Aunque nunca me cayeron indiferentes los gobiernos militares. Por eso - y sin ser radical - estaba en la plaza protestando cuando lo echaron a Illia. Seríamos doscientos. Con suerte. Y contando al cafetero.
También por eso seguí los actos de Alfonsín con entusiasmo. Y me ilusioné con el preámubo de la constitución. Tambien por eso aplaudí los juicios a los jefes militares que cobardemente violaron las leyes que prometían defender. Y en especial a la canalla que envió a la muerte a jóvenes – argentinos y británicos – por unas islas remotas que solo existen para sus sufridos habitantes y para el imaginario populachero.
Dicho esto, cabe preguntar: ¿a quien la puede interesar lo que antecede?
Me contesto. Evidentemente a nadie.
Pero puede servir de marco en la valoración de lo que corrientemente se aplaude y se festeja como periodo democrático.
Pareciera que atravesamos un periodo maravilloso, pleno de libertades y ejercicio irrestricto de nuestros derechos. Que finalmente llegamos al estado ideal.
Y esto resulta así porque la indiferencia cuando no la cobardía resulta la marca registrada de la sociedad argentina. El deporte nacional parece ser mirar para otro lado, repetir lo que parece políticamente correcto, votar a cualquier rufián que nos prometa el paraíso sin trabajar y mientras tanto contar las costillas de los vecinos para ver la ventaja que se puede sacar.
Esta es la cruda radiografía del argentino medio.
A esto nos ha acostumbrado una historia penosa y el chascarrillo de los últimos 30 años al que llamamos democracia.
Porque digámoslo derechamente. Si la Argentina ya venía en decadencia por muchos años, estos últimos 30 han producido en todos los órdenes un asolamiento colosal. Han terminado de destruir lo que quedaba de lo que alguna vez fue muy parecido a un país.
Claro que políticos han sido los principales responsables. Los que con una indecencia abrumadora han asaltado el estado y secuestrado los bienes públicos. Los que conjuntamente con los empleados del estado han convertido lo público en privado. Sus obligaciones en derechos. Sus necesidades en imposiciones. Y les han birlado a los habitantes su carácter de ciudadanos.
Ya ni tienen cabida las ilusiones y los ideales de aquellos que veían en la política un forma de mejorar la realidad.
Que va.
Solo se trata de señoras y señores que por circunstancias de la vida han encontrado en esta actividad una forma de ganar dinero y de sentirse importantes. Nadie les reclama idoneidad ni responsabilidad. No va por ahí el camino del éxito.
Y las apariencias se fueron desbarrancando en todos los aspectos. Ya no son las corbatas de seda italiana en un número que no coincidía con los magros sueldos que decían percibir. A poco de andar no tuvieron empacho en mostrar autos mas fashion, casas mas lujosas, mujeres mas rubias, perros mas negros y hábitos mas ligeros.
Al negocio se fueron incorporando las mujeres – nuevas y viejas – los herederos, las amantes y toda la saga familiar. Además de los amigos de correrías, claro. Y hasta comenzaron a desarrollar la cómoda costumbre de aparearse o casarse entre ellos. Al punto que sus desaveniencias ya no solo dan lugar a la clásica rotura de los enseres del hogar conyugal sino que se extiende a la destrucción de bienes públicos. Y la ironía de este hecho reside en que no se trata de una ironía.
Si tiene alguna duda, pregúntele al pintoresco charlatán que oficia de jefe de gabinete.
Otros prefieren buscar amores entre actrices y bataclanas.Y todos pasan a ser personajes en las revistas de actualidades insustanciales y a integrar nuestro jet set de cabotaje.
Pero la característica mas interesante de estos personajes es su falta de preparación intelectual para cumplir con la función a la que se postulan. Aunque a nadie le interesa este detalle en un país que renunció al conocimento.
A los políticos se los conoce por sus andanzas. Poco se sabe acerca de su formación.
Una curiosidad. A pocos les llama la atención que los presidente democráticos y el provisional que hemos tenido no puedan expresarse en inglés? Salvo de la Rúa, por cierto el más culto.
Ya no se trata de preguntarse porque no hemos tenido de presidentes a intelectuales destacados como Julio Sanguinetti o Fernando Henrique Cardozo. O políticos rigurosos y cultos con Ricardo Lagos, Michelle Bachelet o Sebastian Piñera. O personas con un compromiso de vida como Lula o Mujica.
No es tanta la pretensión. La pregunta es mas modesta. Porque los presidentes que hemos tenido no sabían hablar en inglés ni se esmeraron en aprender?
Por todo esto son los mas interesados en mantener las apariencias, la fachada de la democracia. Al fin y al cabo de eso viven. Y por cierto que muy bien.
Porque no hay que fijarse solamente en los grandes maleantes como los Kirchner. Hay que fijarse en cada diputado, cada gobernador, cada intendente, cada alcahuete que cobra sueldos de por vida sin trabajar. Porque pasar por la administración pública importa tener un ingreso asegurado.
Esta banda de indecentes es la que ha terminado de destruir el país en los últimos 30 años. Con la colaboración inestimable de aquellos habitantes que piensan en cada oportunidad que ahora si van a salvarse. Para luego descubrir que nuevamente los han engañado.
Este es el cuadro general.
Vale la pena ir desgranando en detalle tema por tema para tomar conciencia del volumen del estropicio. Y también tomar conciencia que solo personas muy desavisadas o entusiastas del desvarío pueden sustraerse a la aflicción que nos acompaña.
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