La reunión del denominado G-20 en la ciudad de
Buenos Aires deja muchos aspectos interesantes para desmenuzar. Pero quiero
referirme a aquellos que no se han abordado o se lo ha hecho con escasa
entidad.
Por ejemplo, me llamó la atención la mirada
puesta en el carácter diverso y federal de nuestro país. Algo novedoso por
cierto, en un país federal en los papeles y unitario en las formas de la
realidad.
Lo mostró principalmente el espectáculo
brindado en el teatro Colón. Convocando artistas de diferentes regiones para
que ofrezcan sus músicas y sus historias.
Y en la cantidad de reuniones preparatorias
celebradas durante el año en diversas ciudades de provincias.
Pero esto no fue todo. Por ejemplo, a uno de
los visitantes más connotados, Xí
Jìnpíng, lo recibió el gobernador de Jujuy. Dato que no recibió mayor
comentario en la prensa.
Otro aspecto que recibió poca atención fue la
firma en Buenos Aires, y en ocasión de la reunión del G-20, del nuevo acuerdo
de libre comercio entre Estados Unidos, Canadá y México, relación que ocasionó
tantos malos ratos entre los tres países en los últimos tiempos. Por cierto que
este hecho fue destacado como corresponde por la prensa extranjera.
Pero hay otro tema al que quiero referirme. Que
es la deplorable cobertura periodística del evento. Que dejó al
descubierto la pobrísima calidad
intelectual y la falta de modales de, yo diría, casi el grueso del periodismo
local. Del
triste nivel cultural y el incomprensible desparpajo con que alguno de ellos se
atreve a hablar en público. Usando palabras de Jorge Asís, algunos con una
precariedad conmovedora.
Y no estoy refiriéndome a casos extremosos,
como determinadas emisoras de televisión donde algunos cachivaches se solazan
en sus majaderías y mala baba. Como una locutora, seguramente afectada de
idiotez, regodeándose con las incalificables placas que mostraba.
Para no hablar de la chabacanería, el mal
gusto, el humor barato, la procacidad del lenguaje, la extrema ordinariez que
exudan.
Sin embargo, dentro de este panorama desolador,
pude apreciar la grata sorpresa que está resultando el canal público de
televisión, haciendo un periodismo serio,
riguroso y equilibrado.
Y para los que descreen de la utilidad de estos
summits, como se les suele llamar, vayan dos reflexiones.
Si todos los países importantes están contestes
en realizarlos, cabe creer que alguna razón tendrán sobre su utilidad. Si
Angela Merkel decidió venir en avión de línea y solo por un día, pareciera que
consideró necesario estar presente.
Por cierto con cada quien barriendo para casa,
como corresponde. Pero conversando amigablemente mientras barren, lo que no es
poco.
Porque en una época en
la cual el multilateralismo parece tambalear, no se debería perder de vista el
alcance que tiene el que los máximos responsables de naciones de los cinco
continentes, incluido el representante de la Unión Europea, el experimento de
integración más exitoso de la historia, crucen el mundo y dediquen dos jornadas
a hablar de los asuntos que afectan al presente y futuro planeta.
Queda el buen espíritu que reinó, la calidez
que le supo dar el presidente y su esposa.
Y los ciudadanos de a pié, aplaudiendo a la canciller Merkel a la salida de un
restaurante y hasta a Trump cuando se retiraba de su palco en el teatro Colón.
Y todas
estas manifestaciones cuentan, porque encienden un sentimiento de
participación afectiva que permite limar asperezas y fomentar el diálogo
amigable. Las formas, como alguna vez
señaló T. S. Eliot, son la
continuidad de la cultura.
Una
última palabra para los que descreen absolutamente de toda esta realidad. Que
supieron expresar sus pareceres y descreimientos civilizadamente.
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