Hemos asistido a otro episodio del desvarío
“nacional”. Pero no a cualquiera. A uno grave. Porque con prescidencia de lo
adecuado o inadecuado de la forma y el fondo del proyecto de ley que se
impulsó, el resultado resultó esperpéntico.
Ganó la barahúnda y el tumulto. Encabezada por los punteros políticos que, con el dinero ajeno, manejan bandadas de menesterosos profesionales; bandidos de billetera gorda dedicados a la política; delincuentes comunes apuntados al mismo rubro y otros abocados a mantener las canonjías que supieron conseguir y a las que no están dispuestos a renunciar.
Acompañan hasta las señoras gordas que nunca aportaron su óbolo a las cajas de jubilación. Pero mientras juegan a la canasta y toman el té con scons murmuran contra el gobierno que, “me contó una amiga”, les quiere bajar las jubilaciones. “Yo no los voto más” exclama Ernestina mientras toma delicadamente un scon.
Y el tema da para que opinen hasta los que fueron socios de “ Kirchner, mujer e hijos S.I.I” (sociedad de irresponsabilidad ilimitada)
Como un desvergonzado caminador de la “ancha avenida del medio”, que siendo jefe de gabinete nunca se fijo que por las orillas los ministros que debía coordinar se estaban llevando los adoquines.
U otro de pelo revuelto, renunciante embajador y aspirante oficialista, que tampoco lo advertía mientras fue ministro de economía e incendió el país.
Como siempre, para entender de que se trata tema tan enriscado hay que recurrir a los expertos. O sea a los taxistas, a los peluqueros, a los periodistas, a los panelistas abonados a los programas de televisión, a las celebrities (más por las partes deliciosas que muestran que por las ideas que les falta), a los frailes y a los aficionados a facebook y chismes semejantes.
Todos van a coincidir en que hay que cambiar. Eso si. Que cambie mi vecino, porque yo no voy a renunciar a mi tenderete.
Y que se cague la nena, como dice un reo amigo.
En fin, yo no opino porque no soy lo suficientemente joven para saberlo todo.
Ganó la barahúnda y el tumulto. Encabezada por los punteros políticos que, con el dinero ajeno, manejan bandadas de menesterosos profesionales; bandidos de billetera gorda dedicados a la política; delincuentes comunes apuntados al mismo rubro y otros abocados a mantener las canonjías que supieron conseguir y a las que no están dispuestos a renunciar.
Acompañan hasta las señoras gordas que nunca aportaron su óbolo a las cajas de jubilación. Pero mientras juegan a la canasta y toman el té con scons murmuran contra el gobierno que, “me contó una amiga”, les quiere bajar las jubilaciones. “Yo no los voto más” exclama Ernestina mientras toma delicadamente un scon.
Y el tema da para que opinen hasta los que fueron socios de “ Kirchner, mujer e hijos S.I.I” (sociedad de irresponsabilidad ilimitada)
Como un desvergonzado caminador de la “ancha avenida del medio”, que siendo jefe de gabinete nunca se fijo que por las orillas los ministros que debía coordinar se estaban llevando los adoquines.
U otro de pelo revuelto, renunciante embajador y aspirante oficialista, que tampoco lo advertía mientras fue ministro de economía e incendió el país.
Como siempre, para entender de que se trata tema tan enriscado hay que recurrir a los expertos. O sea a los taxistas, a los peluqueros, a los periodistas, a los panelistas abonados a los programas de televisión, a las celebrities (más por las partes deliciosas que muestran que por las ideas que les falta), a los frailes y a los aficionados a facebook y chismes semejantes.
Todos van a coincidir en que hay que cambiar. Eso si. Que cambie mi vecino, porque yo no voy a renunciar a mi tenderete.
Y que se cague la nena, como dice un reo amigo.
En fin, yo no opino porque no soy lo suficientemente joven para saberlo todo.
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