Nadie tiene que contarme la dictadura: la viví. Tenía 16 años aquel 24 de
marzo y trabajaba en Radio Nacional, de donde me fui porque, a los pocos meses,
me prohibieron pasar un tema musical porque decía la palabra "pobre”. Viví
los libros prohibidos, los Falcon en la calle, el delirio festivo del Mundial
78, la guerra de Malvinas en las colectas de la televisión. Estuve en aquella
marcha de la CGT, la primera, y me tocó cubrir después, para Radio Belgrano, el
Juicio a las Juntas: empezamos cientos de periodistas y terminamos menos de
cuarenta. Era desolador estar ahí, día tras dia. Ahí escuché a Rudger, Rádice
,de los grupos de tareas de la Armada, decir: “Yo sólo disparaba contra blancos
móviles”. Y escuché a un militante del Partido Comunista relatar que, mientras
lo llevaban secuestrado a la ESMA, mostró el carnet del partido y lo liberaron
de inmediato.
Leí el Nunca Más hasta que el estómago me lo permitió y trabajé muchos años
ayudando a “los organismos” en lo que se podía. En esos años, mirándome a los
ojos el represor Osvaldo “Paqui” Forese me dijo “Los caminos de Dios son
insondables”, mientras acariciaba su rosario blanco de la Triple A. Y un
general de Inteligencia del Ejercito, años después, me advirtió en la semana
posterior a La Tablada: “A usted, Lanata, el Ejército le ha hecho la cruz”.
Nací y crecí en ese túnel. Y vi en las ultimas tres décadas como
aquellos hechos se sacralizaron. El gobierno K escribió una historia
oficial de la que estaba prohibido apartarse. Vi también como los organismos se
declararon acreedores morales de la Argentina, como algunos de ellos se
prostituyeron por dinero o poder y como un sector de esta sociedad siguió y
sigue viviendo con aquel pasado en su presente continuo. "No se puede
vivir pensando siempre en el Holocausto, pero tampoco puede vivirse como si
nunca hubiese existido", dijo Simon Wiesenthal. Hoy, a cuarenta y un años
del golpe, más de dos mil militares y civiles pasaron por tribunales con cargos
de delitos de lesa humanidad; casi setecientos están condenados (300 cumplen la
pena en cárceles comunes), 1100 están procesados (320 en penales comunes) y 315
murieron en cautiverio.
Otras causas en trámite avanzan con regularidad. Familiares de
desaparecidos, ex presos y exiliados cobraron importantes indemnizaciones en
distintos gobiernos y las Abuelas siguen buscando a sus nietos, de los que
recuperaron a 121. Nadie puede sentirse del todo reparado –cualquier pérdida es
irreparable- pero se ha avanzado hacia cierto estado de justicia.
El problema hoy, cuarenta y un años después, cuando la mitad de quienes están
leyendo ni siquiera habían nacido, es que la supuesta superioridad moral de las
víctimas se ha trasladado a la política cotidiana. El viento setentista que
cubrió la década robada reinstaló una versión maniquea de la historia que
dificulta llegar a verdad alguna.
Aquella sorpresa estalló en la cara del gobierno cuando Tzvetan Todorov, el
pensador francés de origen búlgaro, fue invitado a visitar el Parque la de
Memoria y las instalaciones de la ESMA. Todorov escribió semanas después en El
País de Madrid que “una sociedad necesita conocer la historia, no
solamente tener memoria”. Y señaló que en ninguno de los sitios que visitó
vio “el menor signo que remitiese al contexto en el cual, en 1976 se instauró
la dictadura”. ”Los montoneros y otros grupos de izquierda –sigue Todorov -
organizaban asesinatos de personalidades políticas y militares que a veces
incluían a toda su familia, tomaban rehenes con el fin de obtener un rescate,
volaban edificios públicos y atracaban bancos (…) No sugiero que la violencia
de la guerrilla sea equiparable a la de la dictadura: las cifras son, una vez
más, desproporcionadas, sino que además los crímenes de la dictadura son
particularmente graves por el hecho de ser promovidos por el aparato del
Estado, garante teórico de la legalidad. Como fue vencida y eliminada no se
pueden calibrar las consecuencias que hubiera tenido la victoria de la
guerrilla. Pero a título de comparación podemos recordar que más o menos en el
mismo momento, entre 1975 y 1979, una guerrilla de extrema izquierda se hizo
con el poder en Camboya. El genocidio que desencadenó causó la muerte de
alrededor de un millón y medio de personas, el 25% de la población del país.
Las víctimas del terrorismo de Estado en Argentina, demasiado numerosas,
representan el 0,01% de la población".
"No se puede comprender el destino de esas personas sin saber porque
ideal combatían ni de que medios se servían –advierte Todorov- (…) han sido
reducidas al papel de víctimas meramente pasivas que nunca tuvieron voluntad
propia ni llevaron a cabo ningún acto (…) La manera de presentar el pasado en
estos sitios de memoria ilustra la memoria de uno de los actores del drama, el
de los reprimidos. Pero no se puede decir que defienda eficazmente la verdad,
ya que omite parcelas enteras de la historia”.
Recordamos hoy una de las épocas mas oscuras de nuestra historia, pero no
podemos, sinceramente, evaluarla sin prejuicios, frases hechas y datos
parciales. La “autocrítica” militar fue formal y escasa y la de los
guerrilleros, casi inexistente. ”Sin perdón no hay futuro, pero sin
confesión no puede haber perdón”, definió el obispo Desmond Tutu al proceso de
Promoción de Unidad Nacional y Reconciliación en Sudafrica. Allí ,durante mas
de un año, víctimas y victimarios se enfrentaron cara a cara en cadena
nacional. Y debían decirse la verdad. El “Ubuntu” es un concepto ético:
"Yo soy porque nosotros somos", se traduce.
Argentina es el país donde las heridas no cierran nunca. Deberíamos aprender,
cuarenta y un años después, que no hay muertes justas. Y que la muerte es
injusta por definición.
Jorge Lanata diario Clarín
25/3/2017
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