Días pasados se publicó en La Nación un artículo de Beatriz Sarlo sobre Binner y lo que denominó su larga marcha hacía una propuesta política que trasciende la inmediata compulsa electoral. Seguramente estaba en su espíritu destacar una oferta política que se asienta en determinados principios valiosos para la convivencia democrática y republicana. Y en una demostración de honestidad y eficiencia en los haceres.
Debo decir que resulta difícil no coincidir con Sarlo en su mirada sobre Binner y su forma de entender la política. Pero más allá del actor central, también cabe preguntarse sobre la consistencia de su mirada cuando se extiende a los personajes que lo rodean. Todos artífices de “inexplicables deslizamientos” como se puede apreciar recorriendo sus posiciones y actitudes políticas con la excepción, me parece, de Norma Morandini.
Por cierto que las construcciones políticas no son actividades celestiales. Que se trata de juntar voluntades para empujar el carro. Pero una cosa es juntar miradas diferentes para amalgamar una síntesis política y otra cosa acumular cegueras recurrentes, incontinencias verbales y vacios intelectuales para vestir una novia.
Cabe preguntarse entonces – haciendo abstracción de la simpatía que comparto con Sarlo por el capitán del barco – si esta propuesta no es una más de las algaradas corporativas a que nos han acostumbrado los dirigentes argentinos durante ya 80 años. Hasta encarnarla en una cultura.
En este sentido, cabría recordar como votaron los miembros de este colectivo cuando se confiscaron los ahorros administrados por las AFJP. Y no me refiero a si resulta más adecuado que esos ahorros los administre el estado o una empresa privada, tema que acepta opiniones encontradas. Hablo de la flagrante violación del derecho de propiedad.
Ello nos permitirá conclusiones más útiles que las meras buenas impresiones que produce una estética diferente en esta feria de vanidades insubstanciales que es la política argentina.
Y mirando desde las izquierdas, querría también comentarle a la señora Sarlo que identifico al partido socialista con un puño que nos ofrece una rosa. No con una estrella roja que inevitablemente me hace ver un fusil.
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