El aborto es un tema que, por estos tiempos,
cruza la sociedad argentina. Y se trata de una materia que no da para tomarla a
la ligera.
Porque lo primero que uno ve cuando mira es – o
parece, según dicen los entendidos – que a poco de juntarse el óvulo con el
espermatozoide se produce el milagro. No
dicho milagro en sentido religioso sino como el prodigio, el misterio insondable
que significa la aparición de una vida.
Claro. La primera reacción es pensar en cómo a
alguien se le puede siquiera ocurrir segar ese existir incipiente. Existir
indefenso, a medio camino entre el misterio de aparecer y el enigma de ser. Y
claro que también se alzan las voces en defensa del indefenso.
Esto es lo que veo. Y escucho que hay gentes a
favor de despenalizar el aborto y gentes que piensan todo lo contrario. Y no me
gusta nada el ruido que oigo. Voces sesgadas, exaltadas, intolerantes,
vocingleras, ofensivas. Ruido, mucho ruido, de uno y otro lado. Como si el
aborto no fuera una tragedia personal para el que lo transita sino un partido
de futbol.
De un lado los radicales y radicalas del pañuelo verde, usándolo para ir más allá
del tema en cuestión y hacer valer sus pareceres ideológicos y regustos
personales.
Las mujeres miembros de este colectivo
consideran que pueden abortar a su antojo porque se manifiestan dueñas de su
cuerpo. Como aquél que le prendió fuego a la casa porque le pertenecía, con el
abuelo adentro y todo. Y como si no tuvieran ninguna responsabilidad por ciertos
actos o errores. Total, los paga otro.
Y dejando interrogantes no despejados porque
son muy poco hablados. Por ejemplo, si el que aportó el espermatozoide no tiene
algo que opinar al respecto. Al mismo que le reclamarían su aporte para
alimentos si el por llegar llegara a nacer.
Y de este lado del mostrador el fervor de los
que se oponen. Que básicamente tiene su cuña en los creeres religiosos. Y está
muy bien. Cada uno tiene el derecho de creer en lo que le apetezca. Pero no
tienen derecho a descalificar a los que ven las cosas de otro color. Ni a
escamotear la realidad. Porque la realidad es que muchas mujeres han muerto,
mueren y seguirán muriendo merced a los abortos clandestinos.
Los “barras brava” de esta tribuna son los
personeros religiosos, quienes piden, recomiendan, amenazan y extorsionan desde
los púlpitos. Pareciera que más que bogar por las víctimas inocentes, bogan por mantener retazos
de un poder que se les escurre entre los dedos. Ya irremediablemente.
Cuando se han opuesto, estentórea y
sistemáticamente, a todo intento de promover la educación sexual. Y al uso de
preservativos u otros artilugios como forma práctica de tratar de evitar
embarazos no deseados. Y correspondientes abortos.
De lo que se trata acá, para poner el tema en
contexto, es de mantener la penalización del aborto u optar por su despenalización. Pensando y tratando de no
hacer ruidos que confundan. Aunque como señala un señor Navarro Viola, para más
datos profesor de la Universidad Católica Argentina (UCA), “el aborto está
despenalizado de hecho, porque no hay mujeres presas por abortar”.
Y parece que es así, porque los casos que se
conocen durante los últimos años se pueden contar con los dedos de una mano, en
un universo de cerca de 450.000 abortos clandestinos por año. Número brindado
por el ministerio de salud pública. Pero que siempre se debe tomar con cuidado,
porque entre las primeras víctimas de la intemperancia se encuentran las estadísticas.
Esto por lo menos indicaría que casi nadie se
anima a ponerle música a la letra de la ley. Y que alguien bien podría decir
que se trata de una norma penal en desuso, derogada por la costumbre. Aunque a
muchos expertos no les cuadre una definición de estas características.
Más parece que esta norma penal para lo único
que sirve es para barrer la mugre debajo de la alfombra, olvidándose de ser muy
activo en la educación sexual. Y para promover las mafias de médicos y
manosantas abortistas que dejan no se cuántas muertes por año.
En definitiva, cabe concluir que si se deroga la norma penal, las mujeres
que deciden abortar seguirán abortando, pero al menos no morirán en el intento.
Porque en los países que legalizaron el aborto, también
parece que la mortalidad materna bajó drásticamente. Lo cual suena lógico.
Esto es lo que
me parece. Por ahora. Porque al haber vidas ajenas involucradas parece un tema
lo suficientemente serio para andar pensándolo y no andar repitiendo consignas y
pintando paredes. Y poniéndose pañuelos de colores.