Todo el sistema futbolero se sostenía y se sostiene, desde
luego, en que el ‘clú’ es un sentimiento, no puedo parar. Lo que justifica,
además, los cantitos xenófobos, la venta de fruta en tribunas y plateas, la
violencia apenas mitigada por la prohibición -única en el mundo, según creo- de
hinchas visitantes, la despiadada lucha por el poder entre sectores internos,
el poner y sostener a reconocidos delincuentes a cargo de la comisión directiva
de los clubes y de la propia AFA, y una infinidad de barrabasadas más, siempre
justificadas en la pasión nacional y la defensa de los sagrados colores de la
institución. ¿Les suena, ahora?
El fútbol argento, como todo el país, se sometió por un
cuarto de siglo a un proceso de demolición deliberada que, al destruir las
despreciables instituciones republicanas, dejó florecer y prosperar a las tres
instituciones populistas que proliferaron por décadas en la Argentina nac&pop: la
mafia, la caja y la patota. Clubes, AFA, comisarías, sindicatos y
organizaciones estatales, desde la oficina barrial hasta la cima del Poder
Ejecutivo. Una mafia a cargo de una caja y una patota que se ocupa de
custodiarlas. Instituciones que llevó décadas de trabajo y de lucha construir
vaciadas por lúmpenes que se envuelven en sus banderas y te cantan, de seguido,
el Himno Nacional y la marchita del club. Cortoplacismo, inflamación retórica,
superficialidad, violencia verbal y de la otra; manoteo, afano y discursos
sobre el amor a los colores y la solidaridad. Su emblema mayúsculo fue la barra
brava, esa asociación delictiva que se autojustifica en la defensa de los
trapos. Eso quisimos. Eso toleramos. Eso votamos.
No es un lamento de snob. Me gusta el fútbol y trabajé en el
ámbito del deporte por veinte años. Viví en Italia y en España, países
futboleros como pocos, pero nunca vi nada igual. En este cuarto de siglo
peronista, el fútbol pasó de ser una pasión de los argentinos a transformarse
en una religión, con sus dioses, sus sacerdotes y sus encargados de recolectar
el diezmo. En todos los ambientes sociales argentinos el fútbol alcanzó el
grado de primer tópico de las conversaciones, mientras la violencia futbolera
se hacía un fenómeno incontrolable y la barra brava era entronizada a modelo
para la juventud. “Esos tipos parados en el para avalanchas con las banderas
que los cruzan así, arengando... Son una maravilla... nunca mirando el partido,
porque no miran el partido. Arengan y arengan y arengan. La verdad, mi respeto
para todos ellos”, dijo una vez la presidente.
En el discurso político del kirchnerismo no faltó tampoco la
justificación de la violencia: “Hay cada ‘bombeada’ que no se puede creer. Y la
verdad que cuando hay bombeada la gente se indigna y hasta el más pintado, el
más educado, por ahí se manda un macanón... Quería realmente hacer justicia con
miles y miles de gentes que tienen una pasión que los ha convertido en un
verdadero ícono de la
Argentina. A mí me gusta mucho la gente pasional”. Fueron
palabras de la presidente de la
Nación , un aval explicito para “verdaderos íconos de la Argentina ” como Marcelo
Mallo, barra de Quilmes y jefe de Hinchadas Unidas, eternamente investigado por
sus múltiples vínculos con Aníbal Fernández y los Lanatta, los hermanos
homicidas del Triple Crimen que alegraron el primer mes de gobierno de
Cambiemos con la fuga más extraña del planeta.
Durante la
Década SaKeada , la barra-brava fue erigida a objeto de culto
y a modelo de comportamiento social. Los jóvenes argentinos de todas las clases
giran hoy por las calles imitando su vocabulario prostibulario y sus cantos
guturales, copian su elección del fútbol como tema monopólico de conversación,
adoptan su nivel de agresión verbal y hacen propios la cumbia villera y el rock
chabón como sus músicas. La barra-brava, convertida en modelo de comportamiento
aceptado por la sociedad. El kirchnerismo lo hizo, con el apoyo del peronismo,
experto desde siempre en su uso como fuerza de choque de la política y los sindicatos.
Pero no fue exclusividad del fútbol. El modelo barra brava
se expandió al conjunto de las organizaciones sociales de la Argentina. Llegó
a las cárceles en el formato “Vatayón Militante”; a los sindicatos, que se
acostumbraron a dirimir el liderazgo de la CGT en pintorescos tiroteos entre la barra de la Uocra y la de Camioneros; a
las organizaciones barriales y piqueteras, convertidas progresivamente a la
religión del cadenazo y el piedrazo protegidos por la máscara y el bastón. ¿Y
qué cosa fue el gobierno kirchnerista sino la versión superadora de la barra
brava, con sus declamaciones de amor a la camiseta nacional y su conducta
patotera y mercenaria? ¿Qué es el “Roban, pero defienden los Derechos Humanos”
sino la versión traducida al lenguaje estatal del “Son violentos, pero
defienden los trapos”?
Allí estamos aún. De allí venimos. Ojalá se corte el Fútbol
para Todos y los privilegios impositivos. Ojalá la AFIP vaya por todo y haga
respetar la ley, y los que delinquieron paguen con la cárcel. Y si algún
beneficio excepcional reciben los clubes de fútbol por su contribución al
deporte no profesional y a la agregación social, que la devuelvan respetando en
sus estatutos los principios republicanos del país: división de poderes,
representación de la oposición en los cuerpos directivos, agencias de
fiscalización de la gestión, elección directa de representantes (incluido el
presidente de la AFA )
y transparencia en el uso de los recursos de todos. Ojalá que así sea, o que el
abismo impositivo se trague a los responsables de una buena vez, que para otra
cosa se necesitan los recursos estatales en este país.
Fernando Iglesias
diario Los Andes
23/11/2016