Cada
quien tiene su escala de valores. O sus cuestiones prioritarias, para ser mas
concreto. Y si de prioridades se trata,
la mía es la educación.
Así que
comencemos por ella. Tan olvidada la pobre.
Salvo
cuando piden aumentos de salarios los “trabajadores de la educación”
Porque resulta curioso que durante este periodo que
nos apresuramos a calificar de democrático, hasta los “maestros” han desaparecido.
Y no es un tema menor. Porque por encima de los medios tecnológicos que ayudan
a educar, son los maestros los que finalmente hacen la diferencia.
Siempre
será la capacidad, dedicación y aptitud del maestro lo que marcará la
intensidad con que una sociedad se compromete con su futuro.
Y esto es
así porque no hay nada mas elevado que la calificación de maestro. Un
sustantivo que se adjetiva a sí mismo.
Maestros
fueron Jesús, Buda, Confucio, Ghandi, los personajes cósmicos que nos enseñaron
con sus vidas.
Que nos
llena de íntima satisfacción cuando alguien nos califica con ella.
Por eso
reemplazar la palabra maestro por trabajador de la educación dice mucho acerca
de una sociedad.
Claro que
el proceso de destrucción comenzó hace mucho tiempo. Por la misma época y en la
misma medida que la ley 1420 fue perdiendo empuje y rigor. Y casi todo el mundo
sabe que esta célebre ley dictada durante el gobierno de Roca a fines del siglo
XIX fue el sustento de un sistema educativo destacado que permitió a la
Argentina convertirse en un país moderno para la época. Fue la piedra
fundacional que desarrollo un sistema educativo destacable que marcó por muchos
años la diferencia entre Argentina y el resto de latinoamerica. Privilegió la
alfabetización y la equidad. Y sorteando determinismos económicos, produjo una
revolución de cuyas rentas – en el decir de Juan Jose Llach, uno de los mas
serios estudiosos del tema .- hemos vivido largo tiempo. Y cuyo agotamiento
marcó el final de una Argentina posible.
Este
agotamiento se fue produciendo en paralelo a los tiempos en que la iglesia
logró retomar el control de la educación, a caballo de los gobierno
autoritarios que se sucedieron a partir de los años 30.Para 1943 ya se
incorporó la enseñanza religiosa en todos los niveles. Y durante esa misma
época comenzó la organización gremial, reemplazando a los maestros y profesores
por “trabajadores de la educación”. Para 1958, usando los argumentos especiosos
tan afines a nuestra rusticidad legislativa, se sancionó el estatuto del docente
nacional para “ordenar el status profesional de los docentes del país”
Por
cierto que resaltar las bondades de la educación laica contrastándola con la
educación definida y dirigida desde una visión religiosa no importa
descalificar ni menoscabar respetables convicciones personales. Ni negar el
cimiento moral que transmiten las religiones. Ni una toma de posición en el
apasionante debate sobre como debe incorporarse el tema religioso en el proceso
educativo. Porque como acertadamente señaló Umberto Ecco, hasta resulta difícil
entender el 75% de la historia del arte sin saberes religiosos.
Pero si
marcar la diferencia entre una educación sectaria que enseña que pensar y no
como pensar con una educación laica que le dé holgura al discernimiento .
Porque eso es lo prodigioso de la educación. Y nos evita pensar como Bertrand
Russell que la mayoría de las personas no pueden pasar por educadas al llegar a
su edad adulta porque solo han escuchado sobre un aspecto de las cosas.
La
democracia se encontró con un sistema educativo menoscabado que poco servía
para acometer un nuevo estilo de vida. Porque a la democracia no se entra como
al cine. Se trata de un esfuerzo cultural, no de una película. Importa un
esfuerzo de civilidad y tolerancia para adaptarse al espacio compartido. Mal
sirve para ello una educación maniquea que conforma seres humanos poco
tolerantes y poco propensos al pensamiento crítico.. Y como consecuencia
propensos a calificar o descalificar a trazos gruesos. Personas dispuestas a
aceptar “verdades” Y poco dispuestas a considerar razones. Personas dispuestas
a aceptar abstracciones y a negar realidades. Personas sin aptitud ni gimnasia
para buscar espacios comunes con las personas ajenas a sus creencias absolutas.
El
periodo democrático reemplazó a los frailes por políticos indocumentados y
gremialistas impresentables. Todos con una notable facilidad para
multiplicarse, Al punto que, según he leído, han llegado a 17 los que dicen
representar en la ciudad de Buenos Aires a los “trabajadores de la educación”.
Resulta difícil que cada gremio se haya olvidado de algún tema central en la
defensa de sus clientes que justifique la creación sucesiva de 17. Y por ahora.
Eso sí.
Cualquier intento de devolverle a los ciudadanos que pagan las cuentas al menos
alguna intervención en la calificación de los que van a oficiar de docentes, es
resistida con unanimidad por los trabajadores de la educación y sus capitostes
sindicales. Acompañada por una manifestación que terminó con el deterioro de
puertas y ventanas del palacio comunal.
Y mas
acelerada que lentamente el sistema educativo se terminó de desbarrancar.
A pesar
de tener el presupuesto mas alto de la región con relación al producto bruto y
de haberse dictado una ley considerada muy buena por muchos expertos.
Lo cierto
que el resultado que se puede apreciar es paupérrimo.
Mas del
50% de los alumnos no terminan el secundario. Las pruebas PISA ofrecen una
realidad lamentable, especialmente desde el 2003, cuando Argentina era la mejor
de la región, hasta ahora cuando ha sido superada por varios vecinos. Y los
padres que pueden huyen de la educación pública.
Pero mas
allá de los números y las estadísticas, también podemos guiarnos por la oreja.
Con este adminículo que ya nos viene incorporado podremos apreciar la pobreza
del lenguaje utilizado a diario por los argentinos.
Lenguaje
que se limita a pocas palabras y muchas puteadas.
Porque se
ha producido una degradación del idioma. Y ya no se trata de la adaptación
lingüística que produce cada generación para interpretar y transmitir conceptos
propios de sus tiempos. Sencillamente se trata de la subutilización y abandono
del patrimonio linguistico, fenómeno que debe tener una relación directa con el
aumento de la violencia social..
El idioma
es el vehículo de relación entre las personas. Y cuanto mas rico es, permite
que esa relación tenga mas matices y puntos de contacto. Permite producir
conversaciones de alto contexto que dan a las gentes una mayor comunicación y
una mayor posibilidad de comprensión recíproca de sus deseos, creencias,
necesidades y razonamientos.
Por el
contrario, un idioma limitado produce conversaciones de bajo contexto que no
permiten ir mas allá de un contacto primario y empobrece la conversación.
En este
contexto crece la desconfianza y se favorece la violencia como resultado
natural de la incomprensión.
Claro que
la primera responsabilidad por este estado de cosas les cabe a los que fatigan
los cargos públicos. Para ello se requiere responsabilidad y conocimiento,
rasgos difíciles de encontrar entre los que se apuntan a la actividad política.
Al punto que algunas personas serias creen que, por el contrario, la falta de
educación de las gentes resulta funcional a los intereses de la corporación
política. Me inclino por su inopia intelectual porque me cuesta aceptar tanta
zafiedad.
Pero esta
faena traduce también la astenia colectiva frente al tema. Todo se reduce –
para los que pueden – en enviar a sus vástagos a escuelas privadas o
parroquiales aunque les signifique un enorme esfuerzo económico. De ahí el
notable aumento de la matrícula en esos establecimientos.
Para
completar el cuadro, he leído que desde el año 2008 existe un llamado Plan
Fines (finalización de estudios secundarios) para mayores de 18 años. Se trata,
según he leído, de un programa para completar el ciclo consistente en dos
clases semanales de tres horas cada una y hasta cinco materias por
cuatrimestre. Lo curioso es que estos
cursos no solo se dictan en las escuelas, no solo los dictan docentes e
involucrarían a una de cada tres personas con título secundario.
No me
consta. Y hasta ya me parece demasiado. Pero no me extrañaría.
Este es
el deplorable estado de la educación pública en la Argentina transcurridos 30
años de "democracia".
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