Y la sorpresa la dio
el candoroso matrimonio Kirchner. Primero él y luego ella. Portadores de
adolescencias varias, decidieron poner nuevamente el tema en actualidad. Por
razones políticas seguramente. O vaya a saber por qué primitivos mecanismos mentales.
Dicen sus detractores que durante las épocas difíciles el
matrimonio estaba mas ocupado en las tasas de interés que en el interés de la
gente.
Esto, aparentemente cierto, explica esta cruzada de conversos
acompañados por irresponsables, resentido y filibusteros.
Claro que el tema de los derechos humanos siempre es un algo
hemipléjico. Siempre se es mas comprensivo con los amigos que con los ajenos. Y
esto ocurre dondequiera se mire.
Por caso los estadounidenses, autoproclamados campeones de
los derechos civiles, trataron de vestir la harto conocida tortura del
submarino. Explicando que colgar al sospechoso de los pies facilita y acelera la
conversación. Las palabras caen sin esfuerzo.
Y el bote de agua donde de tanto en tanto se sumerge la
cabeza del contradictor, resulta necesario dado los climas tórridos donde se
realizan tan deliciosas tertulias.
Por su parte el gobierno español amonesta con una palmadita
en la espalda a los buenos de los
abuelitos Castro por no dejar salir a las gentes de la isla. Y mantener en
prisión a algunos personajes rarísimos
que no están de acuerdo con tan dulces y bien intencionados viejecitos. Como se
reta al hijo o al amigo por alguna travesura intrascendente.
Mientras fomentaba las andanzas de un moderno y togado Torquemada que, adjudicándose jurisdicción planetaria, perseguía hasta en la isla de Monpracen a
todos los que consideraba violadores de derechos humanos. Hasta que intentó
indagar en algunos pecadillos del generalísimo y fue enviado a su casa.
Claro que con prescindencia de estos y otros chascarrillos,
bienvenido sea este frenesí por los derechos de las gentes. Nos sirve para
vacunarnos contra esa enfermedad autoinmune que vuelta a vuelta nos lleva a
ungir como jefe al mas bellaco del barrio.
Pero lo novedoso es la utilización de los derechos humanos
como arma política. Y claro que para eso se apuntan muchos.
Así que ahora les tocó ser juzgados y rejuzgados a los ya ancianos militares. Para ello se
olvidaron los principios mas elementales del derecho penal y no importó que ya
concurran a las audiencias en sillas de ruedas, en camilla o con tubos de
oxígeno.
Y que una vez producido el ajusticiamiento se pretenda
enviarlos a una cárcel común, llevando sus camillas o respiradores a las mismas
celdas de los pedófilos o asesinos seriales.
Y digo ajusticiamiento porque desde que se produce la
denuncia ya se sabe que van a ser condenados. Son juicios sin incertidumbres
porque los ajusticiados han sido despojados de todos sus derechos. Y el mismo
juez que se apresura a dictar la libertad de un múltiple asesino del común,
también se apresura a condenar al anciano que parece que hace cincuenta años
cometió algún pecado. Capital o venial. No importa. Lo que importa es el
ejemplo. La cabeza que hay que ofrecer.
Y claro que continúan apareciendo cachafaces poco memoriosos que de pronto recuerdan que hace treinta años
fueron torturados y plantean nuevas demandas contra los agotados ancianos.
Claro que la sentencia les sirve para presentar en alguna
ventanilla y así lograr que los contribuyentes
les recompensen las penurias que dicen haber sufrido. Por que los
derechos humanos se han convertido en un magnífico negocio.
Para poder apreciarlo, se puede ver el notable emprendimiento
montado por la encantadora dama que encabeza a las madres circulantes. Que
además de dinero para hacer viviendas, que parece que nunca se hicieron en el número que justifique los montos entregados, incluye hasta una universidad
en la que solo Dios sabe que enseñan.
Sin olvidar otros aspectos ya insólitos de esta cruzada. Como el afán de algunos jueces para tomar
compulsivamente muestras de los fluidos de los viandantes con el objeto de
determinar su eventual relación de parentesco con algún desaparecido. Sin duda
una notable expresión de respeto a la intimidad de las personas.
O el
intento para que algún otro juez complaciente le prohiba a un señor usar el
apellido que la caiga en ganas. O el pedido de renuncia a otro señor, que cree
que la cantidad de desaparecidos nunca llegó al número mágico santificado por
las tribus urbanas. Sin poder apreciar, claro, que un
solo desaparecido es un escándalo de la razón.
Así
que el adolescente matrimonio que vino del frío puso nuevamente el tema en actualidad,
nos devolvió al pasado, fomentó magníficos negocios, arrojó a una nueva hornada de ancianos a la
cárcel. Y fundamentalmente banalizó los derechos de las gentes. De todas las
gentes.
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