Los
veteranos sabemos que el país está llegando a otro fin de ciclo. No porque
seamos más sabios. Sino porque vimos la misma película muchas más veces de lo
que querríamos haberla visto.
Vimos las
mismas cosas, escuchamos los mismos cuentos, olimos los mismos vientos, tuvimos
las mismas sensaciones.
Una vez
más – y como siempre – la irresponsabilidad de los gobernantes, agravada ahora
por la ignorancia y su hija boba, la soberbia, nos ha vuelto a llevar al borde
del precipicio.
En el
transitar de ese camino, escuchamos los aplausos de muchos viandantes. De
muchos profesionales en el fácil arte de negar la realidad que no nos gusta. De
muchos abonados al fracaso vocacional.
El
precipicio es el mismo de siempre. Un gasto público impagable e
infinanciable. Que ahora parece que ha
superado todos los porcentajes históricos con relación al PBI. Y digo parece
porque en el camino hasta hemos falseado las estadísticas.
También
parece que tenemos una presión tributaria inédita que no admite nuevas
exacciones para seguir financiando a la corporación política y a todos los
frescos que la rodean. Desde vagos
apuntados al empleo público, terroristas reciclados que cobran como defensores de los derechos humanos, gandules
profesionales del ocio, imbéciles repetidores de cualquier slogan que cuente la
nube de lenguaraces orales y escritos que nos agobian.
Esto
agrava la situación porque se trata de un gasto público inflexible a la baja.
La única
manera de financiarlo sería con crecimiento económico que arrime más fondos
genuinos a las arcas públicas. Algo, por cierto, imposible. Porque pocos
inadvertidos están dispuestos a invertir sus ahorros en Argentina. Y, por otro
lado, poco puede crecer un país con un sistema económico de corte corporativo
alejado de las condiciones de innovación y competencia que requiere la
modernidad. Para más, sin energía, sin infraestructura, sin educación.
Cerrada
la posibilidad de buscar fondos en el exterior dado nuestra condición de
insolentes arrebatadores del trabajo ajeno, el estropicio puede continuar hasta que se agoten las
pequeñas cajas de dineros disponibles.
A partir
de ahí solo quedará, como tantas veces,
la emisión monetaria, que ya ha comenzado. Y atrás de ella la
aceleración de una inflación cuya tasa excede lo recomendable.
La otra
pata de la historia de siempre está vinculada al dólar. El escenario económico mundial – alto precio
de las producciones primarias, debilidad del dólar y problemas financieros y
luego económicos – permitió que los argentinos compraran dólares sin problemas
y en grandes cantidades.
Hasta que
el gobierno advirtió que se le iban a llevar todos. Así que apareció el célebre
cepo cambiario y ahora hay que recurrir al “blue”, glamorosa actualidad del
popular negro o paralelo.
Es un
mercado pequeño, dicen los expertos. Pero lo que dice la experiencia es que con
inflación creciente y ruido político más temprano que tarde florecen los
nervios y todos se vuelcan a buscar dólares para salvarse del abismo.
Y llegado
ese punto el gobierno no tiene otro camino que devaluar fuerte como única forma
de bajar el gasto público a valores tolerables.
Ya lo
sabemos los “flaneurs” del ocaso.
Y solo
nos queda mascullar:
¡Otra vez
sopa!
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