Todo
cambió a fines de los años 60, con la irrupción de la guerrilla y el terrorismo
como consecuencia de las escaramuzas periféricas de la guerra fría. Porque
definitivamente no se trató de un problema argentino sino de la repercusión
local de un fenómeno mundial.
Los
militares de la época – regentes vitalicios de la paciencia argentina –
respondieron con la fuerza y con la ley.
Los
terroristas fueron derrotados, juzgados y los hallados culpables condenados a
prisión.
Costó la
vida de mucha gente inocente, incluso de honorables miembros del poder
judicial, pero se terminó civilizadamente con una situación que alteraba la
convivencia civilizada. Pero como consecuencia de la irrupción de la violencia
terrorista algo pareció quebrarse en la sociedad argentina. Y digo pareció,
para evitar las tan desagradables pedanterías categóricas.
El
arrebato inmanente a la condición humana, adquirió en esos tiempos una
portentosa virulencia y se transformó en una militante malaventura.
Que se
manifestó la noche en que los terroristas que purgaban su condena o estaban
siendo juzgados fueron liberados por una pueblada legalizada por el flamante
gobierno del amanuense de Juan Perón y salieron marchando de la cárcel.
Marchas intimidatorias que se repitieron días después por las calles de Buenos
Aires.
Y explotó
el día del retorno del líder popular en una manifestación de violencia extrema
y degradante, que enfrentó a los “maravillosos muchachos” – los guerrilleros –
con los cuerpos armados de la “columna vertebral” – los sindicatos.
Ambos
bandos tratando de cooptar la voluntad del líder. Y hasta se dice de matarlo.
Unos para instalar un gobierno dictatorial de corte castrista y los otros para
reservarse el poder que les concedió el sistema corporativo.
Los
convidados de piedra fueron como siempre los ciudadanos de a pie, que
asistieron perplejos y atemorizados a tan extrema manifestación de barbarie.
Y claro
que no todo terminó ahí. Porque la violencia guerrillera – mezcla siniestra de
moralina católica y mito marxista - continuó durante el gobierno
democrático de Perón con asesinatos, ataques a cuarteles militares,
guerra explícita en el norte del país y violencia generalizada.
Y para
colmo el gobierno decidió “hacer tronar el escarmiento” a través de algunos
gremios y de organizaciones paraestatales creadas para destruir a los
agresores. (continuará)
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