A pasos
cada vez más rápidos nos vamos acercando
al final de otro experimento corporativo. A la repetición - con sus matices,
claro - del mismo final de fiesta que
se ha abatido una y otra vez sobre los argentinos durante décadas.
Algunas
veces los caminos fueron demasiados pedregosos y su tránsito agobiante. Otras
veces - como ahora - parecía que los
dioses nos ofrecían los tiempos soñados para avanzar hacia la civilización.
Pero siempre repetimos el sendero equivocado.
Pareciera
que la persistencia de una costumbre está en relación directa con lo absurdo de
ella. Y que – como afirmaba Goya - la fantasía aislada de la razón solo produce
monstruos destructores.
Una vez
más, no servirá lamentarse ni servirá indignarse. Lo único que servirá es
comprender la lógica de una conducta autodestructiva.
Lógica
que ha acarreado un formidable deterioro moral y económico de la sociedad a
cambio de pequeñas y efímeras satisfacciones.
Salvando
los matices, el estadio final siempre se repite. Ante la ineficacia del sistema
corporativo, el gobierno se va quedando sin recursos para saldar las
pretensiones de los diferentes sectores. Solo le queda concentrar poder más
allá de la legalidad para tratar de mantener el timón del estado. Y este
caminar por los márgenes de la legalidad va produciendo nuevos deterioros en el
tejido social. Al menospreciar las convenciones legales, los inevitables
conflictos deben zanjarse a la luz de axiomas ideológicos o de formas
paradójicas. Y así las discusiones se van vaciando de razones y poblando con
humores, resentimientos, pensamientos mágicos y sofismas de tablón. Ello
alumbra el encono y promueve la violencia.
Claro que
el fin de fiesta que está asomando tiene características propias. Inherentes a
un gobierno que no solo ha transitado y sigue transitando caminos aturdidos
sino que lo ha hecho en forma incontinente. Y que ese andar va a dejar
problemas complicados de resolver.
Por de
pronto va a ser muy difícil recuperar la paz social y volver a vivir
acompasados a la ley. O llevar a la comprensión de las gentes lo indispensable
de contar con un sistema institucional para reconocernos como convivientes. O
reconstruir un sistema judicial merecedor de su nombre y de la confianza de los
ciudadanos. O reconciliarse con un mundo que nos observa pasmado. O siquiera
pretender poner en caja una corrupción que nos desborda.
Y en el orden económico también enfrentaremos una tarea ciclópea.
Porque no
sabemos como se va a financiar un gasto público inelástico que parece acercarse
a casi el cincuenta por ciento del producto bruto. Porque no sabemos como se va
a apaciguar una inflación que devora lentamente el patrimonio de los
ciudadanos. Porque no sabemos de adonde van a salir los recursos para volver a
contar con energía. O con infraestructura de transporte. O – lo más grave –
construir un sistema educativo que nos acerque al siglo en el que creemos
vivir.
Y aunque
nos acongoje, debemos saber por anticipado
que para esa tarea seguramente no vamos a encontrar alternativas fuera
de algún sector del partido gobernante. O del travestismo político. Porque el
partido único se ha convertido en la marca registrada del sistema político
argentino. Porque la oposición es tan corporativa como el gobierno pero
paradójicamente no goza de la confianza de las corporaciones. Y porque carece
de líderes lúcidos e innovadores con propuestas consistentes que toquen las
notas que puedan entusiasmar a los ciudadanos.
Nos
aguardan tiempos difíciles.
Y
seguramente el mismo abismo.
Como
siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario