Comencemos con unas ensaladas preparadas para un asado:
Lechuga con ajo finamente picado, aceitunas descarozadas en
trozos y croutons, alineada con mostaza de Dijon disuelta en vinagre y aceite
de oliva y terminada con astillas de parmesano, como me había enseñado Gumer.
Elegí la lechuga Iceberg por su sabor suave y su textura crujiente. Otra
de cebolla desflemada con pimientos asados y la tercera de espinaca - conseguí
una fresca y carnosa que daba gusto - mezclada con champiñones y cebollitas de
verdeo ligeramente salteados en una sartén con oliva y ajo.
Sigamos otra noche: Para el primer plato compré unos
magníficos higos. Carnosos, con colores vivos. Y además de los higos adquirí
albahaca morada, con su color púrpura y el
gusto diferente, fresco y anisado, otra rareza para la meteorología
de la época. Y del país. Porque esa disponibilidad me retrotrajo a los buenos
tiempos de Carlitos Méndez cuando, como cualquier ciudadano del mundo
civilizado, nos podíamos deleitar en el mercado eligiendo antojos sin importar
su origen ni sus temporadas.
Así que para entrar, preparé una ensalada cuyos derechos de
autor pertenecen a Jamie Oliver y su transmisión a un compatriota que eligió
Eslovenia para aposentarse. Simple y sexy. Simple por sencilla y sexy porque la
hice para Catalina. Para mi amigo y pariente Rupertito la tuve que simplificar
aún más, porque el insensato le huye a cualquier tipo de carnes. Salvo a las de
las señoras, quiero imaginarme.
Con el cuchillo se hace una cruz en cada higo hasta llegar
al fondo. Apretando con el pulgar y el índice su base hasta que el fruto
muestre sus entrañas. Se ubican los higos en una fuente grande y se envuelven
cada uno en una fina tajada de jamón crudo, en esta ocasión de Parma provisto
por Valenti. Salvo los reservados al insensato. Se agrega albahaca, "rota"
más que picada y mozzarella - de verdad, no solo de nombre -
"desgarrada". Se salpica miel, cuidando que cada higo tenga un poco
en el medio. Y se sazona equitativamente con una emulsión de limón, aceite de
oliva extra-super-archi-mega virgen, sal marina y pimienta negra molida para la
ocasión. Las proporciones son propias de la sabiduría de cada quien.
Por supuesto que Rupertito, por su rechazo a las carnes, se
perdió el plato acabado, con el exquisito sabor que le incorpora el buen jamón.
Pero bueno. Gustos son gustos. Manías son manías.
Que no se trata de temas novedosos. Ya por el año 1802, un
señor John Ritson escribió, en una de las biblias del
vegetarianismo, que los carnívoros eran crueles y coléricos. Y que comer carne
conduce al robo y a la tiranía.
Y Sally Rorer, que llegó a ser proclamada “reina de la cocina” en la década de 1890 en Estados Unidos, sostenía que “cada kilo de carne que sobra es un kilo de enfermedad”.
Y Sally Rorer, que llegó a ser proclamada “reina de la cocina” en la década de 1890 en Estados Unidos, sostenía que “cada kilo de carne que sobra es un kilo de enfermedad”.
Sin dejar de lado la responsabilidad que tenemos los
economistas en este tema. Porque lo del vegetarianismo contemporáneo se remonta
a fines del XVIII, cuando el rápido crecimiento de la población europea, alertó
a mis antecesores en esta chorrada sobre la supuesta ventaja de los
alimentos vegetales. Son más baratos de producir.
Lo que demuestra el daño que han causado mis colegas a
través de la historia. Y que seguimos causando, cada vez con más ahínco.
Finalmente, la Parmigiana di melanzane alla napoletana.
Esta receta se la agradezco a Rosa Vaglio. Como
leí en algún lado, "la mujer que cuidó desde niño al
comisario Riccardi. Vivía con él en la Nápoles
de principios de los años 30 del siglo pasado. O él vivía con ella.
Era como la señora Hudson de Sherlock Holmes pero a la napolitana: la comida lo
cura todo." Tata Rosa era una de esas mujeres de otros tiempos,
que expresaba su afecto con ollas y sartenes. Y como había nacido
muy pobre, pensaba que cuanto más se amaba, más había que nutrir, añadiendo
condimentos. Y como ella amaba a Luigi Alfredo Ricciardi, un solitario
romántico que renunció a vivir de la fortuna familiar y estudió
derecho para posteriormente ingresar en la policía, le preparaba platos como el
que yo iba a ensayar esta noche.
Lavé las berenjenas. Se pueden pelar o no. Va en gustos. Yo
no las pelo. Las corté en rebanadas a lo largo, las coloqué en una
bandeja, las salé y las dejé que escurran el agua durante aproximadamente una
hora. Paralelamente asé un morrón grande al fuego directo de una hornalla.
Terminado, lo envolví como siempre en papel de diario - en esta oportunidad
utilicé Página 12, sin que los artículos de Verbisky le alteraran el sabor - y
luego le quité la piel quemada, lo limpié y lo corté en tiras. Mientras tanto
preparé la salsa de tomate con aceite de oliva, ajo, le agregué los pimientos
asados, albahaca, una cucharadita de azúcar para cortar la acidez y
un poco de sal. Y puse al fuego una sartén alta con abundante aceite. Sequé las
rebanadas de berenjenas con un paño, las freí ligeramente y las escurrí sobre
papel absorbente. Corté en rodajas la mozzarella y en una fuente
para el horno no muy grande (conviene que queden altas las capas) untada con un
poco de aceite, de oliva naturalmente, puse una primera capa de
berenjenas, encima una capa de mozzarella, un poco de salsa de tomate y queso
parmesano; luego otra vez las berenjenas, y así sucesivamente hasta
que agotemos los ingredientes. Debemos acabar con
berenjena, salsa de tomate y un montón de parmesano. Terminé colocando la
fuente en el horno, aproximadamente unos veinte minutos.
Por cierto que muchos de los que lean esta receta pensarán que soy tonto. Que
esta no es una receta sino una pavada que puede hacer - y de hecho hace -
cualquier perejil.
Pero la cocina se juega en los pequeños detalles. No en los
inventos rocambolescos. Una ensalada de, por ejemplo, lechuga, cebolla, repollo
y tomate, la hace cualquiera. Pero una estupenda ensalada de lechuga, cebolla,
repollo y tomate la hace el que sabe. El que tiene la mano. El que sabe reducir
la verdura al estricto tamaño y forma que Dios ha señalado y manejar el aceite,
el vinagre, la sal y la sabiduría.
Y, por cierto, el que trae los ingredientes de la naturaleza
y de la calidad y no del congelador o de la lista de precios. En el caso de
este plato, todo aficionado a la buena cocina sabrá que este relato que comenzó
con frío termina con calor. Por que las berenjenas son verduras de verano.
Buon profitto.