sábado, 5 de noviembre de 2016

MI AMIGO BARACK OBAMA COMO EDITOR INVITADO DE WIRED

Soy un tipo que creció mirando Viaje a las estrellas, y mentiría si dijera que esa serie no tuvo al menos alguna pequeña influencia en mi visión del mundo. Lo que me encantaba de ella era su optimismo, la creencia fundamental en su base de que la gente en este planeta, con todos nuestros antecedentes disímiles y nuestras diferencias lisas y llanas, podemos unirnos para construir un mañana mejor.

Todavía creo en eso. Todavía creo en que podemos trabajar juntos para mejorar la suerte de las personas aquí en casa y en todas partes del mundo. Y aun si nos queda por avanzar en materia de viajes a velocidad superlumínica, todavía creo que la ciencia y la tecnología son los conductos de transcurvatura [el sistema de desplazamiento ultraveloz que los Borg descubrieron, en la serie] que aceleran esa clase de intercambio para todos.

He aquí otra cosa en la que creo: estamos mucho mejor capacitados que en cualquier otra época para asumir los desafíos que enfrentamos. Sé que eso podría sonar en contradicción con lo que estos días vemos y escuchamos en la cacofonía de los noticieros de televisión y las redes sociales. Pero la próxima vez que a nos bombardeen con afirmaciones desmesuradas sobre cómo nuestro país está perdido o que el mundo se deshace en pedazos, saquémonos de encima a los cínicos y los que quieren medrar con el miedo. Porque, en verdad, si tuviéramos que elegir cualquier momento del transcurso de la historia humana para vivir, elegiríamos este. Aquí en los Estados Unidos y ahora mismo.

Comencemos por el panorama general. Por donde se lo mire, este país es mejor, y el mundo es mejor, que era hace 50 años, 30 años o inclusive ocho años. Dejemos a un lado los tonos sepia de la década de 1950, cuando las mujeres, las minorías y las personas con discapacitadas quedaban excluidas de partes enormes de la vida nacional. Sólo desde 1983, cuando terminé la universidad, han bajado las tasas de cosas como el delito, el embarazo adolescente y la pobreza. La expectativa de vida ha aumentado. El porcentaje de estadounidenses con educación superior también ha aumentado. Decenas de millones de ciudadanos han obtenido hace poco la seguridad de un seguro de salud. Las personas negras y latinas han ascendido en las jerarquías que lideran nuestro comercio y nuestras comunidades. La cantidad de mujeres en nuestra fuerza de trabajo es mayor; también ganan más dinero. Las fábricas, silenciosas en el pasado, han revivido, y sus líneas de montajes producen en masa los componentes de una era de energía no contaminante.

Y del mismo modo que los Estados Unidos han mejorado, también lo ha hecho el mundo. Más países conocen la democracia. Más niños van a la escuela. Es menor el porcentaje de seres humanos que sufren hambre crónica o viven en la pobreza extrema. En casi dos docenas de países —incluido el nuestro— hoy las personas tienen la libertad de casarse con quien amen. Y el año pasado las naciones del mundo se unieron y forjaron el acuerdo más amplio en la historia de la humanidad para combatir el cambio climático.

Esta clase de progreso no ha sucedido por sí solo. Sucedió porque la gente se organizó y votó por perspectivas mejores; porque los líderes pusieron en práctica políticas inteligentes y con visión de futuro; porque los enfoques de los pueblos se ampliaron, y con ellos las sociedades también lo hicieron. Pero este progreso también sucedió porque le pudimos hallar una vuelta científica a nuestros desafíos. La ciencia es el modo en que hemos podido combatir la lluvia ácida y la epidemia del sida. La tecnología es lo que nos permitió comunicarnos de un océano a otro y sentir empatía mutua cuando un muro cayó en Berlín o apareció una personalidad de la televisión.

Esa es una de las razones por las cuales soy tan optimista sobre el futuro: el movimiento constante del progreso científico. Pensemos en los intercambios que hemos visto sólo durante mi presidencia. Cuando asumí, abrí nuevos caminos al dejar de a poco la Blackberry. Hoy leo mis resúmenes informativos en un iPad y exploro los parques nacionales con un casco de realidad virtual. ¿Quién sabe qué clase de cambios esperan a nuestro próximo o próxima presidente y a los que le sigan?

Por eso centré esta edición en la idea de las fronteras: artículos e ideas sobre qué hay detrás del horizonte siguiente, sobre qué se halla al otro lado de los obstáculos que todavía no hemos vencido. Quería indagar en cómo avanzaremos más allá de donde estamos hoy para construir un mundo que sea aun mejor para todos nosotros: como individuos, como comunidades, como país y como planeta.

Porque en verdad, aunque hemos grandes avances, no nos faltan desafíos por delante. Cambio climático. Desigualdad económica. Ciberseguridad. Terrorismo y violencia armada. Cáncer, Mal de Alzheimer y superbacterias resistentes a los antibióticos. Al igual que en el pasado, para superar estos obstáculos vamos a necesitar a todo el mundo: los que diseñan las políticas y los líderes comunitarios, los maestros y los trabajadores y los activistas de base, los presidentes y los inminentes ex presidentes. Y para acelerar ese cambio, necesitamos a la ciencia. Necesitamos a los investigadores y a los académicos y a los ingenieros; a los programadores, los cirujanos y los botánicos. Y, más importante, necesitaremos no sólo a la gente del MIT o de Stanford o del NIH pero también a la mamá de West Virginia que se las arregla con una impresora 3D, a la muchacha que aprende a codificar en el sur de Chicago, al soñador de San Antonio que busca inversores para su nueva aplicación, al papá de North Dakota que aprende nuevos conocimientos para así poder ayudar a liderar la revolución verde.

La cuestión es que hoy necesitamos a grandes pensadores que piensen en grande. Que piensen como cuando mirábamos Viaje a las estrellas o Inspector Gadget. Que piensen como los niños y las niñas que conozco cada año en la Feria de Ciencias de la Casa Blanca. Comenzamos esta actividad en 2010 con una premisa simple: hay que enseñarles a nuestros muchachos y muchachas que no sólo el ganador del Super Bowl merece ser celebrado, sino también el ganador de la feria de ciencias. Y cuando conozco a estos jóvenes, no puedo evitar imaginarme qué podría estar por venir: ¿qué podría pasar en la Feria de Ciencias de la Casa Blanca en cinco o 20 o 50 años? Imagino que un estudiante crea un páncreas artificial allí mismo frente al presidente, una idea que por fin eliminará las listas de espera para órganos críticos. Imagino a unas muchachas descubren un nuevo combustible que se basa únicamente en la luz solar, el agua y el dióxido de carbono; a un adolescente que hace que el voto y el activismo cívico sean tan adictivos como revisar la línea de Twitter; al niño de Idaho que cultiva papas en una parcela de tierra traída de nuestra colonia en Marte.


Esa clase de momentos está más cerca de lo que creemos. Mi esperanza es que estos muchachos y muchachas —quizá algunos de sus hijos e hijas o nietos y nietas— serán inclusive más curiosos y creativos y seguros de lo que nosotros somos hoy. Pero eso está en nuestras manos. Debemos seguir nutriendo la curiosidad de nuestros hijos. Debemos seguir financiando la investigación científica, tecnológica y médica. Y sobre todo, debemos acoger la compulsión, que es la quintaesencia nacional, de buscar nuevos horizontes y forzar los límites de lo posible. Si lo hacemos, confío en que los estadounidenses del mañana podrán mirar lo que hicimos —las enfermedades que vencimos, los problemas sociales que resolvimos, el planeta que cuidamos para ellos— y cuando vean todo eso, les resultará evidente que su tiempo es el mejor para estar vivos. Y entonces comenzarán otra página de nuestro libro y escribirán el siguiente gran capítulo en nuestra historia nacional, incentivados para seguir avanzando hacia donde nadie ha ido antes.

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