LA NACION
SÁBADO 25 DE
MARZO DE 2017
Hace unas semanas empezó a hervir el caldo en el que
buena parte del peronismo y de los que medran en las sombras pretenden cocinar
el fracaso del gobierno de Cambiemos. En medio de la confusión, cada cual echa
lo suyo a la olla.
La calle es un
reflejo de los intereses en disputa. Después de un primer año en el que Macri
compró gobernabilidad y les dio a los gremios y las organizaciones sociales
mucho más de lo que les había dado el kirchnerismo, la apuesta al diálogo voló
por los aires. La intransigencia de los líderes sindicales y sociales, así como
las consignas de los manifestantes y piqueteros, dicen que lo que se dirime va
más allá de los reclamos salariales (legítimos en muchos casos, aunque
imposibles de atender en un país en ruinas). "La semana que viene vamos a
salir de vuelta a las calles, y le anunciamos a la compañera Patricia que vamos
a cortar las rutas", amenazó esta semana Emilio Pérsico, jefe del
movimiento Evita. Lo que se busca es jaquear a un gobierno legítimamente
elegido que, además, está lejos de tener gestos autoritarios.
En otro frente,
la procuradora Gils Carbó se encarga de embarrarle la cancha a Macri y sus
funcionarios abriéndoles causas a discreción con la inapreciable ayuda de sus
fiscales y jueces militantes de Justicia Legítima, una aberración que nos legó
la década perdida. Mientras, el kirchnerismo despliega el cinismo y la
hipocresía de siempre para destruir como sea la posibilidad de alternancia y
recuperar el poder antes de que el avance de las causas judiciales que se
ciernen contra la jefa suprema la acerquen a la posibilidad de quedar detenida.
En sus muchas
caras, y con algunas excepciones, el peronismo fuera del gobierno vuelve a
mostrarse como un pack-man que busca
devorarse la base de sustentación de la administración de turno. Este fenómeno,
ya conocido, tenderá a pronunciarse a medida que se acercan las elecciones.
Todos quieren llegar primero y en el camino también se van mordiendo entre
ellos, hasta que uno tome la delantera y pueda garantizar el regreso de todos
al control político y económico del sistema. Entonces, el conjunto disperso se
abrazará al más fuerte para subirse a un nuevo retorno del mito peronista y
todo volverá a empezar, a costa de un país degradado en donde florecen la marginalidad,
el delito y la violencia: un patio de juegos perfecto para la corrupción de
siempre.
Pero no es sólo
la parte más oscura del peronismo la que conspira. Bajo la superficie hay un
combate perpetuo de tribus que tiran sólo para su lado. Y más ahora, ante un
gobierno aparentemente dispuesto a enfrentar privilegios y prebendas
sindicales, empresarias y políticas sostenidas durante décadas desde el Estado.
Al ver amenazada la matriz que amparó esos beneficios, los anticuerpos de aquel
sistema perverso también salen a mostrar sus dientes para evitar que Cambiemos
se afiance en las próximas elecciones.
Para agitar más
las aguas, el periodismo militante tiene quien lo ayude. Cada vez son más los
comentaristas que, embriagados de actualidad, envueltos en el fragor del reality, pierden
perspectiva y lanzan críticas desproporcionadas. Así, favorecen a los
conspiradores en su intento de igualar los errores de esta administración con
los horrores de la que pasó. De pronto, ajenos y virtuosos, descubrimos la
pobreza en la que estamos sentados. Pero ¿no alimentamos la pobreza y la
marginación actual durante la década en la que, por el viento de cola, pudimos
haber hecho mucho por erradicarla? Los argentinos somos críticos inveterados.
Especialistas en desmarcarnos y echar culpas, otro modo de no asumir la
realidad. Por definición, el periodismo es crítico del poder. Debe serlo. Pero,
como advirtió Jorge Fernández Díaz, deberíamos preguntarnos dónde está el
verdadero poder en la Argentina tan convulsionada y compleja de estos días.
Tenemos por
delante un invierno largo y difícil. El Presidente y sus funcionarios no son
infalibles. Cometen errores. Y hay que seguirlos de cerca. Pero tomaron la papa
caliente entre las manos y desactivaron bombas que estaban a punto de explotar.
Ahora pisan un terreno minado, sembrado de privilegios e intereses sensibles.
Se trata de saber dónde y cuándo apoyar el pie para avanzar sin que todo
estalle. Hay grandes esfuerzos para imponer en la opinión pública que nada
cambió, que la Casa Rosada está llena de ineptos a los que los problemas les
quedan grandes. Sin embargo, la desesperación por lograrlo crece junto con el
temor de que este gobierno, con el indispensable apoyo ciudadano, sea capaz de
empezar a cambiar la matriz prebendaria y corrupta de un país que no tenía
destino.
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