco. Fíjese bien, antes de
meter un bocadillo, que el tipo haya terminado de masticar, no sea cosa que por
una simple mención sobre Bonadío se le atragante una achura.
Ya se que no es una tarea
sencilla. Pero es el único camino.
Dijo Santiago Kovadloff esta
semana: “Argentina no es una Nación, es un
escenario de disputa brutal. Somos un conglomerado que pelea por la supremacía
protagónica de la realidad”.
Tal vez sea una ventaja. Las
naciones, como los seres humanos, últimamente andan con muchos problemas
existenciales.
Dependerá de nosotros. Seguir
felices con la grieta o cerrarla de una buena vez y sentarse a hablar con la
patrona porque no estaría sintiéndose una mujer plena.
Amigo lector, usted decide que
es lo importante.
Alejandro Borensztein
diario Clarin 9/04/2017
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