La participación del seleccionado argentino en los mundiales parece que no
fue todo lo buena que se esperaba.
Así lo cuenta una multitud de opinadores seriales, que nos ofrecen sus
pareceres en las emisoras de televisión dedicadas al deporte, así como en las
demás que ofrecen otros programas.
Con relación a los primeros, cuesta creer que alguien les pague un sueldo o
lo que sea por repetir sandeces. Hasta en algunos casos con dificultades para
expresarlas.
Y en el segundo grupo se encuentran los mismos indocumentados que ha poco
dictaminaban sobre el aborto y más tarde sobre la cotización del dólar,
actividades que dejaron para abocarse a la experiencia futbolera con parecido
desenfado.
También, claro, pudimos asistir a las vergüenzas que dejaron los argentinos
a su paso por Rusia. Y al acertijo lingüístico de jugadores, técnicos y
dirigentes argentinos para explicar lo que, para ellos, ha sido una verdadera
tragedia.
Mire usted. Un simple juego de pelota.
Pero lo que otros pudimos apreciar ha sido el fenomenal fracaso cultural
que ha representado este evento.
Basta para ello escuchar las declaraciones del entrenador del equipo del
Uruguay y de dos de sus jugadores.
“Nos faltó lo que le falta a cualquier
equipo cuando pierde: superar al rival. Francia fue superior, nos ganó bien y
hay que felicitarlo.
El fútbol es el único deporte colectivo en el que el
débil le puede ganar al más fuerte y por eso tenemos que valorar lo que han
hecho estos muchachos y debemos entender que aquí se viene a participar con
alegría.”
Alegría y satisfacción que también expresaron – y
hablando de corrido – dos jugadores de su equipo.
Así que este es el partido que perdimos. Porque el
fracaso deportivo – si se puede calificar de tal - siempre da
revancha.
A diferencia del fracaso cultural. Que no da revancha.
Da pena.
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