miércoles, 11 de julio de 2018

HABLEMOS TAMBIEN DEL ABORTO



El aborto es un tema que, por estos tiempos, cruza la sociedad argentina. Y se trata de una materia que no da para tomarla a la ligera.
Porque lo primero que uno ve cuando mira es – o parece, según dicen los entendidos – que a poco de juntarse el óvulo con el espermatozoide se produce el milagro.  No dicho milagro en sentido religioso sino como el prodigio, el misterio insondable que significa la aparición de una vida.
Claro. La primera reacción es pensar en cómo a alguien se le puede siquiera ocurrir segar ese existir incipiente. Existir indefenso, a medio camino entre el misterio de aparecer y el enigma de ser. Y claro que también se alzan las voces en defensa del indefenso.
Esto es lo que veo. Y escucho que hay gentes a favor de despenalizar el aborto y gentes que piensan todo lo contrario. Y no me gusta nada el ruido que oigo. Voces sesgadas, exaltadas, intolerantes, vocingleras, ofensivas. Ruido, mucho ruido, de uno y otro lado. Como si el aborto no fuera una tragedia personal para el que lo transita sino un partido de futbol.
De un lado los radicales y radicalas  del pañuelo verde, usándolo para ir más allá del tema en cuestión y hacer valer sus pareceres ideológicos y regustos personales.
Las mujeres miembros de este colectivo consideran que pueden abortar a su antojo porque se manifiestan dueñas de su cuerpo. Como aquél que le prendió fuego a la casa porque le pertenecía, con el abuelo adentro y todo. Y como si no tuvieran ninguna responsabilidad por ciertos actos o errores. Total, los paga otro.
Y dejando interrogantes no despejados porque son muy poco hablados. Por ejemplo, si el que aportó el espermatozoide no tiene algo que opinar al respecto. Al mismo que le reclamarían su aporte para alimentos si el por llegar llegara a nacer.
Y de este lado del mostrador el fervor de los que se oponen. Que básicamente tiene su cuña en los creeres religiosos. Y está muy bien. Cada uno tiene el derecho de creer en lo que le apetezca. Pero no tienen derecho a descalificar a los que ven las cosas de otro color. Ni a escamotear la realidad. Porque la realidad es que muchas mujeres han muerto, mueren y seguirán muriendo merced a los abortos clandestinos.
Los “barras brava” de esta tribuna son los personeros religiosos, quienes piden, recomiendan, amenazan y extorsionan desde los púlpitos. Pareciera que más que bogar por las  víctimas inocentes, bogan por mantener retazos de un poder que se les escurre entre los dedos. Ya irremediablemente.
Cuando se han opuesto, estentórea y sistemáticamente, a todo intento de promover la educación sexual. Y al uso de preservativos u otros artilugios como forma práctica de tratar de evitar embarazos no deseados. Y correspondientes abortos.
De lo que se trata acá, para poner el tema en contexto, es de mantener la penalización del aborto u optar por su  despenalización. Pensando y tratando de no hacer ruidos que confundan. Aunque como señala un señor Navarro Viola, para más datos profesor de la Universidad Católica Argentina (UCA), “el aborto está despenalizado de hecho, porque no hay mujeres presas por abortar”.
Y parece que es así, porque los casos que se conocen durante los últimos años se pueden contar con los dedos de una mano, en un universo de cerca de 450.000 abortos clandestinos por año. Número brindado por el ministerio de salud pública. Pero que siempre se debe tomar con cuidado, porque entre las primeras víctimas de la intemperancia se encuentran las estadísticas.
Esto por lo menos indicaría que casi nadie se anima a ponerle música a la letra de la ley. Y que alguien bien podría decir que se trata de una norma penal en desuso, derogada por la costumbre. Aunque a muchos expertos no les cuadre una definición de estas características.
Más parece que esta norma penal para lo único que sirve es para barrer la mugre debajo de la alfombra, olvidándose de ser muy activo en la educación sexual. Y para promover las mafias de médicos y manosantas abortistas que dejan no se cuántas muertes por año.
En definitiva, cabe concluir  que si se deroga la norma penal, las mujeres que deciden abortar seguirán abortando, pero al menos no morirán en el intento. Porque en los países que legalizaron el aborto, también parece que la mortalidad materna bajó drásticamente. Lo cual suena lógico.
Esto es lo que me parece. Por ahora. Porque al haber vidas ajenas involucradas parece un tema lo suficientemente serio para andar pensándolo y no andar repitiendo consignas y pintando paredes. Y poniéndose pañuelos de colores.


domingo, 8 de julio de 2018

HABLEMOS DE FÚTBOL




La participación del seleccionado argentino en los mundiales parece que no fue todo lo buena que se esperaba.
Así lo cuenta una multitud de opinadores seriales, que nos ofrecen sus pareceres en las emisoras de televisión dedicadas al deporte, así como en las demás que ofrecen otros programas.
Con relación a los primeros, cuesta creer que alguien les pague un sueldo o lo que sea por repetir sandeces. Hasta en algunos casos con dificultades para expresarlas.
Y en el segundo grupo se encuentran los mismos indocumentados que ha poco dictaminaban sobre el aborto y más tarde sobre la cotización del dólar, actividades que dejaron para abocarse a la experiencia futbolera con parecido desenfado.
También, claro, pudimos asistir a las vergüenzas que dejaron los argentinos a su paso por Rusia. Y al acertijo lingüístico de jugadores, técnicos y dirigentes argentinos para explicar lo que, para ellos, ha sido una verdadera tragedia.
Mire usted. Un simple juego de pelota.
Pero lo que otros pudimos apreciar ha sido el fenomenal fracaso cultural que ha representado este evento.
Basta para ello escuchar las declaraciones del entrenador del equipo del Uruguay y de dos de sus jugadores.
Nos faltó lo que le falta a cualquier equipo cuando pierde: superar al rival. Francia fue superior, nos ganó bien y hay que felicitarlo.
El fútbol es el único deporte colectivo en el que el débil le puede ganar al más fuerte y por eso tenemos que valorar lo que han hecho estos muchachos y debemos entender que aquí se viene a participar con alegría.”
Alegría y satisfacción que también expresaron – y hablando de corrido – dos jugadores de su equipo.
Así que este es el partido que perdimos. Porque el fracaso deportivo – si se puede calificar de tal -  siempre da revancha.
A diferencia del fracaso cultural. Que no da revancha.
Da pena.