En 1983, durante el cierre de su campaña, Raúl
Alfonsín planteó en aquellas elecciones la
opción entre democracia y autoritarismo. Lo recordó Joaquín Morales Solá el
domingo pasado. Duele constatar que pasaron en vano más de 35 años. Peor, en la
sociedad no parece haber acabada conciencia de que hoy, después de todo este
tiempo, estamos en el mismo lugar. Con otro agravante (porque también carecemos
de memoria): el autoritarismo que parece a punto de regresar mostró todo su
poder de daño hace muy poco. En verdad, aunque elijamos ignorarlo, llegaremos a
las urnas caminando sobre los escombros -materiales y morales- que dejó a su
paso.
Son pocos los que lo dicen con todas las letras: la opción que en su
momento describió Alfonsín y ahora se reedita es de hierro, porque se trata de
dos términos antitéticos. El autoritarismo, siempre, busca devorar a la
democracia. Es su naturaleza. No se puede esperar otra cosa de él. Esto fue lo
que intentó hacer Cristina
Kirchner durante sus años en la presidencia. Sus actos estuvieron
dirigidos a exhibir su poder y a acrecentarlo, para erigirse en una líder
carismática y gobernar por encima de la ley. En ese tránsito, apuntó directo
contra los poderes fundamentales de la democracia. Llegó bastante lejos en su
intento de tragarse a la Justicia y a la prensa. No logró plantar bandera tras
la invasión, pero dejó tierra arrasada. Y en el camino sus huestes se llevaron
lo que pudieron.
Lo raro es que nos encaminamos a votar como si nada de todo esto hubiera
ocurrido. Como si fuera una elección más. No lo es. Uno de los candidatos, el
favorito tras las PASO, está
sostenido por una fuerza política que ayer nomás, cuando fue gobierno, intentó
socavar desde adentro el sistema por el que ahora busca volver al poder. ¿Lo
intentará de nuevo si se impone en las urnas? Cristina, que se escondió detrás
del candidato, sigue siendo la misma. Sus dichos y sus actos lo confirman.
¿Y Alberto Fernández quién es?
Fue parte del riñón del kirchnerismo. Luego abjuró de su fe durante un breve
exilio y condenó con dureza los excesos de su compañera de fórmula. Pero no
dudó en volver a unirse a ella en matrimonio de conveniencia cuando vislumbró
la posibilidad de llegar al poder. Lo mismo hizo después la patria corporativa
que lucra con los fondos públicos desde hace décadas: sindicalistas,
intendentes, gobernadores y empresarios acostumbrados a las prebendas y los
privilegios. Cuentan con la bendición de una Iglesia que le tiene miedo a la
libertad. Los fieles no han de pensar por sí mismos. El caudillismo populista
cristiano, como lo llamó Jorge Fernández Díaz, no quiere ciudadanos sino un
rebaño que los líderes esclarecidos puedan pastorear.
Ni siquiera hace falta hacer un poco de memoria para advertir qué está en
juego el domingo 27. La avanzada contra la prensa ha sido reactivada en estos
días, sin disimulo y con determinación. Es otra buena muestra de cómo ha
actuado siempre el kirchnerismo: de menos a más y ante una opinión pública
lenta de reflejos. De una operación grosera nacida en una intriga carcelaria,
la causa inexplicable que impulsa el juez Ramos Padilla creció tal como lo hizo
en su momento la voraz ambición de la expresidenta en el poder: mientras la
sociedad dormía. La reacción que llega tarde no es reacción. Así, de manera
impensada, ese zarpazo "judicial" insólito tendiente a desbaratar con
chapuzas la más sólida investigación contra la corrupción kirchnerista,
impulsado por los jueces parciales de Justicia Legítima, hoy es un ariete
-acaso el primero de este nuevo capítulo, de ganar los Fernández- contra la prensa
independiente y la investigación periodística. Si logran acallarlas, el camino
hacia la impunidad definitiva habrá sido allanado.
Agazapados tras los modos calculados del candidato, subidos a los votos de
una compañera que los menospreció hasta la humillación, los peronismos se
reunificaron ante la oportunidad de regresar al poder. Nada que no haya
ocurrido antes. Lo difícil de explicar es que, de nuevo, consiguieron instalar
en la opinión pública la idea de que esta vez será distinto, a pesar de que el
núcleo duro de la expresidenta quiere más de lo mismo y espera obtenerlo.
Contra todos los antecedentes autoritarios a mano, contra toda la evidencia de
corrupción reunida en causas que corren peligro de extinción, mucha gente que
no votará al Frente de Todos elige creer buenamente en esa posibilidad. Solo
así se explica que estemos afrontando esta elección como una más y que se
soslaye esa opción ineludible que apuntaba Alfonsín, hoy incluso más vigente
que entonces.
La Nación
19 de octubre
de 2019