Durante el primer gobierno democrático
los terroristas atacaron un cuartel militar. Y los mas extremistas de los
uniformados, de la otra mano, también acorralaron al gobierno con asonadas
militares.
Ante este vendaval de dolor, odio y resentimiento, el presidente
asumió su responsabilidad con las leyes de “punto final” y “obediencia debida”.
Por tal decisión pacificadora fue
acusado, por los partidarios de los terroristas y por politiqueros de segunda
división, de no continuar con la epopeya justiciera de la nueva
inquisición.
Tampoco fueron fáciles los inicios
del segundo gobierno democrático. Pero casi cinco años pasados en prisión y en
condiciones indignas, seguramente le sirvieron al nuevo presidente para mirar
el tema con manga ancha. Y a decidir que
el camino era la pacificación de los
espíritus. Y así perdonó a los unos y a los otros. Hasta a los militares que,
asonada mediante, pretendieron condicionar su gobierno.
Hay que explicarle a los que no los
vivieron que no fueron tiempos fáciles. Por eso la historia hay que analizarla
en el contexto de su época.
Claro que, aún con mas intensidad que
el primer presidente, también fue acusado de cómplice de los violadores de los
derechos humanos.
Y es natural. Había y aún hay mucho
dolor y resentimiento. Y frente a ellos no se pueden exigir razones. Los años transcurridos siempre serán pocos
para cerrar las heridas provocadas por el dolor de la
pérdida. Pocos también para abandonar la reflexión sobre una conducta colectiva
que permitió que se llevara la vida de nuestros vecinos.
Pero muchos para que una sociedad no
comprenda que nada se puede construir sobre la militancia del odio y del
resentimiento.
El breve periodo del tercer
presidente democrático tampoco alteró demasiado esa intención pacificadora.
Pero Argentina es la tierra de las
sorpresas.
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