miércoles, 6 de marzo de 2019

ES LA CULTURA, ESTÚPIDO


Cada nuevo hecho que ocurre o nos enteramos que ocurre, demuestra la lastimosa realidad de la Argentina. Y frente a esta interminable acumulación, terminamos preguntándonos si realmente existe la posibilidad que el país revierta su vocación de decadencia.

Cada vez vemos más frágil ese puente de esperanzas que se balancea sobre el abismo atrabiliario donde anidan los espantos de lo peor.
Y cuando superamos las ganas y abandonamos la tranquilizante y esperanzadora mirada de la ilusión, cuando esquivamos el engaño,  comenzamos a pensar que la Argentina es un país fallido.
Porque en ese punto nos damos cuenta de la ligereza con la que aceptamos cosas que, si nos detuviéramos en verdad a reflexionarlas, nos resultarían inadmisibles.      Como el saqueo a que es sometido el erario público por parte de la política. Porque no se trata del aprovechamiento silente que, en más o en menos,  parece ser la marca de la política en todo el mundo. Con sus honrosas excepciones, claro.                                                                                     Y esa gente que sin timidez ni sofoco se llevó todo lo que encontró (y lo que no se llevó lo rompió, en el comentario irónico pero descriptivo de Jorge Asís) aún mantiene el apoyo de una parte muy importante de la población.                                                                                               Sujetos a un sistema judicial curiosísimo, también permeado por cierto por la política. Con tiempos perpetuos para tomar decisiones que, en cualquier democracia del mundo, lleva tiempos prudentes para asegurar los derechos de los ofensores y razonables para satisfacer los requerimientos de los ofendidos.                                                                                                                                                                              Y los legisladores que, sin rubor, perciben cifras millonarias para ellos y para sus amigotes, a los que califican de asesores. Y tienen todavía el tupé de justificarlo, como lo hizo un palurdo que pasa por director de cine.                                                                                                                                                                                         Claro que este festival de vilipendio se extiende a todos los negocios. En cada rincón hay un negocio privado pagado con dineros públicos. Y detrás de cada emprendedor ficticio se encuentra la mano de un político, un sindicalista, un influyente, un empresario prebendario o una corporación. Así funciona la Argentina.O no.                                     Aunque mantengamos la esperanza de que las cosas mejoren como por arte de birlibirloque. Toreando la realidad y mirando para otro lado para acompañar el estar de la tribu, aunque haya algo que chirríe muy en el fondo de nuestras conciencias. Así evitamos la intemperie desapacible del pensamiento solitario.         
Muchos dicen, y con mucha razón, que el peronismo ha desmontado un país posible para reemplazarlo por un disparate imposible. Y que ese esperpento que llamamos peronismo es una sociedad ponzoñosa cuyo único objetivo es alcanzar el poder y la caja.  Lo demás – Macbeth dixit - son cuentos contados por idiotas, llenos de ruido y de furia que no significan nada.                                                                                      Como lo muestra Osvaldo Soriano en  “No habrá más penas ni olvido”, cuando un joven de izquierdas y un fascista se disparaban el uno al otro al grito de “¡Viva Perón, carajo!”.
                                               M                                    

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