Resulta
apasionante seguir la evolución de la situación económica de la Unión Europea.
Nadie duda que se trata de un tema dramático y
de compleja solución. Y seguramente el frio correrá por el espinazo de
muchos europeos al ver flaquear un sistema de bienestar meticulosamente construido
a través de los años.
Y el
deterioro económico muestra otros aspectos de la condición humana. Muestra como
la angustia de la pérdida desnuda actitudes alejadas de esa racionalidad y
convivencia que se tiene como la marca
registrada de un conjunto de sociedades que un día decidieron comenzar a
enterrar los aspectos más grotescos y deleznables del ser humano para
desarrollar un habitat de pacífica integración multicultural. Como una forma de
pagar las deudas del pasado y un método para acompañarse y potenciarse en la
búsqueda del futuro.
Ríos de
tinta transformados en palabras muestran
los mil y un aspectos de la crisis. Tanto escribidores compulsivos como
intelectuales destacados ofrecen sus visiones, sus recetas y sus pronósticos
sobre la situación.
Y como yo
no sé, no tengo ni recetas ni pronósticos. Pero si algunas preguntas.
Y una
pregunta está referida a esa casi unanimidad que critica cada vez con mayor
virulencia la posición de la Canciller
alemana que reclama más y más austeridad. Y que no se muestra dispuesta a abrir
la mano para ayudar a países en problemas.
Una
crítica que comenzó en voz baja y que fue aumentando de tono hasta casi llegar
al agravio personal. Y si no, véase el festejado video donde se la muestra
aturdida tratando de encontrar la ubicación geográfica de Berlín.
Crítica que se extendió a Alemania, acusándola de traccionar a tasa casi
cero los fondos que huyen de los países en problemas y de beneficiarse de la
crisis de los demás. Al punto que
un articulista de un importante diario español sugirió que era Alemania la que
debería retirarse del euro.
También
suenan las críticas en voz alta de un sinnúmero de prestigiosos economistas.
Entre los que se destaca por su acidez Paul Krugman, el “enfant gaté” de los
críticos cerriles, que descalifican a toda la dirigencia europea y en especial
a la canciller. Olvidando, tal vez, en sus comparaciones en cuanto a las
políticas implementadas frente a la crisis, que Estados Unidos es un país y
Europa un conjunto de países. Que el mundo no termina al sur del rio Bravo como
sostenía John Wayne.
La
llegada de Hollande le agregó un nuevo condimento a la disputa y aísla aún más
a Alemania y a su canciller. Y presenta como indispensable para salir del
atolladero un cambio de política que ofrezca una mano más generosa para
enfrentar la tormenta.
De lo que
no se habla en concreto es del cómo conciliar la austeridad fiscal con la
largueza monetaria para curar al enfermo. De cómo encontrar ese santo grial.
Paradójicamente
resulta casi unánime la opinión que con solo austeridad no se va a lograr
solucionar el grave problema de sociedades que han sido sorprendidas por la
estrechez.
Y aquí mi
pregunta apuntalada por mi ignorancia.
No
resulta un poco bizarro – para usar un término fashion – que lo que para todo
el mundo – político, académico, financiero, etc. – resulta obvio no sea
entendido por Alemania y por su canciller?
Las respuestas serían que todo el
mundo está equivocado o los alemanes son tontos o no pueden escapar a un pánico atávico ante la
inflación o se están aprovechando de la situación. Descartando que se estén
tomando ventajas, porque va de suyo que
aún Europa es su principal mercado y su lugar para el futuro, nos queda pensar
en el terror a la inflación. Claro que – como dice Domingo Cavallo - el riesgo inflacionario es global y cuando se
comience a manifestar se va a
necesitar una reversión conjunta y simultánea de la política monetaria de la
FED y del ECB. Lo que cualquier medio experto alemán no puede dejar de
advertir.
Así que,
aunque parezca increíble, resulta que los alemanes son tontos. Y su canciller en especial.
Esta
conclusión parece olvidar que ningún político va a poner las cuentas en orden
ni ningún ciudadano va a abandonar su estilo de vida ni sus excesos mientras el
dinero siga fluyendo. Mientras no se apaguen las luces de la fiesta.
Solo lo
van a hacer cuando el político vea que se le acabó el champagne y no pueda
pagar las nóminas. Y el ciudadano sienta a su puerta el trancazo del oficial de
justicia y sufra el abandono de su novia.
Esto lo
saben hasta los tontos de los alemanes.
Así que
durante los últimos dos o tres años de canillas cerradas todos se han dedicado
a tratar de seguir viviendo con menos lujos.
Como por
caso Irlanda, embretada en un plan de rescate internacional sujeto a la mesura
de los políticos en gastar dineros ajenos.
O
Portugal, que ha asumido la piojería con su habitual melancolía y ahora espera
el premio de 4.100 millones que tiene asignado.
O Grecia
que ha logrado reestructurar su deuda con acreedores privados con una quita en
el capital de más del 50% y reducir la tasa de interés a 2% por los primeros
cuatro años. Y está produciendo a los
tumbos un apretón en sus cuentas públicas.
O Italia,
que tendrá este año un superávit fiscal primario de 3,6% del PBI, según la
Comisión Europea. Y que aún después de pagar los intereses de su deuda, su déficit
fiscal ascendería a sólo 1,7% del producto.
O España,
que trata de reducir substancialmente su déficit fiscal y sanear sus bancos.
Todos respondieron al viejo principio que reza: cuando no hay, no
hay.
Por
cierto que la escasez da mucha bronca. Así que alguna gente indignada salió a
la calle. Y se juntaron para protestar los apretados por la situación y los
apretados por su permanente indignación contra el sistema, contra los bancos,
contra Estados Unidos, contra el vecino marroquí o contra el menú del día.
Pero
pasada esta ensalada, por cierto muy promocionada por los diarios y la
televisión y por los que tienen la mala costumbre de decir: viste? te dije, y
convocados los ciudadanos a opinar institucionalmente, resulta que
mayoritariamente parecen haber comprendido que son épocas de hacer el aguante.
Así pasó
en España, donde votaron abrumadoramente al que parece ser un profesional del
apriete. En Irlanda, donde aprobaron el plan de rescate. Y pasada la primera
vuelta testimonial en Grecia, las encuestas parecen indicar que para las
próximas elecciones que se celebrarán de acá pocos días el partido conservador
será el más votado y que aparentemente podrá formar gobierno con el partido
socialista. Veremos.
Y
mientras se baila este minué, Frau Merkel trata de convencer a sus golpeados
socios de aumentar la cohesión de la política económica europea mediante la
creación de un ministerio de finanzas comunitario y la cesión de más poderes al
parlamento europeo y al tribunal de justicia. Y defiende la creación de un
organismo de supervisión bancaria europeo Todos objetivos casi imposibles de
lograr en tiempos de bonanza. Y el parlamento europeo hasta le ha dado vida a
la tasa Tobin (tasa aplicable a la intermediación financiera) siempre
ferozmente resistida por los poderes del dinero.
Y para
completar el cuadro, el euro se va devaluando frente al dólar sin que nadie
doble las campanas por ello. Tornando más competitiva a la Unión Europea.
En el mientras tanto recurre a la vieja enseñanza del condicionamiento
pavloviano, dejando trascender que los fondos llegarán una vez hechos los
deberes.
Visto
todo esto, queda mi pregunta:
Son
tontos los alemanes?
O se
hacen?
Y, por
favor, no me contesten que no son tontos pero que las cosas se podrían haber
hecho mejor. Porque siempre se pueden hacer mejor. Especialmente con los
dineros de otro.
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